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  • El calvario de Samantha: diez años perseguida por un acosador y las doce horas que pasó en un pozo a oscuras

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 26/08/2025 05:14

    Documental de Samantha Stites La calle principal de Millburn, es una zona calma de Nueva Jersey, alejada de la locura de Manhattan en el centro de Nueva York. Frente a la panadería en la que se lucen donas azucaradas, un coche oscuro con los cristales empañados pasaba por tercera vez en menos de diez minutos, como si sus ocupantes buscaran una dirección oculta o una señal secreta. Pero nadie reparó en el rostro angular que, desde el asiento del conductor, observaba con la fijeza de un animal que acecha a su presa. Bajo esa rutina pulcra, se tejía la historia de una persecución que cruzó estados y casi una década. Es la historia de Samantha Stites y su secuestrador, David Miller. Samantha salía de su trabajo a las 14 en forma puntual. A la chica le sonó un teléfono. Un número desconocido. Samantha sintió un escalofrío. Al otro lado, un susurro familiar. Una voz que ya conocía. —Te queda bien ese suéter azul. El tono era suave, casi tierno. Pero ella lo reconoció como una sentencia. Doce años antes, en un campus universitario de Pensilvania, un joven reservado la miró durante una clase de literatura. Al principio fue una serie de bromas inocentes. El chico—más bajo que ella, torpe en sus halagos—anotaba poemas en servilletas y los dejaba sobre su escritorio. “Para Samantha, la flor oculta entre sombras”, había escrito en una de ellas. Samantha pensó que se trataba de una simple fijación adolescente. Samantha sufrió durante una década el acoso de un hombre que le seguía los pasos Sin embargo, los poemas se volvieron mensajes, los mensajes llamadas, y las llamadas visitas no solicitadas. David Miller esperó a que las luces del dormitorio de ella se apagaran para enviarle un mensaje: “Ahora el silencio también es nuestro secreto”. La historia del acoso Durante los primeros meses tras la graduación, Samantha creyó que el acoso terminaría. Se mudó a Nueva Jersey, cambió de número, bloqueó perfiles en redes sociales. Pero él la encontraba siempre. Nunca aparecía dos veces con la misma vestimenta. Bastaba el sonido de una cámara de fotos al otro lado de la calle o una postal en el buzón—sin remitente, apenas con un dibujo infantil de un pato—para recordarle que la huida era inútil. La familia de Samantha intentó intervenir. Su madre, Susan Stites, acudió a la policía local. Sentados en una sala de espera tapizada con carteles de “Denuncie el acoso”, un oficial le explicaba: —Si no ha habido contacto físico, no hay delito. Solo podemos patrullar un poco más seguido por la zona. La respuesta, aunque formal, era una puerta que se cerraba de golpe. “¿Cuántas veces hay que decir ‘tengo miedo’ para que alguien entienda que eso también puede ser una prueba?”, pensó Samantha. El tiempo refinó la estrategia del acechador. Miller evitaba cámaras, registraba alquileres a nombre de terceros y usaba cuentas de correo con nombres de personajes históricos. Una tarde, Samantha recibió un correo electrónico con la foto de una botella de leche y el mensaje: “La próxima vez, te sigo hasta el supermercado.” Era una advertencia y una declaración de poder. En el pie del mensaje, un emoji sonriente. David Miller en el momento que era interrogado por la policía La silenciosa maquinaria del control David Miller aparecía tras los semáforos de madrugada y en las puertas de los supermercados donde ella compraba. Los amigos de Samantha desertaron poco a poco, incapaces de lidiar con la sombra que llenaba todos los espacios. “Siempre sentí que el mundo era una hoja en blanco y que su letra ya estaba escrita al margen”, declaró Samantha en la reciente serie documental de Hulu que se acaba de estrenar. La grabación detalla cómo el acecho digital permitió a Miller traspasar todas las barreras físicas y psicológicas de la joven. Consiguió su nuevo número, rastreó sus compras, clonó mensajes privados, falseó enlaces y suplantó identidades en foros. Cada paso dado por Samantha era monitoreado. Su calendario, sus reuniones laborales, las citas médicas. Miller aparecía en la entrada de la consulta de odontología, o enviaba flores con el mensaje: “Espero que la limpieza fuera tan dulce como tu sonrisa”. Los días de Samantha se volvieron un mosaico de rutinas obsesivas: cambiar de ruta al trabajo, usar pelucas, evitar cafeterías habituales. Pero cada maniobra de ocultamiento era entendida como un reto por su perseguidor. —No importa dónde vayas —le escribió él en una hoja empapada de café, dejada bajo la ventana de la sala—, siempre puedo encontrarte. Samantha intentó evadir a su perseguidor durante 10 años El día que el acosador pasó a la acción Fue el 23 de abril, a las 19:40, cuando la policía encontró el automóvil de Samantha en el estacionamiento de un centro comercial. No había señales de lucha, ni sangre, ni testigos que recordaran una pelea. La desaparición activó por fin una alarma mediática. Pero mientras las autoridades peinaban el condado y las redes sociales multiplicaban teorías, Samantha yacía varios metros bajo tierra. Había despertado en una oscuridad absoluta. El aire olía a humedad y metal. Al palpar a su alrededor, sus dedos tocaron paredes acolchadas, cables gruesos y un frío insoportable que la llenó de un miedo inexplicable. Un foco brilló de pronto. David Miller se agachó hasta quedar a la altura de su rostro. Sostenía una linterna y sonreía. —Ves, te dije que siempre te cuidaría. Ella intentó gritar. Pero la puerta—una lámina maciza, insonorizada—apenas absorbía el sonido. El secuestrador había construido un bunker, oculto bajo una cabaña alquilada en la periferia del condado de Sussex. La crónica de Hulu reconstruye con precisión clínica las dimensiones de la celda. Cuatro metros cuadrados, paredes insonorizadas, un colchón en el suelo y una caja de comida congelada. Había una radio, pero transmitía solo estática. “Era como estar dentro de un sueño en el que solo caben dos personas, y una de ellas ha decidido convertirse en dios”, narra Samantha en el documental. —¿Tenés hambre? —preguntaba, ofreciendo un plato de arroz frío. —¿Te gusta este lugar? Lo hice solo para vos. Samantha Stites dio su testimonio para un documental de Hulu y Disney Búsqueda y desesperación El padre, Michael Stites, hablaba con periodistas y ofrecía recompensas. La madre evitaba a los reporteros y prefería sentarse en el porche, aguardando una llamada que trajera algo más que silencio. Los oficiales, presionados por el clima de opinión, reabrieron viejos delitos de acoso en la región. Se cruzaron bases de datos, cámaras de tráfico, registros de alquileres. Por fin, un agente detectó la presencia recurrente de Miller en las inmediaciones de la antigua casa de Samantha. El nombre de David Miller apareció en registros de visitas a ferreterías, donde compró herramientas, cemento y láminas insonorizantes. La clave estaba en un recibo olvidado. En un comprobante de pago digital, un técnico de investigación rastreó una dirección vinculada a un alquiler rural. La localización era remota, no figuraba en los motores de búsqueda habituales. El día del allanamiento, 13 horas después de los secuestros, las luces de los patrulleros tiñeron de azul el bosque. Frente a la puerta de la cabaña, un equipo táctico se preparaba en silencio. Al fondo de la cabaña, una trampa en el suelo reveló la entrada al bunker. El rescate, registrado en cámara, mostró a una Samantha pálida pero ilesa, envuelta en una manta verde olivo. Los agentes levantaron a Miller, cabizbajo y sin pronunciar palabra. La voz que rompe el silencio El juicio celebrado en Nueva Jersey se convirtió en un foro sobre el acecho, la obsesión y los grises legales que permiten que los depredadores naveguen durante años antes de golpear. David Miller enfrentó cargos por secuestro, acoso agravado y retención ilegal. Durante la audiencia, Samantha declaró: —No fui rescatada en un solo día. Cada jornada de los últimos doce años fue un rescate en proceso —afirmó, mirando a los ojos a su captor—. Quiero que sepa que el silencio no fue suyo: fue el mío, y se acabó. El caso reabrió debates nacionales acerca de la “Ley de Acoso Persistente” y la distancia entre el daño psicológico y el físico. Los especialistas señalaron: “El acecho no solo destruye vidas cuando llega a la violencia. Las anula mucho antes, en la erosión diaria del miedo.” En los años posteriores, Samantha se convirtió en referente para víctimas de acecho y secuestro. Las entrevistas en programas de noticias, los foros digitales y los paneles de expertos la citaron como símbolo de resistencia. Uno de los momentos más conmovedores de la serie documental de Disney+ y Hulu retrata a Samantha regresando al lugar de la cabaña. Ella avanza hasta el claro donde se levantaba la estructura. Mira el hueco en la tierra. Saca de su bolso la postal que décadas atrás recibió, la de un pato risueño, y la entierra bajo una piedra. —Nadie debería vivir bajo tierra por culpa del miedo —musita, antes de marcharse.

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