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  • Criaturas aladas en la Luna, la primera “fake news” que durante seis días cautivó al mundo desde las páginas de un diario

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 25/08/2025 04:47

    Los hombres alados, protagonistas de la ficción que se convirtió en la primera "fake news" de la historia “Se ha dicho poéticamente que las estrellas del cielo son la insignia hereditaria del hombre, como soberano intelectual de la creación animal…”. Con esas palabras, en prosa, de tono elevado y solemne comenzaba el artículo titulado Grandes descubrimientos astronómicos, publicado el martes 25 de agosto de 1835, en la segunda página de The New York Sun. Lo que parecía un ensayo astronómico más se transformaría en una de las mayores ficciones periodísticas jamás impresas. Era la primera entrega de una serie de seis artículos que, día tras día, relataron una historia tan deslumbrante como inverosímil: el descubrimiento de vida inteligente en la Luna. Según esas crónicas, firmadas por el desconocido Dr. Andrew Grant, el renombrado astrónomo británico Sir John Herschel, desde su observatorio en el Cabo de Buena Esperanza, Sudáfrica, habría logrado lo imposible: construir el telescopio más potente jamás creado, resolver antiguos enigmas del cosmos y, como si eso fuera poco, observar civilizaciones enteras en el paisaje lunar. Grant decía ser su asistente, y narraba con supuesta autoridad cómo, a través de aquella lente prodigiosa, Herschel había visto criaturas con alas de murciélago, castores que caminaban erguidos, valles bañados por soles oblicuos y templos de amatista. Todo un catálogo de lo imposible, servido con la seriedad de un informe científico. Nada podía fallar... ¡Y no falló! La historia cautivó al público como un conjuro. Nueva York, una ciudad aún joven pero ansiosa de experimentar maravillas, quedó atrapada por esa promesa de lo extraordinario. En las cantinas, en los talleres, en los cafés y en las casa de los barrios obreros de Brooklyn, todo el mundo leía esos artículos, los discutía y fantaseaba. Es más, hubo quienes aseguraron ver con sus propios ojos, desde sus patios, el aleteo de esas criaturas lunares recortándose contra el cielo. Por unos días, la frontera entre verdad y ficción se desdibujó. Y millones de lectores eligieron creer. Los vespertilio-homo, "humanos" murciélagos lunares. Se convirtieron en símbolo de una fantasía flotante. Los grabados que acompañaron los artículos fueron atribuidos a Benjamin Day, el propietario del periódico, quien también supervisó gran parte del diseño El engaño Entre el 25 y el 31 de agosto de 1835, The New York Sun publicó la serie de artículos que parecían abrir una ventana directa al firmamento. Miles de lectores se sumergieron en esos relatos con apariencia científica que detallaba las supuestas observaciones lunares de Herschel, reconocido astrónomo e hijo de Sir William Herschel, el hombre que había descubierto Urano. Además (para más fantasía), las crónicas venían acompañadas de ilustraciones deslumbrantes —templos, criaturas aladas, paisajes etéreos— y descripciones que convertían la Luna en un mundo vibrante y habitable, tan real como imaginado. Todo bajo la autoría de un tal Dr. Andrew Grant, presentado como asistente del astrónomo, que no existía. Herschel jamás había hecho tales afirmaciones, ni tenía un telescopio mágico de siete toneladas. Todo era una completa falsedad: así se gestó la primera fake news (noticia falsa) de la historia. El verdadero autor era Richard Adams Locke, editor del Sun, un periodista culto, formado en teología y filosofía. Su objetivo no era el fraude, sino la sátira: quería ridiculizar las teorías pseudocientíficas de entonces, que sostenían que los astros estaban habitados por criaturas fantásticas, y que el universo era poco más que un espejo de los deseos humanos. Pero su broma fue tomada como una revelación. El público, deslumbrado por el lenguaje técnico y la promesa de lo extraordinario, no detectó la ironía. Las primeras tres publicaciones Parte del éxito del engaño se debe al momento que vivía la ciudad. En 1835, Nueva York era una metrópolis en expansión, efervescente, atravesada por la revolución industrial, con una clase media creciente y una fe casi ciega en la ciencia y el progreso. Telescopios, barcos a vapor, electricidad... todo parecía posible. Y los periódicos de un centavo —como The Sun— habían democratizado el acceso a la información. Por primera vez, miles de lectores sin formación científica leían noticias que sonaban confiables, envueltas en jerga técnica y tono académico. El terreno estaba fértil para que floreciera la ilusión. “Es imposible contemplar cualquier gran descubrimiento astronómico sin sentimientos estrechamente relacionados con una sensación de asombro…”, escribía el falso Dr. Grant en otro pasaje de su crónica. “Casi similares a los que se supone que experimenta un espíritu difunto al descubrir las realidades de un estado futuro”, también describió. El supuesto paisaje lunar visto por el "poderoso" telescopio... La prosa solemne reforzaba la ilusión. Los ejemplares del Sun se agotaban cada mañana y a los muchachos que los repartían casi que se los quitaban de las manos... El éxito hizo que otros diarios copiaran ese contenido y la fantástica historia cruzó el Atlántico y hasta algunos científicos dudaron de su veracidad. Con el paso de los días, las conversaciones en cafés, salones y plazas giraban en torno a los hombres murciélago lunares. Incluso académicos tardaron días en desmontar la ficción. Los dibujos que acompañaron los artículos fueron atribuidos a Benjamin Day, el propietario del periódico, quien también supervisó gran parte del diseño. Ni Locke ni el periódico se apresuraron a desmentir nada. La historia era demasiado rentable. Cuando la verdad se reveló, The New York Sun respondió con ironía. El público también. Más que engañados, muchos se sintieron maravillados. Había nacido el primer fenómeno global de desinformación moderna, y una pregunta persistente: ¿hasta qué punto preferimos una historia bien contada por sobre una verdad incómoda? Otro de los asombrosos paisajes lunares descritos en las crónicas del Dr. Grant Una ciudad lista para creer Para 1835, Nueva York era una ciudad en expansión. Tenía unos 270 mil habitantes y se estaba transformando en el nuevo centro financiero y cultural del país. La revolución industrial traía consigo innovación, inmigración y una creciente clase media urbana. Pero sobre todo, una nueva manera de consumir información. Ese mismo año, los periódicos llamados penny press —como The Sun— estaban revolucionando el periodismo. A solo un centavo por ejemplar, por primera vez la prensa se volvía accesible para el pueblo poco formado académicamente. Esto significaba que muchos lectores, que no tenía formación científica ni herramientas críticas, se enfrentaban a noticias por primera vez, en un tono que parecía especializado y confiable. A eso se sumaba una fe inquebrantable en la ciencia y el progreso. Los telescopios, los barcos a vapor, la electricidad… todo parecía posible. El público estaba predispuesto a creer en descubrimientos extraordinarios, incluso en la que existencia de vida en otros planetas. La línea entre ciencia y ficción era, por momentos, imperceptible. Vespertilio-homo: los hombres alados, una de las especies que Grant (Loke) imaginó en la luna Y el texto del Sun sabía exactamente cómo explotar esa frontera. En su primera entrega, publicada el martes 25 de agosto, describía con asombrosa seriedad a una criatura que ningún lector había visto jamás. “Unas criaturas cuadrúpedas de color castaño rojizo, del tamaño de una cabra, con una única y brillante protuberancia frontal de aproximadamente treinta centímetros de longitud... Parecían extremadamente dóciles y pasaban gran parte del tiempo chapoteando en el agua o jugando entre ellos con una evidente jovialidad”. En la misma nota, se presentaba un dato aún más asombroso, que sugería inteligencia avanzada en el satélite: “Observamos estructuras habitacionales en grupos simétricos, con calles rectas y templos elevados con cúpulas resplandecientes, lo cual indicaba sin dudas un estado de civilización organizada”. La civilización lunar imaginaria con templo y todo Dos días más tarde, en la entrega del jueves 27 de agosto, la imaginación llegó aún más lejos. El diario introducía a los célebres hombres murciélago con una naturalidad pasmosa: “Descubrimos seres alados… con alas membranosas como las de un murciélago, que se extendían desde la parte superior de los hombros hasta la pantorrilla. Se movían principalmente en grupo y parecían capaces de articular palabras. Eran indiscutiblemente humanos”. Y luego, casi como nota de color, sumaba una escena más propia de un cuento de hadas: “En el centro del valle, una cascada de agua cristalina caía desde una altura de 90 metros sobre una piscina de amatista líquida, donde pastaban unicornios diminutos de pelaje azul”. En ese contexto de credulidad popular, con una narrativa tan detallada como absurda, las dudas eran pocas. Una historia bien escrita, con un lenguaje técnico y supuestas pruebas visuales, era difícil de cuestionar. El terreno estaba fértil para que floreciera la ilusión. El propio diario The Sun admitiendo el engaño Cultura lunar y repercusiones El “Gran Engaño de la Luna” —como aún se lo llama— no solo se deslizó entre los lectores... se incrustó en su imaginación de decenas de ciudades en el mundo. El escenario era tan vívido que bien podría haber pasado por un relato de exploradores exóticos. Como sintetizó más tarde Encyclopedia Britannica, se trataba de una fauna imposible: “cuadrúpedos marrones como bisontes en miniatura, criaturas parecidas a cabras con la personalidad juguetona de gatitos, grullas de pico largo y grandes seres alados completamente distintos a cualquier tipo de ave”. Esa mezcla entre lo doméstico y lo fantástico encendió la fascinación popular. Las crónicas tejidas por Richard Adams Locke fue mucho más allá del engaño popular (o de la sátira que él mismo buscaba). Richard Adams Locke, el responsable de las "crónicas" lunares El mismísimo Edgar Allan Poe, que poco antes había publicado su propio cuento lunar “La aventura sin igual de un tal Hans Pfaall”, denunció haber sido plagiado aunque, nobleza obliga, no pudo evitar elogiar “la exquisita verosimilitud de la narración” y el “genio” con el que estaban escritas aquellas crónicas. Pese al gran impacto nacional, no todos se dejaron engañar. El Journal of Commerce fue el primero en denunciar el fraude, apenas días después del inicio de la publicación, calificándolo como “de la misma escuela que Robinson Crusoe y los Viajes de Gulliver”. El New York Herald fue más preciso: el 31 de agosto, reveló que la fuente científica mencionada —el Edinburgh Journal of Science— había dejado de existir dos años antes. A pesar de ello, The Sun no se retractó de inmediato. La historia era demasiado popular. Fue recién el 16 de septiembre de 1835 cuando, presionado por el escándalo, el periódico admitió implícitamente que todo había sido una invención. Lo hizo con humor, describiendo la serie como un “entretenimiento temporal”, útil para distraer al público de “la amarga manzana de la discordia: la abolición de la esclavitud”. Una forma cínica y elegante de sacarse de encima la responsabilidad mientras el Vespertilio-homo, el hombre murciélago lunar, pasó a ser símbolo de una fantasía flotante que tanto seduce como confunde. Se multiplicaron las ilustraciones, las sátiras y hasta los souvenirs inspirados en las criaturas lunares. Las últimas tres publicaciones de la fantasía lunar Con el tiempo, El gran engaño de la luna (Great Moon Hoax) dejó de ser solo una broma impresa para convertirse en la primera gran “fake news” de alcance masivo. Fue una operación editorial ejecutada con precisión: conseguir lectores, multiplicar ventas y construir una épica lunar a sabiendas de que todo era inventado. No solo funcionó, sino que inauguró una forma de narrar la realidad donde la verdad era apenas un detalle. Así nació el sensacionalismo moderno y se consolidó la penny press como fuerza cultural: diarios baratos, de venta callejera, que descubrieron algo fundamental en tiempos de revolución industrial y alfabetización acelerada. La gente quería información, pero también quería que le contaran historias que le hicieran soñar. Y si había que mentir… al menos que fuera entretenido. En esos días, The Sun llegó a vender más de 19 mil ejemplares diarios, superando incluso al London Times. La historia se reimprimió en Francia, Italia y otras ciudades de Europa. Lo más curioso es que muchos de esos diarios europeos regresaban a Nueva York en barcos ingleses, reforzando la legitimidad del relato: si lo traía Europa, debía ser cierto. Después de que The Sun admitiera la farsa con un guiño al lector y sin ninguna disculpa, el público continuó comprando el diario, sin ningún escándalo. Mientras tanto, en Sudáfrica, Herschel se lamentaba entre risas y fastidio: “He sido acosado desde todos los rincones con esa ridícula farsa sobre la Luna”, escribió. Pero ya era inútil. El hechizo estaba consumado. Durante semanas, miles de inmigrantes y obreros extenuados alzaron la vista al cielo con la esperanza de divisar, entre las sombras lunares, a los hombres murciélago, los valles de amatista y los unicornios de piedra. No vieron nada. Pero lo imaginaron con entusiasmo. Y a veces, con eso alcanza.

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