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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/08/2025 06:10
Javier Milei El concepto de realpolitik se refiere a la priorización de resultados prácticos y del poder efectivo por sobre principios normativos. Aunque el término fue acuñado por Ludwig von Rochau, sus fundamentos se remontan a Nicolás Maquiavelo, quien en El Príncipe brinda un manual práctico sobre cómo conquistar, conservar y ejercer el poder político en contextos reales, especialmente en inestabilidad. A diferencia de la tradición filosófica clásica, desde Platón y Aristóteles, basado en cómo debería ser un gobernante justo, Maquiavelo propone una guía realista fundada en experiencias históricas y bajo la visión de una naturaleza humana egoísta, instintiva y dualista. En este sentido, mientras gran parte de la política argentina permanece atrapada en un moralismo superficial o en una lógica corporativa estancada, el gobierno de Milei representa una relectura práctica de los fundamentos de la realpolitik. Lejos de la caricatura del político cínico, Maquiavelo apunta a una comprensión aguda de los límites del poder, la fragilidad de los consensos y la necesidad de actuar con decisión y audacia en escenarios de crisis. Así, el libertarismo político de Milei expresa, más que cualquier otro proyecto político argentino desde la recuperación democrática, una política coherente con la tradición realista, estratégica y orientada a resultados, entre los cuales habiendo bajado significativamente la inflación, emerge como necesidad urgente e insoslayable la recomposición del poder adquisitivo de la población para garantizar la eficacia social y económica del gobierno. Los partidos tradicionales, demostrando excepcional flexibilidad ideológica, se han sostenido en redes de mediaciones clientelares, privilegios gremiales y simulacros de justicia social. La Libertad Avanza, habiendo enfrentado a esos partidos, plantea una ruptura profunda con ese orden de compromisos implícitos. El cálculo político de Milei no busca conservar equilibrios inestables, sino transformar radicalmente estructuras disfuncionales. Como El Príncipe, Milei asume que las reformas verdaderas no se alcanzan con pactos tibios, sino con gestión frontal, directa y valiente, asumiendo costos, resistencias y, si es necesario, enemigos. Maquiavelo expresó sin rodeos que todo príncipe nuevo que se eleve al poder debe estar dispuesto a romper con el orden heredado, porque éste resistirá con fuerza cualquier intento de cambio. Por ello, Milei ha renunciado a la tentación de cooptar el sistema político tradicional con alianzas espurias o concesiones tácticas. Su negativa a pactar con gobernadores o legisladores prebendarios, su decisión de confrontar directamente la corrupción sindical, los gerentes de la pobreza, los sistemas encubiertos de financiamiento político universitario, medios y periodistas sobornables o plumas mercenarias, y su búsqueda de poderes excepcionales no son señales de autoritarismo, sino estrategias racionales para ejercer liderazgo en un sistema que históricamente penaliza la honestidad y premia la hipocresía. Lejos del doble discurso de otros quienes prometen cambios sin tocar privilegios, Milei ha puesto en escena un conflicto abierto, visible y deliberado. Ha comprendido, como Maquiavelo, que la política no es un espacio de armonía sino de antagonismos. La “casta”, los “planeros”, los “medios ensobrados” y los “gobernadores feudales” no son sólo etiquetas retóricas, sino construcciones políticas para mostrar que no hay neutralidad en el poder, y que todo proyecto de cambio profundo debe identificar a quienes se benefician del statu quo. Este conflicto, usado como instrumento, no es necesariamente un defecto, sino una virtud política cuando está al servicio de una transformación institucional duradera en beneficio concreto del bienestar del pueblo. Milei ha entendido que refundar un Estado óptimo requiere concentrar poder, redefinir el relato público y desafiar la hipocresía dominante. Su estrategia comunicacional, directa, agresiva y sin mediaciones, remite a lo que Maquiavelo exigía de un líder eficaz: moldear el imaginario popular para construir autoridad. En este terreno, las redes sociales han reemplazado al antiguo aparato partidario, y el carisma rupturista del presidente ha capturado el deseo de millones de ciudadanos cansados del ritualismo vacío y del cinismo de la política tradicional. A diferencia de los partidos tradicionales que domesticaron el conflicto para garantizar su supervivencia burocrática, Milei lo ha revalorizado como motor de innovación. La teatralidad de la motosierra, los enfrentamientos públicos y la negación del falso consenso no son exabruptos sino parte de una estética del poder que apuesta a la sinceridad brutal sobre la hipocresía protocolar. Esta realpolitik expandida a la gestión de la imagen pública genera antipatías, pero tal como anticipó Maquiavelo, un príncipe no debe temer ganarse el odio de algunos si así garantiza el respeto del pueblo. Por supuesto, esta estrategia conlleva riesgos: radicalizaciones recurrentes, defensa de posturas extremas, interpretación del mandato como carta blanca sin controles efectivos, injustas generalizaciones y numerosos aliados lastimados por fuego amigo. Esto puede afectar gravemente a la república y la democracia si construye una cultura política basada únicamente en la eficacia, desestimando procesos deliberativos esenciales, o si la desinstitucionalización deriva en la personalización del poder bajo una lógica autocrática ajena a la tradición constitucional. Si bien estos peligros deben ser seriamente atendidos, evitándolos o minimizando daños, ¿qué otra opción existe cuando el Estado es una completa estructura corrupta al servicio de quienes viven de él y no de quienes lo sostienen? La apuesta de Milei, lejos de ser nihilista, es la de un realista con vocación fundacional. Al igual que el Maquiavelo de El Príncipe, aplica la necesidad de tener adversarios para unir al pueblo en un “nosotros” contra un “ellos” parasitario, conforme al antagonismo que Carl Schmitt definió como esencia de lo político. Y como el Maquiavelo de Los Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio, defiende la república y su refundación mediante la purga de elementos corruptos que causan decadencia y desestabilidad, aun a costa de una etapa inicial turbulenta. Nadie funda un nuevo orden sin atravesar el desorden. Así, Milei sigue a Maquiavelo en su concepción del liderazgo como ejercicio dinámico y necesario de una voluntad decidida en contextos complejos y con un orden obsoleto y corrupto, cuya cultura es complaciente con la mediocridad y la transacción. Así como el príncipe virtuoso es aquel capaz de adaptar sus medios a los fines y circunstancias sin diluir su autoridad, Milei no teme imponer una agenda disruptiva, pero imprescindible, para romper con la inercia histórica y recuperar la soberanía del mandato popular. Por ello, el verdadero problema no está en el estilo o la forma discursiva, sino en la capacidad del sistema para acompañar, o al menos no sabotear, una transformación de magnitud. Si Milei logra sostener el equilibrio entre audacia y eficacia, su gobierno podría inaugurar un ciclo institucional inédito para Argentina. Si, por el contrario, el sistema logra fagocitarlo con bloqueos sistemáticos, será la oportunidad perdida de toda una generación. Maquiavelo nunca fue apologeta del cinismo, sino un pensador de la necesidad. Milei, con todas sus imperfecciones, ha entendido que no hay tiempo para formalismos abstractos cuando está en juego la viabilidad del país. En tiempos donde la política se reduce a gestos vacíos o concesiones para mantener privilegios, su forma de gobernar puede ser perturbadora, pero es en realidad una relectura lúcida y necesaria de las reglas del poder. El desenlace está abierto: será una reforma estructural inédita desde 1853, o un nuevo colapso. El futuro depende de la virtud política entendida en términos éticos como la capacidad de decisión, audacia y pragmatismo efectivo restaurando el orden y la virtud por sobre el caos y la degradación general producida durante las últimas décadas.
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