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» Diario Cordoba
Fecha: 22/08/2025 03:31
Una de las grandes pandemias de nuestros días es la de ser «quejólogos» como dicen los argentinos. Nos quejamos absolutamente de todo: del mal tiempo o del calor, de lo lenta que avanza la cola, de la subida de precios, de los bajos salarios, de los políticos o del jefe, del cuñado ese o la parienta aquélla, del vecino o del tendero. Nos sentimos víctimas como si todo lo malo que ocurre en el planeta se concentrara en torno a cada uno de nosotros. Y así nos volvemos en comentaristas del pesimismo, en profesionales de la queja. Y andamos cabizbajos, desconfiados, pesimistas. Seres vulnerables, errantes sin esperanza y, por ende, sin futuro. Esperando que llegue el milagro que libere nuestros lastres y transforme los problemas por arte de magia. Y claro, ese milagro no llega. Esto ocurre en una sociedad que vive de forma egocéntrica y narcisista. Cuando amplías el zoom de tu objetivo vital y descubres cuánta gente vive feliz con mucho menos de lo que tú tienes, o en ambientes mucho más hostiles e inseguros, apenas sin nada, te das cuenta de que resulta injusto y absurdo instalarte en la queja. Quienes menos tienen son los que más esperan, los que más arriesgan, los que más disfrutan a tope de todo y se alegran de cualquier novedad que acaricie el día. El 1 de agosto es el día internacional de la alegría. Sí, sí, ya sé que muchas veces estas jornadas no sirven para gran cosa, pero a mí me sirve de pretexto para reivindicarla como actitud vital, consecuencia natural de una gratitud consciente y como pórtico de una esperanza en que lo mejor es siempre lo que viene, desde lo que tú haces y transformas, desde lo que construyes con la coherencia de tus pensamientos, sentimientos y acciones. La alegría es una emoción pasajera y subjetiva, pero sobre todo es una actitud ante la vida, que nos hace vivir más sanos, tener más amigos, superar las dificultades, rendir más en nuestro trabajo, que se multiplica exponencialmente junto a quienes tenemos más cerca. Te puede llenar de alegría un logro personal, superar un reto, el encuentro con alguien querido, una buena película, estar en contacto con la naturaleza o irte de vacaciones, o tal vez ese whatsapp o llamada que ya no esperabas. Hay alegrías efímeras y evanescentes, y otras más duraderas forjadas en sólidos pilares. En este mundo de grises y tristes, defendamos la alegría como un himno y una bandera. Como dijera el poema de Mario Benedetti «defender la alegría como una trinchera/defenderla del escándalo y la rutina/ de la miseria y los miserables/ de las ausencias transitorias y las definitivas... defender la alegría como un principio, de las dulces infamias y los graves diagnósticos... de los ingenios y los canallas... de los suicidas y los homicidas». Llega la alegría para vestir de vivos colores este verano tórrido, de noches y lunas, de paréntesis y huidas, de encuentros y caminos. Aprendamos aquello que nos pedía el poeta y diplomático francés, Paul Claudel: hazles comprender que no tienen en el mundo otro deber que la alegría. *Abogado y mediador
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