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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 20/08/2025 03:13
El Movimiento Slow propone desacelerar en una sociedad obsesionada con la prisa y priorizar calidad y atención plena, defendiendo la importancia de vivir cada momento con presencia y combatiendo la cultura de la velocidad que atraviesa todos los aspectos de la vida contemporánea En un nuevo episodio de La Fórmula Podcast, Carl Honoré, impulsor del Movimiento Slow, contó cómo una crisis personal lo llevó a desacelerar y reconectar con su “tortuga interior”. Explicó que el Slow Movement busca actuar a la velocidad adecuada, priorizando calidad, presencia y atención plena en una sociedad obsesionada con la prisa. Además, reflexionó sobre cómo la cultura actual impacta la atención, las relaciones y la percepción del envejecimiento. Señaló que la distracción constante y la obsesión por la juventud nos alejan de nosotros mismos y de los demás, y que abrazar la experiencia y la segunda mitad de la vida puede traer verdadera felicidad. El episodio completo podés encontrarlo en Spotify y YouTube. Carl Honoré es un periodista y escritor canadiense (nacido en Escocia en 1967) que se ha convertido en el principal referente del Movimiento Slow a nivel mundial. Tras formarse en Historia e Italiano en Edimburgo y ejercer en Brasil y América Latina, alcanzó fama con su libro In Praise of Slow, que defiende una vida más pausada y rica. Ha continuado explorando este enfoque en títulos como Under Pressure, The Slow Fix y Bolder. Honoré es un orador TED muy seguido, colaborador de reconocidas publicaciones y reconocido por medios internacionales como el “gurú global de la lentitud”. Actualmente reside en Londres, desde donde promueve una forma de vivir más consciente, creativa y humana. — Iniciaste el Slow Movement. ¿Cómo surgió? ¿De dónde vino la idea? — La chispa es siempre alguna crisis existencial, personal. Fue lo mismo con mi primer libro, que es Elogio de la lentitud, que pasó a ser algo así como la guía, la Biblia del Movimiento Slow. El detonante fue cuando empecé a leerle cuentos a mi hijo, y en aquella época yo era incapaz de frenar. Entonces, le ofrecía una lectura dinámica, rápida de Blanca Nieves, saltándose párrafos, páginas enteras. Mi versión de Blanca Nieves era tan veloz que tenía apenas tres enanitos (risas). Y mi hijo, que conocía los textos de memoria, como cualquier crío de tres años, me dice: “Papá, ¿qué le pasó al gruñón?” Y esta situación, lamentable, siguió hasta que un día oí hablar de un libro titulado. Los cuentos para dormir. Era de un minuto antes de dormir. Blanca Nieves en 60 segundos. Y al escuchar eso, pensé: “¡Guau! Qué idea más genial. Tengo que conseguir este libro ahora mismo de Amazon con la entrega de dron”. Pero gracias a Dios me tocó una segunda reacción que fue muy diferente. Fue como una suerte de epifanía. Me di cuenta que había perdido el camino, la brújula, la cabeza estaba acelerando mi vida en lugar de vivirla. Y en ese momento toqué fondo y me dije: “No puedo seguir por este camino. Tengo que reconectar con mi tortuga interior. Tengo que desacelerar, ralentizar para vivir una vida digna del nombre”. Carl Honoré, periodista y escritor canadiense radicado en Londres, se convirtió en referente mundial del Movimiento Slow tras una crisis personal, difundiendo la idea de conectar con la “tortuga interior” para buscar el equilibrio justo entre rapidez y lentitud según cada situación — ¿Cuál era tu trabajo? ¿Qué estabas haciendo en esa época? — Yo era corresponsal, periodista, así que tenía deadlines y una agenda cargada. Pero yo era también miembro de la sociedad, una sociedad saturada, empapada, obsesionada con la rapidez, con conseguir más y más cosas en cada vez menos y menos tiempo. Todos los aspectos de la vida ahora están contagiados por el virus de la prisa. Fíjate que incluso en las cosas que están diseñadas para que bajemos un cambio, intentamos acelerarlas también. Entonces, cerca de mi casa en Londres, hay un gimnasio que ofrece un curso nocturno de speed yoga, de yoga rápido para la gente que quiere saludar el sol y doblarse en la postura del loto, pero que quieren hacerlo en cinco minutos en lugar de una hora. Hemos caído en lo absurdo, estamos en modo turbo constantemente. — ¿Cuáles sentís que son las claves del slow movement si tuvieras que describirlo en algunos pasos? — Yo no soy extremista de la lentitud. La clave del movimiento slow consiste en hacer las cosas a la velocidad correcta, al ritmo adecuado, lo que los músicos llaman el tiempo justo. A veces rápidamente y otras veces más despacio. Y si vas más profundo con el movimiento slow, te das cuenta que en el fondo es una mentalidad, es un cambio de chip, es privilegiar la calidad a la cantidad, es estar presente, es vivir plenamente el momento, es hacer una cosa a la vez. Hoy por hoy nos parece sumamente contracultural, porque esta es la sociedad de la multitarea, de hacer malabares con ocho cosas a la vez. En el fondo, slow es hacerlo todo no lo más rápido posible sino lo mejor posible. Es una idea inmensamente sencilla, pero a la vez revolucionaria. Porque cuando llegas a cada momento con ese espíritu slow, diciéndote: “Yo voy a vivir este momento con calma, con presencia, con calidad”, todo cambia. En su experiencia personal, Honoré descubrió que la multitarea y la prisa excesiva afectan la calidad de las relaciones y la salud, por lo que recomienda cortar la agenda y eliminar tareas innecesarias para dedicar tiempo real a lo verdaderamente importante del día a día (Imagen Ilustrativa Infobae) — Además, con el multitasking uno se engaña: cree que está haciendo tres cosas a la vez, pero en realidad no termina ninguna. — El gran mito del siglo XXI es el multitasking, la multitarea, porque los seres humanos somos incapaces de eso. Es imposible pensar en dos cosas a la vez. Los mejores neurocientíficos te van a decir que la multitarea no se puede hacer. De hecho, cuando estás haciendo multitasking, lo que estás haciendo es: malabares con dos o tres cosas al mismo tiempo. La primera tarea recibe capaz diez segundos de tu atención y luego pasás cinco segundos a la tarea dos, veinte segundos... Y todo ese cambio de marchas es un desperdicio, un despilfarro cognitivo impresionante. Si tomás dos personas, la dinámica, fast, experta, multitarea y la persona slow, que en la medida que sea posible, se dedica a hacer una cosa a la vez. Si le das a estas dos personas la misma lista de tareas, ¿qué ocurre? La persona fast cometerá hasta dos veces más errores y llevará hasta dos veces más tiempo para completar la lista. Esto es lo que yo llamo la deliciosa paradoja de la lentitud. Sos más rápido siendo más lento. La velocidad, la prisa, tener la agenda super cargada genera ilusión de productividad, de hacer cosas y vivir plenamente, pero en el fondo es una mentira, una fachada y una distracción. Y lo que se gana desacelerando, reconectando con ese modo tortuga, es un banquete de experiencia, de alegría, de salud mental, física, porque sacrificamos muchas cosas: la salud, la calidad de vida, las relaciones humanas en el altar de la prisa. El multitasking es considerado por Honoré como un mito del siglo XXI, ya que estudios demuestran que intentar realizar varias tareas a la vez genera el doble de errores y retarda los resultados, consolidando la paradoja de que ir más lento puede ser más eficaz y satisfactorio (Freepik) — Si alguien se siente identificado con vivir apurado y sin tiempo, ¿por dónde debería empezar? — Yo empezaría por la agenda. Hay que cortar la agenda. Estamos crónicamente tratando de hacer demasiadas cosas y es imposible. Esto conlleva una vida vivida a todo vapor. Hacer menos, priorizar las cosas importantes. Mirá la agenda del día o la semana, identificá la cosa menos importante del día y dejala caer. Siempre hay algo que podés dejar caer para abrir más espacio, más oxígeno en tu agenda para poder dedicarle más tiempo y atención a las cosas que importan y que son de verdad importantes. Cortar, hacer menos, es un primer paso. La cultura digital de la doble pantalla refleja una sociedad que fragmenta la atención y simplifica contenidos, pero Honoré detecta una contracorriente donde las personas buscan experiencias más profundas, charlas más largas y mayor conexión con lo que consumen — Y con la tecnología. ¿Qué se podría hacer? — Los teléfonos son una herramienta fantástica, pero tiene un botoncito rojo que hay que usar, hay que apagarlo y para no volverte esclavo, esclavizado por la tecnología. Dos tips, claves para forjar una relación más slow, más sana, con el celular: apagar en la medida que sea posible las notificaciones, porque si vos dejás abiertas las notificaciones, en el fondo lo que estás haciendo es que les estás dando a los demás el poder, el derecho de controlar tu tiempo y tu atención. Cuando apagás las notificaciones, sos vos quien mandás, vos quien controlás, vos quien decidís: en este momento me dedico a leerle un cuento a mi hijo sin saltar páginas, a hacer el amor con mi pareja sin pensar en el trabajo y reivindicás el poder sobre tu tiempo, te permite desacelerar, hacer las cosas bien y disfrutarlas mejor y más. Hay estudios que demuestran que cuando dos personas se encuentran en una conversación en el mundo real, puede ser dos amigos, pareja, colegas, madre e hijo, lo que sea, si hay celular visible en la mesa, y no hace falta que suene, que vibre, que ilumine, simplemente visible, esas dos personas mantienen la conversación en un nivel más superficial. Hay menos conexión humana, menos comunicación. El segundo tip es muy sencillo y está al alcance de todos: la próxima vez que te encuentres en un uno a uno con otro ser humano, escondan los celulares, pónganlos en el bolsillo, debajo de un libro y ese pequeño acto de lentitud tendrá un impacto enorme en la calidad y profundidad de ese encuentro con el otro. Estos son pequeños cambios, palancas que todos tenemos a mano para entrar en ese modo más slow, más humano. Porque lo que hace la prisa es que nos deshumaniza. Las relaciones humanas son lentas, no podemos acelerarlas o apurarlas. Intentamos hacerlo, pero siempre termina mal. No podés hacer que alguien se enamore más rápido… Cuando nos sentimos solos, es dañino, es malo para la salud física y mental. Sabemos que sentirse solo es peor que fumar 15 cigarrillos al día. Esto es pavoroso, es impresionante. Necesitamos ese contacto humano con los demás y lo tiramos por el borde cuando vivimos hiperacelerados, cuando estamos en ese estado de estar constantemente sobre estimulado, distraído, sobrecafeinado, con poco sueño, haciendo malabares con otras cosas a la vez. No podemos estar presentes con nosotros mismos o con los demás. Los teléfonos, aunque útiles, suelen robar la concentración y la profundidad de los encuentros humanos, motivo por el cual Honoré aconseja silenciar notificaciones y mantener los dispositivos fuera de la vista durante conversaciones personales para mejorar la calidad del vínculo Freepik — Esta semana entrevisté al director de TED Argentina y me contaba que antes las charlas duraban 18 minutos; hoy son ocho porque cuesta mantener la atención y el foco del público. — Mi primera charla TED fue de 21 minutos y la última fue de 11 minutos. Es algo así como una profecía autocumplida. Si vos te convencés de que hay cada vez menos atención en la sala, en la cultura, vas a entregar charlas más cortas y la gente se va a acostumbrar a charlas más cortas y se genera un círculo vicioso, así que cada dos años tenés que ir reduciendo las charlas. Pero en realidad yo creo que hay mucha demanda y se ve cada vez más. La gente busca artefactos culturales, charlas, encuentros, libros, películas, series de Netflix, cosas más largas. Y esto se ve entre los jóvenes también que buscan, no todos, obviamente, pero cada vez más. Leí un artículo el otro día que hablaba del fenómeno de la segunda pantalla y decía que mucha gente ahora cuando ve un programa de televisión o Netflix tiene otra pantalla en la mano, redes sociales, WhatsApp o qué sé yo. Y esto está cambiando la forma de hacer programas, porque los productores saben que la audiencia tiene la atención dividida, así que están simplificando los guiones, acortando las escenas... Nos estamos infantilizando con esta creencia de que no hay opción, que no hay salida de esta cuesta abajo hacia las historias de un minuto. Pero yo creo que podemos resistir esa tendencia. Soy realista, entiendo que la presión de la cultura es hacia la velocidad, pero hay esa contracorriente cada vez más fuerte y tenemos que apoyarla. Desconectar notificaciones del celular permite recuperar el control sobre el propio tiempo y vivir con mayor calma (Crédito: Freepik) — Lo que mencionaste sobre la segunda pantalla: ¿de dónde viene esa necesidad? ¿Qué estamos tratando de satisfacer o por qué sentimos ese impulso? — Yo creo que hay dos cosas que nos empujan hacia esa situación. El primer impulso es algo cultural, desde la época victoriana cuando llegó la Revolución Industrial con el famoso dicho de Benjamin Franklin, el tiempo es oro. Esa idea de optimizar en el trabajo salió de la fábrica y terminó colonizando todos los rincones de la vida. Así que tratamos de optimizar cada momento. Estás sentado viendo un programa que te gusta mucho en YouTube y sacás la segunda pantalla, es como un reflejo automático, estás en piloto automático y hasta los momentos más íntimos intentamos optimizarlos. Salió un sondeo hace poco que decía que el 20 por ciento de nosotros, uno de cada cinco, interrumpimos el acto de hacer el amor para interactuar con el celular. ¡Incluso en ese momento! Esa cultura de optimización, esa obsesión por optimizarlo todo es un motor de lo que estamos describiendo. El segundo impulso es algo un poco más metafísico y creo que en muchos casos la velocidad, una vida agitada, distraída, es un mecanismo de negación, es una huida de uno mismo, es una manera de no afrontarse uno mismo porque da miedo. Pero una vida digna, como nos dijo Sócrates, una vida reflexiva requiere tiempo, requiere silencio. Tenemos que mirar hacia adentro y lidiar con las grandes preguntas, como por ejemplo quién soy, cuál es mi propósito en este mundo, cómo le doy sentido a la vida, ¿será que estoy viviendo la vida correcta para mí? Estas son las preguntas claves para vivir bien, sano y vivir plenamente. Pero es más fácil evitarlas, llenar la cabeza con distracción, con inputs de WhatsApp. De hecho, esto termina en un estado de adicción química. Somos adictos químicamente a la distracción, la sobreestimulación. Si le quitás un celular a un ciudadano del siglo XXI tiene los mismos síntomas que sufre un drogadicto cuando le quitas la heroína: niveles elevados de respiración, de transpiración, de pánico físico. Es una adicción emocional, física, metafísica, filosófica y cultural. Suena feo, pero podemos salir de esto. Es precisamente lo que nos ofrece el Movimiento Slow, es una alternativa, es otra visión, es una manera de salir de esta vorágine tan horrorosa para diseñar vidas mejores, para ser la mejor versión de nosotros mismos. La cultura de la hiperoptimización y la obsesión por el rendimiento invaden incluso los momentos más íntimos de la vida (Freepik) — Me encantaría que me cuentes de qué trata tu libro Elogio de la experiencia y qué compartís en él. — El objetivo de Elogio de la experiencia es forjar una nueva narrativa alrededor del envejecimiento, porque vivimos en una sociedad muy basada en el culto de la juventud. La mera idea de envejecer provoca asco, culpa, vergüenza, miedo y además mucha negación. El edadismo, el culto a la juventud, nos hace sentir tan mal por envejecer que mentimos sobre nuestra edad, en el trabajo, en LinkedIn, en Tinder, mentimos a nuestros seres queridos, nos mentimos a nosotros mismos. De todo lo que aprendí en la investigación para este libro, lo que más me chocó fue y los estudios científicos demuestran esto claramente, es que si vos venerás la juventud y denigrás el envejecimiento, vas a envejecer peor. Aumentás la probabilidad de sufrir de deterioro físico, cognitivo, de caer en la demencia e incluso de sufrir una muerte temprana de hasta 7,5 años antes. Es impresionante como dejamos en la mesa casi ocho años de vida porque abrazamos este culto a la juventud. —Pero, ¿cómo se traduce esa veneración a la juventud en acciones? Me imagino que, para tener esos impactos, se refleja en cosas que hacemos y que, de algún modo, empeoran nuestra vida. — El primer paso para salvarse del culto a la juventud es cambiar el lenguaje que usamos, las expresiones que usamos cuando hablamos del envejecimiento. Maniáticos, viejo verde, gruñones... Son palabras negativas. O tenemos esa expresión: “Ah, mirá vos. Estoy viejo para esto”. No estás viejo para esto. Hay que borrar esa frase y llegar a cada momento diciendo: “¿Qué son los talentos, las capacidades, las ganas que tengo en este momento de mi vida? ¿Y qué puedo hacer con este banco de experiencia que he ganado en estos años? ¿Qué puedo hacer en este momento?”. No vas a poder hacer todo lo que hacías con 22 años, pero hay un montón de cosas que vas a poder hacer. Escribir este libro fue casi como un proceso de autoterapia porque yo era antes un miembro total del culto de la juventud. Y si miramos el contexto global, estamos en este momento en una época dorada de envejecimiento. Nunca ha sido un mejor momento para envejecer en la historia humana. Lo que pasa es que hemos heredado esa visión tan peyorativa, oscura, negativa del envejecimiento que genera esta contradicción, que la gente vive más y tiene más fuerza, más salud, más ganas, más todo con más edad, pero seguimos perseguidos por esta visión horrible del envejecimiento. Cada edad puede ser maravillosa, pero solo si la abrazamos, si la abrazamos sin añorar el pasado y rehuir del futuro. Tenemos que abrazar el presente y abrazar el envejecimiento como una aventura. Y si llegamos, tengamos 25 años, 45 u 85. Si llegamos al proceso de envejecer, que es el proceso de vivir, son dos caras de la misma medalla en el fondo. Si llegamos con ese espíritu de: “¿Qué voy a hacer? ¿Qué puedo hacer en este momento? ¿Cómo puedo aprovechar, sacar provecho de este momento?”. Esto te abre todo. Las relaciones humanas, dice Honoré, requieren tiempo y son incompatibles con la prisa, ya que la profundidad afectiva y la conexión real dependen de la presencia plena y el abandono de la urgencia por optimizar cada segundo de los vínculos interpersonales — También está comprobado que la inteligencia no se pierde porque tiene que ver con poder conectar los puntos y se suma a la sabiduría de la experiencia… — Y es por eso que, en las empresas, los equipos multigeneracionales tienen un mejor desempeño en todas las métricas, porque estás juntando la inteligencia más fluida, un poco más rápida, capaz, de los jóvenes, con la inteligencia, lo que se llama más cristalizada de la gente mayor. Y juntando estos dos enfoques, generás un poder impresionante en el trabajo o en la sociedad. Yo ahora tengo 57 años y me doy cuenta que tengo esa experiencia que es un superpoder. Poder conectar los puntos y sopesar varios puntos de vista. Otra cosa que ganamos con la edad es que las habilidades sociales mejoran en general. Somos mejores como para leer el lenguaje corporal, para liderar, para solucionar conflictos, que es súper útil en el trabajo, pero también en la vida. También me sorprendió bastante el hecho de que los seres humanos seguimos lo que se llama... no sé si escuchaste hablar de la curva de felicidad en forma de U. Es que tenemos los niveles muy altos de felicidad en la infancia y vamos cayendo para tocar fondo más o menos en la mediana edad, pero luego rebotamos. Y los adultos que reportan los niveles más altos de felicidad, de satisfacción de vida, son los de 55 años para arriba, que va totalmente en contra de la narrativa dominante del culto a la juventud, que la segunda mitad de la vida es triste, es algo trágico, es deprimente. Es todo lo contrario. Tenemos más alegría. Y esta curva de felicidad se ve también entre los chimpancés. Está ahí genéticamente esperándonos, pero tenemos que llegar a la segunda mitad de la vida con el corazón abierto, la mente abierta y con ganas de abrazar esa etapa para poder aprovechar esa curva de felicidad. — Te voy a hacer la última pregunta que le hago a todos los invitados y es que me cuentes algo que en el último tiempo te conmovió, te dejó pensando, te sorprendió o te tocó una fibra y querés compartirlo. Puede ser cualquier cosa: una película, un libro, un momento, una anécdota... — Hace poco me tocó un momento muy emocional. Lloré bastante y si bien soy emocional, no soy de llorar. Pero la semana pasada fuimos a una boda inglesa y era la boda de la primera hija de nuestro círculo social de padres, de coetáneos. Esta chica la conocimos cuando tenía 4 años y había estado en el mismo colegio que mi hijo durante 25 años. Así que fuimos a la boda y cuando la vi, cuando entró a la iglesia, de la nada sentí lágrimas porque me parece un hito. Es como que entramos ahora en otro capítulo, porque seguramente mi hijo se va a casar y es como que el gran reloj de la historia da una vuelta, se abre otro capítulo y además ver a una pareja joven con esas caras brillantes de alegría, de amor, mirando hacia el futuro. No sé, me emocionó bastante el momento. Fue muy hermoso.
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