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  • Había dejado el fútbol para ser crupier del casino, pero un llamado de Independiente cambió su vida y se convirtió en una leyenda del deporte

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 20/08/2025 02:50

    Ricardo Chivo Pavoni en el predio de Independiente, su casa (Foto: Roi Tamagni / Infobae) Ricardo estaba desorientado. Su vida estaba a punto de cambiar de un plumazo en medio de aquella madrugada pero él no podía pensar con claridad. Hasta hacía algunas horas, estaba repartiendo las fichas del casino uruguayo y el fútbol era simplemente una changa. Lo apasionaba, pero para mantener la familia no alcanzaba. Un dirigente se acercó hasta el bar donde paraba después del trabajo y le dijo una frase que hoy recuerda con claridad: “Te espero mañana a las 8 de la mañana en el aeropuerto porque te compró Independiente”. Ricardito estaba por convertirse en el Chivo y no lo sabía. Desesperado, salió a pedirle ayuda a Pedro Mansilla, un experimentado con pasado en Racing y Boca que había llegado a Uruguay para hacer estallar sus últimos cartuchos. “A las 5 de la mañana le golpeé la puerta de la casa. ¡Se pegó un susto! Me dijo: ‘¿Qué te pasó?’. Le conté y le dije: ¡no tengo ni idea de cuánta plata pido!“. — “Pediles un millón de pesos” Aquella vida de los 60 era bien distinta a cualquier realidad que hoy gobierna el mundo hiperconectado. La maquinaria del consumo todavía no estaba en marcha en el fútbol. Ricardo Elbio Pavoni había debutado en el fútbol profesional a los 15 años, ya era parte de la selección uruguaya y hasta había sido el “Ángel Guardián” de Wembley por su destacada actuación en un amistoso contra Inglaterra. Pero también había trabajado en una fábrica de pastelería, en un estudio fotográfico y en una agencia de quiniela. A los 22 años, el laburo de crupier del casino era mucho más redituable que ser parte del Defensor Sporting. “Yo jugaba en Defensor, pero creo que ganaba 300 pesos por mes. Era un sueldito. Y, en el casino, ponele que 70 pesos por día. Era una diferencia muy grande económicamente, entonces me convenía mucho más el casino. Me levantaba y me acostaba tarde". El que habla en una cálida mañana veraniega ya es el Chivo. Todo aquel que camina por las entrañas del predio del Rojo lo saluda con cariño. Le hace un chiste a un empleado del lugar, le pregunta por la salud de un familiar a otro y abre las puertas de Villa Domínico para buscar un lugar donde contar su historia. Símbolo de Independiente, jugó 12 años y alzó 12 títulos: fue referente en cinco de las siete Copa Libertadores que aún hoy relucen en la institución más ganadora del continente. Las equivalencias entre un gloria del ayer y del presente son casi inexistentes. Fue un símbolo; es una leyenda viva. ¿Pero cómo era ser una estrella del fútbol hace medio siglo? — ¿Qué hacías en el casino? — Era crupier del casino. Significa que tenés que levantar las fichas, contar las fichas, ponerlas en el lugar que corresponde. El casino iba por todos los clubes y un muchacho tenía dos mesas representando al casino. — ¿Habías dejado el fútbol para vivir de eso? — Es que si yo ganaba 200 o 300 pesos por mes en Defensor, que no alcanzaba para nada, y 70 por día en el casino... Dije “no juego más”. Medio que iba cuando quería porque me me acostaba tipo 4 de la mañana. Entonces, si tenía ganas y me levantaba, iba a entrenar. Si no, me quedaba dormido, ¿qué iba a hacer? Otra cosa que no podía hacer. Yo estaba casado. Había que parar la olla y lógicamente no alcanzaba. — ¿Y cuando viniste a Independiente le pediste el millón al final? — Ahí le pedí el millón. Sande (el presidente) Me dijo: “No, ni loco, porque esa plata no la gana ni Hacha Brava Navarro –que era Gardel–, ni el Negro Rolan –que era la guitarra de Gardel–“. Y yo le dije cuánto me ofrecen. Me ofrecieron menos. La cuestión es que arreglé en 40 mil pesos o una cosa así. ¡Que igual era un disparate! Acepté y ahí arranqué. Lo que sí le pregunté fue dónde vivir. Entonces me fui a vivir a la vuelta de la sede. Había un hotelito que paraban todos. Estaban (Héctor) Zerrillo, el Tano Mírcoli, había una banda linda de muchachos para que me orientaran porque inclusive tenía que ir al otro día al entrenamiento. Pavoni en 1965 poco después de sumarse como refuerzo de Independiente — ¿Cómo era ser una figura del fútbol en tu época? ¿Salías a la calle y te pedían autógrafos por todos lados o eras uno más en la calle? — No, eras uno más. Lo que pasa es que no había la tecnología que hay hoy. Hoy tenés el celular, que te descubren enseguida. Te pueden decir qué raro que a vos no te compró ningún equipo extranjero, por ejemplo. ¿Y por qué? ¿Cómo me iban a encontrar si no salía nunca en los diarios? Yo le costé 7 millones de pesos, no me preguntes cuánta plata era para la época ni qué plata era. Independiente pagó 7 millones de pesos por mí, no sé si era plata uruguaya. 7 millones de pesos: a mí me correspondió el 20%... — Pero para graficarlo, ¿ese 20% te podía permitir comprarte un departamento como puede pasar hoy en día con un futbolista? — ¡No, no! Era una plata un poquito más importante que un sueldo. No era que te cambiaba la vida o que vos decís bueno, esto lo voy a invertir en un departamento, en una casa. No, era una cosa completamente distinta. No era una diferencia como para decir: bueno, con esta plata voy a comprar un coche. No... Yo me compré el coche después. En el 65 vine acá, y creo que en el 70 o 71. Cinco años después. ¡Y a plazo! — ¿Qué coche te compraste? — Un Fiat 600, cero kilómetro. Éramos muy amigos de un empresario, Blanco Hermanos, que tenía una agencia muy grande en Constitución y era hincha de fanático de Independiente. Yo más o menos ya era conocido. Uno de los empleados venía y charlaba con nosotros, hacía asado, íbamos a almorzar a la casa. Un día salió eso, y le dije mañana por ahí aparezco para comprar un coche. Ahí compraban los coches la mayoría de los jugadores de Primera División. Y venía el empleado a cobrarte, porque era por mes. — ¿Quiénes tenían el autazo en esa época en el plantel de Independiente? — El auto en ese momento lo tenían las grandes figuras. Hacha Brava (Navarro), Pepé (Santoro) tenían un Valiant III o Valiant IV. Esos eran los que venían y los dejaban entrar. Había un portero, corría la puerta y entraban, y el resto no entraba nadie. Yo venía con el Fiat 600, un montón de veces lo tuve que dejar afuera, en la calle, porque no te dejaban entrar. Después, con el tiempo, sí. Pero era ese ritmo de vida que llevábamos. — Y después de eso te convertiste en una leyenda, ¿cómo convivís con ese legado? — Yo le agradezco a la gente. Es una satisfacción muy grande. Yo a veces no es que no entienda, me es difícil decirle a la gente lo que uno fue. Porque a veces la gente te pregunta. Qué querés que te diga, no sé. Yo hice lo que tenía que hacer. A mí el club me ofreció esta posibilidad, empecé a jugar, tuve la suerte de estar en un gran equipo como Independiente, salir tantas veces campeón, pero bueno, siempre hice lo mismo. Nunca demostré que yo podía hacer cosas más importantes, simplemente las hice. Qué se yo... Pavoni en el Estadio Libertadores de América cuando lo homenajearon poniéndole su nombre a una de las tribunas (Foto: @Independiente) A los 82 años, Pavoni no se anima a definirse. No alardea de sus gestas ni camina con el pecho inflado por su casa, el predio de entrenamiento del Rojo. El Chivo fue el capitán eterno de la era dorada de Independiente en los 70 y jugó el Mundial 1974 con la selección charrúa. Aquel hombre de unos bigotes inolvidables, dueño de cada penal que pitaban a favor de Independiente y autor del gol para ganarle la tercera final del desempate a San Pablo en Santiago de Chile en 1974 hace silencio cuando se le pide recordar su mejor partido, piensa y explica sin darse cuenta con una respuesta tal vez el mecanismo que lo llevó a ser un símbolo del fútbol. “No recuerdo... Tengo por ahí la imagen de partidos que no anduve bien...”, dice tímido y se lanza a contar mirando al vacío como si estuviese en aquel juego que falló: “Soy muy autocrítico... Hubo un partido en cancha de Racing que ganamos 1-0, pero jugué muy mal. ¿Viste cuando queres demostrar todo y no demostrás nada?“. — Pero si hoy le tenés que explicar a un nene qué tipo de jugador eras, ¿qué contarías de vos? — Habló poco de mí. Lo único que sé es que era un jugador que no daba ventajas. Uno con el tiempo se da cuenta que era inteligente para jugar, porque yo siempre los primeros diez minutos era: a ver, mostrame qué tenés. Yo mi primer gol lo hice a los dos años y a un equipo del interior, no a uno grande. Los dos años anteriores me dediqué a marcar, quitar y apoyar. — ¿Por qué te transformaste en líder, en capitán? ¿Qué pasó? — No sé... — ¿Pero qué tenías de diferente? — Nada... — ¡¿Cómo nada?! — No, no tengo nada diferente. Lo que pasa es que uno quizás saca conclusiones ahora. O porque me preguntas, fuera de broma. Porque sos el primero que me lo pregunta. Quizás porque uno, sin querer, se metía en las conversaciones. En las discusiones que teníamos con respecto a los premios, con respecto a los sueldos. Uno se metía en mil cosas: había que arreglar un premio, íbamos a arreglar un premio. — ¿En el vestuario eras el que mandaba o eras parte del grupo? — Era parte del grupo, y en el vestuario era uno más. Quizás más escalonado, digamos, dentro del club o de la Comisión. O cuando teníamos que ir a hablar por los premios, lo que sea. Y en aquella época, nosotros cuando jugábamos la Copa, teníamos convenios con el que filmaba los partidos, ya sea Canal 7, Canal 13, el que fuera. Íbamos a hablar con ellos... — ¿Vos ibas a hablar con la televisión para ganar un premio extra por la Copa? — Con la televisión, claro... — El futbolista iba a negociar directamente... — Claro, nosotros para todo el grupo. Entonces decíamos, ¿cuánto cobra la televisión? 20 millones de dólares, qué sé yo, por decirte algo, no sé cuánta plata era. Bueno, la mitad es nuestra. ¿Les conviene? ¿No les conviene? — Hoy si un futbolista negocia con la TV, se va de gira por el mundo, gana las copas internacionales, estaría salvado económicamente — ¡No, a nosotros nos debían tres o cuatro meses siempre! — O sea que terminaste de jugar al fútbol y tuviste que seguir laburando... — Siempre... Siempre tenías que laburar. Aquel Independiente fue predominante. El representante del país fuera de estas tierras en una época donde la selección nacional tambaleaba en su estructura. Eran contratados en el mundo para jugar amistosos y muchos fanáticos de otros clubes se acercaban a ver a la Doble Visera a un equipo que marcó una era. Con el Chivo en cancha, el Rojo le ganó finales a Peñarol de Uruguay, Universitario de Perú, Colo-Colo de Chile, San Pablo de Brasil y Unión Española de Chile. Cuatro de esos duelos definitorios llegaron a un tercer partido desempate que se desarrollaba en terreno neutral: Independiente levantó el trofeo de la Libertadores en Santiago de Chile, en Montevideo y en Asunción. “Te doy una explicación muy simple: de las cinco copas que ganamos nosotros, una sola la ganamos de local. El resto, en tercer partido y cancha visitante. Encima de la cancha visitante, como ya a Independiente le tenían fastidio porque ganaba siempre la Copa, viste cómo es... Querés que el otro equipo... Aparte, las veces que hemos ido a Montevideo, se volcaban a favor del otro equipo; de los chilenos, del que fuera. Entonces llegaba un momento en que la gente quería que perdiéramos y nosotros ganábamos todos los partidos. Por eso es una satisfacción enorme”, repasa sobre aquellas épocas triunfales. “Ganábamos porque teníamos un grupo que sabía lo que quería. Teníamos la costumbre cuando de repente las cosas no nos funcionaban en el partido, ya sea de local o visitante, nos reuníamos para decirnos las cosas como eran, bien de frente y sin decir nada. Era un equipo muy serio. Sabíamos lo que queríamos, cómo lo queríamos y cuál era nuestra función. Nosotros, los cuatro del fondo, Commisso, López, Sá, yo y Pepé en el arco, que jugamos tantos años juntos, sabíamos que si las cosas venían mal, Bertoni y Bochini eran los que iban a correr, o Maglione, porque les íbamos a pegar pelotazos largos para ellos. No íbamos a salir jugando, ni nada por el estilo. Era un equipo serio. Lógicamente, después, cuando apareció el Bocha, ya fue otra magia". El Chivo Pavoni y Pancho Sá fueron interinos en Independiente entre la salida de Garnero y el arribo de Mohamed durante el 2010, año en el que el Rojo terminó ganando la Sudamericana (Fotobaires) Pavoni se vistió de rojo 502 veces y celebró 65 goles a su paso por Avellaneda, muchos de ellos como dueño absoluto de los penales. Ganó cinco Libertadores, pero también una Intercontinental, tres Interamericanas y otro puñado de títulos locales. Un día, decidió apagar la luz de su historia aunque nunca se fue muy lejos: estuvo en inferiores, fue DT interino con Pancho Sá en la Sudamericana 2010, ayudante de campo de Leandro Stillitano en Reserva en 2019 y aún hoy es captador. — ¿En qué momento decidiste retirarte? ¿Lo tenías pensado? — Tomo la decisión en el año 76. Ahí ya tenía pensado largar. Ya estaba en cierta manera cansado. Me costaba hacer un montón de cosas, me costaba venir a los entrenamientos. Hablé con la gente del club y preferí largar. Me agradecieron por todo, me dijeron que iban a hacer un partido, que nunca lo hicieron, pero no importa eso... — ¿Ya sabías qué ibas a hacer el día después o te encontraste de un día para el otro que lo que habías hecho desde los 15 años de manera profesional no estaba? — Empecé a trabajar en el banco... — ¿El ídolo de uno de los clubes más grandes del continente de un día para el otro estaba en un banco? — (se ríe) Banco Federal... Un día caminando por el centro me encuentro con un amigo y no sé qué le pregunté. Y me dijo por qué no entrás en el banco, una cosa así. Yo pensé que me hablaba de ir a ser cliente del banco. Le dije que quería trabajar. Yo me había retirado, pero estuve un año y pico ahí sin saber bien qué hacer. Fue difícil esa etapa. Extrañas mucho, te da mucha vuelta la cabeza. Yo me retiro con todos los honores dentro del club y hacer cosas que salgan mal me iban a perjudicar. ¿Hacer qué? Tenía 32 o 33 años. — ¿Te retiraste y estuviste un año sin saber qué hacer? — Sí, pensando qué es lo que iba a hacer. Entonces cuando me encuentro con este amigo me quedó la duda. Acepté y empecé a trabajar en el banco en la parte de cheques. Con el tiempo, en un par de meses, como me conocían por intermedio del fútbol, entré a trabajar en la Comisión Gremial del banco. El trabajo era distinto, era ser representativo para el banco en todas las reuniones. Y ahí me empecé a soltar un poco más con respecto a mi persona, a sacarme el chip de futbolista. El banco me ayudó muchísimo en ese sentido. — ¿Cuántos años estuviste en el banco? — Unos cuantos años, como siete u ocho años. También había arrancado a trabajar en las inferiores a la mañana y hacía el doble. Trabajábamos con Pepé (Santoro). Iba a la mañana y al mediodía salía de ahí, me iba al banco directamente. O sea que venía acá de traje, corbata, me bañaba y me iba al banco. Pavoni en 1975 tras ganar la quinta Libertadores con el Rojo y poco antes de retirarse — ¿Esa época fue que decidiste ponerte el famoso entretejido que terminaste haciendo publicidades? — No, estaba jugando todavía. Tenía pelo pero muy poco. En ese momento no se usaba un tipo que estuviera medio entre pelado, menos entretejido. Entonces me puse el entretejido. Me dolía que me dijeran “pelado”. Así que fui a la calle Santa Fe, pero no me acuerdo quién me dijo que existía. No dije nada: fui y me hicieron todo lo que tenían que hacer. Me cocían el pelo entretejido con el pelo mío. Y un día aparezco en el vestuario con el pelo. Encima, en vez de ponerme poco pelo, o donde necesitaba, me puse... — ¿Es el pelo de la foto icónica que estás con las Copas? — ¡Claro! Exactamente. Después la gente del entretejido se entera quién era yo y les empiezo a hacer la publicidad. En esa época salía en el Diario La Razón la foto mía. “Ahora sí..”, no sé cómo era la propaganda y un furor bárbaro. ¡Me pagaban bien! Así que hice la publicidad y aparecí en el vestuario con el pelo. Los muchachos no lo podían creer. Me decían de todo, de todo. Pero la bancaban porque eran mis amigos. El capitán Pavoni en la tapa de El Gráfico en 1971: "Un símbolo" Chivo camino lento pero seguro, con firmeza. Como buen anfitrión, nos acompaña hasta la salida. Saluda otra vez a unos empleados, hace otros chistes y comenta que está organizando una comida con unos amigos. Cada mañana aparece por el predio de Independiente para seguir echando las raíces de la historia del club a los más pibes. Mientras se frota las manos para combatir al frío, comenta al pasar: “Nuestros compañeros nos dicen muchas veces, ¿para qué vienen con este frío a su edad?“. — ¿Y por qué seguís viniendo igual? — Es mi casa, vengo de memoria. Acá no tengo ningún drama. Me gusta venir, esta es mi casa. Lo he soñado. Cuando dejé de jugar al fútbol, uno lo pensaba... Estás en tu casa, estás cómodo. No tenés drama. Es muy importante el respeto de la gente, es fundamental. Estuve una etapa trabajando en otro club, me habían dado la posibilidad. No es que no me haya gustado ni nada por el estilo, pero no me encontraba. Esta es mi casa.

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