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  • De Venado Tuerto a Jaipur: la historia de la argentina que desafió las reglas de la moda en la India y creó su propia marca

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 20/08/2025 02:40

    Agostina junto a Surka y Budraj, sus incondicionales. “Trabajamos juntos desde hace 12 años. Me ven caer y levantar, pero me siguen esperando cada vez que me voy, con la misma sonrisa de siempre”, dice Cuando Agostina Pagnoni (34) pisó por primera vez Jaipur, la ciudad rosa de la India, no sabía nada del lugar al que había llegado. “Sentí ruidos y olores, y vi muchos colores. No podría explicarte por qué, pero mi cuerpo y mi alma dijeron: ‘Acá es tu lugar’”, recuerda. Venía de Venado Tuerto, Santa Fe, y hasta entonces nunca había salido del país. Tenía 24 años y un trabajo como diseñadora para una marca argentina que hacía producciones boho-chic con prendas que compraban en la India. Ese viaje, que comenzó como una tarea más, terminó marcando el rumbo de su vida. Dos años después, ya desvinculada de la marca y con los ahorros que había conseguido, regresó a Jaipur con la idea de crear su propio proyecto. La cultura desconocida se convirtió en su día a día, pero no sin desafíos. “Me costó mucho insertarme laboralmente acá y que me respetaran como diseñadora. El hombre indio está acostumbrado a negociar con hombres. Tuve que desarrollar mucho el carácter para ganarme mi lugar”, relata. Hoy dirige Pagnoni, su marca de ropa que trabaja con saris antiguos, algodones y sedas, y que vende principalmente en México, Uruguay y Argentina. Ese camino empresarial estuvo atravesado, a la vez, por un aprendizaje cotidiano: convivir con los festivales religiosos, vacas, monos y ratas que forman parte del paisaje urbano de Jaipur. “Lo hice a base de paciencia y tolerancia. En un país occidental, como Argentina, todo es acelerado. Acá, si hay un toro peleando en la vereda o un bordador rezando (NdR.: salat, la oración musulmana), el trabajo se detiene. Fue una cuestión de acomodarnos: un poco ellos conmigo y yo con ellos”, dice. A más de diez años de ese primer encuentro con Jaipur, la historia de Agostina abre la puerta a una pregunta mayor: ¿Cómo es emprender en un país tan distinto culturalmente como la India? ¿Cuáles fueron sus principales desafíos y aprendizajes? ¿Y por qué decidió hacerlo allí y no en Argentina? ¿Qué le diría a otros que sueñan con llevar adelante un proyecto lejos de casa? En la India, las vacas son consideradas animales sagrados, especialmente dentro del hinduismo, la religión mayoritaria del país “Empecé a involucrarme” De aquella primera vez en la India, allá por 2014, lo que más le llamó la atención a Agostina fue la forma en que se manejaban las producciones de ropa y cómo la marca argentina que la empleaba se relacionaba con los trabajadores. “Ellos venían y cerraban las compras rápido, sin saber quién cosía las prendas o en qué condiciones trabajaban. Yo, en cambio, empecé a involucrarme: ‘¿Y vos cómo te llamás? ¿Dónde vivís? ¿Tenés hijos?’, les preguntaba. Así nació mi vínculo con la gente que trabajaba en los talleres”, recuerda. Durante un año intentó cambiar esa dinámica. “Empecé a levantar la voz y a sugerir que, cada vez que terminábamos una producción, había que hacer un Dal Bati (NdR: una comida típica india). Lo veía como una forma de agradecerles a todos los que habían participado en el proceso. Hubo un ‘tire y afloje’, pero terminaron aceptando”, cuenta. Ese gesto, en apariencia pequeño, definió la dirección de su carrera. Más tarde, Agostina dejó la marca y regresó a la India en 2016 para iniciar su propio camino. No fue fácil: “Cuando llegué, estas personas habían llamado a todos los indios para cerrarme las puertas. Pero como me había ganado el respeto de ellos, nadie los escuchó. Ahí empecé a trabajar en mi primera colección con un propósito a nivel social”. Así nació Sin Reglas, un proyecto que fundó con una socia y que buscaba concientizar acerca de la inclusión, cuando ese concepto aún no estaba tan presente en la moda argentina. “El mensaje tenía que ver con que la ropa es para todos, sin importar el género ni la condición, y que podemos mostrarnos como somos en un mundo que, muchas veces, es superficial”, explica. Cuando la sociedad se disolvió, Agostina decidió intentarlo sola. Su plan era volver a la Argentina y vender sus prendas acá, pero perdió toda la mercadería en la aduana. “Mis valijas nunca aparecieron. Era el equivalente a unos ocho mil dólares. Me quedé sin nada y caí en una depresión muy grande de la que me sacaron mis amigos. Uno me dio casa; otra, trabajo en una peluquería”, recuerda. A fines de 2018, finalmente pudo regresar a la India para volver a empezar. Agostina se involucra directamente en la producción de sus prendas. Aunque no tiene su propio taller, supervisa cada paso en el lugar donde terceriza, trabajando codo a codo con los costureros y bordadores Adaptarse a la cultura local El proceso de crear una prenda en Jaipur tiene distintas etapas y obstáculos muy diferentes a los que podrían aparecer en Argentina. “Me acostumbré a ir a buscar telas con el agua hasta la rodilla o la cintura por las inundaciones. O a caminar con calores de cincuenta grados y pedirles a los vendedores que me pongan un balde de agua para mojar un trapo y envolverme la cabeza para seguir”, cuenta. Una vez reunidos los materiales, el trabajo continúa en los talleres, donde Agostina se involucra directamente en la producción. Aunque no tiene su propia fábrica, supervisa cada paso en el taller donde terceriza, trabajando codo a codo con los costureros y bordadores. Su presencia sorprende: para muchos, ver a una mujer levantar rollos de tela o dar órdenes no es habitual. “Me llamaban: ‘Full pagal woman’ o ‘full danger woman’, que significa ‘mujer loca’, o ‘mujer peligrosa’. Pero, bueno, de esa manera me gané su respeto”, explica. Adaptarse a la cultura local también implicó aprender a convivir con las diferencias. “Llegué con muchas ideas sobre cómo trabajar y producir y destinaba tiempo a enseñar. Pero después, muchas chicas debían casarse y, por más que tuvieran ganas, no podían volver a trabajar. Cuando era más joven, ese contraste me enojaba muchísimo. Hasta que entendí que era propio de su cultura y que yo, como visitante, no podía imponer mis reglas”, dice. En ese camino, además tuvo que planificar cuidadosamente su calendario laboral, considerando festivales religiosos, como el Ramadán, y lidiar con los desafíos cotidianos: monos, vacas en las calles, y ratas, a las que consideran sagradas. “Al principio les tenía pánico a las ratas. Ahora ya estoy acostumbrada. Tuve que adaptarme a todo. También a llamarles la atención porque comían Kachori —que es como una torta frita india— y después querían cortar las telas. Ahí tuve que explicarles que había que lavarse las manos”, cuenta. “Me acostumbré a ir a buscar telas con el agua hasta la rodilla o la cintura por las inundaciones”, cuenta Nuevos contratiempos Después de trabajar toda una colección, Agostina volvió a la Argentina con la idea de apostar fuerte en el país. De a poco, cuenta, famosos como Gimena Accardi y Nicolás Vázquez empezaron a usar su ropa y en la India todos celebraban el inicio de una etapa de expansión. Pero la ilusión se quebró de un día para el otro. “Me entraron a robar y se llevaron toda la plata que había hecho: seis mil dólares. Después vino la pandemia”, recuerda. El golpe fue duro: se quedó sin dinero y endeudada con los talleres de la India. A pesar de ello, no bajó los brazos. “Dije: ‘No me puedo rendir’”, cuenta Agostina y se emociona al recordar cómo siguió la historia: “Mis amigos y otras personas que quisieron ayudarme me compraron un pasaje a México, que era el único país abierto después del COVID. Así que me fui para allá con mi mamá y mi tía y dos valijas de prendas que cosimos nosotras mismas. Tuve que volver a empezar por tercera vez”. En Tulum la esperó otra amiga que le ofreció alojamiento y un argentino le abrió las puertas de un beach club donde empezó a vender sus prendas. La experiencia la fortaleció. “Aprendí a no tener miedo, a luchar por lo que quiero, a ir para adelante por más trabas que me ponga la vida. Hay que luchar por los sueños”, sostiene. “Yo quise trabajar en Argentina, golpeé puertas de talleres, pero cuando les decía que podía producir treinta piezas me decían que no. Nosotros hacemos cápsulas”, agrega Agostina. Hoy vende en México, en Uruguay y en Argentina, pero de manera online. Su equipo se sostiene de la mano de Budraj, su aliado incondicional, y un taller con el trabaja hace doce años, donde un equipo de treinta personas producen piezas hechas con saris antiguos, algodones y sedas. La presencia de Agostina en los talleres provocaba sorpresa: para muchos, ver a una mujer levantar rollos de tela o dar órdenes es algo inusual. “Me llamaban: ‘Full pagal woman’ o ‘Full danger woman’, que significa ‘Mujer loca’, o ‘Mujer peligrosa’", cuenta —Si mirás hacia atrás, el hecho de haberte involucrado con la producción, desde ir a comprar las telas hasta saber quién las cose, ¿fue la clave de tu emprendimiento? —Sí. Para mí lo primero son las personas, después viene todo lo demás. En la India el oficio se transmite de generación en generación: quien corta telas, lo hace porque su padre y su abuelo fueron cortadores. Lo que intenté desde el principio fue priorizar ese vínculo para que haya buena onda y compañerismo. Por eso decidí quedarme acá: diseñar no es solo hacer ropa, también es aprender de la cultura y de las costumbres locales. A mí, por más que me especialicé en producciones textiles de Asia, las que me enseñaron a distinguir el material de las telas, fueron una india y una diseñadora danesa. —¿Te costó aprender a confiar en los locales y que ellos confiaran en vos? —Mucho se lo debo a mi intuición. Después, la experiencia te la va afinando. También me ayudó mi ojo de diseñadora. Si me dicen: “Esta tela es 100% algodón”, hay un método que no falla: traigo el té chai para ver si lo absorbe. Si están mintiendo, lo reconocen: “No, bueno, en realidad tiene algo de poliéster”. La confianza se construye. Me pasó con un tallerista, Pushka. Al principio cosía medio mal y yo me sentaba a mostrarle cómo mejorar. Años después me lo crucé en la calle, me reconoció y me invitó a su local: “¿Te acordás de que me enseñaste a coser? Gracias a vos, abrí esta zapatería”. Me agradeció porque ese tiempo que le dediqué le abrió un camino nuevo. Como a mí me enseñaron, yo traté y trato de hacer lo mismo. Mi gran maestra fue Mónica Socolovsky, la dueña de Sathya, una de las primeras argentinas que viajó a la India en los años 70. La conocí un día que fui a telas. Ella me vio negociando y se vio reflejada en mí. Me quiso como a una hija. “Aunque vivo acá hace doce años, extraño mi país, mis costumbres, mis cosas”, dice Agostina —¿Qué te enseñó la India a nivel personal? —A no preocuparme tanto. Cuando llegué estaba todo el tiempo como una sindicalista, enojada con todo. Hasta que un día fui al mar por trabajo, grabé un video y después se lo mostré a uno de los chicos. Le dije: “Algún día vas a poder conocerlo”. Y él me respondió: “Si no puedo, no hay problema, será en otra vida”. Esa frase para mí fue reveladora. Entendí que, a veces, buscamos el éxito y la validación en el exterior y, al fin y al cabo, si no lo podés hacer hoy, será en otra vida. Ellos viven así, no se frustran si no pueden llegar a cumplir un objetivo. La paciencia es parte de su idiosincracia. —¿Qué te imaginás para más adelante? —Quiero que la India se convierta en un puente cultural con Argentina. No solo producir acá, sino también generar intercambio: que los artesanos indios puedan mostrar su trabajo en nuestro país, y que artesanas del norte argentino se sumen con sus tejidos para crear colecciones cápsula que viajen por mundo. Aunque vivo acá hace doce años, extraño mi país, mis costumbres, mis cosas. Pero cuando estoy en Argentina también siento que me falta un pedazo. Por eso en mis etiquetas siempre digo que cada prenda cuenta una historia: las mías llevan un pedazo de India, para que quien las use pueda viajar conmigo.

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