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  • “El Chacal de Nahueltoro”, el hombre que asesinó a una madre y a sus cinco hijos y se convirtió en santo pagano

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 20/08/2025 02:31

    Jorge del Carmen Valenzuela Torres (1938–1963), el “Chacal de Nahueltoro”, durante su detención en septiembre de 1960 por el asesinato de una mujer y sus cinco hijos El 20 de agosto de 1960, en una apartada isla del río Ñuble, se cometió un crimen que estremeció a Chile. Una madre y sus cinco hijos fueron asesinados con una brutalidad nunca antes vista. El autor, un campesino errante con antecedentes de violencia y alcoholismo, fue identificado como Jorge del Carmen Valenzuela Torres. La historia, sin embargo, tomó un giro inesperado que aún hoy tiene su propia leyenda. Valenzuela no solo fue juzgado y condenado a muerte, sino que en prisión protagonizó una transformación que pocos vieron venir. Aprendió a leer, escribir, dejó el alcohol, se convirtió en carpintero y dijo estar profundamente arrepentimiento por lo que hizo. Ese cambio obligó al sistema penal, a la Iglesia y a la opinión pública a enfrentarse a una pregunta incómoda: ¿qué hacer con un asesino que, aparentemente, ya había sido rehabilitado? Recibió su condena el 30 de abril de 1963. Desde entonces, cada 1° de noviembre, cientos de personas se acercan a su tumba en el cementerio de San Carlos con flores y plegarias para rendirle homenaje. Para algunos, su redención fue tan auténtica que lo consideran un símbolo de fe y transformación. Para otros, el horror de sus crímenes es imperdonable, y cualquier tipo de veneración constituye una afrenta a la memoria de las seis víctimas. Funeral de Valenzuela y la compañía de su amigo, el padre Parra (Archivo Histórico / Cedoc Copesa) El origen de una vida quebrada Jorge del Carmen Valenzuela Torres nació en la localidad de Cocharcas, San Carlos, fruto de la unión entre Carlos Alberto Valenzuela Ortiz —campesino y viudo de su primera esposa— y Melvina Torres Mella. Su infancia estuvo marcada por el abandono y la desestructuración familiar: cuando su padre falleció en 1943, su madre se casó con su hijastro, Ramón de las Mercedes Valenzuela Henríquez. Jorge, con apenas 7 años, huyó del hogar, comenzando una vida errática y buscando la manera de sobrevivir en las calles, caminando de ciudad en ciudad, aceptando cualquier trabajo que se presentara, robando animales y comida para no morir de hambre. Como nunca fue a la escuela, no sabía leer ni escribir y tampoco era consciente de los aspectos emocionales de la vida. Ya en sus veintes, formó pareja y convivió con María González Torres, de 28 años, quien estaba embarazada al momento de su detención. Pero su vida dio un giro definitivo en julio de 1960, luego de ser despedido de su trabajo, en la provincia de Cachapoal. Sin saber qué hacer de su vida, decidió probar suerte en Coihueco. El 16 de julio, llegó a un pueblo, Nahueltoro, y paró unos días. Allí conoció a Rosa Elena Rivas Acuña, de 38 años, viuda y madre de seis hijos, que le dio hospedaje. Rosa trabajaba como cocinera en un campo donde criaban caballos. Meses antes —en diciembre de 1959— su esposo, Óscar Armando Sánchez Sánchez, había sido asesinado y, desde entonces, criaba sola a sus seis hijos: Olivia de la Cruz (17), Alicia (10), Jovina (8), Judith (6), Rosina (4) y Armando, un bebé de solo 6 meses, nacido tras la muerte del padre. La mujer le dio lugar en su casa a Valenzuela y pronto iniciaron un romance. Pero, la relación sentimental no le cayó bien al patrón que, además, descubrió el evidente alcoholismo del hombre. Enojado, los echó de su propiedad. La hija mayor, Olivia, también desaprobaba la relación y decidió marcharse a vivir con su pareja. Ya sin techo ni estabilidad, Rosa y Valenzuela decidieron instalarse en una zona rural llamada “La Isla”, formada por un brazo del río Ñuble. Allí, la marginalidad y el aislamiento harían el resto. En sus últimos días, Valenzuela fumaba cigarrillos Hilton (Archivo Histórico / Cedoc Copesa) La masacre del Ñuble La tarde del sábado 20 de agosto de 1960, en la soledad del paraje conocido como La Isla, la tensión acumulada entre Jorge Valenzuela y Rosa Rivas llegó a su punto de quiebre. Esa mañana, Rosa había intentado cobrar su pensión de viudez en San Carlos, pero los trámites burocráticos se lo impidieron. Regresó a casa frustrada y sin dinero. Valenzuela, en plena recaída alcohólica, se puso violento: necesitaba dinero para emborracharse. Rosa aguantó la discusión, aparentemente, los hijos de ella se sumaron a los reproches y Valenzuela enfureció por eso. Según la causa, la mujer, cansada de escuchar sus insultos, le tiró con una piedra y Valenzuela estalló. Agarró un palo y comenzó a golpearla violentamente. Luego, tomó una guadaña y le cortó el cuello. Lo que siguió fue una carnicería. Siguió con los hijos de Rosa. Primero, el bebé: lo mató a pisotones. Luego, con la misma herramienta que usaba en el campo, mató a las cuatro hijas menores. Tres de ellas estaban en los alrededores de La Isla y allí las mató. La cuarta, Judith, al ver la aberrante escena intentó escapar y corrió bajo el puente que llevaba a Nahueltoro. Valenzuela la alcanzó y la masacró sin piedad. Después del séxtuple crimen, durmió junto al cadáver de Rosa, como si nada hubiera pasado. Al día siguiente, al despertar, consciente del horror que había cometido, cubrió los cuerpos con piedras e intentó borrar sus huellas de las armas mortales y de la casa. Escapó hacia la cordillera de Los Andes. Se sospecha que, durante su fuga, habría asesinado a otro hombre, Pedro Ojeda, trabajador del fundo Curapichún, aunque nunca se pudo probar su participación en ese crimen. La prensa lo bautizó con un nombre que lo haría tristemente famoso: “El Chacal de Nahueltoro" El juicio, la condena… y el cambio Unos días después del crimen, el hallazgo de los cuerpos fue tan espeluznante como inevitable. Exequiel “Quelo” Dinamarca, dueño del fundo Chacayal, encontró los cadáveres de Rosa Rivas y sus cinco hijos dispersos entre piedras y pastos crecidos. Llamó a la policía, que activó una de las cacerías humanas más recordadas en la historia policial chilena. La noticia llegó a cada rincón de Chile en pocas horas y prensa bautizó al prófugo con un nombre que lo haría tristemente famoso: “El Chacal de Nahueltoro”. Aunque era ferozmente buscado, Valenzuela estuvo prófugo durante un mes, escondiéndose en matorrales, vagando entre campos y zonas rurales de Ñuble. El 21 de septiembre, fue a comer a la fonda “Los Tres Mosqueteros”, en el pueblo de General Cruz, comuna de Pemuco, donde nadie esperaba encontrarlo. Uno de los dueños del comensales, Alfredo Valenzuela Mora, lo reconoció. Fingiendo ebriedad, lo invitó a beber. En el momento justo, junto a su cuñado Oriol Jara Melo, le taparon la cabeza con un saco y lo redujeron a la fuerza. Alguien había avisado a los Carabineros de Pemuco que el criminal estaba ahí, y lo fueron a buscar. Curiosamente, cuando los dos hombres declararon sobre su accionar para detenerlo, dijeron que fueron los Carabineros quienes atraparon al “Chacal”, dejando en la sombra su coraje, lo que realmente permitió su captura. Así se cerraba la persecución del hombre más buscado de Chile. "El Chacal" fue acribillado frente a los ojos de su madre Primero, la justicia lo condenó a 33 años y 19 días de prisión, pero esa sentencia fue rápidamente revisada y agravada. La magnitud del crimen, el escándalo social y el simbolismo del caso hicieron que se le dictara pena de muerte. El proceso judicial, breve y categórico, no consideró atenuantes. La sociedad chilena no estaba lista para el perdón. El Estado necesitaba dar una señal de castigo ejemplar. Pero lo que siguió fue inesperado. Durante los 32 meses de reclusión en la cárcel de Chillán, bajo el acompañamiento del capellán Cruz Eloy Parra, Valenzuela se transformó profundamente. Aprendió a leer y escribir, dejó el alcohol, se dedicó a la carpintería y, dicen, tomó conciencia plena de los crímenes que había cometido. Según el padre Parra, expresó un arrepentimiento sincero, tanto en público como en privado. Incluso, entabló una relación epistolar con Tilda Jaque, una mujer con la que compartía su fe recién nacida y un amor inusual: se escribían cartas con una constancia casi religiosa. El religiosos emprendió por él un peregrinaje judicial buscando la conmutación de la pena capital por cadena perpetua. Su argumento era firme: el sistema penal, por primera vez, había logrado reformar de verdad a un hombre. Pero el sistema judicial no retrocedió. El presidente Jorge Alessandri, pese a su conocida religiosidad, se negó a intervenir. El padre Parra, que lo acompañó hasta el final, le ofreció la extremaunción La muerte y el mito del santo pagano El 30 de abril de 1963, a las 6:45, Jorge del Carmen Valenzuela Torres fue llevado al patio de la cárcel de Chillán para enfrentar su sentencia de muerte. Afuera, el silencio era absoluto. Dentro del penal, cada paso que daba retumbaba como un juicio final. En una sala contigua, su madre esperaba, desgarrada. Le ofrecieron ver la ejecución. Aceptó. Quería ser la última en mirarlo a los ojos. Un pelotón de Gendarmería de Chile se alineó frente a él. Le cubrieron la cabeza. El padre Parra, que lo acompañó hasta el final, le ofreció la extremaunción. Valenzuela aceptó. Sabía que no escaparía, ni física ni espiritualmente. Cuando le preguntaron si tenía algo que decir, no lloró ni tembló. Solo dijo, con voz serena: “Cuando cometí los crímenes era un analfabeto sin valores, por lo que no tenía conciencia de mis actos”. El “Chacal” se volvió patrono de los arrepentidos, mártir de los olvidados por el sistema, ejemplo de que incluso desde el abismo más oscuro se puede volver a la luz Fue fusilado de pie, como lo había pedido. Murió a los 29 años, pero, con la última bala nacía un mito popular. Su tumba, en el cementerio de San Carlos, comenzó a recibir flores, velas y oraciones de manera silenciosa. Primero, de familiares, luego de desconocidos. Años después, el 1º de noviembre se convirtió en su fecha de peregrinación, coincidiendo con el Día de Todos los Santos. Hoy, su tumba es igual a la de cualquier figura venerada: tiene muchas cruces, placas de agradecimiento por “favores concedidos”, ofrendas y peticiones de ayuda. Jorge Valenzuela se convirtió en un símbolo de redención. Convertido en santo pagano, El “Chacal” se volvió patrono de los arrepentidos, mártir de los olvidados por el sistema, ejemplo de que incluso desde el abismo más oscuro se puede volver a la luz. Su figura aún interpela y divide: para algunos, fue un monstruo que mereció morir; para otros, era un hombre destruido por un sistema que nunca le dio herramientas para ser otra cosa. Para los devotos, un alma que pagó en vida el precio de sus pecados y resucitó espiritualmente antes de morir físicamente.

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