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  • Rescatando al jardín del pulpo

    » Clarin

    Fecha: 19/08/2025 13:10

    Hicieron furor en las pantallas durante dos semanas. Criaturas ignotas que habitan las profundidades penetraron un ecosistema monolítico de la comunicación dominado por la economía. Lo hicieron sin golpes bajos ni estridencia. Se las dejó entrar, se les dio la bienvenida y recibió como bálsamo para los ojos y la mente. Un robot submarino alcanza los mil metros. Es de color amarillo. Porta cámaras de alta definición y luces que invaden las oscuridades perpetuas. En la superficie, los técnicos lo operan desde un barco. Lo comandan vía un cable kilométrico. La cabina de comando está en penumbras. Los científicos observan los monitores. Vibra el entusiasmo. La escena sugiere un centro de operaciones que controla la cápsula espacial que aterriza en un remoto rincón de la galaxia. No es el caso. El caso es el opuesto, es el del submarino amarillo que investiga un jardín del pulpo, un kilómetro bajo el mar. Ringo Star escribió Octopus’s garden , El jardín del pulpo, en 1969. ¡Hermoso! ¡Sensacional! Un jardín debajo de las olas donde vivir feliz y a salvo, decía la letra. Tres años antes, el grupo lanzaba Submarino Amarillo. Habemus marco musical. El sueño de Ringo era disfrutar una vida bajo el agua con amigos y una banda de música. Aún hoy, es difícil de concretar. Pero la tecnología ayuda. Así como hay robots que muestran un planeta inerte, otros llegan al fondo del océano. ¡Y qué diferencia! Lindas rocas sin vida, linda vida sin rocas. Se espera que lo extraño provenga de lo extraterrestre, o de la imaginación. ¡Qué poca confianza en el planeta azul! Las criaturas psicodélicas del jardín del pulpo que se exponen a las pantallas sorprenden. Animales “inéditos” que llegan, en vivo, a tanto público bien dispuesto. Plumas de mar, corales de aguas frías, estrellas canasta, ofiuras, lirios de mar, anémonas. “La cosa más linda que he visto en la vida”, “un reality show de otra galaxia…”, “falta que Milei lo ponga en venta”, son los comentarios que suscitan las imágenes. La pura realidad no virtual fascina. No hay efectos especiales ni psicotrópicos acompañantes. No hay acelere, mareo de imágenes en secuencia alocada. Hay show en la lentitud, la levedad. Y así y todo “se te cae la mandíbula”, te deja boquiabierto. Cada historia con su detrás de escena. Los habitantes del jardín del pulpo, que es el cañón submarino de Mar del Plata, viven “felices y a salvo”. Cuanto más, alguno acabó en un frasco de laboratorio. Otros del mismo tipo, por el contrario, habitan fondos que la pesca arrasa. Las redes los quitan del ambiente, los llevan a la superficie y los descartan. La matanza es masiva. No se venden, no valen nada. En el fondo del mar global la seguridad es fantasía de compositores. Todo está al alcance de la topadora. La humanidad se divide aquí entre los boquiabiertos y los que a la boca se les hace agua. Los primeros se emocionan e investigan la vida y sus formas, a los segundos los excita el oro en el que las pueden convertir. ¡Cómo indigna que haya mezquinos de alma que critican a los que muestran el jardín del pulpo! Temen, por ejemplo, que los boquiabiertos logren, por su efecto comunicacional, que la Argentina declare un pedazo de fondo protegido. ¿Se puede proteger el fondo del mar? La respuesta requiere una breve lección de geografía. ¿Quién no sabe que la Argentina tiene forma de bife de costilla? Así es el territorio. Pero la Argentina tiene, además, un “maritorio” al que llamamos Mar Argentino. El mar se encuentra parcelado como torta chica para una multitud. El corte más importante es el de las 200 millas marinas, unos 370 km a partir de puntos costeros particulares. Es la ZEE, Zona Económica Exclusiva. Hasta allí el país tiene derechos especiales. Pero, cuando del fondo se trata, algunos derechos se extienden mucho más allá. ¿Por qué importa? Porque gracias a la regla de los fondos, los boquiabiertos tienen un marco legal para crear un jardín del pulpo con leyes nacionales que supere los límites de la ZEE. De eso se trató el Proyecto Agujero Azul. Hace un cuarto de siglo que un grupo de boquiabiertos sostienen la necesidad de crear un “área oceánica protegida bentónica:” un fondo seguro que preserve la vida. Se identificó el lugar y se lo justificó con ciencia. La idea prendió. Hubo legisladores que la sostuvieron heroicamente mediante un proyecto de ley. El proyecto obtuvo media sanción (peleada) de Diputados. Pero cuando pasó al Senado, el Agujero Azul encalló. El Senado de la Nación creyó inconveniente destinar fondo a la conservación. Plata mata pulpo y arrasa jardín. De haber prosperado la idea, algunas de las mismas criaturas cuyas imágenes hicieron historia tendrían seguridad. Y algo más: dentro de los límites propuestos para el Agujero Azul yace el ARA San Juan. Habría sido un reconocimiento simbólico y permanente que el jardín del pulpo fuera también uno de la memoria. El proyecto Agujero Azul perdió estado parlamentario, pero puede volver al ruedo. ¡Qué bueno sería que los miles que se maravillaron el cañón de Mar del Plata se sumaran al objetivo de impulsar y rescatar la idea! Los fascinados también votan. Mal se haría desestimar el poder de los boquiabiertos.

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