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  • Vender humo

    » Diario Cordoba

    Fecha: 19/08/2025 02:19

    A los humanos nos gusta jugar con la clarividencia de la posteridad, como si en los últimos segundos de nuestra existencia se nos permitiera otear el porvenir y condensar en un microsegundo todos aquellos futuros acontecimientos que definitivamente nos serán ajenos. Ha muerto Javier Lambán. La desaparición de este expresidente aragonés, que se ha granjeado el respeto de tantos compatriotas, me ha hecho rememorar el último adiós de otro político de talla, cual fue Francisco Fernández Ordóñez. Pese a sus diferencias, hay rasgos comunes entre estos dos políticos socialistas -la más destacable, la enorme fuerza gravitatoria del felipismo-. Pero el comparativo surge con la óptica que le brindó el último catalejo. Ordóñez falleció dos días antes de la clausura de los Juegos de Barcelona, sin ver desfilar a los Manolos por el estadio olímpico, pero con la satisfacción de ese cénit de España y la orgullosa vindicación de su lugar en el mundo. Lambán se ha ido en una España calcinada, con el desgarramiento interior de esa huera confrontación que tanto criticó y un escenario internacional que asquea e invita a los que ya no están a refugiarse en el descanso eterno. El fuego es en realidad la última etapa santiaguina, la que te lleva a quemar la ropa vieja y todos los malos propósitos en Finisterre. Pero la catarsis se nos ha ido de las manos y esta península es un aquelarre de impotencia; de políticos incendiarios como Óscar Puente y Ayuso, cuyas instigaciones apenas merecerían unas líneas en una mala tragedia de Shakespeare. Claro que hay indicios de cambio climático, señor Sánchez. Pero todo ese anticipo de estragos no puede afrontarse con el cayado de un mediano profeta, y menos con un tacticismo prometeico, como si la lucha frente a este hado fuese contra dioses olímpicos. Seguimos apostando a la placidez de verlas venir; a reflejarnos en un verano que, hasta principios de agosto, había sido muy bonancible en la lucha contra los incendios. Pero si todo se quiebra no es por un fatum, sino porque el crecimiento de la masa forestal es directamente proporcional a su desatención; porque cada verano tropezamos con la misma yesca, una rutina que se agrava al menguarse la inversión en la prevención de incendios; porque somos únicos en este cansino juego de ladrar más fuerte y endosar responsabilidades, enrocándose en un minué de competencias, dotación de medios y enseñoramiento de culpas. Porque ya no nos basta con filosofar con Heráclito, pues si nadie se baña dos veces en el mismo río, nos empecinamos que tampoco pasee por el mismo bosque.

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