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    » Diario Cordoba

    Fecha: 19/08/2025 02:16

    Mi amiga Eulalia, que vive en Cerro Muriano, me llama por teléfono: «Todavía no te has cansado de playa». «Sabes que a la playa bajo poco -le contesto-, no hace falta pisar la arena para disfrutar de la visión del mar». Ya he contado alguna vez que Eulalia, cuya vida profesional como ejecutiva fue bastante agitada, ha convertido su jubilación en una balsa de aceite: la casa rodeada de pinos, los paseos con los perros, la lectura en la inmensa biblioteca heredada de su padre... Y no es que sea precisamente huraña. Le encanta recibir visitas, pero huye de la masificación, así que el verano y el turismo no están hechos para ella. En ese sentido actúa un poco como los extranjeros que residen habitualmente en Fuengirola, que cuando llega la temporada alta viajan a sus países de origen -más fresquitos- a la vez que ganan un buen pellizco alquilando sus casas y pisos de aquí. La conversación deriva hacia los incendios. Empezamos por el de la Mezquita, que a todos nos trajo a la memoria el de Notre Dame, y por los varios incendios o conatos de ellos que se han declarado en Córdoba. «Ya sabemos -reflexiona Eulalia- lo de los cigarrillos, lo de los cristales y lo de las basuras; pero son muchas casualidades. La mano humana... ¡Con lo que tarda en crecer un árbol! ¡Y con el trabajo que nos cuesta encender la chimenea!». Simultáneamente recordamos un incendio -hace más de cuarenta años- en la estación de Obejo. Celebrábamos en un bar una especie de verbenilla los vecinos que allí estábamos. Sonaba la música de María Jesús y su acordeón y todos bailábamos entusiasmados poniendo nuestro mayor empeño en mover las alitas y la colita como los pajaritos. De pronto, alguien gritó ¡fuego!, la música se interrumpió y un resplandor bastante cercano se unió al de los farolillos. Corrimos a nuestras respectivas casas y, como las mangueras no llegaban hasta el fuego, se organizó una cadena a base de cubos que, entre las prisas, la oscuridad, el miedo y las torpezas, llegaban casi vacíos. Todo eran carreras, gritos, barullo y desconcierto. Hubo un momento, no sé cómo, en que me vi apagando el fuego pisándolo con las zapatillas de esparto que llevaba puestas. Eulalia me pegó un empujón para sacarme de allí. No hubo desgracias personales ni materiales, porque el fuego no llegó a las casas. Esta vez el viento estaba de nuestra parte y lo condujo hasta el embalse del Guadanuño, donde murió mansamente, de muerte natural; no, desde luego, por nuestra actuación. Hoy, 18 de agosto, se celebra el Día Mundial de la Prevención de Incendios Forestales. Y también el de la Arqueología. Trabajo tenemos. *Académica

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