Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Lleva 30 años casada, toda su vida amó en silencio a un imposible y nadie sospecha quién fue: la confesión de una "impostora"

    » Misionesparatodos

    Fecha: 18/08/2025 05:42

    Felicitas se enamoró profundamente de un sacerdote y nunca más sintió nada parecido por nadie. Suspiró por él por primera vez cuando fue a misionar al norte argentino y desde entonces, su vida ya no fue la de siempre. “Mis pasiones ocultas no le hicieron mal a nadie y quizá hasta me hayan ayudado a vivir mejor”, expresó La impostora. Así se llama Felicitas a sí misma porque desde los 18 años estuvo profundamente enamorada de alguien imposible: un hombre que había elegido la vida religiosa y el celibato. Él, el padre Paul, se había entregado a Dios. Y ella se entregó al padre Paul, pero solo en sueños. Por lo que esta historia de amor rodará por carriles muy poco convencionales dentro de un mundo intangible. Quien sintiera culpa por una “pasión carnal” de semejante índole podría confesar murmurando tras las rejilla de madera de un confesionario: Padre he tenido malos pensamientos… para luego irse aliviada con su penitencia a rezar tres Ave María y un Padre Nuestro. No es el caso de nuestra protagonista que asegura jamás haber sentido el peso de sus ardientes fantasías porque nunca tuvo la intención de llevar las cosas al plano de la realidad ni de perturbar la santidad con el pecado. No sé el nombre completo de quien habla, es amiga de una amiga. Felicitas es el que decidimos usar, lo eligió ella antes de abrir su pecho para mostrarnos el revés de su corazón desteñido. La adolescente misionera “Como los alumnos de primer grado se enamoran siempre de su maestra, yo me enamoré del primer cura con el que me relacioné cuando comencé a ir a misionar al norte argentino. Todo empezó en el colegio religioso al que asistía: con tantos valores que nos infundían no había otra opción que anotarse para ir a misionar durante el verano… Terminé yendo muchísimas veces. Porque aunque nunca fui una persona realmente creyente, sinceramente me cuesta creer, me dejaba llevar por lo que debía ser. No cuestionaba las cosas y aceptaba con aparente sumisión lo que se establecía como verdad absoluta. Lo cierto es que hoy, si lo analizo, creo que todo lo de la religión me resbalaba un poco, aunque no me animaba a manifestarlo. En casa eran católicos y tradicionales, las familias de mis amigas también. A mí todo el exceso de normas me producía cierto rechazo. Todo estaba mal, todo era prohibición. Esto no se dice, esto no se hace, de esto no habla una chica como vos... Pero bueno mis hermanas iban a misionar, mis hermanos colaboraban en misa y así era mi vida dentro de mi familia numerosa. Me acoplé a esa existencia sin demasiadas quejas. Tengo buen carácter, no soy rebelde y elijo no enrollarme. Esa es mi personalidad y creo que ayudó a la buena convivencia a pesar de no pensar exactamente igual a todos. Vivíamos en San Isidro en una casa muy linda y armoniosa. Del amor no se hablaba mucho. No sé qué onda mis padres, si realmente estaban enamorados o si fingían nuestra familia perfecta, pero en todo caso nos dieron una lindísima vida. Aunque, para mi gusto y como ya te anticipé, demasiado reglada. A los 18 no había tenido un novio todavía, solo me había dado un beso con un chico en una fiesta. Esa era toda mi experiencia”, cuenta Felicitas quien nació en 1965 y tiene 60 años cumplidos. En su primera misión a “evangelizar” estaba el padre Paul, un joven bastante más grande que ella, de unos 33 años. Alto, elegante, muy culto y carismático. A pesar de la sotana, era un tipo canchero, usaba el pelo largo y tocaba muy bien la guitarra. Su propuesta de una vida dedicada al bien le daba un aura especial que a todas las chicas las hacía caer rendidas. “¡¡Cómo no me iba a enamorar!! Creo que la mayoría de las que fueron conmigo estaban muertas por él. Pero la atracción sexual con un sacerdote se consideraba un pecado mortalísimo. En el mundo había liberación sexual y otras yerbas, pero en este costado, bahh en mi rincón del planeta, nada de eso. Todo lo contrario. En casa rezábamos agradeciendo la comida antes de almorzar o de comer a la noche, íbamos a misa los domingos en familia, en el colegio nos confesábamos cada quince días. A mi casa venían de visita monjas y curas como por otras suelen pasar abogados, médicos o artistas. En fin, todo era con bastante fanatismo, pero a mí nunca me importó mucho porque siempre fui de una cabeza bastante libre. Bueno, libre para mis adentros, que en definitiva es lo importante”, afirma con convicción. En esa primera misión de verano, Felicitas fue inmensamente feliz. Admiraba al Padre Paul y lo seguía como una novicia adorando a Dios. Al principio, no se animó a pecar con el pensamiento, pero con el tiempo empezó a usar las noches para soñar con lo prohibido. “Era el mejor momento porque me dedicaba a fantasear con él cada vez con más libertad. Primero eran situaciones tontas, idílicas y cero sexuales. Cuando volví, pasaron los meses y yo seguía en contacto con Paul. Por ese tiempo fue que mis sueños despierta se volvieron más eróticos. Me di cuenta de que podía pensar un beso con él y que nadie lo vería, que eso solo habitaba en mi cabeza. Así fue que empecé a vivir en dos mundos paralelos. El real y el onírico. Nada de eso me impidió seguir con mi vida de lo más tranquila. Veía a Paul, asistía a sus misas y charlas, viajaba con los grupos al norte. Él confiaba en mí. Conoció a mi familia y empezó a visitarnos con mucha frecuencia. Lo increíble es que yo podía disociar lo que pensaba cuando soñaba con él despierta en mi cama de lo que pasaba durante la vida real donde ni nos tocábamos las manos. No sé si en psicología eso tendrá algún nombre, pero hoy miro para atrás y me parece un poco insólito. Porque mis fantasías no impidieron que mi relación con él fluyera como si nada. Era una dicotomía muy loca. Era mi secreto. Estaba profundamente enamorada de un cura y siempre lo estuve. No podía compartirlo con una amiga ni con nadie. Un tiempo después intenté salir con un chico, pero me resultó aburrido. No me despertaba nada. Nos dimos unos besos pero no tenía sentido. ¡Tan distinto a Paul! Creo que disfrutaba más físicamente imaginando que concretando. Aunque no lo creas así pasaron unos años”. Las fantasías de Felicitas no afectaron la relación con el cura en el plano real (Imagen Ilustrativa Infobae) Un médico para los latidos de más Mientras su dedicación a la Iglesia -en la que creía poco pero donde amaba mucho- ocupaba buena parte de su agenda, su amor por Paul crecía. Intacto, sin la erosión de ninguna realidad. Al mismo tiempo Felicitas estudió Derecho en la facultad y se recibió: “En esos años me puse de novia finalmente con otro abogado que no era para nada religioso. Igual, para darle el gusto a mis padres nos casamos por Iglesia y, como no podía ser de otra manera, nos casó Paul. ¡Paul ya era parte de la familia! De ese día del casamiento tengo grabada su mirada cuando nos tomó el juramento. Yo secretamente creía que él me amaba, pero que no tenía coraje para planteárselo a sí mismo. La vocación era algo que no se discutía. Ni a mí se me ocurrió jamás decir ni una palabra que pusiera en peligro la amistad. Era mi locura amarlo y por eso dejé esa pasión escondida en un costado de mi corazón. Con mi marido, a quien quiero profundamente pero por el que jamás sentí algo parecido, tuvimos tres hijos a quienes bautizó Paul. Jamás me alejé de él y fue quien me consoló cuando descubrí que mi marido había tenido algo con una abogada del estudio. Fue Paul quien logró que lo perdonara. Me dijo literalmente: El amor es más fuerte.No destruyas lo que construiste con tanto empeño por una debilidad que él mismo reconoció. Le hice caso. El amor que sentía por Paul era lo más fuerte que jamás me había sucedido, pero ¿cómo decirle a alguien con vocación de celibato algo así? Imposible. Por esa época tuve algún que otro ataque de pánico. Una vez terminé en una guardia porque tenía taquicardia y creía que me iba a morir de un infarto. Era mi cabeza y mi corazón que andaban desencontrados. Me calmé y, con el tiempo, también me serené. Acepté las cosas como eran y las fantasías continuaron. Por mi profesión terminé ayudando a Paul con un montón de temas legales y siendo sostén de una organización religiosa que él lideraba. Eso me hacía sentir que aportaba mi grano de arena a la humanidad y me daba la excusa perfecta para estar cerca de él”. Felicitas en el altar con el padre Paul quien la casó con un compañero de la facultad (Imagen Ilustrativa Infobae) Felicitas admite que ansiaba los roces de manos, los abrazos distantes que él le daba al despedirse, esos centímetros de piel que hacían contacto eléctrico por segundos. Eso le bastaba para la vida real, el resto se lo reservaba para los sueños recurrentes. “Creo que una vez, antes de casarme, estuve tan tentada de darle un beso que me asusté de mí misma. No se dio cuenta de nada, pero yo me debatí por unos segundos... ¿y si le doy un beso qué pasa? Me reprimí enseguida. Salvo esa vez, no me volvió a pasar por la cabeza la loca idea de hacer algo que nos lastimara o que perjudicara a alguien de nuestro círculo de seres queridos. Todo lo que me pasaba con él discurría sobre mi almohada. Punto. Alguien puede pensar que yo estaba mal de la cabeza, que vivía reprimida o infeliz. Pero nada de eso. Son elecciones y yo no pensaba dar ese paso”. El padre Paul también bautizó a los hijos de Felicitas (Imagen Ilustrativa Infobae) El marido de Felicitas nunca percibió nada de lo que pasaba en el corazón y la cabeza de su mujer: “Es un tipo inteligente. Un abogado sagaz, pero de sentimientos entiende poco. Es hasta hoy, salvo aquel desliz perdonado gracias a Paul, un marido ocupado y proveedor, buen padre, buen abuelo. Puede ser sensual, pero lo que es amor desbordante, como lo que me hacía sentir Paul, no. Eso no se volvió a repetir en mi vida”. Oculto en el fondo de la piel Felicitas no tiene quejas para con su vida. Se reconoce medianamente feliz. Es alegre y bromista, abomina los dramatismos. Lleva oculta la carga del verdadero amor inviable sin lamentos. La pregunta es obvia: qué pasaría si volviera a vivir y a ser joven, ¿cambiaría algo? ¿Le daría a Paul algún indicio de lo que le pasaba con él? No duda ni un segundo. Casi escandalizada responde: “¡No! No cambiaría nada porque no puedo imaginarme traicionando a mi familia con ¡el sacerdote de la familia! Tendría que no haberme casado y no haber tenido hijos para que me hubiera animado a algo. Pero tampoco eso hubiera sido garantía alguna para que Paul dejara el sacerdocio. Quizá él no sintió nada de lo que yo sentí. Jamás lo sabré. Por eso mi respuesta es que no cambiaría nada. Todo lo viviría igual. No soy de mirar atrás. Mis pasiones ocultas no le hicieron mal a nadie y quizá hasta me hayan ayudado a vivir mejor. Por otra parte, también es cierto que yo tenía terror al rechazo. No lo hubiera soportado. Igual ya nada tiene sentido porque Paul murió el año pasado sin saber lo que yo sentía. O, por ahí, sí lo sabía pero se hacía el tonto. Porque era un tipo inteligente y sensible, aunque intransigente con las normas. Creo que me animo a contar todo esto anónimamente porque él ya no está sobre esta tierra. Para que en algún lado quede escrito y enunciado que el amor puede, a veces, tener formas inexplicables”. "Cada vez que le dije a mi marido que lo amaba no era del todo cierto. Pero ojo, tampoco era mentira. Lo quiero, pero nunca fue el mismo amor que sentí por Paul", dijo Felicitas (Imagen Ilustrativa Infobae) La siguiente es si no sintió culpa en imaginar relaciones sexuales con un sacerdote: “Ya no. Antes sí. No creo que el celibato sea algo exigido por Dios si es que Dios es lo que imagino. Creo que es solo para conveniencia de la iglesia lo de pretender sujetos dedicados full life”. ¿Podría Paul también haber imaginado sobre su almohada algo sexual con ella? Felicitas lo duda. “Hay gente que no se plantea estas cosas. Que ni siquiera se anima a pensarlas. Yo al menos ejercité la libertad de pensar y de sentir. Aunque fuera solo en mi intimidad. Supongo que él estaba formateado de otra manera, una en la que jamás podría traspasar una norma de ese tipo por una pasión terrenal”. Entonces, en algún punto, ¿no se siente una impostora del amor? Se queda muda por unos segundos y se ríe. Con crudeza admite que sí. Dice que con una desconocida, que ni siquiera sabe su nombre real completo, no tiene nada que ocultar: “Claro que sí. Es que lo soy. Una impostora. Está bueno el título. Cada vez que le dije a mi marido que lo amaba no era del todo cierto. Pero ojo, tampoco era mentira. Lo quiero, pero nunca fue el mismo amor que sentí por Paul. Cuando Paul murió repentinamente me sentí agujereada, como si me hubieran arrancado un pedazo de carne del medio de mi pecho. Todavía estoy transitando ese duelo”. Le digo si no será que lo prohibido y lo imposible la han hecho creer que este amor fue el más importante, porque después de todo el amor es el que se construye ladrillo a ladrillo sobre lo que llamamos realidad. ¿No será que lo puso en un atril que no se merece y donde nunca pudo ser socavado por la cotidianidad que suele ser cruel y el hartazgo de lo doméstico? Felicitas murmura que está acuerdo, pero ya no demuestra tantas ganas de seguir profundizando:“Todo puede ser. Sí, es cierto. Era un sentimiento sublime que no fue expuesto a nada. A ningún desgaste o erosión. Era una ilusión. Una utopía. Qué sé yo, llamalo como quieras. No tengo un instrumento para medir los sentimientos. Pensar a Paul cada noche me hacía temblar y ya no puedo hacerlo porque la muerte se interpuso. Su partida me despertó y ahora ni siquiera puedo soñarlo. Lo único que te puedo afirmar es que ese amor me clavó sus uñas en el cuerpo, me arañó el alma, me esculpió el espíritu. Lo extraño. Quisiera transmitir que las fantasías no siempre son malas, son un escape que lo pude manejar. Pero bueno con los años me animé a contárselo a dos íntimas amigas que me hice en yoga. Eso me hizo bien. Igual ya no me interesa analizarlo mucho más, voy a seguir viviendo en mi único mundo real que tampoco está nada mal”. Por Carolina Balbiani Infobae

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por