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  • Liberales hasta la puerta de las elecciones

    Colon » El Entre Rios

    Fecha: 17/08/2025 09:31

    Tras la licitación de bonos del pasado jueves, en la que el Tesoro consiguió renovar apenas 61% de los vencimientos que enfrentaba, corrió la sensación en el mercado financiero de que los pesos que no se habían reinvertido en los bonos ofrecidos serían utilizados para reponer la liquidez en los bancos, que se había evaporado y había llevado las tasas de interés en pesos hasta niveles estrafalarios. Sin embargo, el ministro Luis Caputo se apresuró a aclarar, durante una entrevista en el canal de streaming Carajo, que “no vamos a dejar que vaya ni un peso al mercado”. Horas antes, el Banco Central había anunciado un nuevo aumento de los encajes bancarios. Más explícito no se consigue. ¿Qué quiere decir esta frase, para que todos lo entendamos? Que el Gobierno está dispuesto a asumir el costo que la falta de dinero y las altas tasas de interés tengan sobre la disponibilidad de crédito bancario y, eventualmente, sobre el nivel de actividad, cuyo repunte no era independiente del mini boom de crédito del último año. Y también quiere decir que está dispuesto a asumir ese costo en materia de nivel de actividad en el altar de la tranquilidad del tipo de cambio. Si no hay pesos, no hay con qué correr contra el dólar, no va a subir su cotización y, en consecuencia no habrá un impacto sobre el nivel general de precios. La baja de la inflación es, para el Gobierno, el pilar esencial de su popularidad. Si bien la inflación es la razón central de la preocupación con el tipo de cambio, no es la única. La otra preocupación proviene de una encerrona en la cual el Gobierno se metió solito, quizás presa de cierta arrogancia: la de las bandas cambiarias. Un par de semanas atrás, el tipo de cambio se acercó peligrosamente a la banda alta del canal de no-intervención fijado por el Banco Central. Para colmo, no parecía que la demanda de personas se hubiera moderado ni un poco con la suba de la cotización; apenas comenzó a aflojar la demanda de empresas, con la suba de tasas. La narrativa oficial dice que si el dólar llegara hasta la banda superior, no habría problemas, porque el acuerdo con el FMI nos dio suficiente poder de fuego como para calmar cualquier inquietud. No carece de ironía que este supuesto nazca de personas que ya enfrentaron la misma situación siete años atrás: cuando los argentinos quieren dólares, no hay precio ni cantidad que alcance; están dispuestos a quedarse, aunque más no sea momentáneamente, sin pesos. Si el Banco Central interviniera, el mercado podría no interpretarlo como una señal de fortaleza, sino como el principio del fin. Si la deuda todavía cotiza con precios y rendimientos de un crédito dudoso, es en gran medida porque Argentina no está acumulando reservas y porque el mercado duda de que lo pueda hacer al precio actual del dólar. La solución de manual sería la solución liberal: que el tipo de cambio flote y que sea el precio de mercado el que desestimule la demanda. A nadie más que a este gobierno le deberíamos poder pedir la solución liberal, pero por cómo viene la mano, parece que habrá que esperar hasta después de las elecciones para ver si se vuelve a imbuir del espíritu liberal. Entretanto, tampoco carece de ironía que sea el gobierno liberal, anticasta, el que interviene la economía para ganar las elecciones, bajo el arrogante supuesto de que sólo sirve su triunfo para que las cosas salgan bien. No importa si pensamos que tiene o no razón, sino que no parece muy alejado de lo que sería un pensamiento de castas. Las tensiones cambiarias son una constante en nuestro país. Casi siempre que el río sonó, trajo agua. Quizás no lo hizo justo en el momento en que debía ocurrir, pero los artificios nunca acabaron bien. Cabe esperar que, después de las elecciones, el gobierno liberal deje que las fuerzas del mercado vuelvan a marcar dónde debe cotizar cada cosa, y que las fuerzas del cielo sean guardadas en el armario. Fuente: El Entre Ríos

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