Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Una mamá, una despedida y la lucha por la salud mental: la carta de Den

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 17/08/2025 04:42

    Una mamá, una despedida y la lucha por la salud mental: La carta de Den. —Grace, ¿por qué estás acá? —Por pedido de mi hija, Denise. Un pedido que hoy es mi sostén y mi propósito: estoy acá en su nombre, soy su voz. Den se suicidó a sus 33 años, el 24 de abril del 2023. Y me dejó una carta donde me pide especialmente que luche por la salud mental. Las palabras que dirá esta mamá son también las de su hija. Y son las mismas que pronuncian quienes enfrentan una enfermedad vinculada a la salud mental, como trastornos de ansiedad, ataques de pánico, depresión. Palabras que, a veces, se pierden como en un eco lejano, sin que nadie parezca escucharlas, prestar atención. Quizás por tabú, por prejuicios, por desconocimiento. Tal vez por falta de empatía. Graciela Salazar forma parte de la organización Empesares, donde cada 15 días se encuentra -de manera virtual y bajo la coordinación de una psicóloga- con otras mamás que enfrentan un dolor similar. “Nos acompañamos contando cómo lo vamos transcurriendo, apoyándonos”, explica. “El amor que siento por ella, y ese dolor, se transforma en una emoción que no tiene nombre. Se transforma en acción”. Entonces, Grace habla. De Denise, de ella. Y de esa carta escrita de puño y letra. Es momento de escuchar. De una vez por todas. En busca de concientizar sobre salud mental Graciela Salazar cuenta su historia en Infobae. —¿Cómo era Denise de chiquita? —Era un sol. Su sonrisa, de chiquita y de grande, sintetizaba el amor que ella sentía por vivir. Es paradójico: ella amaba la vida. Era divertida, le gustaba bailar, estar con sus amigos. —¿Cuándo empezó a aparecer algo que te llamó la atención? —La primera depresión grave de Denise apareció a los 18 años, dos meses después de que falleció su papá de cáncer, después de casi 10 años. Hoy, para atrás, puedo decir que claramente había ciertos indicios que tienen que ver con una extrema sensibilidad y vulnerabilidad, que ya indicaban una nena que requería atención. —¿Hasta ese momento, Denise había podido con el colegio? —Sí, sí. Denise siempre amó el arte: desde muy chiquita fue a danza, a comedia musical. Desarrolló sus estudios primarios y secundarios con normalidad. Pero esa vez, ella directamente manifestó su desgano y su falta de interés por seguir viviendo. Incluso, me dijo: “Mami, intername”. —Pudo pedir ayuda. —Pudo pedir ayuda. Y yo no entendía nada, sinceramente. Recurrimos a la profesional que la atendía, porque ya estaba haciendo terapia: siempre estuvo acompañada, preservando las consecuencias que podía llegar a tener esta vivencia familiar. Y ahí comenzó esta lucha en búsqueda de tratamientos psiquiátricos, de terapias grupales. También de asistencia para mí, como rol de acompañante. —¿Y Den buscaba, puso todo? —Den buscaba. Ella hizo absolutamente todo. Por supuesto, con ciertos momentos de resistencia porque se agotaba, se cansaba. Pero no dejaba de ir a la sesión de terapia, ni de tomar la medicación. No dejaba de buscar por sí misma herramientas que le permitiesen sentirse mejor. Denise murió a los 33 años, desde ese momento su madre se siente en la obligación de hablar de salud mental. —¿En esos 15 años de enfermedad, tuvo momentos en los que estuvo mejor? —Sí, claro. Pudo trabajar. Quizás era difícil trabajar en algunos contextos: le costaba sostener determinados niveles de presión. Por lo tanto, le costaba concentrarse en sus estudios. Pero los llevó adelante. —¿Qué estudió? —Licenciatura en Actuación en la UNA (Universidad Nacional de las Artes). Pudo participar en obras de teatro independientes. Estudió teatro en Timbre 4, con Norman Briski; comedia musical en la escuela de Julio Bocca. —¿Y en esos años, en algún momento sentiste que Denise estaba en riesgo, que no podía más? —Sí. Y lo dijo abiertamente. —¿Qué decía? —Que estaba cansada. —¿Dolía vivir? —Dolía vivir. Siempre le dolió el mundo: sufría con las injusticias, era muy sensible en cuanto a la vulnerabilidad de otros. Se ha comprometido con causas, fue a barrios vulnerables a aportar lo que ella podía: danzaba, compartía el arte como recurso sanador. Pero le dolía el mundo. Ver una persona durmiendo en la calle, para Den era realmente una angustia. —En esos años, ¿no pudieron encontrar un diagnóstico que la alivie un poco? —Den pasó desde diagnóstico de bipolaridad a TLP (Trastorno Límite de Personalidad). Teníamos distintas miradas de los profesionales, que de repente decían: “Vos no sos bipolar, tenés que seguir trabajando porque hay una base de inestabilidad emocional que requiere de adquisición de herramientas para poder gestionar y transitar tu vida”. Y en la última internación antes del suicidio, la psiquiatra me dice que Denise no era ni bipolar ni tenía TLP, sino que tenía una base de depresión crónica. Graciela Salazar: "Lo que más orgullo me da es que ella, hasta el último momento de su vida, pensó en los demás". —Cuando hablamos de salud mental, muchas veces se le pide al enfermo voluntad: “Dale, ponete las pilas, tenés todo para estar bien”. Pero hay algo que todavía nos cuesta entender: lo que está enferma es la voluntad. —Absolutamente. No se trata de voluntad. Y escuchar eso puede perjudicar a alguien que está intentando luchar por su vida: Den sentía culpa de lo que le pasaba. No podía responder a ese comentario: “Tenés todo, no te falta nada, ¿cómo puede ser que no te enganches con la vida?”. El no darle entidad a ese sufrimiento, a esa agonía, a ese dolor... —Vos sí le dabas entidad a ese sufrimiento. —Yo acompañaba. Yo hubiese dado la vida por mi hija. —¿Cuántas veces estuvo internada Denise? —Tuvo dos internaciones. —¿Por pedido de ella? —Sí. —No se había lastimado. —No. En la última etapa, un día tomó pastillas pero automáticamente llamó, desesperada, pidiendo ayuda. —¿Cómo fue esa última internación? —Muy dura... Ya sabíamos que se había agotado todo: se reforzó la medicación, las sesiones de terapia; se sumó el dispositivo de hospital de día como parte del proceso. Todo se agotó. Y ella vio que no podía salir. Me dijo: “Mami, intername porque no puedo más”. La última internación tuvo dos partes. En la primera parte, de apenas unos días, me llaman de la clínica para decirme: “Su hija está pidiendo salir, es mayor de edad, no la podemos retener y creemos que está estabilizada para salir”. La fui a buscar; yo estaba muy confundida y con mucho miedo. Nos fuimos a San Telmo, donde Denise vivía y yo me quedaba con ella cuando no estaba bien. En un descuido la busco y no la encuentro. Desesperada, intento salir no sé hacia dónde y la veo bajar del ascensor de la terraza. “Denise, por favor, ¿qué hiciste?”, le pregunté. “Tranquila mamá”; “Den, no estás bien”; “Sí, mamá, tengo que volver a la internación”. Volvimos. “¿Para qué saliste si no estabas bien?”, le dijo la psiquiatra. “Porque no aguanto más y me quería matar. Me voy a dar una última oportunidad”, le respondió. "Su sonrisa, de chiquita y de grande, sintetizaba el amor que ella sentía por vivir". —¿Era un lugar que habían recomendado los profesionales que la venían atendiendo a Den? —Mirá, en un momento yo les decía a sus médicos: “Indíquenme cuál es el mejor lugar, que yo vendo mi casa”. Y me decían: “Esperá, no es necesario. Busquemos el mejor lugar, pero es muy costoso sostener una internación de manera privada”. Y lo es. Por lo cual, este es otro tema. Los recursos que puede haber en hospitales, que los hay y sé que son buenos, están totalmente sobredemandados y muchas veces no hay disponibilidad, ni hay profesional que pueda atenderte. —En esa internación en la que Den vuelve a su casa y sube a la terraza, los médicos también te dijeron que la veían estable, como para salir. —Absolutamente. O bien Den, en ese momento, con conciencia... ¿no? —Actuó y manipuló una situación. —Exactamente. —Pero igual hay una responsabilidad de los profesionales. —Sí, indudablemente. Por lo cual, en su reingreso, a veces eran las 11 de la noche, yo salía de trabajar y como quizás no la había escuchado bien en su comunicación telefónica, de minutos, yo iba a golpear puertas. —¿Cuántos minutos tienen por día para hablar desde la internación? ¿Veinte minutos? —Menos. Cuando reingresa a la internación, en marzo de 2023, la psiquiatra que la atiende me dice: “No podemos entender cómo la medicación no está actuando”. Y se la cambian. Un día voy a ver a su pisquiatra por estos cambios, la puerta del consultorio estaba abierta y Denise pasa, me ve y entra desesperada a abrazarme: “Mami, me siento mejor”, me dice. Y eso era volver a vivir para las dos... A partir de ese cambio que ella manifestó, habrá estado una semana más internada y la médica me dice: “Como Denise tiene un dispositivo externo de contención, es preferible que ya no esté internada y pueda continuar todo su tratamiento fuera, con el nuevo plan de medicación”. Denise elige quedarse con la psiquiatra que la había atendido en la internación. Se había sentido segura, con confianza. Eso es muy importante también. —¿La viste bien en esos días? —Estable. Mis expectativas por verla bien también eran algo a manejar: querer que esté bien, de alguna manera presiona, y todo tiene su proceso. —Cuando a Denise le aparecían estos episodios de depresión, ¿qué le pasaba? —No se podía levantar. No le encontraba… No podía volver a conectar con lo que ella amaba. —Se desconectaba. —Se desconectaba. —¿Dormía? —Sí, pero aun así, hacía un esfuerzo por levantarse. —¿Se bañaba? —Sí. Quizás en sus últimos días no tenía muchas ganas de comer. Su estado depresivo era grave en esos momentos, pero no constante. —Aparecían oscuridades. —Totalmente. Las ganas de no vivir, no encontrarle sentido. —Hasta que llega abril. —Sí. Sale de la internación, accionamos sobre las recomendaciones médicas, armo mi propio dispositivo en casa, con una cuidadora que se quedaba cuando yo trabajaba, y con un contacto constante con ella: por teléfono, por mensajito. Denise quería ir armándose en su vida: comienza yoga. Eso me generaba mucha ilusión, se estaba volviendo a conectar. También en el contacto con sus amigos, que necesita ser muy gradual: no se puede volver a la vida así porque sí, porque de puertas para afuera los disparadores a tener recaídas, a sentirse otra vez mal, son infinitos. Estábamos en búsqueda nuevamente de hospital de día. Estábamos en ese proceso. Su terapia. Teníamos una próxima consulta con su siquiatra. Y el control de la medicación, que se la suministraba yo, en los horarios correspondientes, para seguir una rutina ordenada. En su última etapa, ella decía: “No siento nada”. No dormía permanentemente ni estaba desconectada con lo que podía pasar, con su razonamiento. Su resistencia pasaba por regresar al hospital de día: quería rápidamente volver a su vida. —¿Y qué pasó? —Y en el momento menos pensado... Un domingo a la mañana, donde incluso tenía programada una merienda con una amiga, no tenía muchas ganas de levantarse. Insistí en que desayunemos juntas. Lo hicimos. Hablamos sobre su semana. Aparecieron posibilidades de hacer cosas que ella amaba, como anotarse en un taller de redacción o sus clases de expresión corporal. Ese día yo tenía que moverme por trabajo pero en casa estaba mi mamá, una persona muy activa que Denise amó con toda su alma. Por lo cual, el día estaba organizado. Y sus contactos permanentes conmigo, telefónicos: “Mami ya estoy acá, fuimos a merendar y volví”. De Villa del Parque me vine a San Telmo a darle la medicación tipo nueve y pico de la noche. Estuvimos otra vez, frente a frente, charlando. Ahí me dice que se quería ir de viaje a Mendoza con unos amigos que yo conozco y que la quisieron mucho. Ella insistía con ese viaje. “Esperá un poquito más, estabilizate y después vas”, le dije. Refunfuñando, dijo: “Bueno, okey”. “Date una oportunidad más y si vemos que no funciona, agarramos todo y nos vamos”, le dije, buscando quizás un lugar con más paz que la ciudad. Me acuerdo ella se paró frente a mí, me miró y me dijo: “No, mamá, vos no entendés. Vos (tenés) tu realidad y yo, la mía”. Y se fue a acostar. Eran como las 11 de la noche. Voy a despedirme, la agarro de la mano: “Me voy, estamos comunicadas. Descansá”. Y me dice: “Mami, mandame un mensaje cuando llegues porque me preocupa que te vayas a esta hora”. Llegué a Villa del Parque, le mando un mensaje: “Hola, ya llegué. Quedate tranquila”. “Bueno má, cuidate mucho. Te amo”, me dice, que era habitual en ella. Serían las 12 menos cuarto. A la media hora explota mi teléfono de mensajes y llamados de sus amigos, preguntándome si yo estaba con Den, porque habían recibido un mensaje de despedida y no se podían comunicar con ella. Me subí al auto y no sé cómo llegué, pero llegué tarde.... Y sé que me morí con ella. Porque es lo que sentí. —¿Había alguien con Denise? —Mi mamá. Pero se había dormido: Denise, evidentemente, esperó a que mamá se durmiese. —¿Vos llegás y te encontrás sola, con esa escena? —No, no. Ya estaban la Policía, los bomberos, los vecinos. Me intentan contener. Recuerdo pocas cosas de ese momento. Tenía la sensación de estar como sostenida en el aire, sin entender lo que pasaba, hasta que voy a declarar y me dicen: “Su hija dejó dos cartas, una carta para usted y otra para su abuela”. Me las dan. La leí. Y a partir de ese momento asumí mi condición de herramienta que eleva la voz de Den. Leo muchas veces esa carta. La siento a ella cuando la leo. Son sus manos las que están ahí, porque es una carta escrita de puño y letra. Y hoy, soy su mamá en una cocreación de vínculo con ella, que por supuesto, es totalmente diferente: es verla, sentirla, abrazarla, compartir momentos, proyectar una vida juntas, cada una desde su realidad. Graciela Salazar quiere compartir la carta que le dejó su hija para ayudar a otras personas (Diego Barbatto) —Se transformó en tu misión. —Totalmente. Llevar adelante su misión. Yo soy su voz. Y visibilizar sobre la importancia de ocuparnos, cada uno en su rol, de la salud mental. Desde nuestro lugar, podemos hacer cosas por el otro que son tan simples como escuchar. Tener una mirada más amable, más empática. Lo que más orgullo me da es que ella, hasta el último momento de su vida, pensó en los demás. Pensó en una salud mental que tiene tantos pendientes y que hoy mínimamente visibilizar, hablar del tema. significa que tantas personas luchando en silencio para salir adelante, puedan sentirse incluidos y con esperanzas. Si hay algo que puedo decirles a todos los que están luchando, y a sus familias, es que confíen, Tenemos que sostener una nueva era para la salud mental. Que hoy se hable, que hoy nos animemos a poner en palabras lo que realmente sucede, allana un camino que nunca existió. Eso, ya tiene que dar esperanzas. —Trajiste la carta, Grace. ¿Querés leerla? —Sí. La carta dice: Mamá. Necesito que sigas adelante. El mundo te necesita. Sos la mejor persona que conocí. Luchá por la salud mental y por un mundo mejor. Yo estoy muy cansada, no le encuentro sentido a la vida y necesito descansar. Si podés velarme para que el amor de mis amigos me llegue y tirar mis cenizas al mar, si es posible, con papá y el tío. Por favor, no te caigas. Siempre voy a estar con vos. Necesito partir. Te amo siempre. Denise.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por