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» Diario Cordoba
Fecha: 15/08/2025 03:21
Al mediodía, las calles de Herreros de Jamuz están desiertas. No se oye ni un alma. Sólo la llegada de algún coche interrumpe el silencio. Los pasajeros con los rostros sobrecogidos, a la par que aliviados, se apresuran a entrar en sus viviendas. “Como la casa de uno, no hay nada”, constata Nieves Santamaría Peñín. A sus 86 años, lo primero que hizo al cruzar el umbral de la puerta tras dos días evacuada fue descongelar varios filetes de pollo. La comida en familia es sagrada. “Lo importante es que estamos todos juntos; después, ya iré a comprobar lo que se ha quemado”, dice a este diario. Mientras corta lechuga, a su alrededor, sólo se oye el roce de la escoba sobre el suelo. A su paso, recoge puñados negros. El incendio forestal alcanzó los bordes de este pequeño pueblo leonés situado en el epicentro de los peores fuegos que ha sufrido España en mucho tiempo. Las casas arrasadas de las localidades cercanas son un recordatorio de que todo podría haber sido mucho peor. Sociedad 14/08/2025 Incendio en Herreros de Jamuz. FOTO de Andrea López Tomas / EPC Eso mismo piensa Carla Belinchón Santamaría, de 17 años. Este jueves ha vuelto a casa y ha podido ver lo que ya le habían contado. Las cuadras de su casa familiar están calcinadas. “Gracias a los vecinos, el fuego no llegó a la vivienda”, relata a este diario, al bajarse del coche y comprobar, por primera vez, los daños. “Allí teníamos toda la maquinaria, herramientas, bicicletas y algunos recuerdos de cuando yo era pequeña, pero lo importante es que la casa está bien”, añade. Puede nombrar a todos los vecinos que consiguieron tal hazaña: Mariano se subió al tejado, otros jóvenes forzaron la verja, Alex y David ayudaron a extinguirlo y Bienve llamó a los bomberos. En el valle del Jamuz, los milagros tienen nombres propios. Son los de vecinos y aldeanos que pusieron el cuerpo en la primera línea para evitar que el fuego alcanzara las casas y lo devorara todo. Como el de César del Río Vidales. Su aspecto huraño y fuerte no le impide verter unas lágrimas al observar las tierras herrereñas calcinadas. “Esto era el infierno, un huracán”, lamenta al rememorar el momento en que, junto a “cuatro pelagatos”, extinguieron las llamas que alcanzaron dos casas del pueblo. “La Guardia Civil pasó y nos quería echar, diciéndonos que debíamos abandonar la localidad, dejarla vacía”, relata, aún con los nervios en la voz. No les hicieron caso. Los agentes “ni se bajaron a ofrecernos un trago de agua mientras las casas ardían, y una dotacion de bomberos voluntarios se paró pero, cuando les llamaron desde Jimenez de Jamuz [a apenas unos kilómetros de Herreros], se fueron y tuvimos que apagar el fuego la gente de aquí”, cuenta a EL PERIÓDICO. El amor por la tierra “No sé como lo logramos: sacamos la fuerza para defender lo que es nuestro, nos dejamos llevar por el amor y el arrojo por estas tierras”, afirma César. En las últimas 48 horas, apenas ha dormido cuatro. Va tirando de cafeína. “Aún tengo miedo de que el fuego prenda por otro lado”, reconoce. Sólo una decena de herrereños, como César y su hermano Raúl, fueron testigos en primera persona del día más negro en la historia reciente de Castilla y León. Combatieron el fuego como pudieron —con “tractores propios de la gente, con sulfatadoras, palas, lo que tenías a mano”. Vieron sus tierras convertirse en cenizas. Sintieron el calor infernal en su cuerpo, “unos 60 grados o más”. Sin embargo, continúan sin creérselo. “Veo esto y se me cae el alma a los pies”, constata del Río Vidales. Solos ante el fuego Durante las horas más duras del incendio, los habitantes de Herreros de Jamuz han confirmado que apenas había entre 10 o 15 personas allí. Todos eran del pueblo. “Estábamos solos, no había ningún equipo para apagar el fuego, solo estaba la gente del pueblo intentando hacer algo”, cuenta Belinchón Santamaría. Esta localidad cuenta con 68 residentes censados. No obstante, durante estos días de agosto, esta cifra se más que triplica. Durante los años 60, decenas de jóvenes parejas abandonaron este pueblo, como tantos otros en León, en busca de mejores oportunidades en otras comunidades autónomas. Nieves Santamaría Peñín recaló en Catalunya. Los abuelos de Carla, en Logroño. Cada mes de agosto, vuelven con hijos y nietos a pasar el verano en las casas que tuvieron que dejar atrás. Sociedad 14/08/2025 Incendio en Herreros de Jamuz. FOTO de Andrea López Tomas / EPC Pero quienes se quedaron a defender sus tierras fueron aquellos que también sufren los crudos inviernos leoneses, las poco fiables primaveras en el valle del Jamuz y los infinitos otoños herrereños. Al pueblo lo salvó quienes lo viven cada día. “Al final, tarde o temprano, esto iba a pasar, estaba comprobado, yo llevo 20 años viendo venir el incendio, no con la vista, pero sí con esta”, denuncia César, golpeando su cabeza. “Sólo faltaba el día adecuado”, concluye. “Esto ha sido por la desgana de los políticos, y el desagravio de los pueblos, que nos tienen como escoria; no hay ganas, no quieren mirar por los pueblos, quieren que nos vayamos todos de aquí para las capitales, pero yo de aquí no me muevo”, subraya César, con las pestañas aún mojadas por las lágrimas vertidas por su tierra. De la paz al infierno Oficialmente, en esta localidad, aún no se ha levantado la restricción para volver a casa. Pero muchos no pueden aguantar más y se cuelan por los atajos que sólo los de aquí conocen. Carla iba en el coche “sorprendida por el paisaje”. “Ese paisaje que antes era amarillo y verde, ahora era negro y con alguna mancha de color que se había salvado”, relata la joven de 17 años. “Es algo realmente triste ver como todos los alrededores son un desierto de cenizas; mucha gente del pueblo vive de cada centímetro de tierra que ahora es ceniza y ya no les queda nada, y nuestro sitio de paz ha sido un infierno durante estos días”, lamenta. La tragedia ha sacudido a Herreros de Jamuz, pero no la ha arrasado. Sin embargo, en localidades cercanas como Quintana y Congosto o Palacios de Jamuz, no sólo están llorando la pérdida de casas enteras, sino, sobre todo, de vidas humanas. A medida que avanza el día, el silencio se va disipando. Sin embargo, al acercarse a la plaza del Concejo, no queda ni rastro de él. Allí la gente se reencuentra, se abraza, se pone manos a la obra. “Hay que limpiar mesas y sillas, y colocarlas de nuevo en la plaza para que todo vuelva a la normalidad lo más pronto posible”, pide Alberto. El pueblo de Herreros de Jamuz cuenta con el privilegio de tener un bar, ‘Casa la Abuela’, donde se juntan jóvenes y mayores de aquí y de otras localidades cercanas. Ante la cancelación de las fiestas previstas para los próximos días, muchos herrereños esperan con ansias ese reencuentro en la plaza, el respirar tranquilos a la fresca. Algunos han cogido remolques llenos de agua y comida para alimentar a los animales que han sobrevivido a los incendios en los montes. “Esta noche volveremos a salir al fresco con nuestros amigos, comentaremos la jugada, criticaremos que aquí no venía nadie a apagar los fuegos y agradeceremos a los del pueblo”, señala Nieves. A sus 86 años, no había vivido nunca nada como esto. César espera que esta tragedia sirva para despertar conciencias, para que esto no vuelva a ocurrir jamás. Carla dormirá esta noche por primera vez en su casa. Desde el tejado al que se subió Mariano para salvarla, puede ver los esqueletos de pinos que coronan los montes calcinados que rodean Herreros de Jamuz. “Ese monte por el que subíamos hasta la cima, la casa del monte en la que nos juntábamos a cenar, las escuelas donde todos los veranos veíamos las estrellas hasta las tantas, los caminos por los que íbamos a ver el atardecer e innumerables historias que tenemos en cada rincón del pueblo que ahora es ceniza”, concluye. Suscríbete para seguir leyendo
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