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  • La Asunción de la Virgen María, un dogma proclamado hace apenas 75 años: la “dormición” y la ambigüedad sobre su muerte

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 15/08/2025 03:04

    La definición dogmática evita precisar si María murió, usando la expresión "terminado el curso de su vida terrena" Cada 15 de agosto, la Iglesia Católica celebra con solemnidad la Asunción de la Virgen María, un dogma que proclama su elevación al cielo en cuerpo y alma, un privilegio único que la distingue como Madre de Dios y primera discípula de Cristo. En la Argentina, desde las catedrales hasta las capillas más humildes, los fieles se reúnen para honrar a María, cuya vida terrena culminó en un misterio que trasciende la muerte, comúnmente llamada a esta festividad “Santa María”. Pero, ¿qué significa este dogma, proclamado hace apenas 75 años? ¿Por qué el texto evita hablar de su muerte? ¿Cómo se relaciona con la Dormición que celebran los ortodoxos y con el Ferragosto italiano? El dogma de la Asunción fue un pronunciamiento histórico. El 1 de noviembre de 1950, el papa Pío XII, en la basílica de San Pedro, proclamó el dogma de la Asunción mediante la constitución apostólica “Munificentissimus Deus”. Este documento, fruto de siglos de reflexión teológica y devoción popular, definió solemnemente que “la Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. Este pronunciamiento no fue un capricho, sino la culminación de una creencia arraigada en la Iglesia desde sus orígenes, elevada a dogma para reforzar la fe en un mundo devastado por la Segunda Guerra Mundial. El texto de “Munificentissimus Deus” es preciso y cargado de simbolismo. No inventa una nueva doctrina, sino que confirma una verdad que, según Pío XII, “se fundamenta en la Sagrada Escritura, está profundamente grabada en el alma de los fieles y es confirmada por la liturgia”. La definición dogmática, respaldada por la infalibilidad papal, responde a una consulta previa a los obispos del mundo, quienes en su inmensa mayoría afirmaron que la Asunción era una creencia universal. Como señala el teólogo jesuita Juan Luis Segundo, “el dogma no creó la fe en la Asunción, sino que la explicitó, dando voz a lo que el pueblo de Dios ya vivía”. El dogma de la Asunción, proclamado en 1950 por el papa Pío XII, afirma que María fue elevada al cielo en cuerpo y alma ¿Pero por qué el texto describe su muerte como “terminado el curso de su vida terrena”? Un detalle del dogma que, sin duda, despierta curiosidad: evita mencionar explícitamente la muerte de María. Esta elección no es casual. La tradición católica sostiene que María, libre del pecado original por su Inmaculada Concepción, no estuvo sujeta a la corrupción de la muerte como el resto de la humanidad. Sin embargo, la Iglesia no ha querido cerrar el debate teológico sobre si María murió o no antes de su asunción. La expresión “terminado el curso de su vida terrena” es deliberadamente ambigua para abarcar ambas posturas: la de quienes creen que María murió (mortalistas) y la de quienes sostienen que fue llevada al cielo sin pasar por la muerte (inmortalistas). El teólogo dominico Yves Congar explica: “La fórmula refleja la prudencia de la Iglesia, que no quiere imponer una interpretación sobre un misterio que no está explícitamente revelado en la Escritura”. Por un lado, los mortalistas, apoyados en textos apócrifos como el Transitus Mariae (siglo V), argumentan que María murió como un acto de conformidad con la humanidad de Cristo. Por otro, los inmortalistas, como san Juan Damasceno, afirman que su asunción sin muerte es coherente con su pureza singular. Esta ambigüedad no resta fuerza al dogma, sino que enriquece su misterio. Como apunta el cardenal Joseph Ratzinger (futuro Benedicto XVI), “la Asunción no se centra en cómo terminó la vida de María, sino en el destino glorioso de su cuerpo y alma, que anticipa la resurrección de todos los cristianos”. Para los fieles, lo esencial no es si María murió, sino que fue elevada al cielo como primicia de la humanidad redimida. Los orígenes de la creencia en la Asunción no aparecieron súbitamente en 1950, sino que hunde sus raíces en los primeros siglos del cristianismo. Aunque la Escritura no menciona explícitamente este evento, textos como el Génesis 3:15 (el protoevangelio) y Apocalipsis 12 (la mujer vestida de sol) fueron interpretados por los Padres de la Iglesia como alusiones a María. Hacia el siglo IV, la tradición oral ya hablaba de su elevación al cielo. San Epifanio de Salamina, en el año 377, escribió: “Nadie sabe cómo fue el fin de María, pero su cuerpo no está en la tierra, pues fue llevada a la gloria”. Esta creencia se consolidó en la liturgia oriental con la fiesta de la Dormición, celebrada desde el siglo V en Jerusalén. En Occidente, la fiesta de la Asunción se formalizó en el siglo VII bajo el papa Sergio I, quien la instituyó el 15 de agosto. Para el siglo VIII, san Germán de Constantinopla predicaba: “María, al ser asunta, no fue separada de su cuerpo, porque su pureza la preservó de la corrupción”. La devoción popular, expresada en himnos, iconos y relatos apócrifos, reforzó esta creencia, que se mantuvo viva a través de los siglos. El teólogo Hans Urs von Balthasar destaca: “La Asunción es el eco de la fe del pueblo, que vio en María la culminación del plan de Dios para la humanidad”. Para los católicos, la Asunción de María es mucho más que un evento histórico; es un signo de esperanza y una promesa de la resurrección. María, elevada en cuerpo y alma al cielo, representa el destino final de todos los redimidos. Como explica el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 966), “la Asunción de la Virgen es una participación singular en la resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos”. Este dogma subraya la dignidad del cuerpo humano, destinado no a la corrupción, sino a la gloria, para los fieles, María asunta es también un modelo de fe y entrega. “Ella es la primera en seguir plenamente a Cristo, mostrando el camino hacia la plenitud de la vida eterna”, escribe la teóloga española Carmen Aparicio. En las misas del 15 de agosto, los católicos renuevan su devoción mariana, viendo en María una madre que intercede desde el cielo. En Argentina, donde la Virgen es patrona de numerosas diócesis, la solemnidad se celebra con procesiones, rosarios y ofrendas, desde la basílica de Luján hasta las capillas rurales. La Asunción de la Virgen María se celebra cada 15 de agosto como uno de los dogmas centrales de la fe católica.¿ En las Iglesias ortodoxas, el 15 de agosto se celebra la “Dormición de María”, una fiesta que, aunque similar a la Asunción, tiene matices propios. La palabra “Dormición” (del griego Koimesis, “sueño”) sugiere que María no murió en el sentido corriente, sino que “durmió” antes de ser llevada al cielo. La principal diferencia con la Asunción católica radica en el énfasis teológico. Mientras los católicos destacan la elevación de María en cuerpo y alma como un dogma definido, los ortodoxos ven la Dormición como un misterio de fe no dogmatizado, centrado en la idea de un “tránsito” pacífico. Como explica el teólogo ortodoxo Vladimir Lossky, “la Dormición no es una definición doctrinal, sino una celebración litúrgica que exalta la unión de María con Cristo en su muerte y resurrección”. Ambas tradiciones coinciden en la glorificación de María, pero la ortodoxia evita especulaciones sobre los detalles de su fin terrenal. En la práctica, la Dormición es una de las fiestas más importantes del calendario ortodoxo, con iconos que muestran a María en un lecho, rodeada de apóstoles, mientras Cristo recibe su alma. En países como Grecia o Rusia, las celebraciones incluyen vigilias y cánticos, mientras que, en Argentina, las comunidades ortodoxas, aunque pequeñas, honran la fecha con devoción. No obstante, la celebración netamente religiosa entabla una conexión histórica con la fecha del 15 de agosto la cual no solo pertenece a la liturgia cristiana; en Italia, coincide con el Ferragosto, una festividad que mezcla raíces paganas y cristianas. El término Ferragosto deriva de las “Feriae Augusti”, las fiestas instituidas por el emperador Augusto en el año 18 a.C. para celebrar la cosecha y el descanso estival. Con la cristianización del Imperio Romano, la Iglesia adaptó esta fecha pagana al calendario litúrgico, asociándola con la Asunción de María. En Italia, el Ferragosto es un feriado nacional que combina la solemnidad religiosa con celebraciones populares: misas, procesiones y fiestas al aire libre. En Roma, la basílica de Santa María la Mayor acoge ceremonias solemnes, mientras en Sicilia y Cerdeña se realizan desfiles con estatuas de la Virgen. Como señala el teólogo italiano Bruno Forte, “el Ferragosto es un ejemplo de cómo la fe cristiana transformó tradiciones paganas, dando a María un lugar central en el corazón del pueblo”. En Argentina, las comunidades ítalo-argentinas, especialmente en Buenos Aires y Rosario, celebran el 15 de agosto con misas y eventos que evocan esta doble herencia. De acuerdo a lo que hemos leído, cada 15 de agosto, es para los católicos y ortodoxos un recordatorio de la vocación última de la humanidad: la unión con Dios en cuerpo y alma. En un mundo marcado por la incertidumbre, la fe en la Asunción ofrece consuelo y esperanza, como señala el papa Francisco: “María, asunta al cielo, nos muestra que nuestro destino es la eternidad con Dios”. Desde las procesiones en Luján hasta las misas en las parroquias más remotas, los fieles argentinos renuevan su devoción a la Virgen, viendo en ella un modelo de humildad y entrega. La Asunción no es solo un dogma, sino un misterio que invita a contemplar la grandeza de María y la promesa de la resurrección. Su relación con la Dormición ortodoxa y el Ferragosto italiano revela cómo la fe trasciende fronteras, uniendo culturas y épocas. En este 15 de agosto, mientras las campanas resuenan y las flores adornan los altares, María sigue siendo un faro que guía a los creyentes hacia el cielo.

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