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  • Chips: esas miniaturas que provocan grandes disputas

    » Clarin

    Fecha: 13/08/2025 08:35

    Donald Trump inició una batalla arancelaria contra las principales economías del mundo en abril de este año. Desde entonces, con el objetivo de fortalecer a un grupo selecto de empresas de Estados Unidos (EEUU), equilibrar el déficit comercial y debilitar a los adversarios tecnológicos, su administración modificó, como es sabido, los impuestos que gravan el ingreso de productos extranjeros al poderoso mercado estadounidense. La estrategia, que también impacta en Argentina, avanzó con idas y vueltas, alegando razones de seguridad nacional -como en los aranceles aplicados a los autos, el aluminio y el acero-, y mediante una abierta intromisión en asuntos internos de otros países, evidenciada en las interferencias en la política y la justicia de Brasil. Asimismo, se recurrió a la coerción económica: se exigió a Vietnam, por ejemplo, que limite los componentes chinos en sus exportaciones. De igual manera, se aprobaron aumentos moderados en los aranceles a las manufacturas europeas destinadas a los EEUU, a cambio de que esa comunidad multiplique las compras de energía y armamento estadounidenses en el corto plazo. Los resultados de esta política errática y desafiante se verán con el tiempo. Sin embargo, conviene detenerse en dos productos, entre decenas, que fueron blandidos como espadas durante las negociaciones, aun inconclusas, con China y otros países asiáticos: los chips y semiconductores. Ambos tienen un tamaño microscópico —varias veces más delgado que un cabello humano— y juegan un papel clave en las tecnologías actuales y venideras. Los chips, según la bibliografía especializada, son minúsculos dispositivos electrónicos, mayormente de silicio, que permiten el correcto desempeño de señales y comandos en teléfonos inteligentes, computadoras, satélites, automóviles, tarjetas electrónicas, videojuegos y televisores. Están compuestos por semiconductores —insumos especiales que regulan el paso de la electricidad— y dentro de ellos hay diminutos circuitos que almacenan datos, procesan información y ejecutan instrucciones para hacer posible el funcionamiento del chip. La idea de reemplazar las grandes válvulas de vacío de los aparatos automáticos por piezas mucho más pequeñas surgió a mediados del siglo pasado. En 1958, la firma Texas Instruments creó el primer circuito integrado. Y poco más tarde, el físico Robert Noyce, considerado el alcalde de Silicon Valley, perfeccionó el diseño usando silicio, lo que facilitó su producción en masa y aceleró el auge de la industria electrónica. Desde los años ‘60 hasta los ‘90, el mercado estuvo dominado por compañías de EEUU y Europa como Intel, con el famoso Pentium, IBM y Philips. A partir de los años noventa, los procesos de globalización y relocalización de plantas productivas favorecieron el ascenso de empresas asiáticas. Primero fueron las corporaciones japonesas, como Sony y Toshiba. Luego, la surcoreana Samsung y la taiwanesa TSMC. Y en este siglo, sobresalen las multinacionales chinas SMIC y Huawei, que fueron respaldadas por las californianas NVIDIA y AMD, que hicieron fuertes inversiones en esa región. Estas empresas lograron importantes avances tecnológicos gracias a los subsidios estatales para la investigación básica y el desarrollo experimental. También, se beneficiaron de una red de proveedores que facilitó la elaboración y distribución de sus productos. Además, contaron con una fuerza laboral capacitada y costos más bajos en comparación con los de EEUU y Europa. Como resultado, Taiwán, Corea del Sur y China se convirtieron, según la firma global TrendForce, en los principales exportadores de chips y semiconductores a nivel mundial utilizados en aparatos domésticos, electrónica de consumo y equipos de telecomunicaciones. Y aunque los componentes fabricados en China aún no alcanzan el nivel de los más avanzados, es probable que esta nación logre producir en los próximos años dispositivos claves y de alto rendimiento para la inteligencia artificial, la ciberseguridad y la defensa militar. Este aspecto, neural en la competencia con EEUU, motivó que el expresidente Joe Biden aprobara en 2022 un ambicioso paquete de medidas destinadas a revitalizar la industria de chips y semiconductores de su país. Y explica, ante todo, las fuertes imposiciones arancelarias y las restricciones para el acceso a los mejores chips y software norteamericanos con las que Trump pretende fomentar la fabricación de estos componentes en territorio estadounidense y dificultar o impedir su manufactura y las innovaciones en suelo asiático. Una cuestión que numerosos líderes políticos y empresarios, entre ellos los directivos de Apple y NVIDIA, consideran altamente riesgosa debido a las tensiones comerciales que genera y su escasa viabilidad en el corto y mediano plazo. En América Latina, donde, según la mítica editora Michi Strausfeld, los insultos y arbitrariedades de ciertos mandatarios abundan y suelen sobrepasar cualquier ficción literaria, solo Brasil y Costa Rica cuentan con proyectos para ensamblar semiconductores. Argentina, en cambio, apenas posee dos plantas dedicadas a credenciales digitales y partes informáticas. Sería oportuno, entonces, que las autoridades, en lugar de ningunear al sistema científico-tecnológico, impulsen programas para fortalecer sus institutos, similares quizás a los que propició el ingenioso Noyce en EEUU, con el fin de obtener progresos que posicionen a nuestro país en este sector decisivo para el presente y el futuro. ¿Será posible?

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