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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 11/08/2025 04:51
El libro del día: “Like: A History of the World’s Most Hated (And Misunderstood) Word”, de Megan C Reynolds “No todo el mundo necesita un martillo”, escribe Megan C Reynolds en su reciente libro, al analizar cómo el uso de la palabra “like” suaviza emociones intensas y facilita la comunicación en situaciones delicadas. Esta reflexión, que aparece en la segunda mitad de su obra, resume el núcleo de un debate lingüístico que ha acompañado a varias generaciones: el estigma y la función real de “like” en el inglés contemporáneo. En un momento en que los millennials se consolidan como la generación dominante en el ámbito laboral y social, la pregunta sobre el futuro de este término cobra una nueva relevancia. La autora, Megan C Reynolds, explora en “Like: A History of the World’s Most Hated (And Misunderstood) Word”(Me gusta: Una historia de la palabra más odiada (e incomprendida) del mundo) el recorrido de una palabra que ha sido objeto de burlas, correcciones y, en muchos casos, vergüenza. Según detalla en su libro, la resistencia de las generaciones mayores hacia “like” se explica, en parte, por su novedad relativa durante la infancia de los millennials. Esta percepción de modernidad, sostiene Reynolds, “probablemente les hacía sentirse viejos”. El fenómeno no es reciente: la lingüista Alexandra D’Arcy documenta que el término ha evolucionado desde el año 1200, aunque su uso polémico se popularizó en los años 80 y 90. Hoy, “like” se ha integrado plenamente en el léxico inglés, desde su omnipresencia en el reality Love Island hasta su aparición en el título de un EP de Ice Spice (“Like..?”), pasando por su uso habitual en las entrevistas de la reconocida periodista Terry Gross. Esta última ha sido elogiada por emplear “like” como “piedras de apoyo dentro de las oraciones, sobre las que se apoya, gira y se lanza hacia su argumento”. El ícono del "like" (Freepik) El análisis de Reynolds apunta a que la consolidación de los millennials en el mundo profesional convertirá el uso de “like” en una norma aceptada. “El uso de ‘like’ pronto será el estándar”, afirma. Para Reynolds, la evolución lingüística suele ser positiva y, contrariamente a lo que enseñaban los profesores de primaria, no existen leyes lingüísticas inmutables. “La única policía del lenguaje es la que se autoproclama”, escribe. A pesar de esta normalización progresiva, persiste una sensación de incomodidad al emplear la palabra. Reynolds y otros expertos subrayan que gran parte del rechazo hacia “like” se relaciona con su asociación a mujeres jóvenes, especialmente desde la aparición del estereotipo de la “valley girl” en los suburbios de Los Ángeles durante los años 80. Investigaciones citadas por Reynolds demuestran que las mujeres jóvenes desempeñan un papel destacado en la transformación del idioma. Sin embargo, la vigilancia sobre la forma en que ellas se expresan —y la consiguiente autovigilancia, muchas veces inconsciente— se mantiene vigente. “La fiscalización de la manera en que hablan las mujeres —que, a su vez, las lleva a fiscalizarse a sí mismas, a menudo de forma subconsciente— es un deporte que nunca pasará de moda”, sostiene Reynolds en su libro. Este proceso de interiorización puede generar dificultades en la vida profesional y personal. Reynolds relata el caso de una amiga que trabaja en el FBI y que, tras años de escuchar a su padre advertirle sobre el uso excesivo de “like”, ha incorporado esa autocensura en su día a día, especialmente en un entorno laboral dominado por hombres. Escena de "Clueless" (Paramount Pictures) El resultado es que “like” permanece en una especie de limbo: ya no se condena abiertamente, pero tampoco se acepta sin reservas. Este contexto convierte el libro de Reynolds en una intervención oportuna. Más que una historia lineal, la obra se presenta como una serie de reflexiones sobre el término, abordando desde la cultura de los influencers y películas como My Fair Lady y Clueless —esta última desmontando el mito de la “valley girl”— hasta los distintos registros del habla, desde los mensajes de texto entre amigos hasta los correos electrónicos en la oficina, donde, según Reynolds, adoptamos una especie de “disfraz corporativo” plagado de expresiones como “ponerse en contacto”, “retomar el tema” o “hacer seguimiento”. Lo más destacado del libro es la reivindicación de la capacidad única de “like” para aceitar los engranajes de la comunicación. Reynolds argumenta que el término mejora la manera en que compartimos experiencias. La lingüista Alexandra D’Arcy explica en el libro que la narrativa simplista de que “like” reemplazó a “say” no refleja la realidad. En verdad, “la gente empezó a citar mucho más que el discurso. Y, en particular, empezaron a citar esos estados internos”, es decir, lo que sentían más que lo que realmente dijeron. Así, una frase como “Mi jefe fue como, ‘¿Qué demonios te pasa?’” puede transmitir tanto el tono del jefe como el impacto emocional en el hablante, advirtiendo al oyente que no debe tomar la cita de forma literal. Reynolds sostiene que “la manera en que contamos historias ahora es fundamentalmente diferente porque damos espacio tanto a los sentimientos como a los hechos”. En conversaciones complejas, “like” permite hacer una pausa, matizar o suavizar el mensaje. “Te da un minuto para recomponerte mentalmente y también le indica a la otra persona que estás en ese proceso”, explica Reynolds. “Decir ‘like’ muchas veces no es algo por lo que debas sentirte mal”, concluye la autora. “Si pudiera desengañar a alguien de esa idea, mi trabajo estaría hecho”. Mientras tanto, la aparición de nuevas expresiones propias de la generación Z ofrece nuevos motivos de inquietud para quienes se preocupan por la pureza del idioma.
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