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Crespo » Paralelo 32
Fecha: 10/08/2025 14:41
Martincito se levanta cada mañana con el llamado de su mamá. Sigue su rutina de higiene y desayuno, se calza el guardapolvo —con entusiasmo o no— y sale con rumbo a la escuela, siempre acompañado por ella. La escuelita (ese diminutivo tan propio del campo cuando se trata de establecimientos pequeños) no queda lejos, y mamá conduce su propio vehículo. Ambos bajan juntos. Ella abre las puertas, barre algunas hojas secas de la galería, y entran al aula, donde el gurisito deja sus útiles sobre un pupitre y se desploma en su asiento. Son dos almas solitarias en una pequeña capilla del saber. Ella le enseña, le corrige tareas, le toma exámenes, lo califica, decide si habrá clases cuando hay amenaza de mal tiempo, y limpia cuando hace falta. Mamá es la única maestra. Martín, su único alumno. Y por cumplir el doble rol de docente y directora del establecimiento, mamá percibe un sueldo con el que hace una diferencia muy importante. Se cuenta que esta escena se da en una escuelita del departamento Nogoyá. Tal vez no se repita en forma idéntica en aquellas trescientas escuelas rurales de Entre Ríos donde asisten apenas uno, dos, o tres alumnos. Pero éstas en particular comparten un mismo problema: esos chicos pierden una oportunidad irrecuperable en la vida. La de convivir con otros de su edad, aprender de otros docentes, explorar asignaturas más variadas, o simplemente correr tras una pelota, tirar al aro, patear al arco. Derechos que también debería considerar Agmer. Ayer, al pasar por una escuela cuyo patio da a la vereda, recordé al niño solitario que fui hasta los seis años, y cuánto me cambió la vida al encontrarme cada día con otros en el aula, todos igualados por el blanco del guardapolvo. Recordé la campana (o el timbre) que iniciaba la carrera desde el aula al patio, donde nacía o se fortalecía la amistad, donde se aprendía a querer y a enojarse por un rato, hasta perdonar u olvidar, o entender que no todos somos iguales y eso está bien. Allí nacían los primeros amigos y amigas. En ese escenario no solo aprendíamos letras y números. También a convivir, a compararnos, a competir sanamente, a cumplir reglas, a conocer realidades familiares distintas a la propia. A explorar el arte como se reconoce un mapa: en la sala de música, en la hora de plástica. En suma, aprendíamos a vivir los primeros años en comunidad, como abejas en una colmena, no como orugas solitarias. Este tipo de experiencias deberían ser tenidas en cuenta por Agmer, más allá de la pertenencia político-partidaria de sus dirigentes. Sin embargo, el gremio alzó su voz opositora cuando el gobernador Rogelio Frigerio encabezó una reunión con autoridades del Consejo General de Educación (CGE) y referentes departamentales, en la que se propuso “fortalecer las políticas educativas en toda la provincia”. Uno de los ejes centrales fue la reforma del “mapa escolar” ante la existencia de centenares de escuelas rurales con entre uno y tres alumnos. En ese encuentro se explicó un proyecto para “optimizar” el sistema educativo: “Buscamos un servicio de calidad y lógico. Hoy tenemos casi 300 escuelas con entre uno y tres alumnos, lo cual es inviable desde lo social y lo pedagógico”, se argumentó. Se anunció, además, la intención de reorganizar la distribución escolar en función de la matrícula, mediante el transporte escolar rural, garantizando el derecho a la educación. Trescientas escuelas con entre uno y tres alumnos. Dejando fuera de este análisis a las escuelas de islas —con docentes que viven allí mismo y a quienes muchas veces corresponde reconocer con calificativos como heroicidad y entrega—, en el territorio firme parece razonable pensar una reestructuración. Eso sí: una que se revise año a año y contemple la reapertura de las escuelas donde la matrícula lo justifique. Un solo alumno merece todo el esfuerzo por una educación integral. Ese principio es irrenunciable. Pero no debería usarse como argumento para oponerse a toda reforma, aun cuando algunas son necesarias para corregir un sistema que se ha desbordado y puede mejorar. No se trata solo de la conveniencia de algunas afiliadas, sino de corregir lo que es corregible y pensar en el bien del alumno solitario, porque la escuela no es solo contenido, también es convivencia.
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