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  • Una mirada desde la alcantarilla. Las violetas

    Paraná » 9digital

    Fecha: 08/08/2025 11:42

    No hay más violetas, dice una alumna, ya no se encuentran, en los viveros ni las conocen. En casa mamá cultivaba esas flores pequeñas de aroma intenso con pétalos leves como tules sobre un monje, las violetas aparecían en copitas de cristal para coñac que usaba mi madre como florero a su medida. Las dejaba en la mesa de luz de la pieza de las mujeres que compartíamos con Cari, delante de un portaretratos en el living, en las hojas apretadas de libros pesados, secas dentro de bolsitas con incienso y hojas crujientes de otras plantas bíblicas que luego, apoyaría contra su pecho prendidas de alfileres. Mamá nos protegía con perfumes, pienso ahora, mientras persigo el rastro de las colonias en los pañuelos, en las sábanas, en la clavícula, el agua bendita sobre la frente, en la nuca, la cruz con la gota del vino volcado en nuestra cara. Cuando mi alumna nombró la planta, pensé en ella. Como esas bailarinas que parecen levantar un brazo, una pierna, girar sin esfuerzo, sin esmerarse por abrir el cuerpo, por elevarse más allá del suelo, en esa sintonía como de viento cuando hace que las hojas den vueltas como hormigas en el círculo, mi madre preparaba el jardín y todo lo que estaba afuera de su casa, afuera de ella para que percibamos que eso nos quedaría cerca toda la vida. * Hay una flores violetas en un monasterio que en invierno crecen como un colchón a la sombra de los árboles. Y uno puede tirarse de pecho sobre ellas y sentir hasta el alma la humedad de la tierra. Un día, le pedía a Dios, con lágrimas: Carajo, estate siempre así conmigo como ahora. A vos sí te pido que me quieras. Héctor Viel Témperley

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