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» Voxpopuli
Fecha: 03/08/2025 17:49
Fue la prueba empírica de cómo la búsqueda de conocimiento choca de frente con la promoción calculada de la ignorancia, avalada tanto por el aparato estatal bajo esta gestión como por su maquinaria comunicacional paraestatal. Mientras millones de argentinos se fascinaban con imágenes inéditas de la fauna marina a miles de metros de profundidad, un esfuerzo de años de investigación y tecnología de punta del CONICET que en la última semana obtuvo más de 6 millones de visualizaciones en YouTube, el presidente Milei, desde el otro lado de la pantalla, seguía abonando su narrativa de confrontación. Lo que para la inmensa mayoría fue un momento de asombro y aprendizaje, para el núcleo duro del oficialismo fue, insólitamente, motivo de ataque. La ciencia que avanza en profundidad vs. el enojo y la ignorancia como política de Estado La polémica posterior, con funcionarios y figuras afines al gobierno atacando la transmisión del CONICET con argumentos absurdos y desinformados, terminó de dibujar el contraste. Se descalificó un logro científico, se vinculó la exploración submarina con la perforación petrolera de manera falaz y se intentó minimizar el valor de la investigación pública. ¿Por qué tanta reacción ante un simple streaming de ciencia? La respuesta parece simple: el éxito de la ciencia, su capacidad de generar interés genuino y conocimiento verificable, desafía directamente el modelo discursivo del «libertarismo terraplanista», que ha convertido la promoción de la ignorancia en una herramienta política. Este «terraplanismo» no es literal, claro, pero sí es conceptual. Se manifiesta en la negación de la evidencia, el desprecio por la complejidad, la simplificación extrema de problemas complejos y, fundamentalmente, en la promoción de un relato que busca el enojo constante de su núcleo duro. Y lo más alarmante es que esta lógica no solo proviene de declaraciones aisladas, sino que parece impregnar la forma en que el propio aparato estatal –del cual el CONICET es una isla de resistencia– y la maquinaria comunicacional paraestatal del presidente Milei, a través de redes y medios afines, operan para reforzar esta embestida contra el saber. No importa si es el cambio climático, la salud pública, la economía o, como ahora, la investigación científica: el objetivo parece ser siempre el mismo, agitar las aguas con afirmaciones escandalosas para consolidar un apoyo basado en la bronca y la desinformación, no en la razón. El CONICET, con su transmisión, ofrecía lo opuesto: información constante, rigurosa y verificable. Mostraba la paciencia de la investigación, la inversión en capital humano y tecnológico, y el valor intrínseco de expandir las fronteras del conocimiento. En un mundo donde la atención es el bien más preciado, la ciencia demostró que puede competir, y ganar, en el terreno de lo que realmente importa: la verdad y el asombro. La idiotez libertaria, en contraste, se alimenta de la polarización y la simplificación. Busca la reacción visceral, el tuit indignado, el comentario furioso. No propone debates, sino eslóganes. No invita a la reflexión, sino a la adhesión ciega. Y en ese camino, no duda en atacar lo que no comprende o lo que desafía su visión unidimensional del mundo, utilizando para ello los recursos del Estado y la amplificación mediática. El cañón de Mar del Plata, con sus misterios develados por el CONICET, se convirtió así en un inesperado símbolo. Un símbolo de la profundidad que aún nos queda por explorar, tanto en el océano como en el pensamiento. Y un claro recordatorio de que, frente a un discurso que se estanca en la superficie del enojo y la negación, promovido activamente desde el poder, la ciencia, con su búsqueda incansable de la verdad, siempre encontrará un camino hacia la luz, por más profundas que sean las aguas. Alejandro Miravet (h)
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