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  • Henri Cartier-Bresson: las reflexiones del célebre fotógrafo que capturaba lo cotidiano de forma extraordinaria

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 03/08/2025 02:46

    Henri Cartier-Bresson tenía la extraordinaria capacidad para capturar el momento decisivo © Henri Cartier-Bresson / Magnum Photos A Henri Cartier-Bresson se lo llamó “el ojo del siglo”, no solo por su capacidad para captar con su cámara y su singular mirada detrás de la lente los grandes hechos del siglo XX sino también por capturar la instantaneidad de lo efímero en lo más cotidiano de las personas. Sus grandes fotorreportajes mostraron al mundo con imágenes congeladas, pero vitales, los funerales de Mahatma Gandhi, la entrada triunfal de Mao a Beijing, las manifestaciones por los derechos civiles en los Estados Unidos, la devastación de la Guerra Civil Española o la cicatriz del Muro de Berlín. También, registraron instantes únicos de personajes como Picasso, Matisse, Edith Piaf, Fidel Castro o el Che Guevara, pero también se convirtieron en verdaderas crónicas de los juegos de niños en tiempos de guerra, la vida diaria en Moscú o el descanso de las familias trabajadoras en París. “No me interesa la fotografía sino la vida”, solía decir. En una entrevista publicada en 1971 en The New York Times trató de desarrollar esa diferencia: “La fotografía como yo la concibo, bueno, es un dibujo, un boceto inmediato hecho con la intuición. Y no puedes corregirlo. Si debes corregirlo, será la siguiente fotografía. Pero la vida es muy fluida… Bueno, a veces las imágenes desaparecen y no hay nada que puedas hacer. No podés decirle a la persona, ‘Oh, por favor, volvé a sonreír, hacé ese gesto de nuevo’. La vida es una sola vez, para siempre”, explicó. Adoptó ese punto de vista desde su primera gran cobertura para el diario francés Ce Soir cuando, enviado en 1937 a registrar la coronación de Jorge VI en Londres, no tomó una sola foto del nuevo rey sino que se dedicó a captar las expresiones y las actitudes de la multitud plebeya que esperaba el paso del monarca en las calles. Prostitutas, calle Cuauhtemoctzin, México (1934) Cartier-Bresson fue pionero de la fotografía documental La propia experiencia le enseñó también la necesidad de independencia en el trabajo periodístico y eso lo llevó a fundar con otros grandes fotógrafos una agencia cooperativa que hizo historia, Magnum, cuyos integrantes, además de decidir sobre sus imágenes, tenían el poder de definir qué historias debían contarse y cómo hacerlo. Allí, junto con otros grandes fotoperiodistas, entre ellos Robert Capa y David Szymin, crearon una verdadera escuela para las coberturas con imágenes. “Lo que importa para un fotógrafo es su implicación. La fotografía no es un medio propagandístico, es una forma de gritar lo que sentís. Es como la diferencia entre un panfleto propagandístico y una novela. La novela debe ir a través de todos los canales sensoriales y la imaginación, y es mucho más poderosa que algo de mirar y tirar. Si un tema se desarrolla y se novela, es mucho más sutil, mucho más profundo”, decía. Porque para Cartier-Bresson, los fotorreportajes debían ser el resultado de la instantaneidad de la vida y la profundidad del arte, una concepción que quizás pudo construir gracias a que sus primeros pasos los dio como artista plástico. De pintor a fotógrafo Hijo de un matrimonio de la clase alta de París, Henri Cartier-Bresson nació el 22 de agosto de 1908. Estuvo en contacto con el arte desde muy chico por medio de su tío Louis, un artista plástico que lo introdujo en la pintura y lo guió en sus primeros trabajos infantiles. Louis no tuvo mucho tiempo para enseñarle porque murió en el campo de batalla durante la Primera Guerra Mundial, pero fue determinante en el futuro de su sobrino que, apenas terminó su escolarización básica decidió seguir una carrera artística. “El hermano de mi padre era un pintor que fue asesinado en los primeros días de la Primera Guerra Mundial. Yo tenía 5 o 6 años cuando murió, y siempre soñé con la pintura. Y mi padre me dijo: ‘Bueno, está bien’. Fue lo suficientemente amable no forzándome a entrar en el negocio. Así que pinté con un amigo de ese tío que murió”, contaría después. Así comenzó a formarse en el taller del pintor y escultor cubista André Lhote en Montparnasse y alrededor de 1927 entró en contacto con los círculos surrealistas de la capital francesa. Foto callejera tomada por el artista en Marsella, Francia Quedan muy pocas pinturas suyas de esa época, porque las destruyó la mayoría de ellas porque no lo conformaban. Sin embargo, ese contacto con el surrealismo y su necesidad de capturar la esencia del momento fueron decisivos para su futura carrera como fotógrafo. “Toda mi formación fue el surrealismo. Todavía me siento muy cerca de los surrealistas. Pero Capa era extremadamente sensato cuando me dijo que no me encasillara como ‘fotógrafo surrealista’ porque nadie me encargaría trabajos. Así que nunca mencioné el surrealismo. Es cosa mía, mi intimidad. Y lo que quiero, lo que busco, no es asunto de nadie. De lo contrario, nunca tendría encargos”, explicó cuando ya era un fotoperiodista consagrado. Sus primeros pasos como fotógrafo los dio en 1929 y por casualidad. Estaba haciendo el servicio militar y lo arrestaron por haber salido a cazar sin autorización. Debía cumplir su pena en una celda, pero Harry Crosby, un escritor y fotógrafo que lo conocía, convenció al comandante del cuartel que lo dejara bajo su custodia para que lo ayudara en sus trabajos de fotografía. Crosby le regaló su primera cámara, una Krauss de segunda mano, y le dio algunas lecciones antes de suicidarse en diciembre de ese mismo año. Al terminar el servicio militar comenzó a frecuentar a otros fotógrafos de la capital francesa. “Había pocos fotógrafos en los años 30 en París. Tomábamos café crème en el Domo de Montparnasse. Antes de la guerra, Montparnasse era una zona muy animada. Era mi ciudad”, recordaría después. Dos años más tarde viajó a Costa de Marfil para hacer su primer fotorreportaje. Tenía 23 años. De regreso en París conoció a Martin Munkáscsi, otro fotorreportero que había trabajado en África y quedó impresionado por sus registros en tomas de acción. Una de sus fotos, la de tres chicos corriendo en la orilla del lago Tanganyika, lo impresionó profundamente. Al verla, diría, “entendí que una fotografía podía fijar la eternidad en un instante”. Decidió dedicarle la vida y se compró la cámara Leica que lo acompañaría durante muchísimos años. Retrato del cofundador de la agencia Magnum, Henri Cartier-Bresson, en París, septiembre de 1989 (REUTERS/Charles Platiau) El gran fotoperiodista La Leica era el instrumento ideal para las fotografías que quería lograr: el pequeño tamaño de la cámara le permitía pasar inadvertido y obtener mejores registros, más espontáneos; para invisibilizarse e invisibilizarla todavía más, Cartier-Bresson le pintó de negro todas las piezas brillantes. Hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial trabajó en el diario comunista Ce Soir, donde conoció a dos de los reporteros con quienes años después crearía la agencia Magnum: David Szymin, más conocido como “Chim”, y Endré Friedmann, que utilizaba el seudónimo de Robert Capa. Con ellos cubrió la Guerra Civil Española, donde también incursionó en el cine como asistente de Juan Renoir, que trabajaba para las fuerzas republicanas. Al comienzo de la Segunda Guerra fue reclutado por el ejército francés en el cuerpo encargado de fotografías y películas, para hacer trabajos de propaganda y documentación, hasta que fue capturado por los alemanes en la Batalla de Francia y pasó tres años confinado en un campo de prisioneros. Cuando pudo escapar se sumó a la Resistencia hasta el final del conflicto. En 1947, con Robert Capa y Chim, a los que se sumaron George Rodger y William Vandivert, fundaron Magnum Photos, una agencia fotográfica organizada como cooperativa donde sus miembros se repartían las coberturas según la zona geográfica y tenían total libertad para enfocar los fotorreportajes. A Cartier-Bresson le tocó ocuparse de China e India, y así pudo cubrir el impacto causado por el asesinato de Gandhi, la victoria comunista con la entrada de Mao a Beijing y la independencia de Indonesia. “Después de la Segunda Guerra Mundial, compartía el presentimiento con mis amigos, Bob Capa y Chim, de que ir a los países coloniales era importante. ¿Qué cambios tendrían lugar allí? Por eso pasé tres años en Oriente. No sabíamos lo que iba a suceder. Había diferentes posibilidades. A veces era la guerra. A veces no era la guerra. A veces era pacífico. Cuando una situación está llena de posibilidades debes estar presente… cuando hay un cambio de situación, en los momentos más tensos”, contó sobre uno de los intereses que tenía con sus compañeros de Magnum. El artista tomaba sus fotos siempre en blanco y negro Los tres fundadores de la agencia, más allá de compartir una visión de la fotografía, eran completamente diferentes. “No leíamos los mismos libros, Capa trasnochaba hasta la madrugada y yo le despertaba a las 10 de la mañana, una vez se llevó prestado mi dinero sin decírmelo… todo tipo de cosas. Pero había una unidad fundamental entre Capa, Chim y yo. Capa era optimista y Chim pesimista. Chim era como la cabeza de un jugador de ajedrez o un matemático”, describió. La fotografía según Cartier-Bresson Henri-Cartier Bresson siguió en Magnum Photos hasta 1966, para dedicarse a la realización de libros fotográficos, retratos y el registro de escenas sencillas, de la vida cotidiana. Los retratos le plantearon nuevos desafíos. “Lo más difícil para mí no es la fotografía de calle, es el retrato. La diferencia entre un retrato y una instantánea es que en un retrato la persona accedió a ser fotografiada. Pero sin duda sos como un biólogo y su microscopio: al estudiar algo, ese algo no reacciona igual que cuando no está siendo estudiado. Y debés intentar colocar la cámara entre la piel de una persona y su camisa, que no es tarea fácil porque estás robando algo. Lo extraño es que, a través del visor, ves a la gente desnuda. Y a veces es muy embarazoso”, explicó. Siempre prefirió trabajar en blanco y negro; solo utilizó el color cuando no le dejaron alternativa. Sobre la foto en color decía: “Es repugnante. ¡La odio! La he utilizado cuando he estado en países a los que era difícil ir y me dijeron: ‘Si no lo hacés en color, no podremos usar tu trabajo’. Así que fue un compromiso, pero lo hice mal porque no creo en ella porque disparás lo que ves. Pero luego están las tintas de impresión y todo tipo de cosas sobre las que no tenés ningún control. Todas las interferencias de un montón de gente… ¿y qué tiene que ver con el color verdadero? Nada”, se quejaba. Una escena de niños jugando junto al muro de Berlín, en 1962 Tenía también una visión casi “genética” sobre ser un buen fotógrafo, decía que no se podía aprender. “No es nada enseñar, aprender. Se trata de vivir y mirar. Todas esas escuelas de fotografía son un truco. ¿Qué están enseñando? ¿Podés enseñarme vos a caminar? O tenés un don o no lo tenés. Si tenés el don… bueno, es una responsabilidad. Debés trabajar”, sostenía. Con el tiempo fue alejándose de la fotografía profesional porque, decía, ya había dado todo lo que podía dar. Entonces volvió a su primer amor, la pintura, cuando estaba por cumplir los 70 años y lo siguió haciendo casi hasta el día de su muerte, en Montjustin, al sureste de Francia, el 3 de agosto de 2004. Henri Cartier-Bresson, “El ojo del siglo”, dejó una obra fotográfica monumental que es, además de singular, uno de los mejores registros que existen sobre los grandes hechos del siglo XX, pero también sobre su vida cotidiana y sus instantes. No es su único legado. Quizás a su pesar, porque creía que era imposible enseñar el oficio, dejó lecciones magistrales sobre el arte del fotorreportaje. Domingo a la orilla del río Sena, Francia (1938) Una de ellas es la respuesta que le dio a la periodista Sheila Turner-Seed, de The New York Times, cuando le preguntó en qué momento había que apretar el gatillo de la cámara: “Es una cuestión de concentración. Concentrarse, pensar, ver, mirar y, ah, así, ya está listo. Pero nunca se sabe el momento culminante de algo. Así que estás disparando y decís: ‘Sí. Sí. Tal vez. Sí’. Lo que no tenés que hacer es excederte disparando. Es como comer o beber en exceso. Tenés que comer, tenés que beber. Pero si te excedés… En el momento en que disparás, debés armar el obturador una vez más. Y tal vez la imagen sucedió entre ambos momentos. Muy a menudo no hace falta ver el trabajo de un fotógrafo. Con sólo mirarlo en la calle se puede deducir qué tipo de fotógrafo es. Discreto, sigiloso, rápido o ametralladora. Bueno… no cazás perdices con una ametralladora. Es increíble, porque siempre disparan en el momento equivocado. No se hace así. Elegís una perdiz y luego otra. Tal vez el resto se haya ido para entonces.”, contestó.

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