29/07/2025 16:49
29/07/2025 16:48
29/07/2025 16:47
29/07/2025 16:44
29/07/2025 16:43
29/07/2025 16:41
29/07/2025 16:41
29/07/2025 16:41
29/07/2025 16:41
29/07/2025 16:41
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 29/07/2025 04:40
Del Otro Lado - Leandro Gil “Había una pulsión de vida siempre”, afirmó Leandro Gil, el joven que perdió ambos brazos tras arrojarse a las vías del subte, pero que, pese a todo, encontró la manera de reconstruirse y hoy asegura estar en paz consigo mismo. Su historia –marcada por el dolor, la superación y la búsqueda de una nueva identidad– revela el poder de la voluntad frente a las adversidades. La mañana del accidente, Leandro no era plenamente consciente de lo que hacía. “Ese salto a las vías fue completamente en estado de shock”, explicó. Aquel episodio límite, motivado por una profunda crisis familiar y personal, desencadenó un proceso de lucha por su vida y de aceptación de un cuerpo diferente. “En ese momento, lo que vino fue luchar por mi vida y por hacer la vida que me había imaginado tener, aunque sea sin las manos”, expresó. A lo largo de la conversación, el entrevistado repasó la crudeza de los días posteriores al accidente, el dolor físico y emocional. “Aprendí a entender y a aceptar mis contradicciones y creo que hasta agradecerlas, porque un poco me formaron”, reflexionó Gil, quien se define como periodista, escritor y ahora también actor, aunque reconoce un estado de replanteo constante respecto de su vocación. El testimonio de Leandro trasciende el relato individual e invita a pensar en la resiliencia, la importancia de los vínculos afectivos y el modo en que una tragedia personal puede abrir caminos inesperados. Desde la paternidad y los vínculos amorosos hasta su experiencia en el mundo del teatro y la televisión, su vida es también un ejemplo de adaptación, autonomía y redescubrimiento. Leandro Gil reconstruyó su vida tras perder ambos brazos en un accidente en el subte Luis: — ¿Qué pasó en febrero del 2008? Leandro: — El titular es que cometí un intento de suicidio para evitar un matricidio, que ni siquiera me identifica la parte del matricidio porque no hubiera lastimado a mi mamá concretamente. Pero tenía una familia sumamente disfuncional y una relación con ella muy traumática. Lo que pasó también en esa época es que yo había terminado la secundaria, que siempre había sido como mi lugar, mi cable a tierra, mis amigos y mi núcleo de contención. En ese momento, en una mañana de mucha soledad, me crucé con una estación de subte y me arrojé a las vías. Luis: — Y una formación te arrolla. Leandro: — Sí, estuve seis días en coma. Luis: — Te quita los dos brazos. Leandro: — Sí. Me despierto después de esos días de coma, confirmando lo que ya había escuchado entre que me golpea el subte, me llevan al hospital y los médicos hablaban en la guardia. Yo sabía que esos brazos estaban mal. En el lapso del coma también tuve como una suerte de sueño en el que era consciente de esa falta de manos. Quiero aclarar que ese salto a las vías fue completamente en medio de un estado de shock. No era del todo consciente de lo que estaba sucediendo. Es como que recuperé la conciencia una vez que la máquina me golpea, que es como que me saca del estado de shock y logro entender mínimamente donde estaba y que tenía que salir de ahí abajo. De hecho, salgo de abajo del subte solo. Luis: — Dijiste: “El titular es me quise quitar la vida para no quitársela a mi mamá”. Pero eso es apenas la superficie de todo lo que estaba pasando, ¿no? Leandro: — Ese fue el diagnóstico médico. Mientras yo estaba en coma, habían hecho muchas entrevistas con mis amigos, mi entorno familiar y los médicos pudieron reconstruir lo que había pasado en el tiempo previo. Para ellos, el título era ese. A mí la verdad es que la parte de matar a mi vieja no me identifica, pero sí tenía muchos conflictos con ella que no estaban expresados de mi parte. Había acumulado, acumulado, acumulado y un día, bajo este estado de shock, tomé esa mala decisión. Luis: — Me impacta esto que vos saliste por tus propios medios. Leandro: — Había pulsión de vida. Luis: —¿Podés recordar qué sentiste y qué pasó por tu cabeza en el momento en que, por decisión propia, elegiste seguir viviendo? Leandro: — Primero no entendía nada. Quedo boca abajo, puedo levantar un poco la cabeza y estaba un poco estaba confundido. No entendía el tiempo y el espacio. Pero vi que era un subte y lo primero que pensé que me había caído. Tenía miedo de que el subte frene para subir y bajar pasajeros, pero que ese movimiento iba a continuar y que yo iba a ser testigo de todo lo que iba a pasar después. Cuando veo que el subte frena, completamente enajenado, me di cuenta que tenía poco tiempo y dije: “Me tengo que mover”. Empecé a arrastrarme como un soldadito saliendo de una trinchera, boca abajo. Y cuando llego a la vía las tenía, que pasar de un lado para el otro, veo que mis manos no respondían, las podía controlar mentalmente, pero no se movían. Ahí con la manga de una campera de verano que tenía en ese momento, que era finita, pasé mis brazos ya cortados del otro lado, me acomodé y dejé todo en manos de los doctores y los bomberos que me rescataron y demás. La familia, la paternidad y los vínculos afectivos Luis: — Pasaron 17 años desde aquel momento. ¿Cuándo sentiste la necesidad de contarlo y con qué propósito? Leandro: — A mí me pasó que desde chico que sabía que quería dedicarme a la comunicación, a la escritura y demás. Crecí escuchando la Rock and Pop y un día Mario Pergolini en CQC habló de que habían unos estudiantes de TEA, que era un buen lugar y demás. Seguí ese camino y había algo narrativo en mí que estaba desde siempre. Empecé a trabajar en una revista de salud y gané unos premios por unas notas que escribí. Ahí me entrevista un periodista Lean Milán, que con los años se convirtió en un amigo. Él me hizo un par de preguntas que me ayudaron como a contar esa historia que yo nunca había contado antes del subte y que solamente la sabían mis amigos de la mesa chica, los más cercanos. En base a esas preguntas se gestó un pequeño germen de poder expresarlo para un ajeno y que no me incomodara tanto. Después que mi hija mayor, que hoy tiene 15 años, cuando tenía cuatro o cinco me preguntó qué había pasado con mis brazos. Quería contarle la historia, pero obviamente no se lo podía decir así. Le contesté que iba a escribir un libro para que supiera la historia completa o al menos mi visión de la historia. Y así fue que empecé a contar lo que había pasado para el afuera. Luis: — ¿Escribís desde siempre y hoy cómo escribís? Leandro: — Uso mucho mi celular, redacto con la nariz. Termina siendo un híbrido entre mi celu y la computadora. Pero la verdad es que escribir con el teclado me es incómodo porque uso el mouse con el pie, así que puedo tardar mucho porque escribo letra por letra. Con la digitalidad, cuando los teléfonos empezaron a tener pantalla táctil, a mí la verdad que me fue de ayuda. La tecnología, de cierta forma, me ayudó a recuperar las manos que perdí. Luis: — Lis es tu primera hija. Leandro: — Sí. Conocí a la mamá en Los Scouts y la flor de lis es el símbolo mundial de los Scouts. Así que elegimos ese nombre. Luis: — ¿Cuántos hijos tenés? Leandro: — Tres. Luis: — ¿Cómo es contarle a tus hijos esta historia? Leandro: — Me pasó con Agustín, que tiene 5 años, que él todavía no llegó a ese punto de preguntas. También noto con Lautaro, que es el más pequeño. Es todo juego, todo lo lúdico. No le importa cómo es el cuerpo de papá porque es papá. Se cuelgan y juegan con papá y se adaptan incluso a esa falta de manos, a ese cuerpo distinto. Lis también fue creciendo con ese papá diferente, con ese cuerpo distinto y muchas veces lo he hablado con ella, que quizás es con la que más me he enfrentado con incomodidades por la adolescencia que va llegando, las preguntas y demás. Le he preguntado sobre mi cuerpo en los últimos tiempos, si hay alguna molestia y me dijo: “No, para mí siempre fue súper natural”. Para ellos que crecen y se crían con eso, es papá. Yo nunca sentí, al menos en mis hijos, que eso les importara en algo. El accidente de 2008 marcó un antes y un después en la vida de Gil, quien estuvo seis días en coma Luis: — Y con los vínculos, con las mujeres que tuviste una relación. ¿El prejuicio aparecía? Leandro: — No, con ninguna de las tres. Son tres hijos de tres mujeres diferentes y las tres, a su forma, en distintas etapas de mi vida me aceptaron. Mariel, que es la mamá de Lis, por ejemplo, me conoció a los seis meses del accidente. Fue la que me acompañó en la etapa más traumática, de duelo corporal fuerte, la más depre. Pero nunca sentí un prejuicio de su parte. Por ahí un poco más del entorno, no puntualmente de ella, sino de mi entorno personal también. La respuesta de la gente en la calle, pero no puntualmente de ella. Con Rocío, que es la mamá de Agustín, menos. De hecho, el día que nos conocimos fue en un bar un rato antes de ir al cine. Cuando llegamos, yo no quería pedir ayuda. Me pasaba mucho eso al principio, no quería demostrar que en muchas cosas cotidianas iba a necesitar ayuda. Ella se sentó, me miró y me dijo: “Si vos no me pedís, yo no te voy a estar ofreciendo ayuda todo el tiempo”. Fue genial desde el momento cero, ese arranque. Y con Agustina, que es mi pareja actual, también es una cuestión muy así. Vamos siete años juntos y hay muchas cosas que son completamente orgánicas entre nosotros, en esa dinámica de pareja, de que uno tiene brazos y el otro no, más con un bebé de un año. Hay mucha naturalidad también en ese contexto. Por suerte la vida me presentó a tres mujeres hermosas que ninguna de las tres en ningún momento me hizo sentir esa falta de manos. Luis: — ¿Cómo se aprende a dar un abrazo a un hijo o a un amigo sin tener brazos? Leandro: — Sabés que en una época participé de una iniciativa que se llamaba La Biblioteca Humana y era unas charlas a donde iban personas a contar sus historias, porque todos tenemos una historia de vida para contar, más allá de más manos o menos manos. Y venían personas desconocidas que se sentaban 20 minutos con nosotros y nos hacían preguntas. La primera lectora me dice: “¿Cómo hacés para vivir sin abrazar?” Y me descolocó rotundamente porque yo nunca, jamás, había dejado de abrazar en realidad. Ahí salió una frase que fue un poco mía, un poco de ella, fue una sumatoria, que en realidad abrazar es hacer que tu corazón llegue al del otro y no necesitamos los brazos para eso. Con que acerquemos los pechos y sentir el latido va a pasar en algún momento. La verdad es que aprendí a abrazar con el resto del cuerpo. No siento que sea un faltante. A mis hijos los abrazos, los beso, los apretujo. Me duele no poder hacerles upa, que esa fue mi espinita en el corazón. La falta de manos me pega por ahí: no haber podido tener a mis hijos a upa. Luis: — Me decías que las tres mamás no tuvieron prejuicio, que tus hijos tampoco, pero ¿vos tuviste prejuicio de poder tener un vínculo por no tener brazos? Leandro: — ¡Fui el primero en tener prejuicios! Abrí los ojos después del coma y tenía un papiro a lo Oriana Sabatini, como el otro día con Dybala, de cosas que no iba a poder hacer. Y uno de esos ítems era de los más dolorosos. Yo sabía que quería ser padre. En ese momento, tenía 22 años, y dije: “Nunca más voy a volver a vincularme con alguien porque no me van a dar bola, no les voy a gustar”. Y la verdad es que la vida me demostró al toque que era un ignorante. Luis: — O sea, dijiste: “Nunca me voy a poder tener sexo con una mujer”. Leandro: — No sé si sexo... No pensaba a ese nivel de profundidad. Pero creía que ni siquiera iba a estar en la primera base. Flasheaba con lo que muestran en las películas sobre personas que atraviesan esta situación que quizás se terminan enamorando de una enfermera o algo por el estilo, de una cuidadora. Y la verdad es que la vida me demostró que no. Ni bien me empecé a vincular de nuevo socialmente, que ese fue el escollo mayor, romper el prejuicio que me impedía volver a vincularme con un otro igual. Una vez que me animé, que fui participando de ese grupo scout inicial, conocí a Mariel y fue casi instantánea la buena onda. Empecé a notar que fue un prejuicio mío y hoy no tengo ningún tipo de miedo o de inseguridad con respecto a mis vínculos. Pero más allá de las tres madres de hijos, no recuerdo la cantidad de parejas que tuve en los últimos años, sinceramente. Luis: — Es verdad que la sociedad avanzó en deconstruir un montón de cosas. Sin embargo, hay un predominio de la hegemonía. Leandro: — Sí, sigue habiendo y no creo que cambie eso. Yo creo que si uno desde lo no hegemónico hace foco ahí y le da trascendencia, tenés otro problema más. Si se quiere que la hegemonía sea un problema. Yo sé que no soy hegemónico, pero creo que la belleza va por otro lado. No va por una cara o unos rasgos faciales. Cuando me veo en el espejo muchas veces tengo rechazo de esa imagen, todavía 17 años después. Pero la belleza me parece que es un poco lo que uno va construyendo uno mismo también. Luis: — ¿A veces te ves al espejo y no te gustás? Leandro: — Sí, soy el primero también el tener el rechazo de las cicatrices, pero porque tuve un cuerpo distinto. Hay un dolor en esa historia y me abrazo como pibe a esa historia. No me juzgo a mí mismo en esa juventud porque entendía que me sentía solo, que no fue la mejor idea que pude tomar, pero que no fue una idea consciente porque ni bien pude retomar la conciencia traté de salvar mi vida y cuidarme. De hecho, una vez que la máquina me golpeó, todo lo que vino después fue luchar por mi vida y por hacer la vida que me había imaginado tener, aunque sea sin las manos. Entonces estoy en paz conmigo mismo. Pero la verdad es que mis brazos me duelen todos los días, tengo dolor neuropático que son fuertes y se potencian los días de humedad. Hay un recuerdo cotidiano de esa mañana, nostálgico, si se quiere. No me atraviesa en el día a día ni me impide vivir, pero está ahí. Cada tanto me pasa, cada tanto me miro y está todo bien. Adaptación cotidiana, independencia y ayuda del entorno Luis: — ¿Tuviste que adaptar la casa? ¿Cómo hiciste? Leandro: — Más allá de ser comunicador y un poco actor, estudié en una escuela técnica, construcciones. Lo que yo pensé que nunca me iba a servir terminó siendo de ayuda. Había tenido una beca del Rotary y sabía que terminar la secundaria me permitía salir de mi núcleo familiar, de esa herencia. Por eso cuidaba mucho la escuela, pero no me gustaba la técnica y me costó un montón. Una vez que pasó el accidente, los pibes de la escuela técnica, mis amigos, me ayudaron a reformar la casa. “Tengo que empezar a vivir solo, me tengo que bañar solo. ¿Cómo hacemos?”, le dije a Chester, que es un gran amigo mío. El siempre me ayuda a agujerear las paredes. Le dije: “Creo que necesito un gancho acá, otro acá, otro acá. Y si pongo una esponja de esas que son medias elásticas, voy a poder acercar el cuerpo a la pared en vez de que la esponja venga al cuerpo. Y me voy a empezar a bañar contra las paredes. De esa forma me voy a poder lavar la cabeza y el cuerpo”. Y ellos sabían justamente dónde agujerear para no romper ningún caño. Mi amiga Mariela, se dio cuenta que necesitaba cinturón y me dijo: “Si le ponemos un elástico interno, quizás te los hago como si fueran jogging, pero en un jean”. Y empezó ella cosiendo una tarde en mi casa. Venían a ayudarme a pensar y ver cómo seguir viviendo. Luis: — Leí por ahí que entre las cosas que a las que te animaste fue a discutir la monogamia. ¿Puede ser? Leandro: — ¡Dios mío! Sí, yo había conocido a Rocío, que es la mamá de Agustín y justo en el primer año de relación publico mi primera novela. A raíz de esta novela se rompen fronteras que yo ni siquiera me había imaginado, empieza a correrse la bola de esa historia y una chica que vivía en Campana me dice: “Me llegó la introducción de tu novela la quiero, pero no la consigo por ningún lado”. Estaba agotada y yo si estaban en Capital, los acercaba a la dirección de casa. “No tengo gente en Campana, no suelo ir para aquel lado, pero si llegás a estar por capital nos encontrábamos”, le dije. Y fue un flechazo con Agustina, que es mi pareja actual y mamá de mi tercer hijo. Me había pasado ya muchas veces en mi vida que me había sentido atraído, no solamente atraído sexual y físicamente, sino emocionalmente otras personas y la había pasado mal porque tener que reprimirlo. Y me pasó en esta situación que ya me veía grande, no tenía ganas de reprimirme ni mucho menos mentir, que no es mi estilo. Lo único que me queda es blanquear la situación. Habíamos tenido una mini crisis con Ro y en ese ínterin fue que me terminó vinculando más con Agustina, la conozco y demás. Pero a mí me seguían pasando cosas con Rocío. Luis: — Y lo blanqueaste… Leandro: — Sí. Hubo un día que me dijo que nos íbamos a volver a ver en un recital y yo con Ro tenía una relación muy importante, más allá de que estábamos distanciados en ese momento. Y nos juntamos a hablar y le expliqué: “Me pasó esto, esto y esto. Conocí a esta persona, me interesa, me gusta y aparte me siento conectado con ella por una cuestión de historia de vida. No la voy a dejar sola”. Ella me dijo: “Me hubiera gustado conocerla también”. Y así fue que nos conocimos los tres. Después, la verdad es que la relación entre los tres no funcionó. Nos terminamos separando y, al tiempo, yo como que recapitulé mi historia individual con Agustina y hasta el día de hoy seguimos juntos. De ahí viene Agustín, también. Si bien Ro es la mamá biológica, él sabe eso y los tres lo sabemos muy bien. Agustina estuvo con nosotros en el parto, dándole la mano a Rocío en el nacimiento del nene. Es su mamá, también. Y en el cotidiano es también la que lo cuida, lo cría, lo educa. Así que nos atrevimos a debatir esa esa monogamia entre los tres. Leandro desafió prejuicios propios y ajenos sobre la discapacidad y la posibilidad de formar pareja y familia Desafíos personales Luis: — Es una pregunta contrafáctica, pero ¿serías la misma persona si no hubieras perdido los brazos? Leandro: — Le hubiera hecho upa a mis hijos y hubiera podido manejar cámaras a gusto. Nada más. Es la única diferencia. La verdad es que la vida que tengo hoy es la vida que quise tener. Llorando después de ese coma le dije a mis amigos: “No sé cómo voy a hacer”. Y ellos me decían: “Mirá loco, basta. Si te llegás a tropezar de nuevo y te caés, te vamos a levantar uno al lado del otro, vamos a llegar a donde tengamos que llegar. Pero inténtalo”. Y desde ese momento sé que intento hacer sin las manos el camino que yo me imaginaba que quería hacer después la falta de manos, paradójicamente. Contestándole a ese Leandro que se despertó del coma con un papiro de “No”, que me haya abierto puertas increíbles es otra cosa. No sé qué hubiera pasado si yo no hubiera perdido los brazos, pero hubiera luchado igual por llegar a donde trato de llegar hoy. Tampoco siento que llegue a ninguna cima ni nada por el estilo. Siento que todavía estoy un poco lejos de mi cresta de la ola, pero hice lo mismo. Me costó un poquito más en algunas cuestiones, pero sin duda también conocí gente que me abrió puertas de otras formas. Luis: — ¿Cuáles fueron esas oportunidades? Leandro: — Desde lo amoroso, por ejemplo, a Mariel, la mamá de Lis, la conocí por haber perdido los brazos porque unos amigos que iban a la escuela me quisieron ayudar a conseguir una prótesis. De por sí tengo hijos en base a eso. Por la historia que escribí, el libro, llego a Agustina. Después a nivel laboral fui conociendo gente que es increíble. Lo más reciente, la participación en División Palermo en Netflix. Entonces, si esto me lo decías 17 años atrás, cuando yo estaba llorando 22 horas por día... Luis: — Contame cómo llega División Palermo. Leandro: — Este camino que fui haciendo después de perder los brazos, me llevó a conocer a Pablito Gorlero, que es un crack del teatro argentino y él me abre la puerta para escribir. Empezamos a escribir teatro. Yo entrevisto a Hernán Cuevas, en 2021 o 2022, que es el actor de talla baja del elenco, y él me cuenta que más allá de la obra de teatro, por lo cual yo lo entrevisté, que estaba participando en una serie sobre minorías. A mí me quedó eso en el radar. Cuando se estrena veo 15 minutos de División Palermo, la miro a Agustina y le digo: “Esto es increíble”. Era mi vida real o la vida de mis amigos, pero con discapacidad real. No estaba angelada como pobres pibes sino que habían humor negro. A mí me pasó que al despertarme del coma, uno de mis amigos me acercó una galletita y cuando fui a morder me dijo: “¡Ole!”. Yo me quedé sacudido y le dije: “¿Qué hacés?, tarado" Y él me respondió: “Para mí vas a ser el mismo de siempre, así que yo te voy a tratar como te traté siempre”. Íbamos a una escuela técnica, éramos casi todos varones. El humor negro estaba a la orden del día. Era División Palermo, pero en la secundaria. Yo ya había participado de algunas producciones como actor, pero los papeles cercanos a la discapacidad no me identificaba, entonces no terminaba participando. Al ver División Palermo, dije: “Quiero participar de esto”. Hablé con mi jefe en el diario y le dije que me gustaría entrevistar a Santiago Korovsky por esta serie. Pero ya lo habían entrevistado hacía poco. Le escribo igual a Santi y me dice: “Llamame en dos meses que se estrena El Reino”. Cuando se da la entrevista, se acuerda de mí y me pregunta: “¿Qué te pareció División?” Y le dije: “Quiero participar”. Se queda y me dice: “¿Y qué harías?” Y yo le dije: “No sé, creo que puedo agarrar un fierro con los pies” (risas). Luis: — ¿Y cuándo te confirman que quedaste? Leandro: — Mi mejor amigo Cristian, que era además compañero mío de radio, la voz principal en la versión audiolibro de mi novela, se había enfermado y muere en febrero del año pasado. Fue el hecho más doloroso. Perder los brazos fue una boludez en comparación de perder a alguien así. Cuatro días después de ese velatorio, tuve que volver a la realidad, abrí mi mail y tenía una convocatoria a participar del casting. Era muy armado a medida, pero hice el casting y quedé. Luis: — ¿Con qué soñás? Leandro: — Con que mis hijos sean felices, con que el día de mañana, cuando me toque despedirme, tengan un buen balance de mi parte, que la verdad es que a nivel vida me atraviesa un montón. Tuve cinco hermanos por parte de mi mamá. Tengo buena relación con mi viejo, por suerte, con los años, y él tiene dos hijos más y por suerte hay un vínculo piola. Pero con los hermanos que tengo por parte de mi mamá quedamos todos separados. Hay un dolor ahí familiar, que es triste y siento que eso pasa porque nos criaron mal, no con amor fraterno por el otro. Siempre los más chiquitos fueron creciendo con que el más grande de turno, era el enemigo porque se terminaba yendo. Entonces crecíamos con ese recelo y nos desmembraron un poco. A mí me gusta que mis chicos, que si bien son de tres gestiones diferentes, tengan entre ellos una comunidad y que por lo menos estén conformes con su papá porque pedir orgullo es un montón. Después estar a la altura de mis amores, que a veces siento que no he podido y eso también es un dolor personal que trato de trabajar todos los días para dar una mejor versión de mí. En el Centro de Asistencia al Suicida de Buenos Aires atienden a cualquier persona en crisis en las líneas gratuitas #135 desde el celular en Buenos Aires y GBA o al (54-11) 5275-1135 desde todo el país (o 0800 345 1435). Línea telefónica nacional y gratuita para la orientación y apoyo en la urgencia de salud mental: 0800 999 0091. Atiende las 24hs los 365 días del año, gratis y para todo el país. Línea de información y orientación sobre salud mental sólo para CABA: Salud Mental BA: 0800 333 1665 las 24hs.
Ver noticia original