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  • Pino Aprile: “El sistema necesita a los tontos más que a los críticos”

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    Fecha: 28/07/2025 19:01

    “Es uno de los ensayistas más agudos y provocadores del pensamiento italiano contemporáneo, una voz singular que ha sabido articular investigación histórica, crítica cultural y análisis político con una mirada incisiva sobre las estructuras del poder y la estupidez. Con “Elogio del imbécil”, publicado en 1997, y su secuela, “Nuevo elogio del imbécil”, publicada este año en español, brinda una visión universal del rol estructural de la estupidez en las sociedades. Su obra combina historia, sociología, filosofía política y periodismo de investigación, con el fin de denunciar desigualdades y pensar los mecanismos culturales que perpetúan la ignorancia. En esta entrevista, nos invita a desconfiar de las verdades oficiales y repensar críticamente los relatos dominantes y comprender en parte por qué las sociedades votan como lo hacen. ¿Por qué sintió la necesidad de escribir “Nuevo elogio del imbécil”? ¿La imbecilidad ha aumentado, mutado o simplemente se ha vuelto más visible en las últimas décadas? —He visto a mi alrededor cómo crecen los efectos de la estupidez, y lo vemos, lo tenemos todos frente a los ojos. La herramienta del imbécil es la violencia, la fuerza, porque no tiene argumentos para convencer a sus interlocutores y tiende a suprimirlos, oprimirlos, doblegarlos. Y, lamentablemente, tenemos ante nuestros ojos los efectos de un dominio creciente de la estupidez en nuestro planeta. Es un gran dolor. —Si la inteligencia es la característica que distinguió al “Homo sapiens sapiens” y fue clave en su evolución, ¿por qué hoy la estupidez parecería ser más funcional para la supervivencia? —Es porque nos hemos vuelto más numerosos. Tal vez sea por eso. Es porque las herramientas de la inteligencia están al alcance de todos. El ser humano, el Homo sapiens, es el único animal del planeta que puede poner los logros del mejor, por usar el término más adecuado aunque sea incorrecto, al alcance de todos. Quiero decir, cuando una manada de gacelas es atacada por un león, la gacela lenta no puede pedir prestada la velocidad de la gacela más rápida. Mientras que el Homo sapiens puede poner a disposición de todos lo que ha descubierto. Uno inventa el fósforo y otro enciende el fuego enseguida, aunque no sepa cómo se fabrica el fósforo. —Usted sostiene que la imbecilidad ya no es una debilidad individual sino una estrategia colectiva eficaz. ¿Qué tipo de lógica adaptativa ha convertido la estupidez en una ventaja evolutiva? —Hay una explicación que tenemos ante nuestros ojos. Si la estupidez fuera perjudicial para la especie Homo sapiens, habría eliminado a la especie Homo sapiens. Hay ejemplos que me daba Konrad Lorenz; por ejemplo, el del argo, que en realidad es un ave muy particular, y está ocurriendo que las hembras prefieren a los machos con plumas muy largas. Pero con las plumas muy largas, estos machos casi no pueden volar y, sobre todo, son presas fáciles para los depredadores. En cambio, los machos con plumas cortas vuelan rápido, pero las hembras no los quieren, por lo que el dingo se está extinguiendo. Si, en cambio, la estupidez fuera perjudicial para la especie Homo sapiens, la evolución habría eliminado la estupidez. Pero si la especie sigue creciendo cada vez más, y la estupidez también, entonces solo hay una explicación: la estupidez es útil para la evolución del Homo sapiens. Por doloroso que nos pueda parecer, debemos considerar que es algo beneficioso. No vayamos a contárselo a Gaza, pero lamentablemente esa es la situación. “Vemos con claridad los efectos de un dominio creciente de la estupidez en nuestro planeta.” —¿Qué mecanismos culturales, educativos o institucionales promueven esa selección invertida donde el obediente y mediocre sobrevive y el lúcido queda marginado? —Porque el Homo sapiens es un animal social. ¿Qué significa esto? Que solo no es una especie sapiens. Para que el Homo sapiens sea una especie, hacen falta al menos dos. Pero un gran político italiano que enseñaba política y que tuvo un trágico final precisamente por su inteligencia, Aldo Moro, decía que cuando un ejemplar de nuestra especie encuentra a otro, nace la política. ¿Qué es la política? Es la herramienta para mantener unidas a las comunidades humanas dentro de una jerarquía. Le doy un ejemplo sencillo. La isla Hernández, que es una de las más aisladas del mundo, fue protagonista de una gran historia que conocemos como la isla de Robinson Crusoe. En realidad, Robinson Crusoe se llamaba Alexander Selkirk y era escocés. Pero en cierto momento, a esa isla llegó otro hombre. Era de piel negra y él lo llamó Viernes. Entonces, había que decidir entre los dos, si uno no eliminaba al otro, quién hacía de Robinson y quién de Viernes. Ahí nació una jerarquía. Entonces, la estupidez sirve para conservar las jerarquías, que son el instrumento de las comunidades. Quien, por demasiada inteligencia o demasiada independencia, rompe el esquema de las jerarquías, es visto como un enemigo. Y si te llamas Giordano Bruno, te queman en la plaza en Roma. —A lo largo del libro usted describe cinco leyes sobre el fin de la inteligencia, la primera es “el tonto vive, el listo muere” y suena provocadora, pero ¿qué tan literalmente debemos tomarla? ¿La inteligencia se ha vuelto un riesgo dentro de las sociedades modernas? —En todas las sociedades, no solo en las más modernas, dondequiera que haya una comunidad humana, la tarea de la comunidad es eliminar lo que es “demasiado”. Y atención, no se trata de eliminar lo que es demasiado poco, no ambos extremos, sino solo aquello que exagera en sentido, digamos, positivo. Es una historia que el Homo sapiens conoce muy bien, pero que yo intentaré contar rápidamente con un hecho que nos relata Heródoto. El tirano de Corinto, Periandro, envió a un embajador suyo, Trasíbulo, el tirano de Mileto, que era muy hábil en su oficio de tirano, es decir, de gobernador de una ciudad, para preguntarle cómo se gobierna una ciudad. El embajador regresó junto a Periandro y le dijo: “Mirá, vos me enviaste con ese pensando que era inteligente, pero te digo que ese es estúpido. Le hice tu pregunta y no me respondió. ¿Cómo que no te contestó? Sí, me llevó a un campo de trigo, que era suyo, no de otro, y me hablaba de cualquier cosa mientras caminábamos, paseábamos por el campo. Y cada vez que veía una espiga más alta que las demás, más llena, las mejores espigas, las rompía y las tiraba al suelo, en su propio campo de trigo. ¿Ves que es un necio?”. Periandro entendió, y mandó a matar a todos los mejores de Corinto. La estupidez juega una función estructural en el mantenimiento del orden social. El sistema necesita a los tontos más que a los críticos. El sistema necesita de todo, pero tiene un umbral de tolerancia. ¿Qué significa esto en la práctica? El inteligente inventa el fósforo y el estúpido enciende el fuego. Entonces, ¿cuál es la función del inteligente? Inventar, ampliar los límites de la comunidad, de la especie. ¿Cuál es la función de los estúpidos, que son muchísimos, la gran mayoría? Conservar. Es el archivo de las invenciones de los mejores. Cuando los mejores van demasiado rápido, los estúpidos deben frenarlos, detenerlos. Y saben hacerlo de una sola manera: con la violencia. —¿Diría que la inteligencia es hoy una anomalía disfuncional en la sociedad? ¿Se puede seguir apostando a ella como herramienta de transformación o ha perdido eficacia adaptativa? —Esa es una pregunta que genera mucha incomodidad. Porque es la pregunta de las preguntas. No sé si estamos en condiciones de responderla. ¿Por qué? Porque primero deberíamos responder otra pregunta: ¿la inteligencia es para el hombre o el hombre es para la inteligencia? En el primer caso, todo el proceso de la evolución, no solo humana, de la vida en el planeta, servía para crear una especie, es decir nosotros, capaz, gracias a la inteligencia, de rediseñar el planeta e incluso de usarlo y explotarlo. Y entonces eso significaría que nosotros somos el fin de la evolución. Y para quienes tienen una creencia religiosa, el fin de la creación, la obra de Dios. En el segundo caso, la evolución no tiene como objetivo crear al ser maravilloso que somos nosotros para darle inteligencia, sino que apunta a llevar la inteligencia cada vez más alto. Y eso es un problema para nosotros. ¿Por qué? Porque nuestro cerebro, por muy poderoso que sea, consideremos que el número de conexiones neuronales en nuestro cerebro es mayor que el número de partículas que componen todo el universo, una enormidad, sigue siendo un límite. Y nuestro cerebro ahora es capaz, como está demostrando, de construir máquinas que tienen una capacidad de cálculo, a menudo confundida con inteligencia superior a la de nuestro cerebro. Pero eso no es suficiente. Estas máquinas también son capaces de construir a su vez máquinas con una potencia mayor que la de las máquinas que las crearon. En ese caso, la inteligencia cambiaría de soporte. Es decir, hasta ahora ha caminado sobre nuestros hombros, pero podría abandonarnos para caminar sobre los de las máquinas. En otras palabras, la inteligencia pasaría de la biología a la tecnología, y nosotros nos convertiríamos en un residuo del proceso evolutivo. Y entonces no sé cómo responder bien a su pregunta. Soy demasiado estúpido para responder a una pregunta tan inteligente. —¿En qué medida la cultura del “éxito rápido” y la urgencia por resultados incentivan comportamientos cada vez más simplistas y, por ende, más “imbéciles”? —El hecho es que cada avance logrado por la especie humana gracias a sus individuos más agudos e inteligentes necesita de cierto tiempo para ser asimilado y convertirse en patrimonio de todos. Cuando esto ocurre demasiado rápido, el tiempo para la “gestión” ya no existe. Y entonces puede suceder, o casi sucede, que una parte de la especie se desconecte del resto. O bien, la parte “archivo”, más estúpida, llamémosla así, de la especie puede no aceptar esta velocidad e imponer sus propias reglas. Puede hacerlo de muchas maneras; pondré solo un ejemplo. Cuando tuvimos un momento de aceleración, que fue la imposición de la civilización industrial para reemplazar a la agrícola, sucedió hace menos de 250 años, se desató un fenómeno: el ludismo, que no hacía otra cosa que destruir las máquinas que competían con el hombre. Obviamente, el ludismo terminó siendo derrotado, pero en otros casos esta oposición fue exitosa. Para terminar, cuando China lanzó una de las flotas más grandes de la historia y dio la vuelta al mundo, descubriendo probablemente también América, los eunucos de la Ciudad Prohibida decidieron que este nuevo poder no podía avanzar porque de lo contrario disminuiría o destruiría su propio poder. Y cerraron las posibilidades de navegación para China, es decir, China renunció a su desarrollo marítimo. Así que, en ese caso, la mano de los estúpidos fue la vencedora. “Si la estupidez fuera perjudicial para la especie Homo sapiens, habría eliminado a la especie.” —¿Cómo se explica que los individuos más obedientes, previsibles o conformistas sean hoy mejor recompensados que los críticos o creativos? Y, ¿qué dice eso de la lógica social contemporánea? —Porque el conformista se adapta a las estructuras de la comunidad, llamémoslas estructuras de poder. Y entonces el poder está casi siempre en manos de los estúpidos, salvo alguna excepción. Estas excepciones, es decir los inteligentes, los grandes genios que llegan al poder y cambian algo, normalmente ocurren porque el inteligente es tan inteligente que no se deja descubrir como tal, salvo después de haber tomado el poder. Un poco como la conocida historia de un cónclave para elegir al papa: no lograban ponerse de acuerdo y, como la situación se prolongaba demasiado, decidieron elegir papa a un cardenal que estaba en muy mal estado, un viejito encorvado, con un bastón, que respiraba con dificultad. Recién elegido, este cardenal tiró el bastón y se puso de pie en toda su altura. Y le preguntaron: “Pero, disculpa, ¿no estabas encorvado?”. “Sí, claro, porque estaba buscando las llaves de San Pedro, y ahora las he encontrado”. Entonces, a veces el inteligente, digamos, toma el poder y cambia algo, pero normalmente el poder está siempre en manos de los estúpidos. ¿Por qué? Por dos razones. Primero, porque lo toman mediante la violencia; la violencia es precisamente el instrumento de los estúpidos. Lo toman mediante la democracia, es decir, una cabeza, un voto; los estúpidos son la gran mayoría y, por lo tanto, antes incluso de que se vote, no sabemos quién será elegido, pero la gran probabilidad es que sea un cretino. —¿Podríamos identificar otros ejemplos históricos o contemporáneos donde una inteligencia desbordante haya sido reprimida o eliminada por ser “peligrosa” para el statu quo? —Sí, tenemos muchísimos ejemplos. Nos fijamos en lo que está haciendo Trump en Estados Unidos y es indiscutible, pero miremos también en la historia. España fue el país que tuvo bajo su dominio el imperio más grande de la historia mundial. ¿Cuándo comenzó su declive? Cuando expulsó a los moros, quienes habían traído no solo a España, sino a toda Europa y al mundo, la filosofía griega, las matemáticas, el concepto del cero, y habían reactivado la cultura y la ciencia. Poco después, también expulsó a los judíos, que eran los mejores administradores. Así que España, al amputar la parte más inteligente del país, se condenó a sí misma al declive, y de hecho, así fue como terminó ocurriendo. Es decir, la estupidez a veces paga por sus acciones. —La tercera ley del fin de la inteligencia es “La inteligencia trabaja en beneficio de la estupidez y contribuye a expandirla”, y usted afirma que esto es gracias a la cultura, al hecho de compartir el conocimiento. Sin embargo, los avances científicos se dan justamente por compartir los conocimientos, unos toman lo que otros fueron investigando y descubriendo, ¿cómo se resuelve esta aparente contradicción entre una cultura colaborativa que impulsa el progreso y, al mismo tiempo, alimenta la imbecilidad colectiva? —Pensemos en la inteligencia de los grandes físicos: tuvimos una época grandiosa para la física justamente mientras el mundo estaba en guerra, y ellos elaboraron y descubrieron la fisión nuclear, pero los estúpidos la usaron para fabricar la bomba atómica. Esto es precisamente una síntesis de la función del inteligente y del estúpido. El inteligente descubre nuevos mundos –alguien descubre América, arriesgándose mucho, estudiando e interpretando profundamente–, pero luego llegan los estúpidos y exterminan a todos los que están allí. Es duro decirlo, pero lamentablemente esta colaboración entre la inteligencia y la estupidez es la clave de la evolución humana. A veces la estupidez intenta limitar la inteligencia porque, a su juicio, es demasiado, como si necesitara tiempo para descansar y tomar impulso para volver a arrancar. Y en esos momentos se viven episodios de gran ferocidad en la especie humana. —Italia anticipó muchas veces procesos históricos, del Imperio romano al fascismo, y también con la denuncia de “la casta”, que fue clave en el auge del Movimiento 5 Estrellas. Hoy, ese mismo concepto fue adoptado en Argentina por Javier Milei para construir su discurso antisistema. ¿Qué piensa de esta exportación del término? ¿Cree que la denuncia contra “la casta” sirve para cuestionar al poder o, al final, fortalece nuevas formas de dominación? —La denuncia de la casta funciona. Cuando la casta era la formada por un señor llamado Julio César, intentaron resolver el problema matando a Julio César. Todas las organizaciones, después de cierto tiempo, tienden a decaer como algo que se pudre y que necesita ser renovado de vez en cuando, y cuando eso ocurre, surge una denuncia. Cuando esta denuncia es verdadera, se produce una mejora; pero cuando esta denuncia es solo instrumental, es decir, sabes que la denuncia de la casta funciona, pero tú mismo eres una expresión de la casta y trabajas para tu propia casta, en ese caso usas la denuncia de manera instrumental para fortalecer a la casta, no para mejorarla. Y esto cada uno puede juzgarlo con sus propios ojos, observando lo que sucede en su propio país. Hablo del mío y digo que esa denuncia de la casta nos ha llevado a una casta infinitamente peor, infinitamente más estúpida y también infinitamente más ladrona que la que fue denunciada. (N de R: el libro La Casta, de cómo los políticos se volvieron intocables, escrito por los periodistas del diario de Milan Corriere della Sera Sergio Rizzo y Gian Antonio Stella, se publicó en 2008 y vendío 1,3 millones de ejemplares en treinta reediciones). “La estupidez sirve para conservar las jerarquías, que son el instrumento de las comunidades.” —Usted sostiene que la violencia es la manifestación más pura de la estupidez, ¿cómo cree que esa relación entre imbecilidad y uso de la fuerza moldea las dinámicas de poder en la política y la sociedad contemporánea? —No hay remedio para esto. No hay remedio porque Federico II, gran emperador, gran hombre de cultura y también poeta, que hablaba al menos media docena de idiomas, fue puesto en la situación por el papa, que en realidad quería controlar el poder de Federico II, de tener que conquistar Jerusalén, es decir, Tierra Santa. Federico II, sin embargo, no quería hacer la guerra; pensó que se podía conquistar Jerusalén usando la inteligencia. Logró que su colega árabe, por así decirlo, le donara la Tierra Santa. Básicamente le dijo: “Miren, a ustedes esto les importa muy poco, para nosotros es muy importante. ¿Por qué íbamos a hacer otra guerra?”, y se lo dijo en árabe, en su idioma, que él conocía. “¿Para qué pelear y matarnos por un pedazo de tierra que para ustedes no tiene tanto significado?”. Llegaron a un acuerdo, y Federico II le dijo al papa: “Está bien, la Tierra Santa es nuestra”. Pero el papa lo excomulgó porque no le bastaba con la Tierra Santa, la quería por la fuerza, porque esa violencia la habría manejado el papa, así que solo se habría hecho más poderoso el papa, no Federico II. Por eso Federico II fue excomulgado. Hoy día esta dinámica puede aplicarse a cualquier situación, desde Putin, Trump, hasta Israel; lo podemos ver claramente. —En su visión, ¿hasta qué punto las redes sociales y los algoritmos han institucionalizado la estupidez, volviéndola no solo viral sino rentable y estructural? —Sí, lo que usted dice es muy correcto, no cambiaría ni una palabra para responder a su pregunta. Solo puedo añadir un detalle a lo que ha dicho, que no necesita correcciones: ¿qué es una transferencia? ¿Qué es un algoritmo? Además, la palabra “algoritmo” proviene del árabe. Un algoritmo es una lista de pasos que se codifica para ir de A a B o para obtener B usando A; hay que realizar esos pasos en ese orden y en ese tiempo. Eso es un algoritmo. Pero, ¿qué está pasando? Los algoritmos se han convertido en la ley para todo aquello a lo que se aplican. Pero el algoritmo es una creación humana y refleja todos los prejuicios y las falsas noticias de su creador. Sin embargo, hace algo terrible: libera a su creador de la responsabilidad por las consecuencias. “Lo decidió, lo hizo el algoritmo, así que yo no soy responsable”. Y esto está sucediendo: el algoritmo está asumiendo la responsabilidad, la culpa e incluso el mérito que corresponde al ser humano. “La estupidez juega una función estructural en el mantenimiento del orden social.” —¿Cómo se explica que los discursos simplificadores, agresivos o irracionales tengan hoy mayor eficacia política que las ideas complejas o argumentadas? —Porque la comunidad humana se ha vuelto una sola en todo el planeta, somos más de 8 mil millones. La democracia, aunque siempre ha estado en manos de los “tontos”, que ya entonces eran la mayoría, era más funcional cuando la ejercían unas pocas centenas o miles de cabezas; al final, todos se conocían entre sí. Hoy la comunidad humana está compuesta por 8 mil millones de personas, con una complejidad de factores e instrumentos; pensemos en los teléfonos móviles, en el hecho de que usted y yo estamos dialogando desde dos continentes diferentes. Todo esto hace que las comunidades sean ingobernables, por lo que se tiende a delegar a especialistas cada vez más, y lamentablemente también se delegan la democracia y la política. Se hizo una investigación en Nueva York, una de las ciudades con el nivel más alto de información, considerando la cantidad de periódicos, televisiones y conexiones disponibles. Se estimó cuánto tiempo dedican los neoyorquinos, que deben gobernar una economía mundial, a la política: solo diez minutos por semana, diez minutos para entender hacia dónde va el mundo. Está claro que en ese contexto, cualquiera, incluso un loco descontrolado como Trump, podría llegar a la presidencia de Estados Unidos. —¿Estamos frente a una especie de “imbecilidad organizada” que se convierte en identidad política? ¿Es la estupidez un nuevo tipo de capital simbólico? —Sí, porque la estupidez, o mejor dicho, la especie humana necesita la estupidez justamente para organizarse. Repito, desde Aristóteles hasta hoy, el Homo sapiens es una especie social. Significa que no existe solo, necesita a sus semejantes para existir, y la única manera de existir junto a sus semejantes es siendo estúpido, ¿por qué? Porque para estar junto a los demás no puedes ser demasiado diferente, más inteligente, superior a los demás; eso te aísla. Doy algunos ejemplos, algunas metáforas. Tomemos una comunidad que sea una caravana de cien camellos. Para que la caravana se mantenga unida, aunque esté formada por 99 camellos más veloces del desierto y el último camello esté cojo, la velocidad de la caravana es la del camello cojo. Él es quien dicta la ley. Es Trump quien se convierte en presidente de los Estados Unidos. —¿Qué responsabilidad tienen las grandes plataformas tecnológicas y los medios masivos en atajar o, por el contrario, incentivar esta epidemia de banalidad y reactividad? —Los instrumentos no tienen responsabilidad. Sí, soy antiguo. Desde la escuela primaria, y desde hace setenta años, escribo con plumillas, todavía hoy con una pluma estilográfica. Y con esta pluma estilográfica, si yo fuera Pablo Neruda, escribiría los poemas de amor más hermosos de todos los tiempos; si fuera Newton, escribiría las leyes del cosmos; si fuera Hitler, firmaría el exterminio de los judíos; si fuera Netanyahu, firmaría el genocidio de los palestinos. Pero la pluma es un instrumento. Que luego se conviertan en plataformas no cambia nada, son un instrumento. La responsabilidad siempre es de quien las usa. —Si para poder subsistir como especie vamos cediendo nuestra inteligencia y entregando nuestra capacidad de pensar a la inteligencia artificial, ¿corremos el riesgo de convertirnos en esclavos de las máquinas? —Instrumento, aquí recargamos en esa pregunta anterior: hay filósofos de la ciencia que dicen que no debemos tener miedo de las máquinas, de la inteligencia artificial, porque la inteligencia artificial solo sabe hacer más rápido lo que nosotros ya sabemos hacer, mientras que hay futurólogos que dicen que, dada la capacidad de computación de las nuevas máquinas, que es enormemente superior a la nuestra, y dado que estas nuevas máquinas también han aprendido a inventar, si tienes que buscar la respuesta a una pregunta, el inteligente de la especie humana tal vez llegue a ella, pero la máquina puede llegar también, aunque de manera estúpida. ¿De qué manera? Teniendo en cuenta todas las respuestas posibles, la única que funciona es la verdadera, y por lo tanto la máquina ha aprendido a inventar. Así que ni siquiera la invención necesitaría al hombre. En este caso, la única esperanza que tendría la especie humana para continuar siendo parte de la evolución de la inteligencia, no de la especie, sería conectarse con las máquinas. ¿Y qué pasaría entonces? Que todos los cerebros humanos estarían conectados entre sí, nuestros recuerdos serían los recuerdos de todos y los recuerdos de todos se volverían nuestros a través de las máquinas. Son dos escenarios completamente diferentes y yo no tengo la menor, digamos, esperanza en el primer escenario, y tengo miedo del segundo. —En “Nuevo elogio del imbécil”, usted retoma el ejemplo del nazismo como caso paradigmático de cómo el poder fomenta y se beneficia de la estupidez, ¿ve usted paralelismos con el creciente auge de la ultraderecha a nivel global? —Sí, absolutamente, y se manifiesta como extrema derecha. Pero esto el ser humano siempre lo ha hecho, luego dando una justificación a esta acción, la acción siempre permanece igual. ¿Por qué lo hace el nazismo? Porque los alemanes se consideraban, al menos por boca de los nazis, el pueblo elegido, y en ese momento decidieron eliminar a otro pueblo que también se declaraba elegido. Ahora Netanyahu, ¿qué está haciendo? Al declararse pueblo elegido, se arroga el derecho de eliminar a otros pueblos. Pero esto también lo han hecho las religiones en nombre de Dios. Y no solo una, lo han hecho más o menos todas, pero por ejemplo el comunismo lo hizo en nombre del bien del ser humano. Pensemos en Stalin y en Camboya: los Jemeres Rojos, fui a verlos cuando estaban en la jungla camboyana, en guerra con los vietnamitas, eliminaron a la mitad de su propia población. Entonces, como se ve, la acción siempre es la misma, la “coloración” que se le da cambia de vez en cuando, pero siempre es estupidez en acción. “Para estar con los demás no puedes ser muy diferente, más inteligente o superior; eso te aísla.” —¿Hasta qué punto la “imbecilidad institucionalizada” socava los cimientos de la democracia y de qué manera podemos reconocerla para proteger la deliberación pública y la participación ciudadana? —Y la participación, precisamente, y la escucha: cuando en una comunidad existen solo reglas impuestas sin confrontación, tenemos la prueba, la demostración evidente, de que un estúpido está al mando, en el poder. No solo un estúpido individual, quizás incluso uno solo, sino que un sistema estúpido se ha convertido en un sistema de poder absoluto. Cuando el poder se vuelve absoluto, no hay lugar para la crítica, el diálogo, la inteligencia. Cuando la crítica es sofocada, entonces sabemos que la inteligencia se ha convertido en un crimen. —En un pasaje del libro, para ejemplificar que la inteligencia sobra, cae en desuso o se suprime con el tiempo, usted cita un encuentro que tuvo con Jorge Luis Borges, quien le dijo que los hombres de verdadero talento, en todas las épocas, son contemporáneos de otros que vivieron en el pasado, no de sus contemporáneos. Cuanto más agudas son sus mentes, más dialogan con una remota y “dispersa dinastía de solitarios”. ¿Significa esto que los genios en realidad son muy pocos y todo lo demás es “copiar y pegar”? —Significa que hay distintos niveles, y existe un nivel… quedémonos en el ejemplo de Borges, que fue uno de los encuentros más hermosos que me ha regalado esta profesión. Él había venido a Italia para recibir un premio importante, y la entrevista con Borges estaba concedida en exclusiva al Corriere della Sera, y debía hacerla Alberto Moravia. Pero yo, que era un gran lector de Borges, no podía aceptar no entrevistarlo. Así que me lancé a su hotel, superé a Moravia, que iba camino a verlo, me planté frente a él y le dije: “Maestro, juguemos”. Y mientras intentaban sacarme de allí, él dijo: “Espera, espera… ¿a qué tenemos que jugar? Y me inventé, no lo tenía preparado, el juego del abecedario. Y él me preguntó: “¿Cómo se juega al abecedario?” Y yo, que no tenía ni idea, me inventé otra cosa en ese momento: “Por cada letra del abecedario, le doy tres palabras; usted elige una y me da una definición de la palabra que haya elegido”. Solo para que se entienda el nivel, que por supuesto todos conocemos, de Jorge Luis Borges: con la letra N, él eligió “niño” y dio esta definición: “Un dios infante que crea universos en un sótano”. Ahora bien, personas como Borges, en su nivel, en su época, difícilmente encuentren a otros como ellos. Por eso la “dispersa dinastía de solitarios”: Homero, Virgilio, Dante, Borges… Son contemporáneos solo si eliminamos el tiempo. Debajo de ese nivel hay otros, y esos, en cierto sentido, son más afortunados, porque a su mismo nivel, alguno más logran encontrar. —Usted ha hablado de una “violencia simbólica” ejercida por las instituciones. ¿Cómo opera esa violencia y qué papel juega la estupidez que describimos en su despliegue? —Está en rechazar aquello que mejoraría a la propia institución: es decir, cuando la institución crea una norma, descubre que esa norma es estúpida, pero la mantiene, incluso si la norma no solo es estúpida, sino también ineficiente. Pongo un ejemplo: tengo que renovar el pasaporte porque tengo una conferencia en Nueva York y el pasaporte está vencido. Entonces fui a la comisaría de mi pueblo para entregar los documentos y me dijeron: “Tiene que sacar un turno”. ¿Con quién? Con nosotros. Perfecto, estoy aquí, denme el turno. “No, lo tiene que sacar por internet” . “Disculpe, ¿me está diciendo que estoy frente a usted, con quien debo hablar, pero tengo que salir, pedir un turno online y recién después volver? Estoy justo frente a usted”. Entonces, ¿queremos comentar esta situación? Mejor dejémoslo… —¿Es la corrupción un efecto secundario o un elemento esencial del diseño del Estado para mantener la dominación con un mínimo de resistencia cognitiva? —Esencial, porque el estúpido no tiene herramientas, el poder es o violencia o corrupción. Y así fue como se unificó Italia. Uno de los reyes más estúpidos que haya habido, no solo en Italia sino en Europa, Víctor Manuel II, es llamado el Padre de la Patria. Lo llamaron el Padre de la Patria porque pasaba su tiempo abalanzándose sobre campesinas o baronesas, con tal de que tuvieran, digamos… lo que él buscaba. Su explicación sobre cómo se gobierna, dicha a un embajador, fue esta: se gobierna solo con la bayoneta o con la corrupción. No se podía decir mejor, y es justo que lo haya dicho él, porque él era el perfecto representante de ambas formas de gestionar el poder. De hecho, unificó Italia porque las unificaciones y ampliaciones de comunidades solo pueden ocurrir a niveles más bajos; no puedes unificar a un pueblo al nivel de Einstein porque no encuentras a otros como él, quizá tres, y esos los puedes unificar al nivel de los hinchas del Barcelona o del Benfica. Ahí sí puedes tener una gran comunidad. “Cuando el poder se vuelve absoluto, no hay lugar para la crítica, el diálogo, la inteligencia.” —Si la estupidez es funcional al poder, ¿qué estrategias pueden desmontar esa alianza entre mediocridad y dominación dentro del Estado? —Hay muchos ejemplos en la historia donde la inteligencia se ha convertido en instrumento del poder de los estúpidos; es decir, los más inteligentes no se sentaban en el trono, pero encontraban la manera de influenciar al rey tonto para hacer que tomara decisiones no siempre estúpidas. Normalmente, el nivel de inteligencia en los niveles secundarios o terciarios de poder suele ser mayor que en el primer nivel. Por eso, generalmente en los ministerios quienes gobiernan de verdad son los directores generales, no el ministro. —¿Cuál es el papel del arte, la literatura o el humor como catalizadores de una reflexión profunda que rompa la cáscara de la banalidad? —Y el estúpido, sin embargo, a veces no es tan estúpido como nos gustaría pensar. Por eso, por ejemplo, cuando alguien ha intentado, mediante el arte, decir lo que no se podía expresar de otro modo, en ocasiones ha sido descubierto y ha tenido un mal final. Pensemos en las denuncias de Goya o en las denuncias de Caravaggio a través de sus cuadros. El humor y la sátira en Grecia permitían que la comunidad se autocorrigiera, principalmente a través del teatro y la sátira. Tanto es así que, para dejar claro que se estaba criticando a ese hombre de poder, en el teatro incluso se usaban máscaras que se parecían a la persona que se quería atacar con la sátira. Pero el poder no siempre aceptaba esto; tanto es así, que el poder más grande después del rey era el del bufón de la corte, que era el único que podía burlarse del rey. Si todos los demás hubieran dicho las mismas cosas, los habrían matado, pero de vez en cuando al rey también le molestaba el bufón y mandaba matar al bufón. Sin embargo, son armas de corrección del poder, siempre y cuando el poder permita que se usen. Porque si no, ¿por qué ocurriría esto? —¿Es optimista respecto a la posibilidad de que la inteligencia, en sus distintas formas, recupere terreno frente a la hegemonía de la imbecilidad? —No estamos obligados a ser optimistas, y sin embargo lo somos, aunque digamos lo contrario, porque si cada uno de nosotros pensara que mañana será peor, se suicidaría. Pero si no nos suicidamos, al final es porque pensamos que si no mañana, tal vez pasado mañana, o al día siguiente, tenemos una esperanza, confiamos en ella, y eso a pesar de todo lo terrible que estamos viendo ante nuestros propios ojos. Hay que decir que la especie humana pasó de una condición en la que la guerra era la norma, interrumpida de vez en cuando por períodos que no eran exactamente paz, sino ausencia de guerra, a un período de paz interrumpida por algunas guerras. Mi padre vivió tres guerras. Era un chico durante la Primera Guerra Mundial, luego vivió una guerra colonial y finalmente terminó en un campo de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Tengo 75 años y ni siquiera hice el servicio militar. Nunca existió una generación en la historia de la humanidad que haya tenido mi privilegio. Entonces, teniendo dos hijas y un nieto de 21 años, debo ser optimista y hacer todo lo posible para que mi optimismo se convierta en una profecía autocumplida. Producción: Sol Bacigalupo. Por Jorge Fontevecchia-Perfil

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