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» Diario Cordoba
Fecha: 27/07/2025 02:15
En este tiempo de descanso, la liturgia de la Iglesia sigue ofreciéndonos los domingos del tiempo ordinario -hoy, el domingo diecisiete- de la mano del evangelista san Lucas, destacando momentos y pasajes de la vida pública de Jesús. Así, un día, los apóstoles, esperan a que Jesús concluya la oración, en un lugar apartado, y luego le preguntan: «Señor, enséñanos a orar». Respondiendo a la pregunta explícita de los discípulos, Jesús no da una definición abstracta de la oración, ni enseña una técnica efectiva para orar y «obtener» algo. En cambio, invita a sus seguidores a experimentar la oración, poniéndolos directamente en comunicación con el Padre, despertando en ellos el anhelo de una relación personal con Dios, con el Padre. «¡Aquí está la novedad de la oración cristiana!», nos dijo el papa Francisco. «Es un diálogo entre personas que se aman, un diálogo basado en la confianza, sostenido por la escucha y abierto a la solidaridad. Es un diálogo del Hijo con el Padre, un diálogo entre los hijos y el Padre. Esta es la oración cristiana». Por lo tanto, les da la oración del «Padre Nuestro», quizá el regalo más precioso que nos ha dejado el maestro divino en su misión terrenal. Después de habernos revelado su misterio de Hijo y de hermano, con esa oración, Jesús nos hace penetrar en la intimidad con Dios y nos muestra el camino para entrar en un diálogo orante y directo con Él, a través de la confianza filial. Lo que pedimos en el «Padre Nuestro», ya está hecho para nosotros en el Hijo unigénito: la santificación del nombre, el advenimiento del reino, el don del pan, el perdón y la liberación del mal. Mientras pedimos, abrimos nuestras manos para recibir los dones que el Padre nos mostró en el Hijo. La oración que el Señor nos enseñó es la síntesis de toda oración y nosotros siempre la dirigimos al Padre en comunión con los hermanos. Probablemente, bastantes cristianos hemos vivido la triste experiencia del abandono de la oración que describe Pierre Gilbert con conmovedora sinceridad en su libro La oración reencontrada. Casi sin darnos cuenta hemos llenado nuestra vida de cosas, actividades y preocupaciones que nos han ido alejando poco a poco de Dios. Siempre tenemos algo más importante que hacer, algo más urgente o más útil. ¿Cómo ponernos a orar cuando tenemos tantas cosas en qué ocuparnos? Sin darnos cuenta hemos terminado por «vivir bastante bien» sin necesidad alguna de orar. ¿Es posible salir de esa mediocridad en que uno se ha ido instalando a lo largo de los años? ¿Es posible experimentar en nuestra propia vida la verdad de las palabras de Jesús: «Buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá?».Lo primero que se nos pide es decir interiormente un sí» a Dios. Un «sí» pequeño, minúsculo, que aparentemente no cambia todavía en nada nuestra vida, pero que nos pone a la búsqueda de Dios. Ciertamente, no vemos a Dios, ni oímos su voz, ni sentimos sus brazos. Simplemente, lo buscamos y nos abrimos a su presencia en una actitud semejante a la de Carlos de Foucauld: «Dios mío, si existes, enséñame a conocerte». No lo olvidemos: «Dios no es una conquista, sino un regalo». En este tiempo de descanso, una de las actividades que podemos colocar en nuestra agenda es la de unos minutos de oración. Alguien ha definido la oración como «sentir la necesidad de una voz, de una palabra, de unos brazos infinitos que sostengan nustra existencia con tantas carencias como necesidades». Me gusta esta otra definición, mucho más fácil: «Orar es estar con el Señor, donde el Señor está». Neil Armstrong, el hombre que pisó la Luna, cuando visitó Tierra Santa, pidió al guía que lo llevara a un lugar que, casi con toda seguridad, hubiera «pisado» el Señor. Lo llevó el guía, se postró de rodillas, besó el suelo y el astronauta susurró: «Pisar este lugar es mucho más importante que haber pisado la Luna». Para Jacques Philippe, «orar es sentir que Dios está cerca de nosotros, que nos quiere y nos abraza». Blas de Otero, el poeta que gritó a Dios en muchos de sus poemas, nos dejó estos versos que traspasan el alma: «Oh, cállate, Señor, calla tu boca / cerrada, no me digas tu palabra / de silencio…». *Sacerdote y periodista
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