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  • El dilema del Leviatán: ¿tamaño o calidad del Estado?

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 26/07/2025 04:56

    Lo determinante no es el volumen del gasto público o la cantidad de regulaciones, sino la calidad y eficacia de la gestión estatal (Foto: Reuters) La discusión sobre la injerencia del Estado en la economía es tan antigua como la disciplina misma. Desde los orígenes del liberalismo, Adam Smith defendió una intervención estatal mínima, confiando en que los mercados lograrían la eficiencia. Décadas después, John Maynard Keynes reivindicó el papel del Estado para estabilizar la demanda y gestionar crisis a través del gasto público y las políticas fiscales expansivas. Esta tensión sigue vigente y, a menudo, el debate se reduce a una disyuntiva simplificada: ¿el éxito económico depende de un Estado grande o de uno pequeño? Sin embargo, enfocar el debate únicamente en el tamaño estatal es un error conceptual que desvía del problema central. La experiencia internacional muestra que un Estado grande no es en sí mismo sinónimo de prosperidad o fracaso. Lo determinante no es el volumen del gasto público o la cantidad de regulaciones, sino la calidad y eficacia de la gestión estatal. El verdadero dilema no es si queremos un Leviatán, sino si ese Leviatán impulsa el desarrollo o se convierte en un lastre burocrático, económico y social. Ineficiencia y opresión Existen ejemplos contundentes de cómo una fuerte presencia estatal, combinada con ineficiencia, corrupción y debilidad institucional, puede devenir en decadencia económica y social. Una fuerte presencia estatal, combinada con ineficiencia, corrupción y debilidad institucional, puede devenir en decadencia económica y social El caso de Venezuela resulta paradigmático. A pesar de contar con las mayores reservas de petróleo del mundo, el modelo de intervención estatal y expropiaciones ha derivado en una catástrofe macroeconómica. La hiperinflación destruyó el poder adquisitivo, anulando su sistema monetario con tasas superiores al 1.000.000% en los últimos años. A esto se suma un colapso productivo: el Producto Bruto Interno (PBI) se contrajo más del 70% entre 2013 y 2021. El control estatal total trajo consigo escasez crónica, pérdida de confianza en la moneda nacional que llevó a una dolarización informal y un éxodo masivo de la población. La represión política, con un alto número de presos políticos, confirma el uso del Estado como herramienta de opresión. A pesar de contar con las mayores reservas de petróleo del mundo, el modelo de intervención estatal y expropiaciones ha derivado en una catástrofe macroeconómica ( Foto: EFE) Modelos afines se evidencian en Corea del Norte y Rusia, donde el control dictatorial y la violencia institucional sofocan la economía y las libertades civiles. En estos regímenes, el gasto público se destina esencialmente al control y la represión, relegando la productividad y el bienestar. En Argentina, también existen episodios que ilustran cómo la apuesta por un Estado fuerte no garantiza prosperidad. Durante los últimos años kirchneristas, la economía padeció un estancamiento prolongado: el alto gasto estatal y la intervención no lograron impulsar el PBI per cápita. La inflación se volvió crónica, superando el 30% anual entre 2014 y 2015, y en la gestión de Alberto Fernández llegó a niveles de 150% a 200% anual. Durante los últimos años kirchneristas, la economía padeció un estancamiento prolongado: el alto gasto estatal y la intervención no lograron impulsar el PBI per cápita Manipulación de datos oficiales, proliferación de controles cambiarios y multiplicidad de tipos de cambio generaron severas distorsiones macroeconómicas y creciente desconfianza. Al mismo tiempo, numerosos casos de corrupción drenaron recursos públicos, reforzando la vulnerabilidad de un Estado con mayor peso en la economía ante la falta de contrapesos institucionales. Si ese Estado presente no se apoya en reglas claras y funcionarios honestos, la ineficiencia se profundiza. El modelo nórdico Por contraste, los países nórdicos -Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia- exhiben Estados con fuerte presencia en la economía, reflejada en un elevado gasto público como porcentaje del PBI. Ese indicador ayuda a visualizar la injerencia estatal. Sin embargo, estos países logran los mejores resultados macroeconómicos y una prosperidad social sostenida. Los países nórdicos lideran los rankings globales de felicidad, libertad económica y desarrollo humano. Noruega, por ejemplo, administra sus reservas petroleras a través de un fondo soberano que garantiza la estabilidad económica a largo plazo. Son economías competitivas, donde la ciudadanía disfruta una alta calidad de vida. El núcleo de su éxito no está en el tamaño del Estado, sino en el funcionamiento efectivo de sus instituciones. Cuentan con baja corrupción, democracia sólida y gasto público orientado a servicios de excelencia en educación, salud, infraestructura y seguridad social. El núcleo de su éxito no está en el tamaño del Estado, sino en el funcionamiento efectivo de sus instituciones. Cuentan con baja corrupción, democracia sólida y gasto público orientado a servicios de excelencia Estos Estados -aun siendo grandes- resultan eficientes, previsibles y transparentes. Fomentan la competencia privada, mantienen la propiedad privada y sus sistemas fiscales progresivos están bien administrados, lo que promueve la confianza social y de los inversores. Gasto público como porcentaje del PBI: una métrica relevante Si se trata de comparar el tamaño del Estado, el indicador más utilizado es el gasto público como porcentaje del PBI. Nota: Las cifras de gasto público en países con poca transparencia (como Rusia o Venezuela) suelen ser difíciles de verificar. En Rusia, a pesar de reportes que sugieren cifras bajas, el aumento reciente del gasto militar implica un Estado con un peso significativo) El caso doméstico En Argentina, durante el kirchnerismo, el gasto público consolidado superó el 40% del PBI, muy por encima del actual 32%. El aumento se sostuvo por mayores ingresos de la soja y, posteriormente, por emisión monetaria y deuda. Gran parte del incremento respondió a subsidios energéticos, planes sociales y aumento del empleo público. La lección es clara: el peso estatal no asegura desarrollo ni su ausencia garantiza eficiencia. Un Estado grande y corrupto es un obstáculo para el progreso; un Estado grande, eficiente y decente puede ser impulsor de crecimiento y equidad. Un Estado grande, eficiente y decente puede ser impulsor de crecimiento y equidad La verdadera pregunta para la Argentina -y para toda economía emergente- es cómo lograr que el gasto público genere valor y que la institucionalidad convierta las capacidades estatales en servicio, gestión y garantía de derechos. No se trata de recortar el Estado sin más: la clave es reformar en profundidad los mecanismos de gestión y control público. La calidad institucional -la integridad de los funcionarios, la transparencia y la solidez de las reglas- es el principal diferencial. En última instancia, el éxito estatal reside en la honestidad, profesionalismo y control de quienes lo conducen. El autor es economista, Magíster en Globalización, Comercio Internacional y Mercados Emergentes

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