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» Noticiasdel6
Fecha: 24/07/2025 14:45
(Mario Riorda *) Llamó la atención que, en las elecciones para legisladores a la provincia de Buenos Aires, compitiesen espacios que en su nombre o en su eslogan, usen explícitamente la idea de “fuerza” que, semánticamente, intentan ocupar un espacio en contraposición a otra “fuerza”. Las fuerzas libertarias del cielo, como designio providencial y mesiánico. Las fuerzas peronistas del pueblo, como representación patriótica. Las fuerzas del centro, como una cuña de moderación frente a los “extremos”. Sin juzgar lo estratégico ni la creatividad, nada malo hay ahí. De hecho, la adversarialidad es lo que explica la oferta política electoral desde siempre. Es su motor. Pero la idea de fuerzas que deciden chocar semánticamente no debe hacernos perder de vista una serie de fenómenos que afectan cada día más la convivencia democrática. Hace pocos días se hizo conoció un dato: las opiniones de los votantes sobre el partido contrario son cada día menos favorables en EE.UU, en una serie histórica de 60 años que realiza el Estudio Nacional Electoral (ANES). Muestran un desplome en la valoración del adversario político. Y eso es un claro ejemplo de polarización. Hay algo en ese dato, como muestra, que nos debiera hacer considerar tres tipos de escenarios posibles que puedan describir la convivencia cada día más polarizada y que, con su debido contexto, puedan ser aplicados a nuestra sociedad. Hablo de la polarización política, la afectiva y la clasificación. La polarización política -o partidaria- es una confrontación que alienta la contraposición de programas y agendas públicas. Más allá de sus vaivenes y los diferentes “ismos” que suelen trastocar el contraste nítido entre el eje izquierda-derecha, este permanece vigente, tanto como sus temáticas (impuestos, salud, educación, entre otros). Es difícil imaginar algún contexto político real donde no exista la polarización política. A lo sumo, esa polarización puede ser menos radical, pero nunca ausente. ¿Qué efectos suele traer la polarización partidaria? Veamos algunos: Estrategia de élites para movilizar votos mediante un distanciamiento ideológico cada día más exagerado. Aumento de la distancia entre prioridades políticas expresadas y sus respectivas propuestas legislativas. Parálisis legislativa o congresos y legislaturas bloqueadas por la imposibilidad de acuerdos transversales. Más desconfianza en instituciones centrales (estado, congreso, partidos). Radicalización en la agenda pública y menor cantidad de espacios mediadores, como una prensa relativamente equidistante de los partidos, por ejemplo. Riesgo de inestabilidad y crisis de gobernabilidad cuando faltan contrapesos. Elecciones altamente polarizadas y muy competitivas. Segundo escenario, el de la polarización afectiva, basada en emociones como la ira, el desprecio y la desconfianza interpersonal hacia el “otro bando”. Crea identidades políticas que se asientan socialmente como identidades sociales muy fuertes, donde no hay tanto cambios en las ideas, sino en el trato y la percepción hacia el adversario a quien se lo deslegitima y se lo ve como “enemigo”. Algunos efectos: Erosión de capital social ya que dificulta el diálogo intergrupal. Riesgo de fragmentación social más allá de la política con escalada emocional (familias, trabajo). Menor o nula disposición al consenso, afectando la deliberación democrática en todos los aspectos, especialmente en bloques legislativos. Aumento de la animosidad entre partidarios adversarios que se manifiesta cotidianamente y en situaciones de violencia simbólica principalmente. Estrategias de clickbait en todos los actores. Y tercer escenario, el de “political sorting” o de “clasificación política”. Aquí, lo afectivo es más determinante y denso, ya que superpone sincronizadamente múltiples identidades (raza, religión, nacionalidad o región) con la afiliación partidaria. Ello aporta más chances de amalgamar la homogeneidad interna de cada partido y aumenta su consistencia y rigidez ideológica, transformada prácticamente en un credo dogmático. Sus efectos más notables: Reducción de puentes intergrupales: la división política es omnipresente y la sociedad se “tribaliza” en grupos afines y se aísla de otros hostiles para convivir, para trabajar, para construir identidades. De la enemistad familiar -y de todo tipo- se pasa al aislamiento por diferencias políticas que se naturaliza como estilo de vida. Endurecimiento total de mensajes y polarización ideológica (en todo y todo el tiempo) que hastía y afecta emocionalmente a bandos minoritarios. Aumenta el desprecio interpersonal y se deshumaniza al contrincante. Se normalizan los discursos de incivilidad y no solo hay violencia simbólica, sino episodios de violencia física. Menor circulación de ideas atípicas dentro de cada grupo y nula deliberación -o disidencia- interna. Riesgo de cámaras de eco y sesgo de confirmación, dificultando la deliberación democrática y con algunos de los bandos que cuestiona, incluso, a lo democrático como proceso totalmente defendible. Ahora queda un desafío final: elija Ud. en qué escenario estamos en Argentina y qué y cuánto hace Ud. para potenciarlo o moderarlo, porque cuando hablamos de los actores políticos, la ciudadanía también lo es y protagoniza su rol siendo parte activa en alguno de estos escenarios. (*) Mario Riorda es profesor de Comunicación Gubernamental y de Crisis en la Universidad Austral Académico, docente, politólogo e investigador
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