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  • El asesinato de Enzo Bordabehere en el Senado: disparos a sangre fría, un escándalo por corrupción y la resignación de De la Torre

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 23/07/2025 04:42

    Enzo Bordabehere era senador electo por la provincia de Santa Fe. Al momento de su muerte, esperaba que el cuerpo tratase su diploma (Caras y Caretas) El rosarino Lisandro de la Torre ya no podía más. Había batallado en soledad contra un poder demasiado grande y contra un senado impermeable a las contundentes denuncias que hacía con las que dejaba al descubierto un escandaloso entramado de corrupción. Y ahora vivía lo inimaginable, le habían matado en pleno recinto de la cámara alta a un amigo, discípulo y estrecho colaborador. No pudo ir al sepelio, ya que menos de dos días después del brutal crimen, debió batirse a duelo con el ministro de Hacienda Federico Pinedo, que se había sentido ofendido por sus acusaciones. Mientras a las ocho de la mañana del 25 de julio de 1935 en los terrenos del fondo del Colegio Militar De la Torre decidió disparar al aire, sus intensos años de luchas políticas cada vez le pesaban más; enfrente, Pinedo tenía otras intenciones, porque parece que le apuntó a la cabeza pero falló. Mientras tanto, los restos del pobre Enzo Bordabehere llegaban a Rosario para ser sepultados. Lisandro de la Torre llevó adelante una lucha en solitario cuando denunció el negociado que escondía el comercio de la carne Los Bordabehere eran uruguayos. Aún hoy es un apellido numeroso en el país vecino. Enzo nació el 25 de septiembre de 1889 en Paysandú y cuando tenía 5 o 6 años la familia se radicó en Rosario. Estudió en el Colegio Nacional y luego se recibió de abogado y de escribano en la Universidad Nacional de Rosario. En esa ciudad, compartió estudio con su hermano Raúl, primero en la calle Maipú, entre Santa Fe y San Lorenzo y luego en Roca al 700; su otro hermano, Ismael, era ingeniero. Además tenía tres hermanas mujeres. En 1914 estuvo en el grupo de fundadores del Partido Demócrata Progresista, y unos años antes, siendo alumno universitario, había militado en la Liga del Sur, un partido provincial creado a fines de 1908, que luego se fusionaría en la agrupación fundada por De la Torre. En 1918 fue diputado provincial y en 1922 diputado nacional. De fuerte personalidad, hincha de Newells como toda la familia, era el tío solterón que malcriaba a sus sobrinos. En 1935 la legislatura provincial lo designó como senador nacional por la muerte, en febrero de ese año, de Francisco Pancho Correa, otro de los demócratas progresistas que se contaba entre los primeros miembros del partido. El acuerdo que encendió la mecha. El pacto Roca-Runciman subordinaba a nuestro país al comercio inglés Se había convertido en la mano derecha de Lisandro de la Torre y fue de valiosa ayuda en la investigación en el negociado de las carnes. Estaba a la espera que la cámara alta tratase su pliego, cosa que ocurriría cuando se cerrase el debate que lo tenía a su mentor como protagonista. El crack de 1929 se había hecho sentir en todo el mundo y en nuestro país había repercutido en las exportaciones, que cayeron abruptamente, dándole un duro golpe a la economía, y al campo en especial. Durante el gobierno de Agustín P. Justo, durante la Conferencia Imperial de Ottawa, Gran Bretaña cerraba filas con los países integrantes del Commonwealth, acordando un trato preferencial para las importaciones provenientes de esos países. Argentina, que tenía como cliente preferencial al mercado británico, quedaba en clara desventaja competitiva. Reconstrucción del asesinato de Enzo Bordabehere en el recinto del senado El campo hizo sentir sus quejas al gobierno, al que le reclamó que hiciera algo para no quedar al margen de lo que se había resuelto en Ottawa. Así fue que mediante el tratado Roca-Runciman, firmado el 1 de mayo de 1933 en Londres, se otorgó un trato más que preferencial a las importaciones británicas. De la Torre había sido uno de los pocos que había alertado sobre el grave costo económico y político del tratado. En septiembre de 1934 propuso la formación de una comisión investigadora para establecer cuál era la situación del comercio de exportación de carnes argentinas y verificar si los precios que pagan los frigoríficos en el país siguen una relación con lo que obtienen de sus ventas al exterior. Fue una lucha contra viento y marea. Con las pruebas reunidas -que incluía documentación que se había intentado sacar del país disimulada en embarques de carnes- habló durante cinco sesiones seguidas, donde dejó al descubierto prácticas fraudulentas de los frigoríficos y una evasión impositiva, que contaba con la complicidad del Estado. Durante 13 días, Luis F. Duhau, ministro de Agricultura y Ganadería y Federico Pinedo, titular de Hacienda, asistieron a las sesiones a fin de rebatir las pruebas del senador santafesino; eran alentados por la barra, conformada por empleados públicos y gente llevada por el aparato político conservador. De la Torre, en el velatorio de su amigo y mano derecha, Enzo Bordabehere (Caras y Caretas) Duhau era un estanciero bonaerense, vinculado a la Sociedad Rural y que durante el gobierno de Alvear había integrado el directorio del Banco de la Nación Argentina, y Pinedo había sido diputado por el Partido Socialista Independiente. El martes 23 de julio, cerca de las cuatro de la tarde, en el fragor de su discurso, se produjo una polémica por una palabra empleada por De la Torre, quien aceptó retirarla; sin embargo, Pinedo lo provocó e hizo que el senador fuera resuelto hacia la mesa que los funcionarios ocupaban. Duhau empujó a De la Torre, quien trastabilló al pisar mal un escalón y cayó al piso. Y ahí fue cuando Enzo Bordabehere -senador electo- quien asistía a la sesión desde uno de los laterales, corrió a auxiliarlo. Sería lo último que haría. A pocos pasos, estaba Ramón Valdez Cora, un ex comisario de 42 años devenido en matón del partido Conservador. Tal como manifestaría después De la Torre, hacía un mes que día a día acechaba a la víctima. Valdez Cora, el asesino de Bordabehere, es conducido detenido por la policía (Caras y Caretas) Cuando Bordabehere reaccionó, Valdez Cora le disparó dos veces en la espalda. Gravemente herido, alcanzó a darse vuelta y recibió un tercer impacto en el tórax. Un cuarto proyectil fue a dar a la mano de Duhau. El asesino corrió por los pasillos y buscó refugio en la oficina de los taquígrafos, donde fue inmovilizado por el senador Alfredo Palacios. Se le secuestró un revólver calibre 32, con dos balas y cuatro cápsulas servidas. Fue interrogado por el juez Miguel Jantus. Tenía un prontuario de estafador y extorsionador, era afiliado al Partido Demócrata y se ganaba la vida como guardaespaldas del ministro de Agricultura, a pesar de que la primera reacción de los dirigentes conservadores fue la de declarar ignorar quién era. Duhau, mostrando su mano herida, dijo que él también había sido víctima. Tanto ante la comisión especial que se formó y ante el juez, el funcionario juró no conocerlo. Pero los vínculos eran demasiados conocidos y debieron aceptar que el maleante trabajaba para ellos, si hasta aparecieron testigos que confirmaron que era un asiduo visitante de la mansión que el ministro tenía en Recoleta. Duelo entre de la Torre y Pinedo. A pesar de que los lances de honor estaban prohibidos, tuvo su cobertura periodística (Caras y Caretas) Hubo un intento de un secretario del ministro de convencer de que Valdez Cora había disparado al ver que la víctima estaba armada, y se fantaseó en colocarle un arma en la mano del agonizante Bordabehere. ¿Quién era el destinatario de las balas? La historia señala a De la Torre, aunque en la familia Bordabehere -que por años conservó como reliquias el saco y el pañuelo manchados de sangre- se cree que el propio Enzo era el blanco elegido, por su minuciosa labor en el sonado negociado que el senador había denunciado. Bordabehere fue atendido en el Hospital Ramos Mejía por el doctor Augusto Wiebert. Para cuando De la Torre llegó a las 17 horas, ya había fallecido. Tenía 43 años. Como diría días más tarde el senador: “Se conoce el nombre del matador, falta conocer el nombre del asesino”. Miles de personas escucharon las palabras de despedida de De la Torre y del socialista Palacios en la estación del ferrocarril en Retiro, ya que sus restos fueron llevados a Rosario, su ciudad natal. Hubo que contener a la multitud ante los encendidos discursos de los senadores. En Rosario, Bordabehere fue velado en la jefatura de policía y el 26 enterrado en el cementerio del Salvador. El 25 a la mañana fue el duelo entre el senador santafesino y Pinedo. Cuando los padrinos los invitaron a reconciliarse, De la Torre se negó: “Nunca hemos sido amigos, ni hemos sido presentados”. Luego del fatídico hecho, ambos ministros presentaron sus renuncias, las que no fueron aceptadas. El martes 6 de agosto, el Senado retomó las sesiones. El presidente del cuerpo, Julio A. Roca (h) dijo que “la sala de sesiones del Senado ha sido profanada por la mano criminal de un insensato, que ha manchado con sangre los estrados del más alto tribunal de la República”. Ramón Columba, en su libro El Congreso que yo he visto, destaca que Roca pidió retornar a “la serenidad y a la mesura, la senatorial courtesy, esenciales para el acierto y el prestigio de sus sesiones”. En la sesión del 10 de septiembre, De la Torre anunciaba que daba por terminado su cruzada sobre el negociado de las carnes. “Para terminar, diré que sería absurdo pensar en que el debate sobre la investigación del comercio de carnes pudiera continuar con mi intervención mientras subsistan en mi espíritu las dudas que mantengo acerca de que se trajo a este recinto un guardaespaldas, extraído de los bajos fondos, para gravitar sobre su resultado. Los indicios que existen son tan vehementes, que no me es posible prescindir de ellos. Si lo hiciera, faltaría al respeto y al afecto que debo a la memoria del doctor Bordabehere, y autorizaría a cualquiera a poner en duda la sinceridad de mi indignación”. Valdez Cora fue condenado a veinte años de cárcel y liberado en 1953 durante el gobierno de Juan D. Perón. La noticia del suicidio de Lisandro de la Torre tuvo un alto impacto La insensibilidad ante el asesinato llevó a que el decreto presidencial sobre las honras fúnebres a Bordabehere, comenzara así: “Con motivo del fallecimiento del señor senador electo…”, como si se hubiese tratado de una muerte natural. Tal vez para el poder eso era así. Eso explicaría que la misma noche del trágico hecho, el presidente Agustín P. Justo y su esposa asistieron, como si nada hubiese ocurrido, a una velada de gala en el Teatro Colón. El 5 de enero de 1937 De la Torre renunció a su banca, cansado y abrumado por el silencio de la mayoría de la clase política. Dos años después, en su domicilio porteño de Esmeralda 22, se pegaría un tiro en el corazón, el mismo que lo había alentado, durante demasiados años, a luchar una y otra vez.

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