Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Historia de los alemanes del Volga: A 262 años de un Manifiesto que forjó el destino de un pueblo

    Crespo » Paralelo 32

    Fecha: 21/07/2025 20:41

    Hace más de dos siglos y medio, el Manifiesto de Catalina la Grande se erigió como un faro de esperanza. Ofrecía tierras fértiles a orillas del Volga y, más importante aún, prometía libertad. Libertad para practicar la propia fe, para hablar el propio idioma, para gobernarse en comunidad y para estar exentos de las levas militares que desangraban a una Europa devastada por la guerra. Para miles de familias del Sacro Imperio Romano Germánico, sumidas en la precariedad, fue una invitación imposible de rechazar. Aceptaron emigrar cansados de soportar los frecuentes conflictos políticos, sociales y religiosos, en los que se veían envueltos a causa de la dinámica de las decisiones que tomaban los príncipes y reyes imperiales, a los que estaban obligados a servir y después de sobrevivir a las guerras de los Cien Años (que en realidad se prolongó durante 116 años, entre 1337-1453), la guerra de los Treinta Años (1618-1648) y la guerra de los Siete Años (1756-1763), que habían devastado los territorios, arrasando cosechas y alimentos, y dejaban el campo sembrado de hambrunas, enfermedades, pestes, muerte y sin gente joven para comenzar de nuevo. Así comenzó el primer gran viaje. Hombres y mujeres dejaron todo atrás para labrar un futuro en las estepas rusas. Allí, durante más de un siglo, construyeron una identidad única. No eran ya sólo alemanes, ni se sentían completamente rusos; eran los Wolgadeutsche, un pueblo que conservó con celo su dialecto, sus tradiciones, sus valores de trabajo y su profundo sentido de comunidad. En sus aldeas, la vida transcurría como un eco de la patria lejana, un testamento a su inquebrantable cohesión cultural. En los primeros diez años partieron del Sacro Imperio Romano Germánico alrededor de 30.000 personas sobreviviendo apenas unas 23.000, como consecuencia de las peripecias que tuvieron que afrontar durante el viaje y lo difícil que fueron los comienzos en tierras rusas, para colonizar los campos inhóspitos, desolados y lejos de las grandes urbes, rodeados de siervos analfabetos, y utilizados como barrera de contención para mantener controlados a las tribus salvajes que asolaban la región, a pura violación y matanzas. Un detalle que omitió mencionar Catalina II en el Manifiesto de Colonización. A pesar de todo eso, los colonos supieron sobreponerse y con sacrificio, esfuerzo y trabajo, más un hondo sentido del deber y una profunda fe en Dios y en sus valores culturales, consiguieron salir adelante. Labraron la tierra y en cien años transformaron la zona en una región productora de trigo, una extensión que alcanzó una amplitud mayor a la Suiza actual. Continuaron fundando aldeas y colonias que aportaron mayor progreso y crecimiento, extendiendo las actividades hacia otros sistemas productivos además del agropecuario. Sin embargo, la historia les deparaba un segundo éxodo. Porque un día su situación cambió radicalmente, cuando en 1871 el gobierno ruso les informó que el Manifiesto quedaba anulado, que todo lo que se estipulaba en él quedaba revocado, y empeoró aún más cuando se obligó a todos los jóvenes de 20 años a servir en el ejército a lo largo de seis años. Lo que en pocas palabras significaba perder, además de las concesiones que otorgaba el Manifiesto, la identidad cultural. Algo que ellos no deseaban. Cuando la sombra de la rusificación amenazó su identidad, los alemanes del Volga volvieron a mirar hacia el horizonte. Y con el mismo espíritu pionero de sus antepasados, emprendieron una nueva migración, esta vez hacia América. Y es así, como a fines del siglo XIX y principios del XX, miles de estas familias desembarcaron en Argentina, atraídas por la promesa de tierra y libertad en un país nuevo. Se asentaron en las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y La Pampa, entre varias otras, transformando el paisaje con el mismo tesón que antes habían demostrado a orillas del Volga. Fundaron aldeas que aún hoy llevan nombres que evocan su origen y llenaron los campos de trigo, trayendo consigo el arado y la fe. Hoy, al recordar aquel 22 de julio de 1763, no solo rememoramos un hecho histórico lejano. Celebramos el legado imborrable de aquellos inmigrantes. Un legado visible en los apellidos que son parte de la identidad argentina, en las tradiciones que enriquecen su cultura y, sobre todo, en el espíritu de resiliencia que demostraron. El Manifiesto de Catalina fue la chispa, pero fueron la fe, el trabajo y la unidad de los alemanes del Volga los que mantuvieron la llama encendida a través de generaciones. Su viaje, que comenzó hace 262 años, es un poderoso recordatorio de que las raíces de un pueblo no están solo en la tierra de la que parten, sino en la comunidad y los valores que llevan consigo, dondequiera que el destino los lleve.

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por