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» El litoral Corrientes
Fecha: 20/07/2025 15:53
Qué se gana con insultar? ¿Reditúa de alguna manera bañar al adversario con toda clase de figuras denigrantes? ¿Paga descender a la metáfora sodomita para “aderezar” el mensaje de un gobierno? La psicología dice que no al explicar la pulsión impúdica como el resultado de obsesiones irresueltas. Pero… ¿Es tan así? Las abuelas nos enseñaron que quien elige ejercitar el primitivo método de la vejación verborreica escupe para arriba, pero la actualidad argentina contradice ese precepto de la moral doméstica a partir de ciertas conductas presidenciales que van de lo banal a lo anal. Los argentinos son testigos de la banalización filial de presentar perros como hijos mientras se pudren toneladas de comida que debió haber sido distribuida entre niños pobres. Al unísono, el mismo protagonista de tales antilogismos promete dejarles el orificio de salida “como un mandril” a sus enemigos. Es decir, se infiere, enrojecidos los culos por la irritación derivada de ciertos ejercicios “endoíntimos”. La coloración que caracteriza a las asentaderas del citado primate sirve como gráfico instrumento de estigmatización de todo aquel que piense distinto a las ecuaciones mentales del presidente. Y de pronto, quien ose cuestionar el método del dólar planchado para controlar la inflación cuando menos hasta las elecciones de octubre es, lisa y llanamente, un mandril. A partir de la banalización del Estado, interpretado como una entidad inútil que solamente se sirve del esfuerzo de aquellos empresarios exitosos obligados a tributar para sostener un sistema de solidaridad social explicado en la salud pública y las jubilaciones, el pire institucionalizado de irrefrenable escalada convenció a una porción de la sociedad argentina que la mejor alternativa para equilibrar los números de la economía era el ajuste desalmado. En otras palabras, el vaciamiento del Estado, su debilitamiento ostensible. Y lo logró parcialmente. Atacó Telam, el Inta, el Inti, Vialidad Nacional, así como el instituto del cáncer y otros efectores de la salud. Los que se mantienen en pie como el Garrahan o las universidades contaron con la movilización cívica, que marcó un límite provisorio para la motosierra, cuyo leit motiv es ir por todo con los números parlamentarios de los que hoy carece. El éxito coyuntural del modelo Milei se evidenció en una reducción del índice inflacionario, al punto que media Argentina (con oscilaciones de último momento) se muestra hoy proclive a acompañar la administración libertaria sobre la base de principios individualistas que se pueden resumir en esta síntesis: al que le fue bien mientras vivió con salarios del Estado le llegó el turno de pagar por todo lo inmerecidamente disfrutado de modo que aquel que nunca recibió favores de la “casta” ahora crezca sobre la base de un sistema que premia la competitividad, la meritocracia y la habilidad para sellar buenos negocios, aunque esos buenos negocios impliquen la reducción a la clandestinidad de miles de trabajadores flotando en la informalidad de Uber, Rappi, Pedidos Ya y toda otra expresión de la nueva dimensión laboral que se le ocurra a la industria de la especulación digital. Para obtener los resultados macroeconómicos que se tradujeron en su principal capital político, Javier Milei se valió de un estilo irreverente en el que se mezclaron su estética desenfadada con una animadversión segregacionista que desconoce matices. Como en el fascismo de Mussolini, el jefe del Ejecutivo se mueve en un plano binario de malos y buenos, sin tolerancia para con los que alguna vez fueron sus aliados hasta que dejaron de serlo por nimias diferencias. El mejor ejemplo es la vicepresidenta Victoria Villarruel, apodada “Bicha Cruel” entre las bambalinas donde teje sus telarañas la hermana Karina. La compañera de fórmula del presidente llegó con la promesa de que el partido militar (el sector que gobernó a fuerza de golpes durante la mitad del siglo XX) obtendría espacios de preponderancia como las áreas de Seguridad y Defensa, pero tales acuerdos nunca se plasmaron en la realidad. Por el contrario, la segunda de la dupla quedó relegada en el Senado y se graduó como enemiga declarada a partir de la histórica sesión de los 52 votos a cero, en la que el poder de lo gobernadores se hizo sentir como nunca. De pronto, los insultos cobraron sentido. Un sentido solapado y practico a la vez, porque fungen como vía catártica para un individuo inhábil para el arte de la negociación, carente de cintura política, expuesto a los riesgos de que una batalla dialéctica donde llevaría las de perder con cualquier orador promedio. Su personalidad encuentra refugio en el lenguaje profano y sus apariciones formales se reducen a la lectura vacilante de un texto premeditado por asesores cuyas aptitudes tampoco son para tirar manteca al techo. El catálogo de albañal enunciado por el jefe de Estado llegó en los últimos tiempos a niveles estratosféricos, con expresiones como “burro eunuco” (un mote dirigido al gobernador Kicillof) y las consabidas instigaciones al odio dedicadas a círculos específicos, como es el caso de la repetición constante de la frase “no odiamos lo suficiente a los periodistas” en las cuentas satélite de la red “X” que el morador de Olivos acostumbra compartir para deslindar eventuales responsabilidades judiciales. Javier Milei despliega su ofensiva con la misma estrategia del hombre de las cavernas que defendía su cueva y saqueaba otras a fuerza de chuzazos, con la improvisación primitiva del que convierte en un arma mortal el fémur de un muerto (como se aprecia en la película de Kubrick “Odisea en el Espacio”) hasta acuñar un interminable catálogo de frases sumamente representativas de la inventiva presidencial, casi siempre de referenciación anal, como si el modus operandi de las barras bravas hubiera ascendido a la cima del poder motorizado por el tráfico viral como signo identitario de la gestión libertaria. El haber patentizado la metáfora alusiva a las asentaderas de un mandril, finalmente, le rinde al presidente como una coraza que le posibilita avanzar a los empellones en su plan de sostenimiento del tipo de cambio, el ajuste y el retaceo de fondos a los jefes provinciales que persistan en su equidistancia. Sus contrafiguras prefieren no confrontarlo. Dicen “a” y Milei les contesta con un obús fecal. No importa si son críticos frontales o sutiles, todos son incendiados en la hoguera de la chismografía del “Javo” y sus principales espadas streamers, acuñadores de epítetos ultrafachos como la frase del “Gordo Dan” pidiendo “que saquen los tanques a la calle” junto con una foto en sorna de tanques domésticos de agua junto al cordón de una vereda cualquiera. Lejos, muy lejos ha quedado la puteada creativa y hasta, si se quiere, musical que el gran Roberto Fontanarrosa describía al analizar las malas palabras como una herramienta literaria que podía variar su sentido según el contexto y la oportunidad en que fuera empleada. En este cambio de época los filtros del discernimiento se han apagado al extremo de que el emisor puede caer en su propia trampa, en una suerte de efecto espejo que terminará por desnudarlo. Falta que los sectores sociales enojados con tanta vulgaridad vean saturados sus niveles de tolerancia y, al unísono, encuentren una alternativa que garantice la tranquilidad económica de largo plazo que Milei no ha podido proporcionar en su esquema de flotación entre bandas, sin enclaje en la matriz productiva del país. Es que, a pesar del sorprendente apoyo político del FMI para calzar las reservas con un fulgurante empréstito de 20.000 millones de dólares, el modelo del “carry trade” tiene límites. El pase mágico que permitió a los capitales golondrina forrarse de ganancias sin más esfuerzo que vender y comprar divisas funciona con lógica piramidal y el día que las extracciones superen a los depósitos habrá que estar preparados para barajar y dar de nuevo. Y no habrá insulto que valga.
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