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  • Jeremías Bourbotte: "El ecosistema de pantallas atenta contra la reflexión"

    Parana » Uno

    Fecha: 20/07/2025 09:43

    Entrevista con Jeremías Bourbotte, doctor en Letras. Apuntes analógicos. Redes y consecuencias neurológicas. Mercado de la IA y de lo humano. Entrevista con Jeremías Bourbotte, doctor en Letras. Apuntes analógicos. Redes y consecuencias neurológicas. Mercado de la IA y de lo humano. El doctor en Letras Jeremías Bourbotte analizó las transformaciones de las formas de lectura y reflexión, las de la lengua y los desafíos docentes frente al predominio de la realidad virtual. El docente también se refirió a la investigación y rescate que realizó sobre el material literario producido por el escritor y traductor argentino Juan Wilcock, quien escribió la mayor parte de su obra en italiano. —En Paraná, calle Cura Álvarez frente a Bomberos Voluntarios, donde mis abuelos tuvieron un almacén de ramos generales, al igual que mi otro abuelo, don Asensio, en lo que hoy es Báez y Lebensohn, donde prácticamente era campo. —¿Cómo era aquella zona en tu infancia? —Residencial, entre el centro y la avenida Ramírez, con casas construidas a principios y mitad del siglo XX por familias que cuando era niño ya eran bastante mayores, así que no había tantos niños. Actualmente hay muchas propiedades en venta y se construyen edificios. Era bastante tranquilo, aunque ahora está casi anexado al centro, con crecimiento del tráfico y el comercio. —¿A qué jugabas? —Al fútbol y fui de las inferiores de Paracao, club que fundó con un grupo mi bisabuelo, Maximiano Asensio. Esa zona era campo. Nos goleaban todos. También jugaba a las armas y al medioevo. —¿Pensabas ser profesional? —Le decía a mi mamá que jugaría en la selección nacional (risas), pero sólo hubiera llegado a la de la zona sur. Enseguida me di cuenta de la realidad. —¿Qué actividad desarrollan tus padres? —Mi papá tuvo varios trabajos pero esencialmente fue profesor de Filosofía en la abadía de Victoria y trabajó en el Consejo de Educación. —¿Leías? —Era muy lector. A través de mi abuelo Asensio me llegaron textos de ficción y novelas del siglo XIX, y me regalaban. Me gustaban los que tenían imágenes, y las historietas; después, por un amigo, comencé a leer novelas de aventuras como Robinson Crusoe, los libros de Julio Verne, Agatha Christie, Harry Potter y El Señor de los Anillos. —¿Sentías una vocación? —Sentía gusto por ser docente. En la primaria, algunas actividades las terminaba antes que mis compañeros y los ayudaba. Tenía fluidez lectora, que es lo que se espera de un niño. Me hacían leer en los actos y en voz alta cuando la maestra quería quedar bien. En la secundaria fue semejante, así que compartía lo que sabía y ayudaba. Padre, idealización y muerte —¿Tu papá era una referencia? —Sí, lo idealicé, extremadamente, y quería ser como él. Con el tiempo me distancié, lo cual me hizo más libre. —¿Qué veías en él? —El saber racional y la verdad intelectual, lo cual permaneció hasta la adolescencia y adultez, y probablemente esté vinculado con la decisión de ser docente y hacer la carrera de Letras, que si bien no es Filosofía está muy cerca. —¿Cuándo “lo mataste”, psicoanalíticamente hablando? —Me costó matar a mi viejo porque no es fácil hacerlo. Con el correr del tiempo lo cuestioné por opiniones, hábitos y perspectivas, o cuando me daba cuenta de que lo imitaba demasiado, lo cual me angustiaba. Lo traté varios años en terapia, porque en los momentos de mayor neurosis (risas) mi padre era la verdad. También me identifiqué con mi abuelo materno, un hombre de iglesia, de quien admiraba el compromiso y la devoción por sus ideales. Época analógica y pantallas —¿Por qué aprendiste a leer bien? —Porque era muy curioso, tenaz y no le tenía miedo a la dificultad, pero no por talento. Se ejercita con la práctica. —¿Esas características garantizan que un chico o adolescente, hoy, lea bien? —Son condiciones muy diferentes de los niños y adolescentes, ya que nací en un mundo analógico, de culturas impresas y cuando no había un ecosistema de pantallas como el de mis alumnos. Existen niños y adolescentes lectores pero las pantallas tienden a retener la atención y mantenerlos cautivos. Muchas veces es intermitente, inmediato y veloz, lo cual perjudica la reflexividad o interpretación. Pensar es demorarse, sentir un libro es detenerse, y estas condiciones no las tienen. —¿Materias predilectas? —Historia, de lo cual leo mucho; tuve buenas profesoras, como Cristina Cuestas. Era muy curioso y gané un par de olimpiadas. —¿Qué estudiaste primeramente? —Entré a Filosofía, muy identificado con mi papá, hice un año y medio, y no me cerraba, así que opté por Letras, que fue una elección más propia y con otro tipo de intelectualidad y razonamiento. —¿Se discutía en tu casa? —Somos cuatro, y se discutía mucho y todo. Por el lado de mi mamá sacaba lo estético y creativo, así que Letras me permitió sintetizar eso. Rescatando a Juan Wilcock —¿Pensabas ser docente? —En ese momento el Conicet andaba bien y se suponía que si hacías una buena carrera y juntabas antecedentes podías desarrollarte, lo cual hoy no ocurre. Igualmente me proyectaba como docente. Dejé el Conicet porque se tornó hostil e incierto; tengo el proyecto de formar una familia, así que necesitaba un sustento económico más sólido. La docencia, si bien está precarizada, me permite cierta certeza y estabilidad. —¿Tuviste formadores importantes en Letras? —No tuve un gran maestro pero estuve muy relacionado con el profesor que fue el director de mi tesis, Santiago Venturini, también investigador del Conicet. —¿Cuál fue tu tesis doctoral? —Sobre Juan Wilcock, un escritor y periodista argentino del grupo Sur, amigo de (Jorge) Borges y (Adolfo) Bioy Casares, quien se trasladó a Italia en los años 50. —¿Por qué la elección? —Porque tradujo su material escrito al italiano y lo publicó en Italia. Era parcialmente inédito, se encontraba disperso en bibliotecas y hemerotecas, y no estaba sistematizado ni interpretado. Junto con investigadores de Italia, con la Universidad 3 de Febrero y Santiago Venturini, reconstruimos ese corpus de textos y comenzamos a digitalizarlos. Es una contribución modesta para comprender por qué y de qué manera este autor trasladó estos textos y desarrolló su proyecto literario en Italia. —¿Qué te atrajo particularmente? —Estudio italiano desde chico, siempre tuve amor por Italia, estuve becado, me enteré de su obra y comencé a investigarlo. Los grandes y sus obras —¿Qué reflexionaste más allá de su figura? —Que la mayor parte de los autores argentinos y sus archivos no están localizados en su país de pertenencia sino dispersos en distintos países. El de Borges está en la Biblioteca de Princeton y es estudiado, sobre todo, por Daniel Balderston, y el de (Julio) Cortázar tampoco está acá. —¿Es parte del desprecio argentino por la conservación de su patrimonio? —Falta una política de Estado para recuperar y sistematizar esos archivos y alojarlos en una biblioteca o espacio semejante para su consulta y revalorizar el patrimonio cultural. Se hizo con algunos autores: por ejemplo, la Biblioteca Nacional Mariano Moreno dispone de un fondo. Hay que tener en cuenta que muchos de los autores prefirieron que sus obras permanezcan fuera del país por seguridad o porque sus albaceas o herederos prefieren que sea en lugares de máxima custodia. —¿En qué área del Conicet estuviste? —En la de Traducción e importación de libros, que investiga las formas de asimilación de textos de una cultura a otra, por medio de la traducción, y qué usos e impactos tuvieron en dicha cultura. —¿Pueden desaparecer los traductores por la inteligencia artificial? —Hoy se cuestiona la idea del traductor, al igual que la de diseñadores gráficos. En Genie hay un montón de portadas diseñadas con inteligencia artificial y ya hay en circulación traducciones producto de la IA. —¿Cómo pensaste la literatura luego de la carrera de Letras? —Cuando sos niño o adolescente lees lo que te inquieta o atrae, son lecturas dispersas y no utilizás demasiado bagaje teórico; cuando estás en Letras comenzás a hacerlo desde lo teórico, lo cual tiene una ventaja y una desventaja. Podés afinar o precisar ciertos aspectos para volverla más potente pero también puede ocurrir que ese bagaje teórico obture ciertas libertades. O que simplemente no leas el libro. Ahora prefiero un cierto retorno a cómo leía antes, más distendido. Antes me obligaba a terminar un libro porque si no lo hacía sentía que no cumplía con el mandato de ser un gran lector o intelectual. Hoy, si no me interesa, lo descarto. Puede suceder que un libro te parezca muy malo en determinado momento de la vida y luego, genial, o viceversa. Qué hacer con las pantallas —¿Cuándo te impactó la irrupción de lo virtual? —A comienzos de 2000, cuando como cualquier chico jugaba videojuegos, algunos con narrativas impresionantes. La virtualidad puede ser una riqueza, el problema es que las pantallas están diseñadas para mantenerte cautivo, diferente de un libro, que no te pide atención todo el tiempo. —¿Cómo mantenés ese equilibrio, integrando lo virtual? —Lo uso de manera discreta, lo básico de la computadora y el celular, y sigo teniendo inclinación por lo impreso y analógico, sin demonizar las pantallas. —¿Cuándo percibiste, como docente, este cambio estructural? — Comencé en la docencia en 2017 y a comienzos de la segunda década de este siglo comenzó la expansión exponencial de las redes sociales y al mismo tiempo un incremento de la velocidad de Internet, cambios en las plataformas, se dejó de ver cine todas las semanas y la gente se confinó en sus casas viendo series. Se transformó la vida cotidiana en un ecosistema de pantallas. Antes, no necesariamente te levantabas y te acostabas con el celular, habiendo pasado durante la jornada por distintas pantallas. El impacto llegó al sistema educativo, ya que todos los pibes que nacieron en la segunda década del siglo XXI son mis alumnos, quienes navegan con familiaridad en esos dispositivos, que todavía nos parecen novedosos. —¿Qué observás hoy? —Un beneficio y dos problemas: brinda la posibilidad de acceder y procesar información en poco tiempo de manera eficiente y bastante precisa, como sucede con la IA o con la posibilidad de gamificar una clase, entre otras alternativas. El problema es que los chicos se acostumbraron a un pensamiento breve e intermitente, que no tolera demasiada duración, lo cual dificulta, por ejemplo, resolver un cálculo matemático o comprender un texto. Lo otro es el uso poco ético de la IA, ya que terminan resolviendo con ella muchos de los problemas que antes se resolvían por cuenta propia, así que delegan funciones cognitivas. Es para discutirlo. El sistema y el cerebro virtual —¿Cuál es el mayor desfase entre la educación y el nuevo cerebro que se está configurando? —Los cerebros analógicos resolvíamos los problemas con más tiempo y eso desarrollaba en la escuela, la universidad y en los oficios, la capacidad cognitiva. Los cerebros digitalizados, movidos por algoritmos y atrapados en las pantallas, tal vez los resuelven más rápido pero porque los delegan a la tecnología. La consecuencia es la merma en su desarrollo cognitivo. —¿Estrategias eficaces? —Hay estados que decidieron impedir que los estudiantes traigan sus dispositivos al aula y la escuela. Si se lo dijera a mis alumnos, me odiarían. Hay profesores a favor y otros en contra, por lo cual hay que pensar políticas de Estado, nacional y provincial, más allá de la discusión en las escuelas. No estoy a favor de prohibirlos pero hay que hacer algo, por las consecuencias neurológicas. —¿En qué niveles trabajás? —Universidad, terciario y secundario. —¿El fenómeno es común a todos? —Sí, es transversal, pero los niños y adolescentes reciben un impacto más acusado porque no tienen los recursos conceptuales para tomar distancia. Están mucho más tiempo expuestos y son más educados por las pantallas y los tecnócratas que las diseñan, que por los docentes, tutores y hasta los propios padres en algunos casos. —¿Qué te asombra en cuanto a herramienta? —La IA, en general, es fantástica por cómo facilita ciertas actividades engorrosas o mecánicas, por ejemplo armar un calendario. En lo educativo, la que más me gusta es Padlet, una galería en la cual introducís todo tipo de contenidos, que se puede anexar a lo desarrollado en clases. —¿Cómo se transforma la literatura por lo virtual? —Las recientes investigaciones e indicadores muestran que no habrá una desaparición del libro físico en beneficio del digital, sino una convivencia, porque los libros digitales no se han impuesto por sobre las preferencias de los lectores sino que los usan alternadamente según el contexto. El libro físico mantiene ese halo de prestigio, saber y comodidad. Creo que el mercado de la literatura seguirá siendo extremadamente concentrado en cuanto a editoriales como desde los 90. Antes, la literatura se distribuía a través de distintos sellos editoriales, con una convivencia entre escritores muy vendidos y no tan vendidos. Seguiremos consumiendo como ahora las últimas novedades editoriales de los sellos que concentran el mercado, y yendo a alguna feria del libro independiente para conocer autores y títulos menos consagrados. Es muy probable que surja un nuevo mercado enteramente de libros creados por IA (ver recuadro), sin autores, lo cual pone en cuestión qué es un autor, y qué es lo propio y ajeno. ¿Libros escritos por la IA versus por los humanos? Bourbotte pronosticó la existencia de un mercado propio de la inteligencia artificial y otro humano en cuanto a la producción literaria, a la vez que reflexionó sobre la gran incorporación de anglicismos y la precarización de la lengua. —¿Cuál es hoy la razón de escribir? —No soy escritor pero es una pregunta que la IA habilita. Los seres humanos no dejarán de hacerlo ni de leer literatura escrita por humanos, por el vínculo que mantenemos a través de ese lenguaje. Quien escribe lo hace por pasión y convicción; los lectores pueden consumir libros escritos por IA pero está el mercado de lo humano, lo cual pasará con todos los órdenes de la vida. —¿Cómo se modifica actualmente la lengua? —Por la enorme cantidad de vocabulario del inglés vinculado al desarrollo tecnológico y la posición dominante de esa lengua. Se utilizan menos subordinadas y más expresiones acotadas, por la precarización del vocabulario, que conlleva una menor capacidad para interpretar matices y sentidos. —La incorporación de anglicismos existió siempre. —Sí, pero se intensificó en la segunda mitad de este siglo. —¿Cómo escriben tus alumnos? —Depende de dónde. Trabajo en escuelas privadas y céntricas (institutos Siglo XXI, Cervantes y en el del arzobispado), y estoy admirado de cómo lo hacen e interpretan, aunque tienen problemas, que se pueden abordar. Trabajamos de forma intensa la escritura y funciona. —¿Sugerencia para quien perdió el gusto por la lectura? —A todos nos pasa la falta de tiempo, llegás a tu casa cansado y leer un libro es desalentador. Una buena estrategia es tener unos cuantos a disposición y si te interesa uno, dedicar 15 minutos, para saber si te gusta. —¿Cómo funciona tu taller de lectura? —Da un marco para mantener el hábito y disfrutar. Funciona en Cura Álvarez 589, el tercer jueves de cada mes, y estoy por iniciar otro grupo en agosto. Proporciono el PDF de un libro y una guía con un padlet, y luego hacemos el encuentro con una introducción crítica y las distintas impresiones. —¿Qué libros llevás a una isla sin conectividad? —La Biblia, La Divina Comedia, Los diálogos platónicos y El Castillo, de Kafka.

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