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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 20/07/2025 04:45
Luis Caputo y Javier Milei (Photo by Juan Mabromata / AFP) En el Parlamento del ’73 no había una sola acusación de cohecho. Éramos todos hijos de la rebeldía y militantes, dueños de un pensamiento, soñadores de un futuro mejor, pertenecíamos a todas las ideologías y, esencialmente, estábamos marcados por el pensamiento, no por el interés. Cuando volví en el ’83, el Parlamento era otra cosa, surgía un nuevo personaje: el operador. Tardé en asumir que ese, el que emergía, era el intermediario entre el poder económico y el poder político, no el representante del sueño colectivo, sino la expresión del interés particular de algún sector. Cuando Menem opta por la farándula lo hace a conciencia de que el discurso político debe ser sustituido por la imagen vacía. Por ese camino, se expulsa al pensamiento para imponer el interés. En suma, es la muerte de la idea puesto que se sustituye una imagen gestada en otro espacio como si la política no fuera capaz de engendrar su propio prestigio. Claro está, reducida al mero interés, carece de respeto. Es que mientras la militancia posee una causa, las sectas cuentan sólo con fanáticos. El kirchnerismo devaluó al militante en burócrata y La Libertad Avanza lo ha convertido en instrumento, en expresión de los negocios. En rigor, ambos se alejaron de una militancia con ideales, de esa comunidad que vive en la víspera de una sociedad más justa y equitativa por la que se esfuerza, ambos dejaron de pensar en ser colectivos para expresar el interés particular. El cambio del militante al operador terminó en el presente donde los personajes se adaptan al poder de turno porque no tienen un bagaje ideológico que les permita, o los obligue, a mantener su identidad. En rigor, no la sostienen porque tanto el oficialismo como la oposición carecen de ella. El gobierno va perdiendo adeptos por intentar que todos acepten la sumisión a su color, como si hacer un frente conservando la identidad de sus integrantes no fuera más digno que imponer la modernidad de la coyuntura. La idea de ser el nuevo propietario de la verdad y eliminar a los otros es claramente autoritaria y débil de pensamiento. El peronismo no logra sacarse de encima los rastros de su derrota y al gobierno no le interesa desprenderse ni de su soberbia ni de la elección de un discurso insultante plagado de amenazas ni de su peculiar concepción de la economía. Recientemente, ante empresarios rurales, Milei sostuvo que su modelo es la macroeconomía, es decir, las empresas, y que no se interesa por la micro, con lo cual mostró su rotundo desinterés por el ser humano, centro de la microeconomía. Es evidente que para este personaje que hoy gobierna nuestro país, la política de los negocios sustituye a la del ser humano. En verdad, la abstención va a ser un hecho significativo, los que no vayan a votar serán la expresión más evidente de esta democracia que lejos está de resolver los acuciantes problemas de nuestra sociedad. Otro sector intenta organizar alternativas de centro. Lo cierto es que los extremos no pueden asentarse en el lugar de la fortaleza y el centro, en el de la debilidad. La Argentina no tiene quién represente al centro, por falta de grandeza política, para gestar la síntesis que permita la ocupación de ese espacio y la recuperación de la política como rumbo de un destino. La atomización sigue siendo el síntoma esencial de todas y cada una de las fuerzas políticas, señal de que ellas entraron en su decadencia, en tanto todavía no aparece una fuerza capaz de convocar a los sectores y devolverles un rumbo lógico y coherente. Los gobiernos liberales siempre tuvieron como duración el tiempo en que les alcanzaban los préstamos, siempre parasitaron a la sociedad porque jamás fueron productores de riqueza, sino endeudadores seriales. Eso fue Martínez de Hoz con Videla, eso fue Cavallo con Menem, eso fue Caputo con Macri y eso estamos viviendo hoy, en la era Milei, Caputo, nuevamente, y Sturzenegger. Sólo que como debilidad institucional, el endeudamiento se termina, pero esa capacidad se va reduciendo como la dimensión productiva de la sociedad. Los economistas dedicados a explicar las bondades del sistema son realmente patéticos porque apelan a argumentos -muchas veces falaces- como si un número pudiera alterar la ansiedad y los dolores de una sociedad empobrecida. La aparición de negociados y de oscuros intereses marca que este gobierno no venía a castigar, a eliminar a la casta, sino tan solo a sustituirla. Difícil momento en el cual, recordando los conceptos de Antonio Gramsci, lo que muere está a la vista, fracturado, degradado y lo que nace todavía no termina de asomar. “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”, dice. Y en eso estamos. El discurso de Milei en la Bolsa de Comercio prometiendo devolverle al empresariado sumas cuantiosas que, a su implacable saber y entender, habían sido hurtadas, deja al desnudo el hecho de que el objetivo es consolidar el lugar de los ricos y no hacerse cargo de los daños que esta decisión genere. Después de tantos ilustres sanitaristas como ha habido en nuestro país, el empresario de la salud Mario Lugones y sus palabras muestran que la dignidad no es la virtud que quieran respaldar algunos oscuros y nefastos personajes como este, devenido ministro. Entre el discurso en la Bolsa y la realidad del Garrahan, se describe la raíz enferma y ominosa de un gobierno al que le importan fundamentalmente los negocios por encima de los seres humanos. Lamentable decadencia la de los oficialismos puesto que, en alguna medida, tanto periodistas como economistas terminan defendiendo causas que están lejos de la posibilidad de que alguien con una mínima sensibilidad -no hablemos ya de solidaridad social o cristiana- las sostenga. La imposición de la injusticia como ideología necesita del pago a sus promotores, a sus empleados, digamos, a sus militantes, y hace que únicamente ellos sean rentados. Si los de antes eran soñadores y luego vinieron los operadores, en el presente, sólo están vigentes los verdugos.
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