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  • Caída de la natalidad y el fenómeno de los “perrihijos”: los cambios ya se sienten en las familias

    » Noticiasdel6

    Fecha: 20/07/2025 01:54

    En los últimos años, una escena cotidiana se volvió cada vez más común en ciudades de todo el mundo: personas jóvenes que celebran el cumpleaños de su perro con torta, globos y fotos en redes sociales; que priorizan la salud emocional de sus mascotas con etólogos y paseadores; o que los consideran parte de la familia al punto de referirse a ellos como sus hijos. Lejos de ser una excentricidad aislada, esta práctica forma parte de una transformación más amplia: cada vez más personas deciden postergar —o directamente descartar— la maternidad o paternidad tradicional y vuelcan su afecto, cuidados y recursos en animales. El fenómeno, conocido popularmente como “perrihijos”, involucra un vínculo simbólico que, aunque no reemplaza a la parentalidad humana, ocupa un lugar cada vez más central en los proyectos de vida. A través de este tipo de lazos, emergen nuevas formas de cuidado, pertenencia y expresión emocional que responden a cambios sociales, culturales y económicos profundos. Una nueva forma de vincularse: el auge de las familias multiespecie “El fenómeno de los ‘perrihijos’ o los vínculos inter-especie, donde personas eligen criar o cuidar animales como perros o gatos con un nivel de implicación emocional, simbólica y económica equiparable a la parentalidad, puede pensarse como un emergente vincular y social que dice mucho sobre los lazos, los modos de ser y hacer familia y las transformaciones del deseo en la actualidad”, comenzó a explicar a Infobae la licenciada en Psicología con orientación Perinatal y Reproductiva María Agustina Capurro (MN 69748). Según el doctor en Psicología y docente Flavio Calvo (MN 66.869), “llamarlos ‘perrihijos’ no es solo una forma de hablar: muchas veces expresa un vínculo emocional intenso que incluye roles, rutinas y afectos que antes se asociaban a la crianza de niños”. La investigadora María Dolores Dimier de Vicente, del Observatorio del Desarrollo Humano y la Vulnerabilidad de la Universidad Austral, sostuvo ante la consulta de este medio que esta tendencia responde a “una combinación de diversos factores, pero por sobre todo a cambios culturales que incitan a un cuestionamiento de la familia tradicional”. En este nuevo esquema, se observa “una transformación en la manera en que se entiende la relacionalidad, en cuyo caso, el cuidado no viene de la mano de los vínculos humanos nativos o biológicos, sino de los elegidos”. Las mascotas pasan a ser parte central del mundo emocional. Para Calvo, “no es solo compañía, es cuidado activo, es dedicación, son rutinas específicas, celebraciones, y en muchos casos una importante inversión emocional y económica”. También subrayó que “se humaniza al animal, se le habla como si entendiera, se interpreta su conducta en clave afectiva”. Capurro señaló que estos vínculos también pueden pensarse como espacios donde se alojan “el deseo de cuidado, ternura, función parental simbólica”, aunque también quedan al margen aspectos como la “reproducción biológica, el sentido de trascendencia y los conflictos parentales”. La caída de la natalidad y la redefinición del proyecto de vida En la mayoría de los países, la tasa de natalidad está en descenso. Para los especialistas, este fenómeno es multicausal. “Muchas personas postergan o directamente descartan la idea de tener hijos, por decisiones personales, económicas o existenciales”, sostuvo Calvo. Dimier indicó que “suele escucharse que criar un hijo implica un costo económico a largo plazo, que si bien es cierto que ser padre o madre exige tiempo, recursos y estructura ante el costo de vida, la precariedad laboral y la falta de políticas de conciliación trabajo-familia, se lo percibe como un proyecto de alto riesgo”. Según Calvo, “tener un perro —o un gato— puede verse como una alternativa que sea emocionalmente gratificante y más accesible. No requiere las mismas responsabilidades legales, económicas y vitales que implica criar un hijo”. En esa línea, agregó: “para algunos, es una forma de ejercer el cuidado sin tener que resignar autonomía o enfrentar las exigencias que hoy tiene la parentalidad”. Capurro vinculó este emergente con “el contexto de baja de natalidad global, donde múltiples factores (económicos, ecológicos, de estilo de vida, de desafíos reproductivos) complejizan o desincentivan la decisión de tener hijos o hijas”. Dimier señaló al respecto que también está cambiando la manera en que se entiende el pasaje al mundo adulto: “Ya no forman parte de los aspiracionales personales ‘tener una pareja estable’ o ‘formar una familia’, pues confrontan con los valores de los jóvenes de hoy, como ser las relaciones afectivas menos exigentes, menos permanentes, basadas en decisiones a corto o mediano plazo, reversibles, más centradas en el deseo, en la sensibilidad, en la conveniencia”. Del mandato de familia a los vínculos electivos La idea tradicional de familia también se está redefiniendo. Capurro sostuvo que “las familias ya no se definen solo por lazos consanguíneos ni por estructura tradicional nuclear, sino por configuraciones afectivas electivas”. En ese nuevo marco, el animal ocupa un lugar de “otro significativo”, con funciones de compañía y sostén emocional. En ese sentido, Dimier advirtió que “las estructuras de hogares se encuentran en una constante modificación del modelo más tradicional: de las familias nucleares y multigeneracionales hacia estructuras de hogares monoparentales, parejas sin hijos, familias reconstituidas, convivencias no formales, o personas que eligen vivir solas”. En Argentina, “el número de hogares unipersonales (25%) se duplicó en los últimos 30 años, y la cantidad de hogares sin hijos (57%) enrocó con la de hogares con hijos (43%) en la última década”, según un reciente estudio del Observatorio del Desarrollo Humano de la Universidad Austral. Para muchas personas, cuidar un perro o un gato es una forma de canalizar su capacidad de afecto. Calvo subrayó que “el apego puede construirse también con un animal, y ser una fuente real de bienestar y sentido. No reemplaza exactamente el vínculo con un hijo humano, pero en términos emocionales, para muchas personas es suficiente o incluso preferible”. Dimier coincidió en que la decisión de no tener hijos y adoptar un perro como “hijo” puede implicar “una ruptura simbólica a los mandatos tradicionales” y se vuelve “más compatible con su proyecto de realización profesional o laboral”. El deseo de cuidar, sin renunciar a la autonomía Cuidar, proteger, establecer rutinas y sentirse importante para otro ser son necesidades humanas profundas. “El acto de cuidar no siempre requiere que el otro sea humano”, afirmó Calvo, quien consideró que los animales “permiten satisfacer esa necesidad humana de cuidar, proteger, establecer rutinas, y sentirnos importantes para otro ser”. Capurro remarcó que en estos vínculos se otorgan funciones subjetivas a los animales dentro de la constitución de un mundo afectivo y familiar. Pero advirtió que cada situación es singular y que “no todos estos movimientos suceden por una única razón, sino desde la articulación entre deseo, libertad electiva, proyectos afectivos y/o familiares”. Dimier, por su parte, explicó que “el cuidado optativo de relación con otro ser, como la mascota, es elegido según conveniencia, centrado en el bienestar propio y no necesariamente en la trascendencia o continuidad debido a las responsabilidades permanentes que conlleva la implicancia de ser padres”. Según Calvo, el cuidado intensivo de un perro puede cubrir “el deseo de compañía, la necesidad de afecto incondicional, de rutina, de sentirse útil, de dar y recibir amor, de tener a quién cuidar y sentirse cuidado”. En contextos donde la soledad es frecuente, “un perro puede volverse un verdadero ancla emocional”. ¿Crítica o síntoma de época? En lugar de lecturas moralizantes o reduccionistas, los especialistas invitaron a pensar el fenómeno como un emergente complejo. “Es importante no juzgarlo como patológico ni tampoco idealizarlo”, aclaró Capurro. En su opinión, se trata de “formas contemporáneas de vincularnos, las mutaciones del deseo parental y sobre cómo a los animales se les otorgan funciones subjetivas en la constitución de un mundo afectivo y familiar”. Dimier consideró que los “perrihijos” podrían expresar “algunos elementos propios de la maternidad o paternidad: cuidar, proteger, ‘adiestrar’ (no educar), nutrir y establecer relaciones afectivas”. Pero distinguió que “el cuidado de un perro como ‘hijo’ es optativo, reversible y flexible”. En cambio, la familia, como institución, “permanece como un ámbito esencial para la realización personal y la necesidad humana de trascender, de dejar huella en otros, y de recibir la vida como don y responsabilidad”. Mientras tanto, el mercado también promueve este vínculo afectivo adaptado al presente. “Promueve una perspectiva en la que una mascota brinda satisfacción emocional con menor inversión estructural, promoviendo un sinfín de productos, moda y servicios, creando nuevas necesidades alrededor de un animal”, dijo Dimier. Así, en medio de una sociedad que redefine sus lazos, los “perrihijos” se convierten en figuras simbólicas de compañía, contención y rutina, sin las exigencias formales de la parentalidad. Una expresión de época que pone en primer plano la autonomía, el deseo y los nuevos modos de cuidar. (Fuente: Infobae)

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