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  • Ni olvido ni perdón

    » Diario Cordoba

    Fecha: 19/07/2025 08:44

    Aquellos días de verano la abuela no paraba de dar vueltas por el patio con el corazón entre los dientes, como si así pudiera evitar que se le saliera del cuerpo, sangrante, y diera saltitos entre petunias, celindas y madreselvas, para acabar manchando aquellas paredes blancas de cal. Blancas. Aquellos días todos pedíamos con las manos blancas. Cuerpos arremolinados en las calles con las manos pintadas de blanco pidiendo justicia, pidiendo paz, pidiendo «nunca más», suplicando para que lo soltaran y lo hallaran a tiempo con vida. Ermua era entonces la capital de nuestro mundo y ETA marcaba el ritmo de llantos y suspiros, de la desolación. Todos queríamos pensar que la policía conseguiría localizar a tiempo a Miguel Ángel Blanco cuando lo liberaran. Por aquel entonces no sabía mucho más allá de que Miguel Ángel Blanco era un joven político español que había sido secuestrado por ETA. Y ETA... ETA era el terror. Aunque tuviera apenas seis-casi-siete años, recuerdo perfectamente cómo mamá cogió el carricoche, metió en él a mi hermana de uno-casi-dos y salimos a la calle (¿estaba papá también? Creo que era por la tarde). Conde Vallellano atestado. Miles de personas con las manos alzadas, pintadas de blanco, pidiendo «libertad sin ira, libertad». ¿Por qué nosotras no llevábamos las manos pintadas de blanco como los demás? Al fin y al cabo, yo sabía lo que estaba pasando. Lo había visto en el telediario que, desde que desapareció, estaba encendido siempre en casa a la espera de noticias que nos tranquilizaran un poco, pero no llegaban. Mamá me ordenó que no me separara del carricoche y me explicó que había que levantar las manos en silencio y gritar lo que gritaran los demás. Yo cumplí. Era mi primera manifestación. Sabía que aquello era importante. Había un ambiente parecido a... como cuando en Semana Santa en el pueblo el Viernes Santo pasaba la procesión del sepulcro de Cristo delante de nosotros. Ese tipo de silencio solemne y sobrecogedor. El mundo en silencio. Avanzábamos por la avenida muy juntas. Grité, canté, con las manos en alto, siempre en alto. Mamá dijo que eso era pedir paz, pedir justicia, pero no hacía falta que explicara el porqué de su rostro. Yo ya sabía. Y tenía ganas de llorar. Pero lo peor fueron aquellos tres días inacabables de espera que pasé con la abuela. Esa congoja interior, ese estómago encogido. La radio siempre encendida, los paseos por el patio suplicando a Dios algo de clemencia y... Al fin el descanso. Hallaron su cuerpo sin vida. Otro asesinato más que ETA colgaría en su larga estela. A menudo, escribo para recordar. Hoy es una de esas veces. Eso no implica que perdone. No, ni olvido ni perdón para los asesinos. *Escritora

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