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  • La compleja herencia judía de Marcel Proust: memoria, asimilación y controversia

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 19/07/2025 04:43

    La centralidad de Marcel Proust en los debates sobre identidad judía persiste más de un siglo después de su muerte (Diseño: Jesús Avilés/Infobae). Que la figura de Marcel Proust mantenga su centralidad en los debates sobre identidad y asimilación judía a más de un siglo de su muerte no es un capricho académico. La famosa escena relatada por Proust en la que evoca la ausencia de visitas familiares al cementerio judío de la rue du Repos —y la costumbre de su abuelo de colocar una piedra en la tumba, “siguiendo una costumbre que ya no comprendía”— marca un punto de inflexión en la historia de la memoria judía familiar y ha sido fuente de interpretaciones contrapuestas entre eruditos de generaciones sucesivas. Según un artículo firmado por Maurice Samuels en The New York Review of Books, la búsqueda de sentido de esta frase llevó al especialista Antoine Compagnon a rastrear no solo la autenticidad y el destinatario de la carta —finalmente identificada como dirigida a Daniel Halévy en 1908— sino a interrogar el verdadero alcance de la distancia, la nostalgia y el olvido en la relación de Proust con el judaísmo. La representación de personajes judíos en "En busca del tiempo perdido" ha generado debates sobre antisemitismo y sátira social Durante las tres últimas décadas, los estudios sobre Proust han experimentado una transformación significativa: de la concentración clásica en temas como la memoria o la fenomenología en En busca del tiempo perdido, se ha avanzado hacia una preocupación por los orígenes, la identidad y, particularmente, el significado del judaísmo en la vida y obra del escritor. Según el ensayo, algunos estudiosos consideran que su origen judío y los numerosos personajes judíos de su obra lo integran junto a Franz Kafka o Philip Roth en el canon de la literatura moderna judía secular. Otros, no obstante, han denunciado como antisemita la representación que hace de la vida judía en la Francia del fin de siglo. A través de la exhaustiva recepción que presenta Compagnon en su obra se muestra cómo, tras la muerte de Proust, la crítica y los estudiosos judíos leyeron su obra de distinto modo, proyectando en ella tanto sus expectativas como sus frustraciones respecto a los dilemas de la asimilación. De acuerdo con el artículo de Maurice Samuels, el análisis detallado de la recepción configura una especie de espejo donde los lectores judíos reflejan sus posiciones cambiantes sobre la integración, el orgullo y el desapego. La genealogía materna de Proust, los Weil, es representativa de la élite judía asquenazí de la Alsacia que migró a París. Baruch Weil, el bisabuelo del escritor, emergió como un industrial relevante de la porcelana y un referente activo de la comunidad judía emergente, mientras otro miembro, Godchaux Weil (alias “Ben Lévi”), contribuyó con relatos y comentarios en la prensa judía reformista. Por línea paterna, Adrien Proust —católico y reputado médico— impuso el bautismo a Marcel y a su hermano, circunstancia nada habitual entre los judíos franceses de mediados del siglo XIX, donde el enlace mixto siguió siendo excepción pese al avance de la integración. El caso Dreyfus y las crisis colectivas francesas influyeron en la identidad y las relaciones familiares de Proust (Foto: archivo Europa Press) El tránsito familiar entre lo judío y lo católico no sólo delineó el trayecto vital de Proust, sino que fue acentuado por las crisis colectivas francesas, señaladamente el Affaire Dreyfus. La fractura nacional se reflejó en los Proust: mientras Marcel, Robert y su madre defendieron al capitán judío injustamente acusado, su padre permaneció fiel al ejército. La intensa implicación de Proust a favor de Dreyfus tejió nuevos vínculos —como los sostenidos con Geneviève Straus y el compositor Reynaldo Hahn— y tensó relaciones con aristócratas de ideas opuestas, personajes que nutrirían figuras como el antisemita barón de Charlus en la novela. El crisol de sexualidades y orígenes judíos que puebla En busca del tiempo perdido complica aún más la interpretación. Como expone Samuels, el narrador carece abiertamente de la homosexualidad y la condición judía adjudicadas en cambio a figuras como Charles Swann, Gilberte, Albert Bloch y Rachel. A menudo, la voz narrativa iguala a homosexuales y judíos bajo la denominación de “raza maldita”, aunque según Compagnon, esto tiene más que ver con la sátira del discurso dominante que con una adhesión personal de Proust. Las pinturas poco favorecedoras de personajes judíos que encontraban eco en la crítica moderna, como las de Bloch o Rachel, estimularon análisis como el de Alessandro Piperno, cuyo libro Proust antihebreo subraya presuntas dosis de antisemitismo. Estos críticos se centran en escenas en que el arribista Bloch protagoniza torpezas sociales o se burla de los intentos de las hijas de judíos por disimular su identidad, mientras que las descripciones clínicas de Swann (“sufría de una forma especialmente judía de eccema y estreñimiento”) refuerzan la carga polémica. Los estudios sobre Proust han evolucionado hacia el análisis de su origen judío y la representación del judaísmo en su obra Sin embargo, según retrata Maurice Samuels en The New York Review of Books, Compagnon argumenta que la recepción judía temprana de Proust, especialmente entre los primeros sionistas, fue notablemente favorable. André Spire, escritor y crítico de origen alsaciano, fue pionero en reivindicar a Proust como escritor judío en el París de la Belle Époque, llegando a proclamar: “La asimilación es la muerte. El sionismo es vida”. En esa época, la declaración pública del trasfondo judío de Proust causaba sorpresa y recelo en sectores nacionalistas y antisemitas franceses, donde sus detractores, como Urbain Gohier, clamaban: “Siempre olí a judío. ¡Tenía razón!”. La París de finales del siglo XIX y comienzos del XX fue epicentro del nacimiento del sionismo moderno —liderado por Theodor Herzl y teóricos como Max Nordau—, lo que explica el interés de los jóvenes judíos francófonos en la literatura como vehículo proselitista. Las revistas sionistas vieron en Proust una prueba de los límites infranqueables de la integración en el Estado-nación europeo. Para ellos, la humillación de personajes como Bloch o el fracaso de Gilberte en “francesizar” su apellido (“Svann”) significaban que “el intento judío de integración estaba fundamentalmente equivocado”. La novela también contiene pasajes que presentan el reencuentro de Swann con la causa judía en términos “moralmente solidarios y proféticos”. El intento de encontrar rasgos “judíos” en el propio estilo literario de Proust se manifestó tanto en voces filo-semitas como antisemitas. Denis Saurat comparaba el análisis proustiano con la argumentación rabínica; Louis-Ferdinand Céline ironizaba: “El Talmud está construido y concebido más o menos igual que las novelas de Proust: un mosaico tortuoso, ornamentado, desorganizado”. La recepción judía de Proust empezó a virar al final de los años 30, cuando la realidad política —amenazas nazis, cierre de revistas judías— tornó insostenible la perspectiva optimista. Siegfried van Praag, crítico judío holandés exiliado, fue el primero en matizar la visión apologética y se centró en la ambigua comparación del autor entre judíos y homosexuales para señalar “el estado mórbido del judaísmo emancipado”. Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo (1951), utilizó a Proust como un testigo fundamental de cómo los judíos franceses asimilados no supieron responder al desafío del antisemitismo en ascenso. Arendt observó que si bien en emergencias Proust estaba “dispuesto a identificarse como judío”, la incompleta asimilación resultó fatal: su propia familia —como su prima, hija de su tío Georges Weil, y su esposo— murió en los campos de exterminio nazis. La recepción de Proust por parte de críticos y lectores judíos refleja las tensiones sobre integración, orgullo y desapego Maurice Samuels reconoce la dificultad de juzgar anacrónicamente a Proust. Para Compagnon, la representación de los judíos en su novela debe abordarse dentro de las categorías históricas y de las tensiones de la época. Sin embargo, su estudio también advierte las limitaciones de esta perspectiva: resulta insuficiente recurrir a la valoración sionista para exonerar por completo a Proust del antisemitismo, pues estos lectores constituían solo una fracción y solían hacerlo de forma interesada. Como destaca el ensayo de Samuels, la prensa judía francesa más tradicional apenas se ocupó de él, pues su definición de lo judío era fundamentalmente religiosa, y el bautizo de Proust suponía una barrera de entrada. Otra aproximación complementaria se halla en Marcel Proust: L’Adieu au monde juif (Marcel Proust: Adiós al mundo judío) de Pierre Birnbaum, quien buceó en la correspondencia para valorar hasta qué punto Proust aprobaba, criticaba o ironizaba respecto al antisemitismo y la política de su tiempo. Birnbaum presenta a un Proust liberal en lo político, aun cuando su círculo incluía nacionalistas y antisemitas. En sus cartas se manifiesta claramente en contra de estas posiciones, aunque sus ficciones las representen de manera ambivalente. Políticamente, se opuso, por ejemplo, a la ley de separación entre Iglesia y Estado de 1905 —la llamada “Ley Combes”—, desmarcándose del ala anticlerical. También desmonta la leyenda de que Proust pidió un rabino para el entierro de su madre, confirmando su progresivo alejamiento de la comunidad judía. El itinerario analítico concluye en la recuperación de la carta a Daniel Halévy —la famosa referencia que diera origen a décadas de conjeturas—, donde Proust escribe sobre la costumbre perdida de colocar una piedra en la tumba judía. La carta expresa que el abuelo de Proust, en su acción, “seguía una costumbre que ya no comprendía”, lo que, de acuerdo con Compagnon, supone una “pérdida reciente” más que una ruptura generacional. El peregrinaje de Compagnon hasta la tumba de los Weil en el cementerio Père Lachaise, donde deja una piedra como último gesto de honor, cierra el círculo de memoria, olvido y legado que conforma la historia judía de Marcel Proust.

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