19/07/2025 07:17
19/07/2025 07:15
19/07/2025 07:13
19/07/2025 07:12
19/07/2025 07:11
19/07/2025 07:07
19/07/2025 07:07
19/07/2025 07:06
19/07/2025 07:04
19/07/2025 07:04
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 19/07/2025 03:31
Para la dictadura, Santucho no sólo era un hombre sino un símbolo. Era el nombre que encarnaba el Ejército Revolucionario del Pueblo El lunes 19 de marzo de 1976, las tapas de los diarios argentinos repasaban la jornada futbolera del domingo, con la victoria de Boca sobre San Lorenzo y el empate de River y Gimnasia y Esgrima de La Plata, y se destacaba la clasificación a las semifinales del remero Ricardo Ibarra en los Juegos Olímpicos de Montreal, que abría la posibilidad cierta de una medalla. Se anunciaba también que la nave espacial estadounidense Viking I ya estaba en la órbita de Marte, en cuya superficie se posaría al día siguiente, después de recorrer 350 millones de kilómetros, un verdadero hito de la conquista espacial. La dictadura se encaminaba a cumplir cuatro meses en el poder y la censura de prensa, abierta o encubierta, imponía un severo filtro a las noticias locales y desplegaba un velo oscuro sobre los secuestros, desapariciones y asesinatos del plan sistemático de represión ilegal. Ese mes, sin embargo, había sido imposible ocultar dos masacres: la de cinco curas palotinos asesinados a sangre fría en la parroquia San Patricio del barrio porteño de Belgrano, el día 4, y la de once presos políticos fusilados en Palomitas, un paraje desierto de la provincia de Salta. La información oficial, como era costumbre, había “disfrazado” los hechos. Según los comunicados de prensa, a los curas los había matado una “organización terrorista” y los once presos habían muerto en un enfrentamiento cuando un grupo de “subversivos” había intentado rescatarlos durante un traslado. Nada de eso era verdad. Al atardecer del lunes 19 una noticia –más bien un rumor– convenientemente filtrado desde alguna dependencia oficial comenzó a ser reproducido en los informativos de algunas radios. Decía que esa tarde, el Ejército había encontrado y “abatido” a Mario Roberto Santucho y otros miembros de la cúpula del PRT-ERP en un departamento ubicado en el conurbano bonaerense. Al día siguiente, la información seguía siendo confusa y plagada de condicionales: “Habrían abatido a Santucho y a su segundo”, tituló Clarín. Para la dictadura que se había instalado en la Argentina el 24 de marzo de 1976, Mario Roberto Santucho no sólo era un hombre sino un símbolo. Era el nombre que encarnaba el Ejército Revolucionario del Pueblo, una de las dos organizaciones guerrilleras de mayor desarrollo en el país. El ERP había seguido actuando militarmente luego de la recuperación de la democracia, en 1973, exclusivamente contra las Fuerzas Armadas, pero para diciembre de 1975 ya había sido militarmente derrotado, luego del fracasado intento de copamiento del Batallón 601 de Monte Chingolo. Sin embargo, la existencia misma de Santucho, su liderazgo, no sólo era el motor más fuerte para la supervivencia del golpeado PRT-ERP sino una espada simbólica que cuestionaba la fortaleza de la dictadura. El capitán Juan Carlos Leonetti fue el líder del comando que acabó con la vida del líder revolucionario. En el enfrentamiento, él también murió Tiroteo, muertes y secuestros Con el paso del tiempo se han hecho muchas posibles reconstrucciones de lo ocurrido sa tarde en el departamento de Villa Martelli. Entre ellas hay algunas discrepancias, pero coinciden en lo fundamental: que el grupo del Ejército que llegó al departamento estaba integrado por cuatro hombres, que Mario Roberto Santucho murió en el tiroteo, que a Benito Urteaga –segundo en la jerarquía del PRT- lo sacaron del edificio moribundo o ya muerto, y que se llevaron ilesos a Ana María Lanzilloto, a Liliana Delfino y un niño de dos años. Lo que 49 años después sigue siendo un enigma es cómo el grupo dirigido por el capitán de Inteligencia Juan Carlos Leonetti –el hombre al que el Ejército le había dado la misión de “cazar” a Santucho– llegó hasta allí esa tarde. Una posible reconstrucción de la escena es esta: a la una y media de la tarde del lunes 19 de julio de 1976 alguien llama a la puerta del departamento “B” del cuarto piso del edificio de Venezuela 3149, en Villa Martelli. Una mujer entreabre la puerta y ve cómo una bota se mete para evitar que vuelva a cerrarla, un instante antes de que un fuerte empujón desde afuera la abra del todo y empiece el infierno. En el departamento hay dos hombres, dos mujeres –una de ellas embarazada de 6 meses– y un niño de dos años; los que irrumpen son cuatro hombres con armas largas y cortas. Hay fuego de uno y otro lado, mientras una de las mujeres se arroja al piso y protege al niño con su cuerpo. El tiroteo es breve, aunque pueda parecer interminable. Pasan segundos, quizás poco más de un minuto, hasta que se apaga. Quedan tres hombres tendidos: uno es el capitán Juan Carlos Leonetti, jefe de los atacantes, muerto de un balazo; otro es Benito Urteaga, segundo en la estructura del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y capitán del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) que –en esta escena congelada –quizás todavía agonice; el tercero es Mario Roberto Santucho, el hombre más buscado por la dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla. Después de los tiros, se escuchan gritos y golpes. Los tres atacantes que siguen vivos –cuyas identidades el Ejército nunca revelará – reducen a las dos mujeres. Son Liliana Delfino, la mujer de Santucho, y Ana María Lanzilloto, que está embarazada y es la pareja de otro integrante del buró político del PRT, Domingo Menna, que ha sido capturado pocas horas antes en la calle cuando se dirigía a una cita. Hoy siguen desaparecidas y lo único que se sabe de ellas es que se las vio en el Centro Clandestino de Detención que el Ejército tenía en Campo de Mayo. El niño es José Urteaga, hijo de Benito y Nélida Augier. La existencia misma de Santucho no sólo era el motor más fuerte para la supervivencia del golpeado PRT-ERP sino una espada simbólica que cuestionaba la fortaleza de la dictadura Un ataque sorpresa Uno de los pocos integrantes de aquella dirección del PRT que sobrevivió a la represión de la dictadura, el ya fallecido Arnold Kremer –más conocido por su nombre de guerra, Luis Mattini– sostuvo siempre que 24 horas antes nada permitía sospechar que el departamento “B” del cuarto piso del edificio de Venezuela 3149, en Villa Martelli, estuviera bajo vigilancia y, mucho menos que corriera el riesgo de ser blanco de un grupo de tareas. El domingo 18 de julio, Mario Roberto Santucho y otros dirigentes del PRT-ERP jugaron al fútbol en un potrero pegado al edificio, muy cerca de la Avenida General Paz. Estaban Santucho, Urteaga, Menna y Mattini en lo que prácticamente era una despedida. El martes 20, con pasaporte falso, el máximo líder de la guerrilla marxista leninista, saldría de Ezeiza con una larga combinación de vuelos que tendría como destino final La Habana. Pero el lunes, antes de partir tenía una reunión importante con el líder de Montoneros, Mario Firmenich, para tratar de concretar la idea de una organización conjunta del ERP, Montoneros y las Brigadas Rojas de la Organización Comunista Poder Obrero, para unir fuerzas en la resistencia a la dictadura. Por sugerencia de Firmenich, se llamaría Organización para la Liberación de Argentina (OLA). “Al día siguiente de la reunión de constitución de la OLA, Santucho saldría para La Habana. Ya le habían hecho algunos retoques para enmascarar su rostro, enrulado un tanto el pelo y con algún matizador que suavizaba su tono renegrido. En Cuba establecería un plan de actividades que abarcaba todo el globo terrestre, principalmente estrechando vínculos con el campo socialista y el tercer mundo. La misión fundamental era conseguir entrenamiento a nivel de oficiales para un centenar de cuadros del PRT-ERP”, recordaría Mattini muchos años después. Domingo Mena y Ana Lanzilotto. Todo parece indicar que capturaron a la cúpula del ERP cuando Menna dejó la dirección Venezuela 3149 en la boleta del alquiler de un nebulizador En su recuerdo, aquel día no hubo ninguna señal de alarma. “Ese domingo (el 18 de julio) transcurría una reunión formal del buró político y charlas informales entre amigos. Una picada, algunos brindis, recomendaciones y más recomendaciones de Roby”, contó. También recuerda que había pocas armas en el lugar: “En la casa no había guardia y no más armas que una pistola Browning de alza y mira especial, que los cubanos le habían regalado a Roby, las Browning comunes, que utilizábamos cada uno para autodefensa, y un pesado Magnum, orgullo del Gringo Mena, que manejaba a dos manos”, contó. El lunes, Santucho no salió de la casa como estaba previsto porque la reunión con Firmenich no pudo realizarse. Fernando Gertel, secretario de Santucho, fue a la cita previa con el delegado de los Montoneros y no apareció nadie. Eso tampoco alarmó: en los tiempos que corrían, esas cosas solían suceder. Quien sí salió del departamento de Villa Martelli fue Domingo Menna. Tenía que cubrir algunas citas y retirar un nebulizador de una farmacia. Esa era la situación a la una y media de la tarde, cuando llegó el grupo de tareas del Ejército. Eran solo cuatro militares, muy pocos si se tiene en cuenta que en el departamento estaba el hombre considerado como el enemigo número uno de la dictadura. Eso ha hecho pensar que no sabían que allí estaba Santucho. Hace unos años, el autor de esta nota y su colega Eduardo Anguita conversaron largamente con Mario Antonio Santucho, el hijo menor del líder del PRT-ERP, que cuando ocurrieron los hechos de Villa Martelli tenía menos de un año. Ese día no estaba en la casa, porque en febrero de ese año había salido de la Argentina junto a otros miembros de la extensa familia Santucho y estaba por entonces en Cuba. En esa charla, Mario Antonio Santucho, hoy sociólogo y director de la revista Crisis, les contó a los cronistas el resultado al que había llegado en la investigación que realizó sobre la muerte de su padre y de su madre, Liliana Delfino. “Hay tres hipótesis sobre lo que pasó aquel 19 de julio”, les dijo. "Se deduce que Leonetti y su gente, al obtener la dirección de Menna en la farmacia, en lugar de concurrir a Campo de Mayo para darle la información a Pascual Guerrieri, decidieron actuar por su cuenta", contó el hijo de Santucho ¿Había un infiltrado? Una de las primeras hipótesis que se manejó en el nivel más alto del PRT suponía la existencia de un infiltrado en la conducción. “La primera es que el departamento haya sido ‘cantado’ (entregado) por algún miembro de la dirección partidaria. Esa es la idea de la traición y es indemostrable”, explicó el hijo menor de Santucho en esa oportunidad. Para desestimar esa posibilidad, cuenta que quienes quedaron al frente del PRT -con Luis Mattini como secretario general, tras las muertes de Santucho y Urteaga y la captura de Menna- decidieron frenar la investigación interna porque se hacía crecer la desconfianza entre los propios compañeros de su padre. La investigación a la que alude Mario Antonio Santucho estuvo a cargo de uno de los mejores cuadros de contrainteligencia del PRT, Nélida “Pola” Augier, que estaba convencida de que el partido había sido infiltrado en el máximo nivel y así se lo hizo saber a Mattini. Pola interrogó a una serie de dirigentes del partido y fue descartándolos uno por uno hasta que en su lista quedó un solo nombre, el de Julio Oropel, “El Negro”, miembro del Comité Ejecutivo de la organización. Oropel había trabajado como obrero en la Fiat y había sido detenido con su pareja y compañera de militancia en Córdoba en 1974. Pese a que se lo tenía identificado como un alto dirigente del PRT, en 1975 se le dio la opción de irse del país, mientras que su mujer –una militante de menor nivel que él – quedó encarcelada. “El Negro” volvió al país de manera clandestina y, pese que nunca habían quedado claras las razones por las cuales lo habían liberado, recibió mayores responsabilidades dentro del partido. En su libro Los Jardines del Cielo, Augier cuenta cómo la dirección del PRT le ordenó dejar la investigación: “El sospechoso, señalado por la contrainteligencia como posible delator del Comandante (Santucho), reunió a miembros de la dirección y los convenció de que era mejor dejar de lado las investigaciones que podrían involucrar a cualquiera. Sobraban argumentos para sostener esto: las circunstancias por las que atravesaba la organización; el aparato no estaba integrado por profesionales formados en técnicas de inteligencia y contrainteligencia, sólo militantes de confianza y la responsable de la investigación vivía una etapa que podía dificultar su objetividad. Paula (nota del cronista: así se nombra a sí misma Augier en el libro) se entrevistó con el nuevo secretario general (Mattini) y éste le indicó que debían suspender la investigación. Según él, el partido no estaba en condiciones. Nunca esperó que Mattini entendiera la esencia de su trabajo, especialmente porque nunca supo, salvo de segunda o tercera mano, lo que ellos hacían”, escribió. Es su único testimonio sobre el tema: radicada en Nicaragua, Augier nunca dio entrevistas. Quieto, Firmenich y Vaca Narvaja, tres de los jefes montoneros. Detrás, muy sonriente, Galimberti El contacto con Montoneros El posible sustento de la hipótesis que señala a una filtración de información desde Montoneros sobre el paradero de Santucho radica en el encuentro programado para ese 19 de julio con Mario Firmenich para conformar la OLA. “La segunda hipótesis que se barajó en aquel momento es que Montoneros hubiera dado información que permitiera llegar hasta ese departamento. También es una posibilidad remota. La relación entre las dos organizaciones era muy buena”, explicó Mario Antonio Santucho. El encargado de hacer el enlace por el lado de Montoneros era un asistente del número dos de la organización peronista, Roberto Perdía. Este hombre fue secuestrado dos semanas antes del 19 de julio. A lo largo de los años, Perdía se contradijo cuando se le preguntaba sobre este hecho; en 1992, entrevistado por María Seoane para su libro biográfico de Santucho Todo o nada, dijo no haberse enterado del secuestro, pero en 2013 aseguró que “trataron de dar aviso del secuestro por canales indirectos pero que no llegaron a destino”. En una charla que mantuvo hace dos años con el autor de esta nota, Perdía le confirmó esta segunda versión. El encargado de hacer el enlace por el PRT era Fernando Gertel, y la sospecha es que a través de la cita con Montoneros los servicios de Inteligencia hubieran podido acceder a la cúpula del PRT. En ese sentido, aunque Santucho tenía una confianza plena en Gertel, no era imposible que lo hubieran seguido a partir de la cita a la que nadie concurrió. Santucho hijo descartó esa posibilidad porque carecía de lógica y es cronológicamente imposible. Gertel fue capturado el mismo 19 de julio en la localidad de Santos Lugares, en el Gran Buenos Aires. Una investigación posterior, encarada por Diana Cruces, compañera de Gertel, pudo determinar que su secuestro ocurrió a las tres de la tarde, es decir, dos horas después de la irrupción del capitán Leonetti y sus hombres en el departamento de Villa Martelli. Al cumplirse 49 años de los hechos, nadie ha informado a sus familiares donde están los restos de Mario Roberto Santucho, Benito Urteaga, Alba Lanzilloto de Menna y Liliana Delfino La boleta delatora Hay una hipótesis mucho más convincente sobre cómo llegó el grupo de tareas de Leonetti al departamento donde estaba el líder del PRT-ERP. Domingo Menna –tercero en la conducción- había alquilado un nebulizador en una farmacia. La boleta de ese nebulizador estaba en el bolsillo de Menna. Todo indica que los militares, tras capturar a Menna en la calle la mañana del 19 de julio, fueron a la farmacia para averiguar la dirección que había dejado para el alquiler del aparato: Venezuela 3149. El secuestro de Domingo Menna –que fue visto después en el centro clandestino de detención y tortura de Campo de Mayo– habría sido resultado de una delación. “Mi tío Julio Santucho recibió una carta de puño y letra de Eduardo Merbilháa, miembro del buró político del PRT, donde están los indicios ciertos de que a Menna lo entregó un ex militante del PRT, capturado por el Ejército un tiempo antes y que negoció entregarlo a cambio de que no mataran a su mujer y sus hijos”, contó Mario Antonio Santucho. En esa ocasión Merbilháa se salvó de ser también capturado por una cuestión de horas. Ese lunes 19 de julio llegó a media tarde al edificio donde estaban los máximos dirigentes del PRT. Había ido con Alicia, su compañera, en un auto que dejaron sobre la calle Venezuela. Allí se detuvo a conversar con el grupo de muchachos con quienes el día anterior habían compartido un partido de fútbol. Alicia, en cambio, fue al interior del edificio. Una vecina le dijo: “¿Se enteró de los ruidos de disparos en el cuarto piso?“. En simultáneo, los muchachos ponían sobre aviso a Merbilháa. La pareja volvió raudamente al vehículo en el que habían llegado y no encontraron los típicos retenes de contención que se montaban en los alrededores de un allanamiento. Especialmente si tenía como propósito capturar a Santucho y la máxima dirigencia del PRT-ERP. Merbilháa envió esa carta en octubre de 1976, apenas unos pocos días antes de que un grupo operativo diera con él y lo capturara. Desde entonces está desaparecido. El militante que habría entregado a Menna a cambio de salvar la vida de su familia era un médico que formaba parte de un desprendimiento de esa organización ocurrida a principios de 1973. Nunca se supo su identidad. Lo que resulta extraño es que al obtener en la farmacia los datos de la casa de Villa Martelli el capitán Leonetti no haya informado a sus superiores y decidido actuar por su cuenta y riesgo. Quizás haya querido quedarse con el mérito de la captura o tal vez no sabía que podría encontrar allí al líder del PRT-ERP. “De estos y otros datos, se deduce que Leonetti y su gente, al obtener la dirección de Menna en la farmacia, en lugar de concurrir a Campo de Mayo para darle la información a Pascual Guerrieri, decidieron actuar por su cuenta. De allí que no hubiera refuerzos en la zona y, sobre todo, que no esperaran encontrar a Santucho allí dentro”, explicó el hijo de Santucho. Al cumplirse 49 años de los hechos, nadie ha informado a sus familiares donde están los restos de Mario Roberto Santucho, Benito Urteaga, Alba Lanzilloto de Menna y Liliana Delfino. El hijo de Alba Lanzilloto y Domingo Menna, nacido en el campo de concentración de Campo de Mayo, es el nieto recuperado 121. Vivió 40 años sin conocer su verdadera identidad.
Ver noticia original