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  • Ella lo buscó durante 33 años y él la encontró en 48 horas: la historia del reencuentro de una mamá con su hijo robado

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 19/07/2025 03:28

    Ella lo buscó durante 33 años y él la encontró en 48 horas: la historia del reencuentro de una mamá con su hijo robado. “Él fue robado de mi panza. Yo lo esperaba para el 18 de diciembre. Pero una asistente social me internó el 15, y ya el 16 me operaron y nació. Es decir que adelantaron su nacimiento dos días. Y ahí comienza toda la historia. La triste historia”. Desde ese día, Nélida Benítez pasó 33 años buscando a su hijo Alejandro. Viajaba desde Misiones para encontrar su cara, aquella que nunca había visto, en el rostro de cientos de niños que se cruzaba cerca de una dirección que le habían pasado en Buenos Aires. Y viéndo a los chicos jugar en el Parque Rivadavia, donde esperó, en vano, la llegada de ese hijo que le había arrebatado de los brazos. Y que crecía, que era un adolescente después, un joven más tarde. Hasta que se convirtió en un hombre de 33 años, que un día, en abril de 2021, decidió buscar comenzar a su madre. Y la encontró en 48 horas. Así se llama, 33 años en 48 horas, el libro que escribió Alejandro Pérez Guahnon. En sus páginas narra su historia, que no solo es personal. Es también la denuncia -o el testimonio vivo- de un entratamado de corrupción que involucra a la Justicia y la Policía de Misiones. Una historia que Alejandro ya contó por primera vez en Infobae el año pasado. “El libro no cuesta ningún dinero, no tiene precio: yo lo regalo para quien necesite -aclara Alejandro-. Está ayudando a mucha gente, porque se le empiezan a despertar cosas. Por ejemplo, me contactan madres que les dijeron que su hijo murió y nunca tuvieron la posibilidad de ver su cuerpo: ‘Leí tu libro y me doy cuenta de que también seguramente fui engañada, y me gustaría empezar a buscar’. Lo escribí para concientizar a la gente que estas cosas pasan. Y siguen pasando”. En el libro, están las palabras de Alejandro. Y en esta entrevista con Infobae, están por primera vez las palabras de su mamá. La otra protagonista de esta triste historia. La entrevista completa de Alejandro Pérez Guahnon y Nélida Benitez en Infobae. —Vayamos hacia atrás, Nélida. A la llegada de Alejandro. ¿Cómo era tu vida en ese momento? —Era de familia pobre pero de corazón limpio. Trabajaba, criaba a mis hijos, tenía mi casa propia. Alejandro era mi sexto hijo. Había tenido cinco, pero uno falleció mucho tiempo antes. —¿Qué le pasó? —Nació con un soplo, que tenían que verle siempre. Ese día había paro en el hospital y no lo pudieron atender a tiempo. —¿Y el papá de Alejandro estaba presente en tu casa, ayudaba? ¿Cómo era el vínculo? —Él tenía otra familia. Decía que trabajaba en el campo, iba; pero venía siempre. Eso sí. —Y vos estabas muy sola. —Sí... —¿Y cómo te arreglabas para darle de comer a tus hijos estando embarazada? —Siempre trabajé. A lo que más me dediqué fue a la construcción: yo sola hice mi casa. Entonces, lo que podía hacer, lo hacía. —¿Había para comer? —Sí, sí. Porque trabajaba. —¿Qué pasa ese día? ¿Por qué te internan? ¿Cómo se acerca una asistente social a vos? —Siempre recibíamos mercadería. Y ese día viene una de mis hermanas, Ana Benítez, y me dice que estaban dando mercadería. Fuimos caminando hasta Acción Social. Yo ya estaba con la panza grande. Mi hermana sube a anotarme para las bolsas de mercadería. Yo quedé abajo; le di mi documento, como de costumbre, para anotarme. Después ella baja: traía la mano cerrada, como que escondía algo; nunca le pregunté qué llevaba en esa mano. Volvimos a mi casa y llega la asistente social, me saluda amablemente, como si me conociera de antes. —Pero vos no la conocías. —No, nunca la había visto. No sabía que era asistente social. Como todos teníamos asistente social, entonces dije: “Una más”. A Alejandro una asistente social en Misiones lo robó de su madre el día de su nacimiento. —¿Por qué siempre iba una asistente social? ¿Para ver que los chicos estuvieran bien? —Mis dos hijos más grandes iban a guardería cuando yo trabajaba. Entonces, todo el tiempo estábamos supervisadas por una asistente social: si tenían las vacunas, si estaban bien. Y bueno, ese día me hizo preguntas, como cualquier asistente social: si yo estaba sola, qué sé yo. Pero empezó a hacer muchas preguntas. Me preguntó por la panza, si estaba atendida mi panza; le dije que sí, que me faltaba el último estudio, y ese fue mi error, porque ella me dice que me acompañaba a hacerme ese estudio. Fui con ella, confiada; era una asistente social. Me dijo que no íbamos a ir al hospital sino a una clínica, Clínica Misiones, porque así me hacía todo más rápido. Me atendieron. Al rato me dicen: “Mamá, no te podés ir porque la criatura ya viene”. “¿Y mis hijos?”, le digo, porque habían quedado solos en mi casa. “Nosotros nos hacemos cargo de todo. Somos asistentes sociales”, me dijo. Ahí ya no me dejaron salir más. Quedé internada. Y que el chico estaba mal, que venía mal... Me dijeron que me iban a preparar para una operación, para una cesárea; nunca me habían operado, a todos mis hijos los tuve normal. Al otro día me llevaron a… Y de ahí no sé más nada, porque me hicieron dormir totalmente. —Te anestesiaron completo para una cesárea. —Completo, completo. —¿Tu hermana tuvo que ver con todo lo que pasó después, fue parte de todo lo que te hicieron? —Sí, sí... —Nace Alejandro. ¿Vos le pusiste el nombre? —Sí. Ya lo tenía elegido. —¿Y qué te dicen cuando te despertás? —Pregunté por él. Me dijeron que estaba en neo porque, según ellos, nació mal: que tenía un defecto en la pierna y que tenía que viajar a Buenos Aires. Ellos ya sabían que así como yo estaba, sola, no iba a poder viajar. Y después me dijeron que él había muerto. Una enfermera fue la única que me dijo la verdad. Se acercó como escondida, y me dijo que tenga cuidado con él. —¿Te hicieron firmar algo? —Sí. Para que una asistente social lo traiga a Buenos Aires, porque yo de ahí no me podía mover. Yo no podía leer porque estaba dormida. —Firmaste, todavía anestesiada. —Sí. —¿Cuánto tiempo te tuvieron en ese lugar, Nélida? —Alejandro nació un miércoles; el sábado salí. —Y saliste sin él. —Sí... —¿Vos suponías que Alejandro estaba en Buenos Aires, atendiéndose? —Claro. Porque después la asistente social, Nidia Inchausti, me dice: “Ya lo van a operar, está todo listo en el quirófano para él. Llega, lo operan, y en tres meses vas a tener noticias suyas. Nosotros te vamos a cuidar”. Pero desde ahí, nunca más supe de Alejandro. El sábado llega mi marido, Ramón Alcaraz, y me pregunta por Alejandro. “No creo nada”, fue lo primero que me dijo. El lunes hicimos la denuncia. Y fue a buscarla a esta asistente social, que le dice que Alejandro había muerto porque él era un papá ausente. Y que ellos se habían hecho cargo del entierro. Él le dijo que era el papá y que tenía que saber dónde estaba enterrado su hijo. Pero ella le decía que no. Mi marido no le creía, no aceptaba. —¿Ya se hablaba de la venta de niños en Misiones? ¿Sabías que sucedía, conocías casos? —Sí, sí. Por arriba, sí. Se hablaba, pero era como una noticia lejana. —Mientras tanto, ¿qué pasaba con tu hermana? ¿Ella tuvo alguna mejoría económica? —Sí, sí. Bastante. —¿Por entregar a Alejandro? —Sí. Siempre tuve sospechas. Nelida buscó a su hijo 33 años, a él nunca le ocultaron que era adoptado, pero no sabía cómo fue apartado de su madre. —Hiciste una denuncia, pocos días después de su nacimiento. —Sí. Por robo de bebé. En Defensoría (de Menores). Cuando me di cuenta, éramos 17 madres pidiendo la misma cosa. Las mentiras que ellos hacían para poder sacarte los bebés... Cómo la manejaban a la madre para firmar. Por ejemplo, yo no firmé la renuncia de él, sino que en uno de los papeles que ellos me hacían leer, ahí salió su adopción. Y yo firmé, por apurarme a que me lo entreguen, porque todos los días era: “Fijate aquella madre, recuperó el bebé. Yo le hice, yo le traje”. —¿Eso quién te lo decía? —La defensora de menores. —¿Que también estaba involucrada? —También. —¿Y te seguía haciendo firmar papeles? —Sí. Y esa denuncia que yo había hecho, me la escondieron. No podían mover ningún papel porque mi denuncia estaba escondida. —¿O sea que la policía de la provincia también tenía que ver? —La policía no sé. Pero yo iba todos los días a la comisaría a buscar mi denuncia: “¿Dónde está? ¿Quién llevó? ¿Quién tenía?”. Entonces, cuando todavía no había pasado un año, un buen hombre, que trabajaba en la comisaria, me dice un día: “Yo te veo que sufrís mucho y te voy a contar la verdad. Pero nunca me viste, ni me nombres”. Ahí me dijo que mi denuncia estaba encajonada en el juzgado de la jueza Norma Nilda Lampugnani. Que la familia que lo trajo era Pérez Guahnón. Y me dio la dirección exacta: avenida La Plata 555, en Buenos Aires. Eso se me grabó para toda la vida. —¿En algún momento alguien quiso sugerir que vos vendiste a tu hijo? —Siempre. Toda la vida dijeron. Hasta mis hermanas se encargaban de decirlo. Incluso cuando yo venía a buscarlo a Buenos Aires. —Pero antes de venir a Buenos Aires, hubo un juicio. —Sí. Cuando me pasan el nombre de la jueza, voy a verla. Y encuentro que también estaba involucrada. En el juzgado me negaban todo el tiempo, entonces un día me meto de la nada, entro a su despacho, porque todos me decían que no tenía que entrar. Yo estaba sacada. A mí no me importaba nada, ni tampoco sabía que era una jueza de mucho poder. Lo primero que le digo es por qué tenía encajonada mi denuncia. Y me dijo que lo iban a meter preso a mi marido para que yo le diga quién nos daba tanta información. Yo nunca le dije quién era. Y le dije que desde Buenos Aires iba a hacer algo por mi hijo, y se ve que ahí tuvo miedo. Lo que ella que quería era que esta gente, los Pérez, lo adopten. Buscaban, que yo le dé la firma para renunciar a la patria potestad. —¿En ese momento estaban en el periodo de guarda? —Claro, en el período de guarda. —Acá tengo el fallo del juicio que se hizo. Un fallo inédito: dice que “tras determinar que los trámites de adopción fueron efectuados dentro de los carriles de la legalidad, la doctora sostuvo que la madre biológica vive en una extrema indigencia, tiene otros hijos, su concubino la abandonó cuando estaba encinta y no reconoció al niño como suyo”. Como si cualquiera de estas cuestiones habilitara sacarle un hijo a una madre: el Estado tiene que acompañar a esa mamá en situación de vulnerabilidad, para criar a su hijo. O sea, esto sucedió, y la jueza fue esta misma mujer. —Sí. Norma Nidia Lampugnani. Ya no ejerce: en el 2021 le otorgaron la jubilación. —La Justicia te deja sola. Pero vos seguiste buscando a tu hijo. —Sí. Toda la vida. Y vine a Buenos Aires, a esa dirección en avenida La Plata. Me encuentro con el portero, le cuento mi historia. Le pregunto si hay una familia Pérez. Y me dice que sí. “¿Tienen un bebé?”, le pregunto. “Tienen dos bebés. Uno ya tiene un año y algo, y el otro está por cumplir uno. Están preparando una fiesta grande. Lo trajeron del Paraguay y la mamá murió”, me dijo. “No, no. Me lo robaron a mí. Yo soy argentina y estoy viva. Alejandro es mi hijo”, le dijo. “Sí, el bebé se llama Alejandro”, me dice. Le cuenta a su señora, que se entusiasma y me dice: “¡Vamos! Yo sé dónde están”. Subimos 10, 11, 12 pisos, no me acuerdo, y tocamos una puerta. La señora del portero dice: “Esta es la mamá del bebé que trajeron”. Y me cerraron la puerta en la cara. —¿Quién abrió esa puerta? —Una señora que limpiaba la casa. Mientras Alejandro crecía Nelida nunca dejó de buscarlo. —¿Alguna vez lo viste a Alejandro, de chiquito? —No. Siempre era mi sueño verle, esa era mi misión. Yo me iba a Buenos Aires, trabajaba, hacía de limpieza, y en mis horas libres iba a esa dirección todos los días, porque yo pensaba que ellos lo iban a bajar un día. Me paraba horas y horas frente a ese edificio porque la señora del portero se asustó: “Me van a dejar sin trabajo”, me dijo. Entonces, cuando iba a ese lugar, tenía la Policía encima mío: me pedían los documentos, me preguntaban qué hacía en ese lugar. Al tiempo, cuando vuelvo, el portero me dice que se habían mudado. Después de eso volvía y hacía toda la avenida La Plata, mirando siempre dónde él podía estar. Miraba a todos los nenes. Iba al Parque Rivadavia y me sentaba y esperaba que él vaya a jugar ahí o algo. Durante años volví a esa plaza. —Nunca renunciaste nunca a tu hijo. —No, no. —Lo buscaste, lo sentiste, lo esperaste. —Toda la vida. Mi rezo siempre era: “Dios, acortá el camino que me separa de mi hijo Alejandro Martín”. —Mientras tanto, él crecía. ¿Qué soñabas para Alejandro? —Yo me iba imaginando cómo sería: que ya tenía hijos, que ya se había casado. Como que se iba grabando en mi mente lo que él iba haciendo. —Hasta que un día, ¿qué pasó? —Ese día fue fatal... Me llama una de mis hijas y me dice que tiene noticias de Alejandro Martín. “No juegues con eso”, le digo. Creí que me estaba haciendo una cargada, como me hacían mis hermanas. “Mami, te estoy diciendo la verdad”, me dice. Recién cuando me mostraron una foto suya, ahí parecía que yo pisé el suelo... Fue tan fuerte ese día que quería estar viva, sana, fuerte, para conocerlo. Y fue tan fuerte... Una búsqueda de ida y vuelta Desde aquel día en una clínica de Misiones, cuando a Nélida le robaron a su hijo, la historia debe hacer un salto, en tiempo y distancia: 33 años después, en Buenos Aires. Y en Alejandro. “Yo siempre supe que era adoptado -cuenta ahora-. Toda la vida me lo hacían sentir porque yo soy morocho y toda mi familia siempre fueron rubios, de ojos claros, tez blanca. A mis 17, 18 años, cuando mi mamá, Ester, vio que estaba medio en una nube y no iba para ningún lado, entró a mi habitación abrazando una carpeta, llorando como nunca la había visto. ‘Yo siempre te quiero contar la verdad’, me dijo. Y como lo que uno menos quiere es ver a sus papás llorando, le dije: ‘No me interesa nada. Llevate esa carpeta’“. —Esa carpeta era la posibilidad de conocer tu origen. ¿Te angustió? ¿Qué te pasó con eso? —En ese momento no entendía qué era. Para mí había una familia que no podía hacerse cargo de mí, entonces cerré un candado en mi cabeza diciendo: “Esto queda de lado, no sé hasta cuándo”. —Pero años después, cuando abrís esa carpeta, nace 33 años en 48 horas. —Sí. 48 horas de búsqueda, sin parar. En esa carpeta estaban los papeles de mi adopción, pero también la denuncia de mi mamá hacia la asistente social, y hasta el artículo de un diario, donde estaba mi nombre escrito. Ahí mi cabeza hizo un clic. —¿Les preguntaste a quienes te criaron qué era todo eso, o iniciaste una búsqueda por otro lado, buscando tus propias respuestas? —Primero empecé a investigar solo. Yo ya era papá y estaba casado, pero me alquilé un departamento y me encerré a buscar. Necesitaba tener la cabeza totalmente en blanco para poder asociar todo esto, que era demasiado para mí. Y ahí, desde ese 12 de abril del 2021 que abrí la carpeta por primera vez, estuve 48 horas buscando sin parar. —¿Qué te habían contado a vos? —Que me adoptaron el mismo día de mi nacimiento. Ellos ya habían adoptado a mi hermano mayor con la misma asistente social, y también en Misiones. Esta asistente social le dijo: “Hay un chico en adopción, la madre lo dejó porque no podía hacerse cargo. Pero si ustedes quieren hacerse cargo del chico, tienen que viajar hoy”. Eso fue el 16 de diciembre, a las 10 de la mañana; el día que nací. A la noche ellos ya estaban viajando a Misiones. Y esa misma noche, me encontraron ahí, en la clínica. Mi mamá estaba dormida en la misma clínica. —¿Vos les creés a ellos que no sabían? —Sí, sí. La asistente social también le mintió a mis padres adoptivos diciéndoles que el problema no era que había una denuncia porque mi mamá me quería de vuelta, sino que mi papá quería plata por mí. Le daban una versión a mis padres adoptivos, y otra a mis padres biológicos. —Esto es terriblemente doloroso, y me parece importante aclarar que hoy la adopción directa en Argentina está absolutamente prohibida para impedir todos estos mecanismos. ¿Vos entendés que existió algún tipo de intercambnio económico? —Sí, sí. No me contaron en ningún momento que hubo un pago, pero sí que las adopciones en ese momento eran por escribanía pública. O sea, una persona se anotaba en una escribanía, entraba en una lista y una asistente social se comunicaba con las familias para avisarles que había un chico en adopción. Entonces, cuando se enteran de eso, la asistente social les dice que debían mandar plata, ropa y comida para poder ayudar a la madre. Y luego de eso, se hacían cargo del chico: ahí comenzaba el período de guarda. No me dijeron que hubo un pago, pero sí me contaron que pagaron la clínica y que ayudaban con estas cosas, que ayudaban con plata. Claramente, hubo un pago en cuotas, podemos decirlo, a la asistente social. Cuando empecé a investigar, me di cuenta cómo funcionaba este sistema. Y es más: hasta llegué a escuchar que hay chicos que valen 40.000 dólares, 50.000. Todo dependiendo si es rubio de ojos claros, si es moreno. No lo podía creer. La paternidad despertó en Alejandro la necesidad de conocer sus orígenes. —¿Cómo la buscaste a tu mamá? —Lo primero que hice fue buscarla con el nombre y apellido en Dateas. Me salía una dirección, que era la casa anterior donde vivían. Lo primero que dije fue: “Está viva. Tengo que buscarla”. En la denuncia estaban los nombres de tres de mis hermanas: Carolina, Micaela y Gisele. Me puse a buscar por Instagram y Facebook. Les mandaba mensajes a todo el mundo con ese apellido, con esos nombres, con paradero en Misiones, en Posadas. Trataba de ir atando cabos para poder ir achicando un poco esta búsqueda. —Hasta que respondió alguien. —Sí. Contacté a mi hermana Gisele. Tuvimos nuestro primer chat. Le dije que estaba buscando a mi mamá, de nombre Nélida Benítez. —¿Y qué te dijo? —Lo primero que me preguntó fue mi nombre. Después, la fecha de mi nacimiento. Y dijo: “¡Guau!”. Ella estaba muy ansiosa, no podía creer lo que estaba viviendo. Y me dijo: “A vos te robaron de la panza de mi mamá, de una clínica. Y te estuvimos buscando durante toda la vida. Dejamos nuestras cosas acá y viajamos a Buenos Aires, hasta que tuvimos que volver. Pero mamá después fue y volvió con papá a buscarte". —¿Y a vos, qué te pasó cuando te dijo eso? —Y... no tengo palabras para explicarlo. Es como saltar de una vida a otra, como resucitar de la muerte, que ni siquiera sé lo que significa eso. Como levantarme de un coma. Había vivido toda una vida y de repente me entero que esa no era mi verdadera identidad. Sabía que era adoptado, pero todo lo que había detrás de esta adopción. —¿Y la primera conversación con tu mamá? —Gisele me dijo: “Llegó mamá, si querés podés llamarla”. Y ahí me dio miedo... La llamé. Y tuvimos nuestra primera videollamada. Contale vos, mamá. Nélida: —Hasta hoy no sé si creo o no creo. Si estoy en el aire o estoy caminando. Todavía no… Quedé un año en shock. No sabía quién era. Alejandro: —Estábamos recuperando estos 33 años, porque el día que empezamos a hablar, de repente éramos como mamá e hijo, como si hubiéramos vivido toda la vida juntos. Nélida: —Toda la vida juntos... Nos conocíamos los dos, todo. —¿Y cuando lo viste? Nélida: —Fue dar gracias a Dios porque me escuchó. Nada más. Eso fue todo lo que di: gracias a Dios, que lo encontré. En cada cumpleaños suyo, siempre se hacía una torta. Y la vela de Alejandro se apagaba entre todos los hermanos. Siempre estaba vivo en la mente de mis hijos. Para ellos, siempre estaba vivo. —¿A cuánto tiempo de esa llamada viajaste por primera vez a conocerlos? Alejandro: —A los pocos días. Tenía miedo de conocerlos, por temor a que me rechazaran. Hasta que no aguanté más, y fui. —¿Te enojaste con Alberto y Ester? Alejandro: —Sí, me enojé mucho. —Nélida, ¿te pidieron perdón? Nélida: —No, no. Yo fui para ellos un objeto: ellos buscaban un hijo adoptivo. Los que vendían encontraron el lugar para ubicarlo a él, para hacerme la maldad a mí. Los Pérez no estaban preparados para él: desde Misiones los amenazaban, que si no lo tenían a Alejandro, le sacaban el hijo por quien ellos tanto pelearon. El otro, adoptado. —¿Esto era así? Alejandro: —Sí. Los amenazaron diciendo eso: que no iban a poder adoptar más. Y mis papás no podían tener hijos. Entonces lo único que hicieron fue aceptarlo. Nélida: —Pérez fue a mi casa con una asistente social, un abogado, no sé qué, a ofrecerme plata para que yo retire la denuncia. Es decir: él sabía donde yo vivía, sabía que buscaba a mi hijo. Sabía que me lo robaron. No podés tener un bebé y decir: “No supe que te robaron”. —¿Hoy están separados? Alejandro: —Sí. Se divorciaron en el ’98. Y para mí, esto tuvo que ver, totalmente. —¿Cuál es tu lectura? Alejandro: —Que vivieron cosas que unas personas normales no viven. Y habrán llegado a un punto que no quisieron más. Tenían muchas peleas, discutían mucho. —¿Qué te pasa a vos con esa oferta de plata que cuenta tu mamá? Alejandro: —Hay tres versiones distintas: la de mis padres biológicos, pero también la versión de Alberto y la versión de la abogada que lo acompañó. La de ellos dos se contradice mucho. Sé que hay cosas que no me están diciendo. Hay algo raro. Lo que me cuenta Alberto es que había unos chicos ahí jugando en el piso, que vivían en un lugar de mucha pobreza, con paredes de machimbre, piso de tierra, techo de chapa. Y le preguntó a la señora que estaba ahí, la hermana de ella, por qué había hecho una denuncia. Y lo que dice Alberto es que había hecho la denuncia porque apareció mi papá, que quería tener a su hijo de vuelta, y que quería plata. Entonces, se levantaron y se fueron. Ahí termina la versión de Alberto. Alejandro y Nelida en Infobae (Diego Barbatto) —¿Y vos qué crees Ale? Alejandro: —Que se equivocaron mucho. Más que nada Alberto, porque no me habla, no me da explicaciones. “¿Vos todavía crees que te robaron?”, me dice. “Sí, por supuesto”. Yo todavía no terminé de cerrar la historia, no conozco toda la verdad. —¿Seguís en contacto con ellos? Alejandro: —No. A Alberto le mando mensajes para que nos veamos, me dice que sí, pero nunca tengo una respuesta. Y Ester también. Siento que están enojados conmigo. Pero bueno, es la búsqueda de mi identidad. Es más importante. —¿Y vos, con ellos? Alejandro: —Estoy decepcionado. —¿Los extrañás? Alejandro: —Tampoco. —Nélida, yo lo escucho a Alejandro y siento que él también te buscó toda la vida. Nélida: —O me necesitó toda la vida...

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