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  • Dos valijas, una mujer descuartizada y un banquete de carne humana: las truculentas confesiones del caníbal Issei Sagawa

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 17/07/2025 03:07

    Issei Sagawa era un estudiante de buenas calificaciones de la Universidad de a SOrbona en París Son cerca de las 8 de la noche cuando, parado frente al edificio del número 10 de la calle Erlanger en el elegante barrio de Passy, en París, un hombrecito extremadamente delgado, de muy baja estatura y rasgos asiáticos espera al taxi que ha pedido por teléfono. A su lado tiene dos valijas de buen tamaño y, servicial, el taxista baja del auto para ayudarlo a subirlas al baúl. Las valijas pesan, mucho, tanto que al subirlas el conductor le pregunta en broma: -¿No llevará usted un muerto? -¡Jajaja! No, son libros… - contesta el hombrecito y le pide que lo lleve hasta el Bois de Boulogne. Al llegar, el taxista vuelve a ayudarlo y ve cómo el pasajero se aleja arrastrando las valijas. La escena es extraña, pero no le llama demasiado la atención: hay mucha gente rara en Paris y eso no es asunto suyo. Mientras tanto, Issei Sagawa, japonés, de 32 años, estudiante aventajado de Literatura inglesa en La Sorbona, se encamina con sus valijas hacia el lago. Cuando llega está sin aliento. Con esfuerzo empuja las dos valijas para que caigan por una pendiente hasta la orilla del agua. Está tan concentrado que en un primer momento no ve a la pareja que deja de hacer ejercicios y lo observa, intrigada por sus extrañas maniobras. Algo, quizás un presentimiento, le dice a Issei Sagawa que lo están mirando y levanta la cabeza. Entonces los ve y sale corriendo hasta perderse entre los árboles del bosque. Cuando se aleja, la pareja de deportistas se acerca hasta donde quedaron las valijas. Una de ellas ha quedado entreabierta y de ella se escapa una mano cubierta de sangre. Gritan y se alejan. No quieren ver más. Sagawa asesinó por la espalda a su compañera Renée Hartevelt La valija del horror La policía no demora en llegar. En la valija que quedó entreabierta, los agentes encuentran dos brazos amputados, dos piernas y la cabeza de una joven. Cuando abren la segunda, ven un torso. Llaman por radio para que vengan los forenses y, mientras esperan, interrogan a los horrorizados testigos. La autopsia revelará que se trata del cuerpo de una mujer joven, de tez blanca, y que le faltan algunas partes, como si se las hubiesen rebanado: un seno – el derecho – los labios, la punta de la nariz y toda la carne de la pierna derecha, de la que solo queda el fémur. Alojada en la cabeza encuentran una bala calibre .22. Los dos únicos testigos cuentan lo que han visto: describen al hombrecito y dicen que llegó en un taxi del cual bajó las valijas. El taxista es el hilo del cual hay que tirar. La búsqueda en las agencias de taxis no demora en dar un resultado: hay un chofer que recuerda haber llevado a un hombre pequeño, de rasgos asiáticos, con dos pesadas valijas hasta el Bois de Boulogne la noche del 13 de junio de 1980. Revisa su registro y les da a los investigadores la dirección exacta donde lo ha recogido, el número 10 de la calle Erlanger. La mañana del 15 de junio, un grupo de policías fuertemente armados llega al edificio. El portero les dice que el único asiático que vive allí es un joven japonés muy amable que habita un departamento del segundo piso. Issei Sagawa no ofrece ninguna resistencia cuando le dicen que está detenido. El departamento está en orden, prolijo y limpio, pero en la heladera hay restos humanos, algunas de las partes – no todas – que le faltan a cuerpo de la joven muerta. Sin perder la calma, Issei Sagawa les dice a los agentes que lo que falta se lo ha comido. Issei Sagawa estuvo preso por poco tiempo tras el hallazgo del cuerpo de Renée Hartevelt (Photo by JUNJI KUROKAWA / AFP) El asesinato de Renée Hartevelt Cuatro días antes, la noche del 11 de junio, Renée Hartevelt, neerlandesa, de 25 años, estudiante de La Sorbona llamó a la puerta del departamento de su compañero de estudios Issei Sagawa. Era la segunda vez que iba a cenar con él, una excusa para escuchar música clásica, leer a los poetas románticos y ayudar a Issei a perfeccionar su dominio del alemán, un idioma que Renée habla y escribe a la perfección. La primera vez la habían pasado muy bien, escuchando obras de Beethoven y Bach en discos de vinilo y con Renée leyendo en voz alta a Novalis, Heine y Schlegel. La segunda noche parecía una repetición de la primera. Una comida japonesa muy bien preparada por Issei, algo de whisky, té y buena música clásica para acompañar los platos y la charla. Al terminar, dejaron la mesa sin levantar y fueron hasta la biblioteca de la que Issei sacó el libro del poeta alemán que quería que Renée le leyera. En su idioma original, claro, como habían convenido. A Renée Hartevelt le encantaban los poetas alemanes y disfrutaba recitando sus poemas. Tenía una voz cálida que modulaba muy bien. La clave, decía, era abstraerse del entorno y concentrarse en la lectura para encontrar el tono justo, el énfasis adecuado, la pronunciación perfecta. Por eso, sentada en una silla frente al escritorio y sumergida en los versos, no prestó atención cuando Issei se levantó de su asiento y se puso a sus espaldas. No vio cuando sacó el rifle calibre .22 que tenía escondido y lo apuntó al centro de su nuca. No vio cuando le disparó. Murió sin saber qué había pasado. Issei Sagawa quedó sorprendido por la cantidad de sangre que salió, en un chorro, de la nuca de Renée. No esperaba tanta. En realidad, hubiese preferido no tener que matarla, pero era la única manera en que podría cumplir con su verdadero deseo: comérsela. Porque Lo que Issei quería era comerse a Renée, en pedacitos. Con la joven bocabajo sobre el piso, Issei le puso una toalla debajo de la cabeza para contener tanta sangre y la desnudó de la cintura para abajo. Le mordió el glúteo derecho, al principio sin suerte, hasta que logró desgarrarlo. El sabor de la carne, suave – “como atún”, dirá después – le resultó exquisito. Durante los dos días siguientes trozó y comió distintas partes del cuerpo: los músculos de una pierna, un seno, los labios, un pedazo de nariz. Al mismo tiempo, preparaba la carne para futuros platos, cortando trozos tiernos del cuerpo y guardándolos en la heladera. Hasta que decidió deshacerse de lo que no iba a comer. Entonces terminó de descuartizar a su víctima y metió los restos en dos valijas. Después llamó a un taxi. Issei Sagawa confesó su crimen y sus "deseos caníbales" “La mejor comida que he tenido” Trasladado a la comisaría, Issei Sagawa no hizo ningún intento de negar su responsabilidad en el crimen. No solo por las evidencias que hacían imposible cualquier escapatoria, sino porque necesitaba hablar, contar lo que había pasado, dar sus razones. Ningún intento de relatar lo que contó podría superar la truculencia de su confesión. “Era la mujer más linda que vi jamás. Alta, rubia, de piel pura y blanca, me asombraba con su gracia (…) Quería comerla. Así sería mía para siempre. No había escapatoria para este deseo. Arreglé para que volviera a leerme poemas una vez más. Le mentí. Le dije que quería grabarla recitando el poema para mi profesor de japonés. Ella me creyó. Preparé todo. El grabador, el rifle para el sacrificio. Ella llegó puntual. Luego de tomar té y whisky, ella habla. Me sonríe. (...) Su top amarillo sin mangas me deja ver sus bellos brazos. Puedo oler su cuerpo. Prendo el grabador. Ella empieza a leer. Habla perfecto alemán. Busco el rifle escondido detrás de la cómoda con cajones. Me paro despacio y apunto con el rifle a la parte de atrás de su cabeza. No puedo detenerme. Es como si ella me estuviese mirando. Veo sus mejillas, sus ojos, su nariz, su boca, la sangre brotando de su cabeza. Trato de hablar con ella pero ahora ella no responde. El piso está lleno de sangre. Trato de limpiar, pero me doy cuenta de que no puedo parar el caudal de sangre que sale de su cabeza”, les contó a sus interrogadores. Y siguió: “Le empiezo a sacar su ropa, es difícil quitarle la ropa a un cuerpo muerto. Finalmente, lo consigo. Su hermoso cuerpo blanco está frente a mí. He esperado tanto este día y ya está aquí. Le toco la cola. Es muy suave. Me pregunto dónde debería morder primero. Decido que tiene que ser la parte superior de sus nalgas. Mi nariz está cubierta por su piel blanca. Trato de morder fuerte, pero no puedo. Me duele la mandíbula terriblemente. Tomo un cuchillo de la cocina e intento hundirlo en su piel, pero tampoco puedo. (...) De golpe emerge grasa de la herida. Me recuerda al maíz indio. Sigue saliendo. Es raro. Tengo que cortar muy profundo para llegar a la parte roja. (...) Me lo pongo en la boca y mastico. No tiene olor ni sabor. Se deshace en mi boca como un pedazo de atún. La miro a los ojos y le digo: ‘sos deliciosa’. Corto su cuerpo y me llevo su carne a la boca una y otra vez. Luego saco fotos de su blanco cuerpo con sus heridas profundas. Tengo sexo con su cuerpo. Cuando la abrazo, ella deja salir como un suspiro profundo. Me asusto, parece como si todavía estuviese viva. La beso y le digo que la amo. Luego, arrastro su cuerpo hasta el baño. Estoy exhausto, pero corto un pedazo de su cadera y pongo la carne al horno. Cuando está lista me siento en la mesa. Uso su ropa interior como una servilleta donde todavía huelo su cuerpo. Como la carne que está frente a mí. Luego pongo la grabación de ella leyendo el poema alemán. Mientras sigo comiendo noto que no tiene demasiado sabor así que uso sal y mostaza. Delicioso, es carne de mucha calidad. Luego vuelvo al baño y corto un pecho y lo cocino. Se hincha al asarse. Lo sirvo en la mesa y lo como con cuchillo y tenedor. No sabe muy bien. Es demasiado grasoso. Intento con otra parte. Sus muslos son maravillosos. Finalmente, ella está en mi estómago. Ella es mía. Es la mejor comida que he tenido jamás”. Isso Sagawa durmió plácidamente esa noche, con el estómago lleno, pero al día siguiente volvió a tener hambre. “Finalmente corto sus partes íntimas. Cuando toco su vello púbico siento mal olor. Muerdo su clítoris. Pero no puedo sacarlo (...) lo pongo en la sartén y luego lo vuelvo a poner en mi boca. Lo mastico cuidadosamente. Es muy dulce. Luego de tragarlo la siento en mi cuerpo y me caliento. Doy vuelta el cuerpo y abro sus nalgas y veo su ano. Huele mucho. Lo escupo. Han pasado 24 horas y hay moscas en el baño”, siguió contando. Issei Sagawa estaba en París para estudiar en La Sorbona Fue entonces cuando decidió cortar las partes que quería conservar para poder comerlas y deshacerse de otras. “Todavía no huele mal. Sé que hoy tengo que terminar de cortar el cuerpo. Quería poner los pedazos en unas valijas y hundirlas en el fondo del lago. Quería que esa fuera su tumba. Toqué de nuevo su cuerpo frío y me pregunté por dónde debería empezar. Quería remover toda su carne antes de amputar sus extremidades”, explicó. Terminó cerca de las ocho de la noche del 13 de junio. Metió los restos en las dos valijas y llamó a la agencia de taxis. Problemas en Japón Cuando se conocieron los pormenores del crimen y la confesión de Isso Sagawa nadie dudó que sería condenado a la máxima pena que fijaba el código penal francés, pero el trabajo de los abogados defensores – los mejores de Francia, pagados por el padre del criminal, un adinerado empresario japonés – y los vericuetos del sistema legal derribaron esas expectativas. Durante el proceso, también se supo que, aunque el más grave, el asesinato de Renée no era el único crimen que había cometido. De hecho, si estaba estudiando en Francia se debía a que su padre había querido alejarlo de Japón. Nacido prematuramente el 26 de abril de 1949 en Kobe, Isso Sagawa quedó condenado a habitar un cuerpo pequeño: nunca superó el metro y 51 de altura ni los 50 kilos de peso, lo que le acarreó desde chico un complejo de inferioridad. Era un muy buen estudiante, pero al entrar en la adolescencia comenzó a sufrir lo que él mismo llamaría después “distorsiones sexuales” que involucran animales. Lo descubrieron violando al perro de la familia, pero se lo dejaron pasar. Poco después empezó a sentir “deseos caníbales”, que al principio le causaron vergüenza y no pensó en llevar a cabo. Sus objetos de deseo eran las mujeres occidentales, preferiblemente altas y corpulentas, frente a las que se sentía “pequeño y frágil”. Fantaseaba que si se las comía adquiriría sus fuerzas y lo ayudarían a crecer. Al terminar la secundaria, se anotó para estudiar la carrera de Literatura inglesa en la Universidad de Wako en Tokio. Allí se obsesionó por una profesora de alemán, vecina de su abuela. Una noche se metió en su departamento y la encontró semidesnuda, durmiendo, y quiso golpearla para desmayarla y poder morderle el cuerpo. Tuvo que escapar cuando la mujer se despertó y gritó. “Mi deseo de comerla se había transformado en una obligación”, confesó cuando lo detuvieron. Fue acusado de intento de violación, pero el dinero de su padre le evitó la cárcel. Fue entonces cuando la familia decidió enviarlo a Paris para que estudiara en La Sorbona y, de paso, sacarse de encima el problema. Fue peor el remedio que la enfermedad. Sagawa volvió a Japón y quedó en libertad al poco tiempo Una insólita impunidad En Paris, el proceso judicial contra Sagawa estuvo lleno de irregularidades, atribuidas a la alta e influyente posición de su familia y a la habilidad de sus abogados defensores. Durante el proceso, llegó a decirle al juez que su crimen había sido un acto de amor. “Desde hacía tiempo tenía ganas de comérmela. Así conseguí tener a Renée dentro de mí para siempre”, le dijo. Pese a la confesión con lujo de detalles de su truculento crimen, el tribunal lo condenó a dos años de cárcel, que tampoco llegó a cumplir. Fue examinado por tres psiquiatras que llegaron a la conclusión de que padecía una enfermedad mental que lo hacía inimputable y dictaminaron que debía ser internado en un hospital psiquiátrico. Tampoco estuvo mucho tiempo allí. Llevaba muy pocos meses internados cuando sufrió una fuerte inflamación intestinal que los médicos diagnosticaron – por error, aunque hubo sospechas de que corrió una fuerte suma de dinero – como un cáncer terminal. Entonces, a instancias del padre de Issei, intervino la embajada japonesa y logró que el presunto moribundo fuera trasladado a Tokio para que pudiera terminar sus días junto a su familia. La única condición que puso la justicia francesa fue que allá lo internaran en un psiquiátrico. Apenas llegado a la capital japonesa, Issei se recuperó “milagrosamente” de su enfermedad y, unos meses después, los psiquiatras que lo tenían a su cargo en el Hospital Psiquiátrico de Matsuzawa, decidieron que estaba en condiciones de reinsertarse en la sociedad. Salió libre tres años y dos meses después de haber matado a Renée Hartevelt para comérsela. Aprovechó la morbosa fama que le había dado su crimen para convertirse en todo un personaje. Trabajó como panelista de televisión, sobre todo en programas dedicados a asesinos en serie, escribió libros sobre su propia vida, pintó y vendió cuadros a buen precio, guionó y dibujó un manga contando su historia, y participó en películas pornográficas. Por si fuera poco, fue contratado para participar en publicidades de televisión en los que apareció comiendo y elogiando los platos. En 2017, ya postrado en una silla de ruedas, protagonizó el documental “Caniba”, de los directores Véréna Paravel y Lucien Castaing-Taylor, donde monologa frente a la cámara relatando su crimen. A pesar de no haber obtenido buenas críticas, los realizadores defendieron la película diciendo que tenía momentos “aterradores, cómicos y muy inquietantes”, sobre todo cuando le preguntan a Sagawa si se comería a su hermano y la respuesta del caníbal es un largo silencio. Issei Sagawa murió a los 73 años en Tokio a causa de una neumonía. En una entrevista que dio poco antes de su muerte confesó: “Todavía siento deseos caníbales, pero no tengo intención de llevarlos a cabo”.

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