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» Nova Entre Rios
Fecha: 17/07/2025 02:53
Un análisis de casi un siglo de datos climáticos revelan las potentes tormentas invernales que golpean la costa este de EE.UU. Cuando en marzo de 1993 una monstruosa tormenta azotó la costa este de Estados Unidos con vientos huracanados, nevadas paralizantes y más de 200 víctimas mortales, los meteorólogos la bautizaron como la “Tormenta del Siglo”. Treinta años después, los científicos advierten que ese tipo de eventos podrían no solo repetirse, sino intensificarse. Un nuevo estudio liderado por el climatólogo Michael Mann y publicado en “Proceedings of the National Academy of Sciences“ ofrece una mirada profunda y preocupante sobre la evolución de los llamados “nor’easters”, tormentas invernales típicas del noreste estadounidense. Qué son los “nor’easters” y por qué importan. Estas tormentas, que suelen formarse entre septiembre y abril, nacen del choque entre masas de aire frío provenientes del Ártico y aire cálido y húmedo del Atlántico. Esa colisión térmica da lugar a sistemas ciclónicos capaces de generar intensas lluvias, nevadas, vientos destructivos e inundaciones costeras. El noreste de Estados Unidos una de las zonas más densamente pobladas del país es particularmente vulnerable. Ciudades como Nueva York, Boston, Filadelfia o Washington D.C. han sido escenario recurrente de estos fenómenos, que paralizan infraestructuras, colapsan redes eléctricas y causan cuantiosos daños materiales y humanos. De la experiencia personal al análisis histórico. El interés de Michael Mann por los “nor’easters” no es puramente académico. En 2010, quedó atrapado durante tres días en un hotel de Filadelfia por el “Snowmageddon”, una tormenta que dejó más de medio metro de nieve en varios estados y causó 41 muertes. Aquel episodio fue el germen de una investigación que, 15 años después, proporciona algunas respuestas cruciales. Usando un algoritmo de seguimiento de ciclones, su equipo analizó 900 tormentas registradas entre 1940 y 2025, creando un detallado atlas digital. El hallazgo principal: los “nor’easters” más intensos han incrementado su velocidad máxima del viento en un 6 %. Puede parecer una cifra modesta, pero tiene consecuencias serias. “Ese 6 % de aumento equivale a un 20 % más de capacidad destructiva”, explicó Mann. Además, la cantidad de precipitaciones tanto en forma de lluvia como de nieve ha crecido alrededor de un 10 %. La explicación, según el científico, se basa en la física más elemental: océanos más cálidos generan más evaporación y, por tanto, más humedad en la atmósfera. Menos frecuentes, pero más poderosos. Uno de los aspectos más complejos del estudio es que confirma una paradoja climática: aunque en un mundo más cálido podrían formarse menos “nor’easters” debido al menor contraste térmico entre el Ártico y el Atlántico, los eventos que sí ocurran serán más extremos. Esto tiene implicaciones directas en la planificación urbana y en la gestión de riesgos. La tormenta del “Miércoles de Ceniza” de 1962, por ejemplo, causó una devastación comparable a la de un huracán de categoría mayor. Las proyecciones actuales sugieren que eventos de esa magnitud podrían volverse más habituales. Subestimación del riesgo costero. Otro dato inquietante que revela el estudio es que el riesgo de inundaciones en muchas ciudades costeras del noreste de EE.UU. podría estar siendo subestimado. “Los ‘nor’easters’ han sido descuidados, y eso contribuye al aumento del riesgo costero”, advierte Mann. En un contexto de subida del nivel del mar, esta advertencia cobra aún más peso. Expertos coinciden: es hora de actuar. Jennifer Francis, científica del Woodwell Climate Research Center, que no participó en la investigación, subraya la importancia de estos resultados. “Las comunidades costeras del noreste deben prestar atención… la preparación proactiva es menos costosa que la recuperación tras la tormenta”, declaró ala prensa. Judah Cohen, climatólogo del MIT, coincide en la urgencia de abordar estos hallazgos desde una perspectiva más amplia. Señala que los efectos del cambio climático pueden ser contraintuitivos, como el aumento de eventos de frío extremo o nevadas intensas en un planeta que, en general, se calienta. Un futuro más hostil si no se toman medidas. Aunque la duración de la temporada de nieve esté disminuyendo, el estudio demuestra que aún pueden producirse tormentas intensas y destructivas. En palabras de Mann: “Eventos individuales pueden ser aún más intensos”. Este tipo de investigaciones ponen de relieve que la crisis climática no solo se manifiesta con olas de calor o incendios forestales. También puede dar lugar a episodios invernales extremos, cada vez más violentos y peligrosos. Entender cómo se intensifican los “nor’easters” no es un ejercicio académico: es una necesidad urgente para quienes habitan una de las regiones más expuestas a sus efectos. La historia ha demostrado el poder destructivo de estas tormentas. La ciencia ahora advierte que lo peor podría estar por venir.
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