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Usuhahia » Diario Prensa
Fecha: 15/07/2025 08:51
Si se detuvo a leer esta breve nota, es muy posible que crea lo que le digo: aún existen rincones de la vieja Ushuaia que nos cuentan historias. Historias de pasiones, de muchas vidas en la neblina del tiempo, de amores perdidos, de ambiciones desmedidas y de crímenes. Muchas de ellas transmitidas de boca en boca y a las que se ha sumado una buena dosis de mitos o se han transformado en leyendas. Otras están plasmadas en bellos libros, ocultas entre sus páginas. Caminando por las viejas calles, en algunas esquinas, en un terreno baldío, en ese patio o centenario edificio, susurran al oído algunos sucesos y, en una paradoja del tiempo, uno no puede menos que sentir que viaja al pasado remoto en el que aún viven centenares de personas que se resisten al olvido. Dicen que no es bueno mirar hacia atrás, pero sospecho que un eterno presente, deshumaniza. Estoy convencido que, si fuéramos más permeables a recordar nuestra historia y la de aquellos que no hemos tenido el placer de conocer, nuestra querida ciudad no tendría tantas cicatrices. Pero hay sitios en que las voces se multiplican, se superponen casi atolondradamente. Suelen ser esas casas de chapa y madera que albergaron la esperanza del recién llegado. Las que sobreviven a la topadora y a la barreta, gracias a la persistencia y el romanticismo de sus descendientes. Una de ellas es ese viejo almacén, convertido en singular atractivo turístico y que conocemos como “Ramos Generales”, en Maipú 737. Créame, es una máquina del tiempo. Se trata de otra dimensión, de un universo paralelo al de nuestra infancia o a la de nuestros padres o abuelos. Entonces cuando el amigo Enrique Chasco nos invita a “la cocina” a charlar y saborear algunas de las exquisiteces que pululan por esos salones, debemos ir preparados a una ceremonia, obligados a bucear por aguas de naufragios, de viejos lobos de mar, de inmigrantes y aventureros; y caminar recordando una historia detrás de otra, que quedan inconclusas hasta un nuevo encuentro. En la última ocasión nos hizo notar, entre las antigüedades exhibidas, la presencia de dos viejos cuadros que reflejan el naufragio del Monte Cervantes. Unas acuarelas de estilo naif del año 1930, cuyo autor se identifica con un aparente seudónimo que parece decir “Castein” y que refuerza el misterio con una aclaración en lápiz que reza: “Penado 504”. Nuestro amigo asegura no haber hallado ningún dato que identifique al enigmático preso de la Cárcel de Reincidentes de Ushuaia. ¿Qué crimen cometió?, ¿cuál ha sido su condena?. Luego de almorzar y casi como una misión que devuelva al anfitrión la gentileza de no haber querido cobrarnos, es que regreso a casa con el objetivo de escarbar en mis libros y archivos, indicios que permitan saber algo del artista confinado en estas tierras hace más de 95 años… Hojeo apresuradamente en una media docena de libros, deteniéndome en las páginas que reproducen nombres de presos de la famosa institución y su número de identificación, sin hallar absolutamente nada. Busco algunos archivos digitales de aquellos presos con causas locales, como resultado de mal comportamiento, intentos de fugas, conflictos o crímenes, con idéntico resultado. Concluyo que se trataba de un preso de buena conducta, sin causas que implicara algún expediente, sin un crimen sobre sus espaldas que haya trascendido en la prensa nacional. La búsqueda olía a fracaso. Casi por instinto comienzo a hurgar en centenares de fotos antiguas relacionadas con el presidio que guardo en mi computadora y me detengo en algunas del Archivo General de la Nación, descubriendo una en la que se puede ver a un detenido pintando una talla del escudo nacional. Amplío la imagen y… ¡sorpresa! el “504” aparece impreso en el birrete que lucía sobre su cabeza. Ahí estaba el autor de las acuarelas que hoy se exhiben en Ramos Generales. Se trata de don Eugenio Springer Mané, condenado seguramente por los años 1920, pintor que trabajaba en periódicos y agencias de Buenos Aires y condenado por cleptómano. Claro, también había presos en Ushuaia por delitos menores. Las pinturas seguro fueron un encargo de don José Salomón (1894 – 1965) propietario del viejo almacén de Ramos Generales, habitante de nuestra Ushuaia desde el año 1913. Sabemos que acostumbraba comprar productos de los presos para obsequiarlos posteriormente. Justamente algunas de sus obras sobrevivieron todos estos años en algún rincón hasta que las manos de don Chasco las desempolvaron y enmarcaron cuidadosamente. Pero la investigación no termina aquí, un detalle significativo es que las dos pinturas reproducen dos momentos diferentes del hundimiento del Monte Cervantes, en el año 1930, replicando casi fielmente dos fotografías de un excelente fotógrafo cuya obra se resguarda en los archivos del Museo del Fin del Mundo. Se trata de don Federico Kohlmann (1893 – 1970) nacido en Viena, Austria. Viajó a la Argentina en 1920 e inmediatamente comienza a recorrer la Patagonia en tren, barco, mula o caballo, principalmente Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Según información hallada, lo hizo durante los años 1921-1923, sin embargo, se pueden observar registros fotográficos de dos hechos trascendentales para la historia de nuestra ciudad y que aseguran su presencia por estas lejanas latitudes; uno de ellos fue la llegada del hidroavión “Cóndor de Plata” piloteado por Gunther Pluschow (1928) y el otro fue, precisamente, el naufragio del Monte Cervantes (1930). Aunque se trate de dos obras de un artista no consagrado, huésped obligado en la fría Ushuaia de los años 30, no deja de ser grato poder observarlas imaginando, que el penado 504 Eugenio Springer Mané, encontraba pintando, la tan anhelada libertad.
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