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  • Sofía, un posteo estoico desde Iguazú

    » LaVozdeMisiones

    Fecha: 13/07/2025 18:41

    Por: Fernando Oz @F_ortegazabala Lo recuerdo bien, piso once, departamento B. Ella sí estaba enojada y la vi llorar sentada al borde de su cama, sola. Estuvo un rato largo y la escuché insultar en voz baja, sola. Tenía veintinueve años, un espíritu curioso, bióloga y dos hijos, uno de seis años que dormía en el cuarto contiguo y otro de nueve que la miraba escondido tras el marco de la puerta. Ese día, Mabel había recibido la confirmación de que el avance científico volvía a dejar de ser una prioridad para el país y que el nuevo recorte presupuestario tocaba al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y había que despedirla. Para peor, meses antes, había rechazado unas horas de cátedra en nombre de la ciencia y sólo le quedaban las clases que daba en el turno noche de un colegio secundario. Lo que ganaba apenas alcanzaba para luz, agua, gas y expensas. El departamento que le prestaba el padre y la mercadería que le traía su madre salvaban el mes; lo que significa ser una privilegiada, al menos en este país donde abundan los empresarios explotadores que comparten la misma tajada de pocos escrúpulos con políticos duchos en la demagogia y sindicalistas desvergonzados que miran hacia otro lado. Aquello sucedió a la segunda o tercera primavera de Alfonsín, al poco tiempo del regreso de muchos de los científicos exiliados durante la dictadura. Luego, a mediados de la década siguiente, cuando Menem nos introducía al fantástico neoliberalismo, volvió la fuga de cerebros y el despido de los más jóvenes del Conicet. Porque en Argentina, además expulsar a las personas más lúcidas y de mayor experiencia, también nos encargamos en destrozar las ilusiones, carreras y cualquier esfuerzo de las nuevas generaciones. Recordé aquella escena del piso once los otros días después de leer un posteo que no tiene desperdicio y que les debería dar vergüenza a toda esa farandulesca y quejosa clase de dirigentes, políticos, periodistas y mercenarios del poder. “Gracias por la preocupación y solidaridad. Estoy y voy a estar bien. No se trata de mí. Se trata de una sociedad cada vez más insensible –y de infancias creciendo en ella–, donde se desacredita la ciencia, la salud pública y la educación como si fueran lujos y no derechos; donde se normaliza el desprecio, la mentira y la violencia; donde se estimula el ‘sálvese quien pueda’ constante, como si la vida en común no importara. Y donde se tratan los recursos naturales como si fueran infinitos, sin pensar en las consecuencias, aunque ya están frente a nuestros ojos. No estoy enojada, y no le temo a la tristeza, a la desilusión un poco sí. Espero mantener la esperanza y la fortaleza para construir cuando tengamos la oportunidad. Abrazo, Lori”. No conozco a la autora del posteo, jamás la vi ni cruce palabra alguna. Sólo sé que se llama Sofía y que la semana pasada se desayunó con que el indolente gobierno de Javier Milei disolvió el Instituto Nacional de Medicina Tropical (INMet), lugar donde trabajaba junto a otra treintena de investigadores, algunos dependientes del Conicet. Ahora, lo que quede en pie estará en un limbo administrativo junto a la noble idea de la soberanía sanitaria. Y seguramente no faltará algún idiota útil de turno dispuesto a prender fuego los 16 libros científicos publicados por el instituto, las revistas internacionales con casi 300 artículos elaborados ahí mismo, y las toneladas en información volcadas en tesis doctorales, investigaciones sobre enfermedades. Es que siempre hubo esa clase se miserables que le temen al conocimiento. El INMet se encuentra en Puerto Iguazú, en la ciudad de las Cataratas, pulmón de una de las biodiversidades más ricas del mundo, corteza natural de la segunda o tercera reserva de agua dulce del planeta: el Acuífero Guaraní. Un sitio estratégico para cualquiera que entienda medianamente de geopolítica, además de ser un paraíso para los biólogos y otras mujeres y hombres amantes de la ciencia y del trabajo de campo. No sé qué irá a pasar con las instalaciones, los laboratorios, el carísimo equipamiento científico, seguramente todo quedará a la firma de algún burócrata o tecnócrata, da igual, que tomará la decisión más incorrecta posible después de un almuerzo chorreado de carbohidratos y alcohol en Puerto Madero. Vuelvo a leer el posteo y la recuerdo a Mabel secándose las lágrimas y respirando profundo antes de pararse, erguida, con el orgullo de quien se sabe pelando sola y asumiendo el costo de estar viva. “Estoy bien, se trata del futuro, no te preocupes”, le dijo Mabel cuando descubrió que su hijo de nueve la miraba. Saben qué, los verdaderos referentes de la vida, los que realmente tiran del carro en tiempos de crisis, los que se ponen el delantal, los guantes y barbijo en tiempos de pandemia, catástrofes y guerras, son las Mabeles de ayer, las Sofías de hoy y las Lucianas y Marías de mañana. Después están los referentes creados artificialmente, los que entran por la ventana, por lo general, incapaces de articular sujeto, verbo y predicado, y cuyo único mérito, o aval, es compartir parentesco, ideología, interés político o por simple obediencia debida al cacique más analfabeto y truhan. Pero ya saben, siempre hubo falsos profetas dispuestos a arrastrarnos al precipicio. Pero siempre hay héroes solidarios, que, desde su casilla, en soledad, están dispuestos a pelear. Es cuestión de, como dice Sofía, “mantener la esperanza y la fortaleza para construir cuando tengamos la oportunidad”.

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