14/07/2025 02:59
14/07/2025 02:58
14/07/2025 02:56
14/07/2025 02:56
14/07/2025 02:55
14/07/2025 02:54
14/07/2025 02:54
14/07/2025 02:54
14/07/2025 02:53
14/07/2025 02:52
» Misionesparatodos
Fecha: 13/07/2025 17:40
Ramón Amarilla sigue con la gorra puesta (y las botas)- Germán Palavecino, el candidato policía que quiere llegar al Congreso- La señales cruzadas entre la Renovación y el gobierno nacional- La decepción con Milei que comienza a ganarle al relato libertario- La forzada unidad del PJ en la provincia de Buenos Aires en defensa del último bastión- El ocaso de los Puerta y el fin de su puesta en escena Dante escribió en La Divina Comedia que los peores lugares del infierno están reservados para quienes no toman partido. Esa frase, escrita hace más de 700 años, resuena con una precisión brutal cuando se observa la actitud de Ramón Amarilla, diputado provincial electo por el Partido Por la Vida y los Valores. Fue elegido con unos cien mil votos, en su mayoría de empleados públicos, mientras estaba detenido por una causa de sedición. Ganó en Posadas, Garupá y Candelaria, las tres localidades donde más agentes estatales viven, lo que deja claro que no votaron por un partido sino por alguien que, en ese momento, creían que hablaba por ellos. El voto bronca impulsado por la púa y los bolsillos flacos. Amarilla encarnaba eso: un tipo común, un policía retirado, negociador durante las protestas policiales. Pero ahora, con banca asegurada y sin las rejas de por medio, decidió hacer una pirueta peligrosa. Dijo que nunca dejará de ser policía. Eso no sería un problema si no fuera porque ser policía es servir al Estado. Y ser diputado, es representar a la gente. No hay forma de estar en los dos lados del mostrador al mismo tiempo. O se defiende al pueblo que lo votó o se defiende al poder. No hay punto medio. Tal vez mal asesorado por los que lo convencieron de que podía jugar a ser el paladín de los trabajadores públicos sin renunciar a su viejo uniforme, Amarilla se planta en la tibieza, en el “no me corran por izquierda ni por derecha”. Pero esa comodidad es peligrosa. Porque en política, el que no se define termina siendo funcional al más fuerte. Y el más fuerte, siempre, es el que más tiene. Su compañero de espacio, Germán Palavecino, parece tener más claras algunas cosas. Exsuboficial de la misma fuerza, confirmó que quiere competir por una banca nacional en octubre. Sin Milei, sin Cristina. Sin padrinazgos. Dice que ya habló con siete partidos políticos para formar un frente, pero sin ser furgón de cola de nadie. Una declaración que suena valiente, pero también ambigua. Porque está claro que, sin una construcción política sólida, ese federalismo autónomo que pregona termina quedando en la nada. En una entrevista con Radio Up, disparó contra todos: contra los diputados nacionales que no lo representan, contra el rumbo económico, contra la falta de respuesta a los productores, contra la desigualdad que impone el libre mercado. Denunció que en el Alto Uruguay cerraron secaderos, que los pequeños tabacaleros no cobran desde hace meses. Que hay gente que se acuesta con hambre. Dijo que en la frontera la vida está del otro lado y que en Misiones hay resignación. Lo dijo con bronca, con tono de vecino indignado más que de político. Pero la contradicción vuelve a aparecer. Tanto Amarilla como Palavecino saltaron a la política tras encabezar una protesta salarial policial. Hoy son parte de lo mismo que en aquel momento denunciaban. Si antes la demanda era legítima, ahora queda teñida de ambición personal. Porque cuando se pasa del reclamo a la candidatura, del megáfono a la banca, ya no se representa a los de abajo: se busca poder. Y eso no está mal. Lo que está mal es no decirlo. Lo que está mal es usar a la bronca colectiva como trampolín para una carrera individual. Lo que está mal es que quien ayer prometía ser la voz de los que nunca tienen voz, hoy se niegue a definir de qué lado está. Palavecino, en otro pasaje de la entrevista, dijo que no votará obedientemente ni fanatizado, que lo suyo será representar a Misiones. Hasta ahí, bien. Pero también repite que no se alinea ni con unos ni con otros. ¿Cómo hará para construir algo sin aliados? ¿Cómo se sostiene una agenda propia en un Congreso tomado por bloques enormes? ¿O será que al final todo esto es apenas un posicionamiento discursivo para seguir pescando votos sueltos? En política no alcanza con tener razón. Hay que tener decisión, coraje y, sobre todo, hay que tener coherencia. Porque el problema no es pasar de ser un policía a ser un diputado. El problema es no entender que ya no se puede seguir actuando como policía cuando el nuevo rol es del de representar a la gente, no solo los que usan uniforme. Y ahí es donde Amarilla se equivoca feo. Porque la política no es una prolongación de la fuerza. Es exactamente lo contrario. Y aunque se escude en la lealtad a su pasado, lo que sus votantes esperan es claridad sobre su presente. Sobre su futuro. Porque, como dijo Dante, los peores lugares del infierno no están reservados para los que se equivocan, sino para los que no se animan a elegir. Señales cruzadas En la política las señales importan. A veces dicen más los gestos que las palabras, más las ausencias que las presencias. Y hoy, en Misiones, como en todo el país, hay una sensación que empieza a crecer, aunque nadie quiera nombrarla del todo: una decepción naciente, un murmullo que se instala entre pasillos de gobierno y sobremesas familiares. Una idea que incomoda: la realidad no está nada bien. La provincia, como desde hace años, sostiene un equilibrio delicado. Por un lado, garantiza gobernabilidad. Por otro, empieza a marcarle al Gobierno nacional que los límites existen. Que el silencio tiene un tope. Que acompañar no significa aplaudir. Que hay una línea entre construir acuerdos y ser cómplice de una política que cada día parece más desequilibrada. Porque no se trata solo de números. Se trata de gestos, de formas, de violencia. Cada vez que el presidente Javier Milei se sale de control, algo se rompe, se cae. La confianza, por ejemplo. Y sin confianza, no hay inversión, no hay previsión, no hay futuro. Lo saben los mercados, lo huelen los empresarios. Porque cuando el que debería llevar el timón grita más de lo que razona, los que están en la cubierta piensan en tirarse al agua. En el Congreso, las señales también se cruzan. La abstención de los senadores misioneros en el momento de votar a favor del aumento para los jubilados y la restitución de la moratoria previsional es una señal clara de que el oficialismo provincial mantiene su independencia (votó a favor de la emergencia en discapacidad) y que no se suma a los espacios que solo buscan destruir. La actitud de los misioneros no es un cheque en blanco para ningún lado pero sí un guiño: todavía se puede negociar con el Ejecutivo nacional. Mientras tanto, en Misiones, el juego es otro. Como siempre, la provincia arma su propio polo, su propio espacio de sentido. La imagen de Roque Gervasoni recorriendo San Javier junto a Micaela Gacek generó ruido. No por la foto en sí (dos funcionarios caminando un pueblo no debería ser noticia) sino por lo que esa imagen refleja: una amplitud controlada, sí, pero también una apuesta arriesgada. Porque Gacek, que representa una parte del ideario libertario, tiene vínculos que en algunos sectores generan escozor. No ayuda que tenga fotos con referentes mediáticos de la ultraderecha como Mariano Pérez y Javier Negre, dueños de La derecha diario, un portal que no escatima en violencia simbólica contra los actores políticos que no se suman a la lógica libertaria. En ese marco, las denuncias y los pases de factura no tardan en aparecer. Y Gervasoni, que entiende la política desde la calle y la lucha, salió a marcarle la cancha a quienes quieren meterle ideología de laboratorio a una batalla legislativa perdida por el oficialismo nacional, llamando a sacar los tanques a la calle como en las épocas más oscuras del país. Su denuncia contra Daniel Parisini (El Gordo Dan) es una señal clara de que en la propia Renovación hay espacio para quienes se encuentran en las antípodas del pensamiento libertario. Todo esto ocurre mientras las familias de todo el país hacen malabares para llegar a fin de mes, mientras la inflación empieza a mostrar una baja en los papeles, pero no en las góndolas ni en las casas, donde todavía falta comida y sobra incertidumbre. Lo que está claro es que Misiones nunca fue territorio dócil. Ni para el kirchnerismo, ni para el macrismo, ni ahora para los libertarios. La Renovación tiene una lógica propia, una hoja de ruta que no siempre calza con lo que se espera desde Buenos Aires. Esa autonomía, a veces, incomoda. Pero también protege. Unión defensiva El peronismo logró cerrar su unidad en la provincia de Buenos Aires con el frente Fuerza Patria. Una postal de la rosca urgente que busca plantarse ante el avance libertario y el intento del PRO por recuperar lo perdido. El acuerdo, forzado y condicionado por el espanto, junta a quienes hasta ayer no se saludaban, pero que hoy entienden que el adversario común —Javier Milei— obliga a correrse del ego y, al menos por un rato, guardar las dagas. El cierre de listas en el bastión bonaerense es una jugada defensiva. Más que por convicción, parece una apuesta por no perder lo poco que queda. Porque Buenos Aires no es cualquier territorio: es el último refugio del kirchnerismo, una tierra que, si se pierde, puede sellar el ocaso definitivo de ese proyecto político. Pero el problema está a la vista: las caras son las mismas que en 2023 llevaron al peronismo a una derrota histórica. El relato puede ser otro, pero los protagonistas no cambiaron. Y eso, en términos de renovación política, pesa. El desafío no es menor: enfrentar a un Milei que, aún con sus contradicciones y violencia discursiva, todavía retiene apoyo en parte del electorado. La unidad peronista pone a prueba no solo su propia consistencia, sino la solidez real del discurso libertario, que se construyó en gran medida sobre el rechazo visceral a la casta que ahora busca reinventarse con otro eslogan, pero sin nuevas respuestas. En Misiones, el impacto de ese acuerdo nacional es todavía una incógnita. La intervención del PJ misionero, impuesta a dedo por Cristina Kirchner, no logró hasta ahora ordenar nada. Todo lo contrario: acentuó divisiones internas, rompió vínculos históricos y dejó al partido fuera de las elecciones provinciales por primera vez desde el regreso de la democracia. Eso también es una forma de proscripción, aunque a nadie le convenga decirlo en voz alta Los armadores que llegan desde Buenos Aires, con discursos sacados de manual, no entienden la complejidad de la política misionera, donde los liderazgos no se decretan, se construyen en la calle, en el barrio, en la feria, en el hospital. Y eso, en este contexto, parece quedar lejos de los despachos del Instituto Patria. Así, mientras el peronismo nacional ensaya una unidad con aroma a última oportunidad, el PJ misionero sigue deshojando la margarita, sin rumbo claro, sin liderazgo propio y sin una estrategia que hable el idioma de los misioneros. El riesgo es evidente: si la única respuesta es repetir los errores del pasado, lo único que se va a consolidar es la derrota. El ocaso La renuncia de Pedro Puerta a su banca de diputado provincial no solo cierra un capítulo, sino que deja en evidencia el telón de fondo de una puesta en escena que ya nadie cree. Su alejamiento del recinto legislativo, al que no asistió por más de nueve meses— puede marcar también el final de la novela que significó el matrimonio con Karen Fiege, anunciado con bombos y platillos en plena tormenta del escándalo Kiczka. A esta altura, todo parece haber sido una estrategia de distracción. Un intento desesperado por cambiar la conversación, justo cuando la Justicia empezaba a ajustar las tuercas sobre uno de los hombres más cercanos al propio Pedro: Germán Kiczka, hoy condenado por consumo de material de abuso sexual infantil y detenido en la unidad penal de Cerro Azul. Activar, la pyme política familiar que los Puerta gestaron desde Apóstoles con amigos y marketing, retendrá por ahora una banca en la Cámara de Representantes. Juan Ahumada, exconcejal apostoleño, asumirá por corrimiento de lista y tendrá dos años de legislador. Pero en lo que respecta al proyecto político original, todo indica que vive su ocaso. Lo que empezó con una lógica de renovación marketinera, terminó en el silencio cómplice de la desaparición pública, la incomodidad de las contradicciones y el peso de una tragedia política irreparable. Paradójicamente, quien volvió a la escena esta semana fue el patriarca: Ramón Puerta. El exgobernador apareció en Corrientes, acompañando a Gustavo Valdés en la apertura de la sede del partido de Miguel Ángel Pichetto, Encuentro Federal, que busca ser la pata peronista del frente oficialista Vamos Corrientes. La foto fue clara: un veterano del peronismo de los '90 respaldando un armado provincial que intentará mantener el poder con Juan Pablo Valdés, sí, el hermano del gobernador, como candidato. Nepotismo explícito. La política tiene memoria, aunque a veces actúe como si no la tuviera. La familia Puerta, que en otro tiempo supo ocupar espacios de poder y proyectarse desde Misiones al país, hoy aparece deshilachada, sin brújula ni narrativa. El silencio de Pedro fue la confesión más clara. Y su renuncia, más que un acto de responsabilidad, pareció la salida desesperada de alguien que ya no podía sostener la mirada del electorado. En este escenario, no hay historia o reel que salve el experimento. El daño ya está hecho. Lo demás, será apenas postdata Por Sergio Fernández
Ver noticia original