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Concordia » El Heraldo
Fecha: 12/07/2025 11:17
El poder adquisitivo se desploma. La inflación acumulada en el primer semestre de 2025 fue del 82 %, y aunque implica una desaceleración frente a 2024 —cuando la inflación anual superó el 210 %—, los salarios no logran recuperar el terreno perdido. Según el INDEC, el índice de salarios creció apenas un 51 % en el mismo período, lo que implica una pérdida real del 17 %. El retroceso acumulado en los últimos dos años ya ronda el 35 %, con mayor impacto sobre trabajadores informales, cuentapropistas y empleados públicos provinciales. Frente a esta pérdida sostenida del ingreso, los hogares no encuentran otra salida que endeudarse para sostener el consumo básico. Sin embargo, hoy el crédito ya no es un recurso de mejora o expansión, sino una estrategia de supervivencia que termina agravando la fragilidad económica. El nuevo rostro del endeudamiento privado El endeudamiento privado actual tiene características inéditas. No es un fenómeno de consumo desmedido, ni un exceso de confianza en el crédito fácil, como a veces se insinúa desde algunos análisis superficiales. Por el contrario, se trata de una respuesta defensiva de las familias frente a una economía que las expulsa de la cobertura de sus necesidades mínimas. Según datos del Banco Central y la CAME, más del 40 % de los nuevos endeudamientos se destinan a gastos corrientes: alimentos, alquileres, medicamentos, servicios esenciales. No se trata de financiar electrodomésticos, automóviles o vacaciones, sino de cubrir lo que antes se pagaba con el salario. Las tasas actuales agravan la situación. Las tarjetas de crédito tienen costos de financiación que superan el 100 % de tasa efectiva anual, mientras que los préstamos personales rondan el 80 %, con tasas reales del orden del 45 % en términos ajustados por inflación. En estas condiciones, cada peso tomado a crédito se convierte en una deuda creciente, especialmente si se pagan solo los montos mínimos. Hoy se estima que más del 70 % de los usuarios que mantienen saldos activos en tarjetas no logra reducir el capital mes a mes, atrapados en un esquema de intereses compuestos que devora su ingreso disponible. Este tipo de endeudamiento es estructuralmente regresivo. Afecta más a quienes tienen menores ingresos y menor educación financiera. Además, a medida que el ingreso disponible cae, aumenta la dependencia del crédito, generando un círculo vicioso: menor poder de compra, más deuda; más deuda, menos margen para consumir; menor consumo, caída de la actividad económica. Así, el endeudamiento privado ya no es un tema individual, sino una amenaza sistémica. Deuda privada, crisis pública En otras etapas, la Argentina ya vivió ciclos de sobreendeudamiento de hogares: durante la crisis de 2001-2002, la morosidad de créditos al consumo superó el 14 %; en 2019-2020, tras la devaluación y la aceleración inflacionaria, los incumplimientos volvieron a crecer, alcanzando niveles del 6 % en algunos tramos del sistema bancario. Pero el ciclo actual es más complejo. Hoy, el sobreendeudamiento convive con tres factores que lo hacen más peligroso: inflación aún alta, salarios estancados y tasas de interés reales positivas, lo cual convierte cada atraso en una trampa difícil de revertir. A diferencia de contextos donde la inflación licuaba parcialmente las deudas, hoy las condiciones están dadas para que la deuda aumente más rápido que los ingresos, erosionando la estabilidad financiera de los hogares. Además, el modelo actual desalienta cualquier salida virtuosa. La recesión en curso —agravada por el ajuste fiscal y el freno a la obra pública— reduce la demanda agregada y frena la creación de empleo. Según la CAME, las ventas minoristas de las pymes cayeron un 22 % interanual en el primer semestre, siendo alimentos y medicamentos los rubros con mayor contracción. En paralelo, los datos del mercado laboral muestran una creciente informalidad, subempleo y caída de salarios reales. La economía ya no expulsa solo a los sectores más vulnerables: también las clases medias comienzan a quedar fuera del sistema. El endeudamiento privado actúa entonces como una bomba de tiempo en cámara lenta. La morosidad creciente no solo pone en riesgo la solvencia individual, sino también la del propio sistema financiero, especialmente en un escenario de retracción del crédito, aumento de la mora y caída del consumo. Una amenaza para el orden social Más allá de sus implicancias económicas, el deterioro de la situación de los hogares endeudados se proyecta como un riesgo directo al orden social. El sobreendeudamiento en contextos recesivos suele derivar en crisis sociales silenciosas: aumento del trabajo precario, exclusión financiera, deterioro de la salud mental, pérdida de cohesión comunitaria. El riesgo de un desborde social no se puede subestimar. A diferencia de otras crisis, en esta etapa no hay red de contención suficiente: ni los sindicatos, ni los programas sociales, ni el sistema crediticio logran compensar el deterioro de las condiciones materiales. Las paritarias se negocian por debajo de la inflación, los bonos extraordinarios no alcanzan y los programas asistenciales se recortan o se fragmentan. En muchas provincias, los salarios estatales ya no cubren el costo de vida básico, y los hogares se ven forzados a recurrir a la deuda informal, fuera del sistema, con costos usurarios y alto riesgo de exclusión definitiva. Conclusión: la bomba silenciosa del endeudamiento privado La crisis del endeudamiento privado no es un epifenómeno de la coyuntura: es el síntoma más visible de un modelo que ha roto el equilibrio básico entre ingresos y costos de vida. Millones de argentinos viven hoy al borde del default personal, atrapados en un sistema que los endeuda para sobrevivir y luego los castiga con intereses que consumen su futuro. Este proceso no solo erosiona el tejido económico, sino también la estabilidad social. Si no se revierte con urgencia, el país se encamina hacia un escenario de exclusión estructural, conflictividad creciente y pérdida de legitimidad institucional. No habrá salida individual a esta trampa: se necesita una respuesta colectiva y estructural. Reconstruir el salario real, reordenar las tasas de interés, proteger a los sectores endeudados y rediseñar una política de crédito inclusiva no son medidas ideológicas: son condiciones mínimas de gobernabilidad y cohesión social. La deuda privada no puede seguir siendo el único sostén del consumo en la Argentina. En el contexto actual, el consumo no se mantiene solo por el creciente endeudamiento de los hogares , sino también por el uso del ahorro acumulado en dólares que una parte reducida de la población aún conserva. Este gasto en divisas, lejos de ser espontáneo, es promovido por el propio gobierno, que apuesta a que esos ahorros se vuelquen al mercado interno como único estímulo al consumo. Pero este esquema no es sostenible en el tiempo: es desigual, frágil y transitorio. Si el sistema sigue funcionando como una trampa donde endeudarse o liquidar ahorros es la única vía para llegar a fin de mes, el colapso no será una hipótesis: será una consecuencia lógica e inevitable.
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