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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 12/07/2025 04:32
La feroz golpiza que el oficialismo sufrió este jueves en el Senado de la Nación es la crónica de una debacle anunciada. La arremetida parlamentaria que aprobó en cuestión de horas leyes muy sensibles que comprometen la macro, afectando el equilibrio fiscal, pudo haberse evitado. Lejos de aplacar los ánimos y escuchar requerimientos, Milei tensionó el escenario político y electoral sin permitir punto de fuga alguno para la combustión opositora. Nada ni nadie en el oficialismo amagó intervenir para cambiar el curso de los acontecimientos. Se dejó hacer. El argumento de que todo lo que se mueve es K no alcanza para explicar la concurrencia de voluntades que hizo posible la sesión de la tragedia. El desplante de la casi totalidad de los gobernadores que le vaciaron los festejos patrios a Milei no pudo ser ocultado tras un manto de neblina. Arrastrado por la ira, el jefe de Estado volvió a acelerar peligrosamente en la curva. “Quieren romper todo…los gobernadores son parte del problema, no de la solución. Porque solo piensan en el poder y en la de ellos…Una constelación de hijos de puta a la enésima potencia”, bramó exaltado en el mismísimo Día de la Patria. El ninguneo y la descalificación de los potenciales aliados sumó masa crítica. A pesar de la espesa bruma de un miércoles para el olvido, el resultado de este jueves se veía venir. Milei plantó una hoja de ruta: veto y, en caso de insistencia, judicialización. El presidente Javier Milei Siempre dispuesto a encontrar en el defecto virtud, Milei aventuró que el cimbronazo en las cuentas públicas producirá en la calle una suerte de Plan Platita que terminará favoreciendo en octubre. “La Libertad arrasa”, aseguró Milei, plantando una nueva consigna de campaña. “Jodan todo lo que quieran, los espero el 11 de diciembre,” chicaneó el libertario, sin sopesar que aun con el mejor resultado en las urnas no dispone de chances de un número propio para imponer leyes. En cualquier caso, tendrá que negociar. Matemática pura. Con las cartas ya echadas, y aunque se revean las estrategias, no hay manera alguna para el oficialismo de evitar el costo político del veto, muy especialmente a la hora de bajar el magro ajuste a los jubilados (7,2% y bono de 110.000) y la emergencia en discapacidad que permitiría sostener una prestación básica para los que no disponen de oportunidad alguna para adherir a los dogmas de la meritocracia que pregona el libertarianismo. Las definiciones de Milei validaron lo actuado por la línea dura del Gobierno en el plano electoral, que encarnan Karina Milei y el team Menem. Las tensiones al interior de la mesa chica del poder, el “triángulo de hierro”, quedaron zanjadas de un solo tajo. Mientras el asesor estrella Santiago Caputo propone compensar con gestos políticos lo que no se puede satisfacer con recursos económicos, el kari-menemismo libra la batalla territorial por las listas a puro rigor. Van por todo: quieren imponer la marca, el color y la lapicera. Milei cortó por lo que considera sano. Ni plata ni amor. Todo mal. Nada funcionó en orden a evitar el mazazo. Las advertencias demoníacas que se pretendieron instalar en la conversación pública no llegaron a mover el amperímetro. “Esto viene a ser una especie de golpe institucional del Senado de la Nación organizado por el kirchnerismo”, lanzó al mercado mediático Guillermo Francos. No prendió. Lejos de la delicadeza del Jefe de Gabinete de Ministros, la estrategia comunicacional que pretendió desplegar el ministro de Economía devino papelón. Alejandro Fantino recreó con histriónica destreza el off the record que le ofrendó Luis Caputo, una pieza mediática que en versión comprimida se viralizó en tono apocalíptico. El ministro de Economía, quien parece querer disputar las habilidades para intervenir en la opinión pública de su sobrino asesor, tuvo que salir a enmendar los dichos del periodista más mimado por Milei, con el argumento de que el video podría ser fake. Fantino lo desmintió inmediatamente, reconociendo su autoría. Un mamarracho del que todos resultaron lesionados. El tiro salió por la culata. Entre los daños colaterales que dejó la malhadada sesión parlamentaria hay que contar el quiebre definitivo de la relación de Milei con su vice. El presidente la trató de “traidora” al exponer en la Bolsa de Comercio. Victoria Villarruel No queriendo quedar afuera del festín digital de la hora, Patricia Bullrich cruzó a Villarruel vía X. “Levántese Sra Vicepresidente. No denigre la institución que preside…no sea cómplice del kirchnerismo destructor”. Aún más brava que la ministra de Seguridad, Villarruel, quien ya se mueve sin mayores remilgos por fuera del oficialismo, no tardó en responder. “Ministra Bullrich, la democracia fue denigrada cuando personas que integraron orgas terroristas como en su caso, manejaron durante décadas el destino del país”. Pobre jamoncito del medio. El rígido cruce entre vice y ministra competía con la andanada de posteos que desde las cuentas libertarias llamaban a cerrar el Congreso. “El momento ha llegado…Javo poné un F16 a sobrevolar el Congreso”. “Hay que dinamitar el Congreso, con diputados y senadores adentro”… “los tanques a la calle ya”. Solo algunas de las sugerencias que animaban la tarde de las milicias digitales del oficialismo. Es arduo el trabajo que le espera al mejor jefe de Gabinete de la historia. Salir a remendar la dañada relación con los gobernadores en orden a conseguir un cortafuegos de superhéroes que estén dispuestos a frenar la insistencia frente al anunciado veto presidencial no parece una tarea sencilla, muy especialmente en plena movida preelectoral. A la implacable batalla cultural que encarna Milei con sus peores modos, se suma la batalla territorial por el voto que cuerpo a cuerpo lleva adelante la hermana presidencial junto a sus adláteres riojanos. Una refriega que se libra en los bordes del territorio, acumulando daños y bajas en el universo de los aliados. La estrategia de asimilar a todo el que se desalinea con el kirchnerismo está dejando de funcionar. Entre los que acompañaron las leyes hay muchos legisladores que están lejos de poder mimetizar con las pulsiones de los K. La cruzada anti kirchnerista es insuficiente para explicar el momento. Hay que echar mano a otras simplificaciones. Del kirchnerismo al Partido de Estado. En la ferocidad de su escalada, la batalla cultural suma dogmas. El maltrato sostenido y el impulso de políticas públicas a fuerza de motosierra generan efectos políticos indeseados difíciles de contrarrestar echando mano al “principio de revelación”. Cuando se negocia a cuatro manos por la composición de las listas, pierde nitidez el concepto de “casta”. Los ruidos al interior de la mesa chica oficialista empiezan a ganar la calle. El asesor presidencial, de quien Milei dice que es capaz de “jugar a la mancha con los aviones”, quedó atrapado, justamente, en las sospechas que generó el enigmático jet privado. Si los detalles e imágenes que trascendieron del plan de vuelo del misterioso avión negro son un “vuelto” para Santi Caputo, a esta altura es irrelevante. El mismísimo Presidente quedó enredado en un berenjenal de “buenos y digamos” cuando intentó explicar a Luis Majul cuándo y por qué se revisan o se dejan de revisar los aviones privados. Las turbulencias por venir no son solo económicas. La política aporta sacudidas propias de un tiempo electoral. Algo se está yendo de las manos del oficialismo. A las elecciones se llega con alianzas oficializadas con fórceps. La polarización se trabaja al extremo, pero al interior de estos colectivos electorales las fuerzas están fragmentadas. Se esperan remezones de aquí al 19 de julio, cuando se cierren las listas. La condena de CFK sacó de agenda al león libertario y, en el esfuerzo por recuperar posiciones, Milei no mide riesgos. En un dramático giro, la narrativa libertaria viró en los últimos días hacia una impronta religiosa. En la reunión de la Iglesia Portal del Cielo el libertario desplegó su dogma, convirtiendo el templo en una suerte de cuartel ideológico. Buena parte de su discurso giró en torno del concepto de Justicia Social, al que definió como una suerte de pecado capital porque expresa envidia y resentimiento e impulsa la adoración del “falso Dios del Estado”. La batalla cultural gana en literalidad y amenaza arrastrar al guerrero de la luz. El explícito elogio de la crueldad, que se atribuye a su ideólogo de cabecera Agustín Laje, no cierra con el catecismo compasivo y empático de la tradición judeocristiana sobre la que Milei dice apoyar su encendida defensa del capitalismo. Cuando aún el Gobierno no ha logrado reglamentar la utilización de “dólares del colchón” que se presentó semanas atrás con toda la fanfarria violeta, Milei festeja el emprendedorismo de su anfitrión el pastor evangélico Jorge Ledesma. A Ledesma se atribuye el milagro de transformar pesos en dólares con el solo auxilio de quién sabe qué divinidad. Deberían mandarlo al Banco Central. Pese a tan fervoroso respaldo presidencial, el hombre que no multiplica panes y peces sino dividendos pasó a ser investigado por presunto lavado de activos y evasión. La política siempre fue puesta en escena. Pero con Javier Milei, la escena se transforma en guión. Lo que antes se evaluaba como forma —el estilo, el tono, las palabras— en el caso del presidente libertario es el fondo mismo de su propuesta política. El discurso de Milei no solo comunica: es el ejercicio del poder. Y sus insultos, su violencia verbal, sus desbordes en público, no son un “ruido” que empaña su mensaje, sino la forma en que su mensaje se constituye. Si algo quedó claro en la semana que termina es que resulta imposible despegar la forma del fondo. En Milei, “el medio es el mensaje”. Milei no argumenta: exorciza. Insulta para limpiar el espacio simbólico de todo lo que considera impuro. Dice “ratas”, “parásitos”, “excremento” y lo dice en prime time. Y también es un modo de construir identidad: el otro es la basura, por lo tanto, yo soy lo limpio, lo nuevo, lo puro. En su lógica no hay adversarios, hay enemigos. No hay ideas discutibles, hay cuerpos desechables. Como señala el filósofo Byung-Chul Han, “hoy el enemigo no se combate; se le elimina por indigno de debate”. El insulto no busca debatir, busca anular. Milei no se limita a emitir mensajes políticos: pone en acto sus pasiones más profundas. No las administra, las exhibe. Su discurso no encubre el descontrol, lo utiliza. En una época donde la emocionalidad se considera autenticidad, el estallido pulsional se vuelve forma de verdad. En Milei, el lenguaje no es herramienta de persuasión racional, sino de afirmación performativa. No dice que va a destruir al Estado, lo denigra, lo destroza. Y con eso genera una identificación emocional que muchos perciben como sinceridad. La forma se convierte en contenido. No importa qué dice, sino cómo lo dice. El cómo es el qué.
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