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» Diario Cordoba
Fecha: 09/07/2025 10:06
En estos tiempos, los principales medios patrocinados por los poderosos e incluso las redes sociales más populares están hablando de lo mismo: guerras y corrupción. Lo hacen como si no hubiera más cosas en este mundo. ¿Es que ya no interesa la belleza ni la heroicidad? Quizá la revolución más urgente sea la aclamación de lo humano. Porque, aunque nos bombardeen con bombas y malas noticias, a la par, todo está lleno de historias preciosas. Y con toda humildad os voy a contar un hecho real que recuerdo con impotencia y tristeza, pero no por ello no tiene un bello trasfondo que además pega mil bofetadas a tanta noticia sin alma y choricera, como fue mi relación -eso sí demasiado tardía- con una gata blanca que quiso ser mi amiga, pero no pudo ser. Y es que nunca he terminado de fiarme de los gatos como de los perros y siempre veía a estos últimos algo así como más humanos, más amigables y más fieles. Pero no hay reglas definitivas en los mamíferos y gracias a aquella gata que ni siquiera le puse nombre, me di cuenta de que es muy probable que en cuanto a almas se refiere, hay muchas cosas que ignoramos por solo pensar en los ‘homo sapiens’: cuando sacaba a pasear a mi perro Roberto, que es un labrador con lo buena gente que son, había una gata que me esperaba también en la puerta para estar conmigo. Me dio por decirle «ven» creyendo que los gatos no salen a pasear detrás de uno, pero me siguió. No la tocaba porque los gatos me dan mucho respeto, pero le hablaba con dulzura e incluso le echaba de comer. La relación fue a más y si yo salía a la calle, se ponía delante de mí y se echaba en mis tobillos. Entonces la acaricié y ella hacía unos movimientos que yo calificaría de angelicales. Todo ante la mirada de Roberto, que cuando yo no estaba la perseguía y la echaba. Un día llegué de trabajar y mi sobrinillo me contó que se quedó dormida en la puerta de casa esperándome y al espantarla un poco él para poder entrar en la casa, Roberto creyó que le estaba dando ordenes de atacar y la siguió y esta vez la alcanzó y la mordió reiteradamente en cuestión de segundos ante la impotencia de mi familia. La pobre se metió entre unos matorrales de difícil acceso reventaíta por dentro, esperando la muerte, pero solo hasta que yo llegara. Llegué y la llame e intentó levantarse hacia mí, pero no pudo. Entonces repté por el sitio y la cogí en mis brazos. Y lo que pasó no lo olvidare: os lo juro por Dios que aquel animal me miró antes de irse con pena y amor, pero también satisfecha de poder decirme adiós. ¡Cuánta falta hace la mirada de aquella gata en muchos de los que dirigen el mundo! *Abogado Suscríbete para seguir leyendo
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