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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 08/07/2025 06:56
El ensayista Natalio Botana Natalio R. Botana, uno de los ensayistas más lúcidos de la Argentina, detiene su mirada en el final de su ensayo La experiencia democrática en un tiempo signado por fracturas y amenazas. El epílogo La tormenta reaccionaria no solo repasa las derivas de la democracia argentina, sino que interpela sobre el temblor global que sacude los cimientos de las libertades y la convivencia. Botana va más allá del vértigo que genera la irrupción de Javier Milei; observa una furia que recorre Occidente y pone en peligro conquistas históricas. El avance de liderazgos disruptivos y el desgarro del tejido social ocurren cuando la ciencia y la tecnología, lejos de avanzar a la par del progreso político, parecen alimentar la fragmentación y el desencanto. En La experiencia democrática, publicado en 2024, Botana traza una crónica minuciosa de los últimos cuarenta años de la Argentina y reconstruye cada renacimiento, cada fractura y cada declive de la vida republicana. Su trabajo entrecruza la mirada del historiador y el politólogo con un compromiso intenso con el presente y el porvenir democrático. El fragmento que publicamos es una invitación a adentrarse en la hondura de los dilemas actuales, a interrogar la esperanza en medio de la tormenta y a no dejar caer la antorcha de aquellas libertades que antes iluminaron incluso los momentos más sombríos. La tormenta reaccionaria (Fragmentos) La cronología de este libro, atenta a los cuarenta años de experiencia democrática, se detuvo como correspondía en el momento en que el outsider Javier Milei asumía la presidencia de una república devastada por otra crisis económica. El desorden manifiesto, que afortunadamente no obturó la alternancia entre oficialismo y oposición, denotaba asimismo el hecho de que el planeta estaba inmerso en una mutación científico-tecnológica de signo civilizatorio: un cambio de época, como aquí se dice, o reproduce lo que muchos dicen, que arrastra en su discurso continuidades del pasado en un número creciente de autocracias e impugnaciones en el seno de las democracias. De tal suerte, el progreso científico-tecnológico, asombroso por donde se lo mire, no coincide con el progreso político; coincide, al contrario y en varios aspectos, con un retardo. "La experencia democrática", de Natalio Botana La cuestión no se ubica, por tanto, en el ombligo de nuestra realidad porque trasciende nuestras fronteras. Valga entonces una pregunta inicial para disparar un epílogo que acentúa mucho de lo ya dicho en este libro: ¿es acaso Milei un típico producto argentino, que polariza e insulta, o su furia es constitutiva de una tormenta reaccionaria que truena en el mundo occidental? Ambas cosas, porque esta circunstancia no deriva tan solo de la irrupción de Javier Milei sino de otro fenómeno más amplio que pone en cuestión principios sobre los cuales se identificaron las democracias contemporáneas luego de la Segunda Guerra Mundial. El desafío tiene en primer lugar un hombre y compromete a una gran república (esperemos que esta lo siga siendo): Donald Trump y los Estados Unidos. Electo por segunda vez a finales de 2024, Trump ha desencadenado en su país una arremetida hegemónica contra las reglas y restricciones del orden republicano. Encabeza a su modo una corriente impetuosa que busca corroer la formación, hasta el momento fructífera, de las democracias hacia uno y otro lado del Atlántico en el hemisferio norte. Tal fue el designio que guio a los Estados Unidos hace ochenta años tras la victoria sobre el Eje formado por los Estados totalitarios de Alemania, Italia y Japón, y en la antesala de la Guerra Fría con la Unión Soviética, su aliado en aquella contienda. Ese propósito soñaba con desarrollar, como proclamó Franklin D. Roosevelt, en su discurso de 1941, “cuatro libertades humanas esenciales. La primera es la libertad de palabra y expresión. La segunda es la libertad de cada persona para adorar a Dios a su modo. La tercera es la libertad frente a la miseria, que significa acuerdos económicos que aseguren a cada nación una vida saludable. La cuarta es la libertad frente al miedo, que significa una reducción a escala mundial del armamento”. El pasado de aquel discurso es hoy el presente en que se erosiona semejante promesa. ¿Qué ocurrió para que aquel núcleo de derechos, que siete años después irradió desde las Naciones Unidas con la Declaración Universal de Derechos Humanos, sufra ahora las penurias que derivan de un debate hostil? Acaso pueda afirmarse que se incubó un rechazo hacia principios de esta centuria, que contrasta con la incorporación al universo de las democracias de muchas naciones desde los años setenta y ochenta del último siglo, y se aceleró con la caída del Muro de Berlín, la implosión de la Unión Soviética y la entrada en son de triunfo de la globalización y de esta mutación civilizatoria impulsada por la ciencia y la tecnología. El asalto al Capitolio, cuando tambaleó la democracia en Estados Unidos. (EFE/Jim Lo Scalzo) Los análisis al calor de este proceso distinguieron varias olas de democratización entre las cuales figura, desde luego, la que despertó hace cuarenta años con sus luces y sus sombras: la nuestra. Pero lo que no se advirtió del todo, por no atender a ciertas tradiciones que como ríos subterráneos estaban prontas a volver a la superficie, fue la dialéctica entre acción y reacción instalada en el seno mismo de la cultura occidental. Por lo pronto, la globalización abrió el mundo asiático a una formidable transformación. China es el ejemplo que naturalmente viene a cuento con la combinación, hasta el día de hoy exitosa, de un régimen político de partido único con un capitalismo de Estado, artefactos ambos de un crecimiento exponencial. Más tarde, en la frontera de una Europa integrada y ampliada con nuevos miembros, Rusia resucitó fantasmas. Puso a punto una autocracia y retomó el anhelo expansivo que se había frustrado con la implosión de la Unión Soviética. El sacrificio de Ucrania resulta de esa pasión por instalar de nuevo las piezas de un imperio que más evoca al de los zares antes de 1917 que al del comunismo posterior a 1945. Cambio y continuidad, todo junto. El planeta vive o sobrevive al ritmo de esta mutación civilizatoria; los Estados, vale la pena subrayarlo de nuevo, lo hacen de manera particularista despertando formas políticas que se creían extintas. La reacción está pues en marcha, y lo hace a la manera de uno de los significados de la voz “tormenta”, que alude a estados de ánimo excitados. Habría que preguntarse, sin embargo, acerca de qué tipo de reacción afrontamos. Reaccionarios en la historia de Occidente, a la cual pertenecemos, hubo siempre. Hubo reaccionarios con espíritu restaurador de la monarquía derrocada en tiempos de la Revolución francesa; los hubo en España en el último siglo en el momento álgido de la Guerra Civil; sin duda entre nosotros de la mano de los gobiernos militares durante la gran crisis de legitimidad entre 1930 y 1983. Son pocos ejemplos de un conjunto mucho más amplio. En todos ellos, con mayor o menor intensidad, se impone la propensión a reestablecer lo abolido. VladimirPutin, parte de la tormenta reaccionaria. (EFE/EPA/SERGEI ILNITSKY) ¿Tiene esta tormenta reaccionaria ese resplandor antiguo o responde exclusivamente a la mutación científico-tecnológica? (...) Si la mutación científico-tecnológica, como ya indicamos en este libro, genera en la sociedad civil un universo de tribus congregadas por afectos e intereses primarios, en el plano político los individuos que forman estas tribus se agregan al paso de iracundias y emociones, constituyendo mayorías contestatarias del orden existente. De este modo, los regímenes políticos establecidos se estiran hacia los extremos. Dice al respecto Giuliano da Empoli: “Mientras en el pasado el juego político consistía en idear un mensaje capaz de aglutinar, en la actualidad se trataría de desunir de la manera más chocante posible. Para consolidar una mayoría ya no hace falta converger en torno al centro político, sino más L bien sumar los extremos”. (...) En Europa, el suelo tiembla por esta suerte de resurrección. Allí está en curso una actividad hostil hacia el otro, ya sea el inmigrante que golpea a las puertas de la abundancia en procura de un mundo mejor, ya la diversidad que introdujo la llamada “agenda woke” o el integrismo religioso de raíz islámica que golpea con actos terroristas. Si a ello añadimos los efectos de la crisis económica de 2008 y después los de la pandemia entre 2020 y 2023, la atmósfera nublada induce a proclamar, en tono pesimista, una crisis terminal; algo así como que las democracias han perdido resto y entran en el claroscuro de la declinación. (...) En todo caso, no todo está definitivamente dicho dado que la historia, para disgusto de los profetas, remite a un proceso abierto en el cual las decisiones políticas están condicionadas por la paradoja de las consecuencias. Si ello es así, las democracias sometidas a estas pruebas inéditas se internan en un período en que las relaciones políticas se estregan. Las reacciones contestatarias de esta tormenta en curso ponen en cuestión lo establecido, pero los procedimientos electorales y las instituciones que restringen estos atropellos, si no son abolidos, tienen todavía mucho que decir; además, a no olvidarlo, está el comportamiento diario de los mercados y el sube y baja de las encuestas. Estos factores conforman estas fricciones permanentes entre estos “príncipes nuevos”, fieles a un “ejecutivismo” dominante, y los controles del orden republicano tan menospreciados, pero no por el momento menos vigentes. (...) La historia del siglo XX nos enseña que cuando hubo que reconstruir sociedades diezmadas por la guerra o por procesos de declinación, la respuesta de los sistemas políticos consistió en armar coaliciones de centro, sin duda diversas, que no obstante pactaban políticas de largo plazo. La lección de aquellos años es la de unos reconstructores que buscaban el consenso en lugar de fabricar más discordia. Hasta la irrupción de la tormenta reaccionaria, esta era la visión adaptada a un mundo más razonable, que ahora parece tambalear y vacila justo cuando los desafíos de la mutación científico-tecnológica exigen redoblar esfuerzos para que el ideal educativo de Sarmiento o la tradición científica de nuestros premios Nobel no terminen mancillados por una caída en picada que nos coloca, en cuanto al rendimiento en escuelas y colegios según pruebas PISA del año 2022, detrás de Uruguay, Chile, Brasil y Perú. (...) Estas realidades lacerantes coinciden con los futuribles acerca de un porvenir incierto al cual agita esta mutación científico-tecnológica y la tormenta reaccionaria. Desafío inmenso para quienes no declinan en mantener encendida la antorcha de las tres libertades. Aunque tengo muy presente en mi memoria una sabia reflexión de Konrad Adenauer, un gran reconstructor ya citado en estas páginas, que decía que la historia es el relato de las oportunidades perdidas, aguardo este espíritu constructivo a fuer de esperanzado. Las tormentas pasan en la historia y no tienen un destino ineluctable.
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