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» Sin Mordaza
Fecha: 06/07/2025 10:31
Por Matías Dallafontana Nunca es triste la verdad, canta el catalán. Cuando un militar de formación aristotélica-tomista sentenciaba que la única verdad es la realidad, exponía que hay hechos inexorables, aunque se oculten ahí a la vista como la carta robada de Poe: el nuevo enemigo del colapso ambiental y la epidemia de drogas. En todos los barrios de la Argentina los niños comenzaron a experimentar con drogas y se está propagando un tsunami de adicciones tempranas. No admite consideración desde el punto de vista individual: el país está enfermo. En este cuadro de situación de cosas nuevas, conceptos que habíamos importado como “consumos problemáticos”, atrasan y conspiran. En una mirada sanitarista, no hay consumos problemáticos y consumos no problemáticos, sencillamente porque una epidemia es un hecho social objetivo, no es relativo a los elementos individuales: destruye a la comunidad total. Le martillamos a la juventud durante décadas con la subliminal idea apologética de que hay “consumos-no-problemáticos”, ergo, pasó lo que estaba destinado a pasar, por lógica. Hoy, la droga es un eje en torno al cual giran la crisis de productividad empresaria, el fracaso escolar, la inestabilidad interna en los clubes, el desmantelamiento de la legitimidad estatal, la licuación de la organización familiar y la degradación de la autoridad en el cuerpo vivo de lo social. En la idea liberal de mercados abiertos, como postulaba Milton Friedman, la carga del problema con la droga se transfiere al campo individual, si tenés un problema con la droga, no es la droga -psicoactiva, adictiva y tóxica- el problema lo tenés vos. En esta lógica economicista de ordenar la política desde el individualismo, subyace lo que Francisco denunciaba como la “Autorreferencialidad”, que en materia de salud mental conduce al capricho del goce como derecho absolutista. Hoy estamos mal, muy mal, a consecuencia de esta cosmovisión cómoda, plausible acaso para los que pueden fumar marihuana contando con un sendero de vida más o menos estructurado y previsible. Pero la droga es un problema objetivo en sí y el relativismo, peor enemigo de los pueblos, deja a estos inermes ante el poder algorítmico hermanado con el poder financiero que hoy pone en dudas la supervivencia biológica de la especie humana: “el relativismo no es la solución…envuelto detrás de una supuesta tolerancia, termina facilitando que los valores morales sean interpretados por los poderosos según las conveniencias del momento”. Si se puede relativizar la vida, se puede afirmar cualquier opinión y erigirla en dictadura negacionista: los ancianos son caros, los niños sobran, las mujeres se quejan sencillamente porque quieren. Cuando adherimos a la fantasía de que la palabra crea la realidad, comenzamos a funcionar sesgados en base a ese error y las consecuencias de esa inadecuación son mortales en lo sociosanitario: si te auto percibís como un ser que necesita dormir solamente 3 horas y no hacer actividad, te vas a enfermar de ansiedad, obesidad, depresión, demencia, hasta el infarto. Es menester rever la artificial subdivisión del problema de las adicciones entendidas según las combinaciones de sujeto-contexto-sustancia, porque devienen de un deslizamiento -impracticable- del paradigma de la complejidad, que nos hizo obliterar un simple dato de la vida que es insobornable: la sustancia siempre es un problema. Sobre todo, en los niños y adolescentes. En cualquier contexto y en todo sujeto. La impracticabilidad de la complejidad, como todos los devaneos intelectuales con exceso de flácidos diagnósticos, están en las antípodas de aquella necesaria “filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y humanista.” ¿Qué quedó de aquello de “la reconstrucción de la mujer y el hombre argentino” y de aquello de que “con la democracia se cura”? Es obvio, hasta sonso, responder ante la tragedia de sedentarismo y soledad que atraviesan nuestros niños con el subterfugio de que “es un problema complejo”. Esa respuesta, válida tal vez para la instancia reflexiva, no funda ninguna solución en sí. La instancia reflexiva inicial puede ser analítica, pero la solución política concreta debe ser sintética, la incerteza ante el desorden de curso suicida está ahogando de angustia la conciencia. El desafío es resolverlo de una manera simple, accesible, federal, masiva y costo-eficiente: todos los niños deberían estar incluidos en el empalme de la escuela con instituciones como los clubes. Esto no admite relativizaciones complejizantes de “sujeto, objeto y contexto”. Estamos en una situación de tragedia masiva y debemos funcionar como un “auténtico hospital de campaña” como nos interpelaba Francisco. Cuando el Padre Pepe Di Paola, máxima autoridad en esta materia, plantea como metodología para la Argentina la unidad del accionar de Club, Colegio, Capilla, eso no anula la diversidad, sino que propone una salida sintética, concreta, integral, que abarca en sí la complejidad. Luego, es más que obvio que, según el contexto y la persona, se darán configuraciones singulares. Como sujetos, no es lo mismo un chofer que un político, como contextos no es lo mismo una hinchada de club que el quincho de una reunión social de gente “acomodada”. Lo invariable es que, en todos los casos, la droga es un problema sociosanitario para la comunidad nacional. Compañeros, correligionarios, camaradas, compatriotas, todos hermanos: no nos hagamos más los distraídos. Matías Dallafontana es psicólogo (UCA), ex Seleccionado Nacional de Rugby, fundador de Proyecto Deporte Solidario (organización federal de salud mental y adicciones), ex Subsecretario de Prevención Investigación y Estadística en Materia de Drogas de la Nación.
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