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  • La trampa estratégica

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 06/07/2025 04:11

    Santiago Caputo y Karina Milei A casi 100 días para las elecciones legislativas generales de octubre, un hito que no solo marcará el pulso de la gestión en lo que respecta al respaldo y acompañamiento social sino que también determinará la composición del Congreso y la correlación entre las fuerzas del oficialismo, sus potenciales aliados y la constelación de la oposición, se profundizan las diferencias estratégicas que anidan en el vértice del “triángulo de hierro”. Tras las divergencias entre el “karimenemismo” y los armadores y operadores que responden al consultor Santiago Caputo subyace algo mucho más trascendente que las tradicionales disputas por los armados electorales, las políticas de alianzas distritales, la habilitación o veto para potenciales candidatos, o el control de la lapicera. Es que aunque seguramente todas esas tensiones y fricciones existan, lo más relevante para el mediano y largo plazo, y más allá de lo que pueda suceder de cara a un domingo electoral que el oficialismo encara con optimismo, la estrategia que el oficialismo adopte para afrontar el proceso electoral no solo será clave para el resultado en las urnas sino para “construir” un oficialismo fuerte y estable para afrontar los desafíos del segundo tramo de la gestión. Aquí es donde las diferencias entre la intransigencia de la armadora nacional libertaria y hermana del presidente y el pragmático acuerdismo del estratega presidencial se magnifican. Aun coincidiendo en el “vamos por todo” que inspira y al mismo tiempo azuza la narrativa libertaria, la cristalización de una u otra estrategia podría tener un doble impacto temporal en el Congreso Nacional y en la correlación de fuerzas entre oficialismo y oposición más allá del domingo 26 de octubre: de acá al momento en que asuman los nuevos legisladores nacionales y, luego, del 10 de diciembre hasta la finalización del mandato presidencial. Si bien obviamente el oficialismo necesita una victoria electoral para revalidar respaldos, ganar volumen político y musculatura territorial, también necesita construir gobernabilidad y proyectar una imagen de sostenibilidad y sustentabilidad frente a los mercados e inversores aún expectantes. Emerge así una suerte de “trampa” estratégica, que suma incertidumbre y amplifica los interrogantes mucho más allá del escenario electoral. Por un lado, la intransigencia podría tener la ventaja de fortalecer el perfil e identidad del proyecto libertario, dotando de mayor nitidez a los contornos de un espacio que aún se muestran lábiles y difusos, potenciando el contraste y la polarización con el kirchnerismo, y proyectando un hipotético triunfo en octubre como una victoria exclusiva y excluyente de LLA. La contracara es, a todas luces, evidente: con independencia de la magnitud de un hipotético triunfo en las urnas, la intransigencia podría no solo coadyuvar a galvanizar al peronismo en torno a la oposición a Milei, sino también empujar a potenciales aliados a las huestes opositoras, en desmedro de la gobernabilidad y la estabilidad política. Algo que, por cierto, ya está sucediendo hoy, donde más allá del previsible endurecimiento de un peronismo movilizado en torno a la defensa de Cristina Kirchner frente a la condena judicial e interpelado por la inminencia de las elecciones bonaerenses, legisladores otrora aliados o “amigables” habilitaron el tratamiento de iniciativas que el oficialismo resiste en Diputados, y facilitaron el avance de los proyectos previsionales en la cámara alta. Todo ello, con el agravante de que, muy probablemente, Milei ya no podrá blindar la herramienta constitucional del veto recreando ese tercio de 87 diputados que logró en septiembre de 2024. Por otro lado, la estrategia “acuerdista” podría generar una base más sólida y estable para acuerdos de “gobernabilidad” en el Congreso, tanto antes de la renovación de las cámaras, como después. Además, permitiría una mayor flexibilidad en los armados electorales: en aquellos distritos donde el oficialismo tiene inserción o referentes de peso podría imponer condiciones y jugar a fondo, mientras en otras geografías podría buscar acuerdos con los oficialismos locales que le permitan sumar legisladores sin exponerse a la imagen de la derrota. La contracara de esta estrategia también es evidente: no solo el oficialismo resignaría volumen propio y la posibilidad de “ofrendar” una victoria propia con proyección nacional, sino que quedaría más expuesto a las demandas de los gobernadores y las oscilaciones de sus legisladores. Algo de esto también está sucediendo hoy con el inédito planteo transversal de los gobernadores por el reparto de fondos, que incluye el acompañamiento de algunos de los mandatarios provinciales que venían dándole soporte al gobierno, y que más allá de las necesidades propias del contexto y de un año electoral, puede ser leído en el caso de aquellas provincias que venían aportando gobernabilidad en el Congreso como una herramienta de presión para negociar. Lo cierto es que a esta altura está claro que ninguna de las dos estrategias en pugna está exenta de riesgos y daños colaterales, por lo que difícilmente pueda pensarse en que -en términos estrictamente estratégicos- una de ellas es superior a la otra. Sin embargo, ello no debiera ser óbice ni valladar para que los estrategas oficialistas evalúen escenarios probables a fin de calibrar la mejor estrategia disponible para enfrentar las mejores estrategias posibles de sus adversarios y contendientes. Sobre todo porque el oficialismo se juega mucho más que un triunfo que, por cierto, ni aún en el escenario más favorable le permitiría ostentar mayorías propias en un Congreso que Milei necesita para avanzar en las reformas acordadas con el FMI y proyectar gobernabilidad y sostenibilidad de su programa económico para exorcizar el “riesgo político” que no solo incide en el “riesgo país” sino en la actitud de los grandes inversores que, aunque optimistas a mediano plazo, evidencian un inocultable conservadurismo antes las complejidades políticas y la incertidumbre. Así las cosas, un oficialismo obsesionado por la victoria en octubre debiera estar más pendiente de la forma en que construye esa victoria que de la magnitud de la misma. Es que aún ganando podría afrontar un segundo tramo de mandato más complejo si no logra darle una base de sustentabilidad y gobernabilidad a un proyecto que, tanto por factores internos como razones externas, enfrentará presiones crecientes, demandas cada vez más exigentes, y desafíos más acuciantes.

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