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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 05/07/2025 07:15
Invalidez en las piernas, ataques epilépticos, infartos, derrames o caídas que los llevaron a la muerte, fueron algunos de los efectos de la extraña epidemia de baile, según se cuenta en documentos históricos. (Foto: óleo sobre panel, de Brueghel, Pieter el Joven —c.1564-1638—; Museum voor Schone Kunsten, Gante, Bélgica) Cuando en 1935 Horace McCoy publicó ¿Acaso no matan a los caballos? la novela tuvo un éxito inmediato, tal vez porque el público sintió que reflejaba magistralmente la desesperación que vivieron millones de estadounidenses durante la Gran Depresión. La trama gira alrededor de una serie de parejas que participan en una maratón de baile, donde el dinero del premio se lo llevan quienes más tiempo resistan bailando en la pista sin desfallecer, enloquecer o, en el peor de los casos, morir. No es posible saberlo —porque no hay registro de que lo haya dicho— pero al escribir la novela McCoy quizá se haya inspirado en un hecho histórico que, a pesar de haber sido bien real, parece un relato de ficción, una de esas leyendas en las que es difícil creer: la extraña “epidemia de baile” que se desató en Estrasburgo, en la actual Francia, en julio de 1518. Cuando cientos de personas se lanzaron a la calle para bailar sin detenerse durante días, muchas de ellas hasta caer muertas por agotamiento, ataques al corazón, accidentes cerebrovasculares. Según algunos documentos de la época, entre los cuales se cuentan anotaciones de testigos ilustrados y registros municipales, preocupadas ante un acontecimiento cuyas causas no comprendían, las autoridades convocaron a los médicos de la ciudad para que encontraran una explicación y una cura para esa epidemia, y la mayoría coincidió en que se trataba de un trastorno provocado por un aumento de la temperatura de la sangre, es decir, una suerte de fiebre capaz de enloquecer a las personas. No fue un caso único —porque se tienen noticias de otros ocurridos hasta mediados del siglo XVII— pero sí el primero documentado de coreomanía, un impulso incontrolable de bailar, también conocido como “enfermedad del baile” o “baile de San Vito”. Cinco siglos más tarde aún no se sabe con certeza qué provocó aquella “epidemia del baile”, aunque se han propuesto no pocas teorías sobre sus posibles causas, que van desde un fenómeno de histeria colectiva, una intoxicación alimentaria o con hongos alucinógenos, un ritual herético e, incluso, un trastorno derivado del hambre extrema. Grabado de Hendrik Hondius (1573 - 1649) sobre la epidemia de baile, basado en un dibujo de Pieter Bruegel el Viejo, de 1564, quien habría sido testigo de estos hechos La danza de la muerte Las crónicas datan el comienzo de la extraña epidemia a principios o mediados de julio de 1518 y hay dos que incluso señalan una fecha precisa aunque diferente, el día 5 y el 14, pero todas coinciden en que empezó cuando una mujer, a la que se refieren como “Frau Troffea”, de lo que se deduce que era casada o viuda, salió de su casa y se lanzó a bailar de manera desenfrenada en el medio de la calle. Poco a poco, otras personas se le fueron uniendo y se sumaron muchas más con el correr de los días, porque lejos de detenerse, quienes comenzaban a bailar ya no podían parar. Los registros municipales hablan de 34 personas durante la primera semana y de unas cuatrocientas al cabo de un mes. Troffea bailó cuatro días sin respiro hasta que cayó muerta en medio de a calle, lo que no detuvo a nadie, porque los bailarines eran cada vez más. A medida que pasaba el tiempo, muchos de los bailarines comenzaron a sufrir fuertes dolores y había quienes rogaban que los detuvieran. Se intentó frenarlos atrapándolos entre varios vecinos y, al dejar de bailar, por imperio de la fuerza el bailarín parecía calmarse, pero apenas se lo soltaba volvía a bailar de manera compulsiva. Gritaban que no querían seguir bailando y pedían que los ayudaran, pero no podían detenerse. La situación iba empeorando a ojos vista, con un flujo de bailarines que no paraba de crecer. Las autoridades municipales pensaron en un primer momento que era un fenómeno debido a razones astrológicas, pero los médicos de la ciudad descartaron cualquier causa sobrenatural o de extrañas conjunciones planetarias y declararon —casi sin excepción— que la epidemia se debía a una enfermedad causada por un brusco aumento en la temperatura de la sangre, aunque hasta entonces habían visto solo casos individuales y nunca tantas personas afectadas a la vez. Para la medicina de la época, esa patología existía y se la llamaba “la enfermedad de la sangre caliente”, en la que el flujo sanguíneo —a mayor temperatura que la normal— podía recalentar el cerebro y provocar ataques de ira, fogosidad o incluso la locura. Se la trataba con sangrías y una dieta muy frugal, pero en ese caso, con los pacientes en continuo movimiento, era imposible aplicar esos remedios. Se intentó entonces lo que hoy se definiría como una fuga hacia adelante: es decir, dejar que siguieran bailando e, incluso, facilitarles los recursos para hacerlo con la esperanza de que se cansaran y, llegado un momento, se detuvieran. Las autoridades de Estrasburgo contrataron músicos y habilitaron escenarios para que tocaran. Pero eso tampoco dio resultado, lo que los llevó a buscar otro tipo de soluciones. Se organizaron peregrinaciones y se multiplicaron las misas donde los vecinos que no estaban afectados rezaban para que los bailarines se detuvieran de una vez. A algunos los cargaron en carretas y los llevaron a la fuerza al cercano pueblo de Saverne donde estaba la capilla de San Vito, con la esperanza de que el santo obrara el milagro de la curación. Ocurrió todo lo contrario, porque la capilla terminó convertida en otra pista de baile. La única contribución del santo fue darle otro nombre al fenómeno, “la enfermedad de San Vito”. Para entonces ya se recogían cadáveres en las calles y también había muertos en la capilla. Sin que se le encontrara ningún remedio, la epidemia del baile se prolongó hasta principios de septiembre cuando todos los bailarines —los que quedaban vivos— se detuvieron a la vez y sin que se supiera por qué. Los médicos de la época coincidieron en que la epidemia de baile se debía a un brusco aumento en la temperatura de la sangre, lo que causaba comportamientos extraños e impulsivos. Llamaban a esa patología “la enfermedad de la sangre caliente” Un misterio sin resolver Con el correr de los siglos, historiadores y médicos propusieron diferentes hipótesis para explicar la epidemia del baile de Estrasburgo. Una de ellas sugiere que los afectados ingirieron sin querer un hongo psicotrópico del cornezuelo que crece en los tallos y los granos del trigo, la cebada y el centeno, que formaban parte de la dieta de la época. Según algunos historiadores, este hongo es el mismo que provocó años más tarde los extraños comportamientos de las niñas que derivaron en los juicios por brujería en Salem. Sin embargo, una intoxicación de este tipo, que equivaldría en la actualidad al LSD, sería poco probable, ya que, además de causar alucinaciones y espasmos, dificulta el movimiento al disminuir el suministro de sangre a las extremidades. Sería muy difícil bailar en esas condiciones. Otra teoría fue la de un ritual herético, una danza con la cual adorarían a Satán, pero los bailarines afirmaron que lo hacían de forma involuntaria, ellos no querían bailar. También se barajó la posibilidad de una histeria colectiva por temor a un castigo divino, porque la tradición decía que San Vito podía castigar a los pecadores causándoles convulsiones y ataques de epilepsia, conocidos como chorea sancti viti (baile de San Vito). Por esa razón, los bailarines fueron llevados inútilmente hasta la capilla del santo. En cambio, el historiador John C. Waller, en su libro A time to dance, a time to die: the extraordinary story of the dancing plague of 1518, insinuó que la epidemia del baile se debió a que la población de Estrasburgo atravesaba un período de hambruna extrema, que pudo haber provocado fiebres altas que llevaron al desenfreno. “La hipótesis de una enfermedad psicogénica de masas (MPI) tiene más sentido, tanto por la incidencia de brotes similares en la zona como por la resistencia de los bailarines”, escribió. Eso justificaría un caso de histeria colectiva causada por la pobreza, el hambre, la guerra, la miseria y la superstición, que terminó expresándose de manera delirante a través del baile. Más allá de estas teorías, la epidemia del baile de Estrasburgo todavía no tiene una explicación concluyente, por lo menos en el plano científico, y sigue siendo uno de los grandes misterios sin resolver que ha dejado la Edad Media.
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