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» Diario Cordoba
Fecha: 05/07/2025 07:14
En nuestras peores rachas, vivir consiste en agarrarse a clavos ardiendo sucesivamente, en aras de mantener la cabeza fuera del agua. A veces careces de alternativas, así que te aferras a la único que puedes y tienes a tu alcance. Qué menos que decir, como Cerdán, que eres un tipo íntegro y que existe una conspiración para acabar contigo cuando estás a punto de entrar en prisión. Tampoco es que ese sea el último clavo. Puedes alegar, más adelante, que por lo menos no has matado a nadie. Y aún en ese caso, es decir, en el de haber matado a alguien, tienes la salida de suavizarlo, como aquel personaje de ‘99 River Street’, de Phil Karlson, que confiesa a un amigo haber acabado con la vida de alguien, y el amigo encuentra la frase con la que quitar hierro al crimen: «Hay cosas peores aún, como ir matando a alguien minuto a minuto». Recuerdo que cuando me mandaban a la cama antes de las nueve, me agarraba al sofá, mientras mi madre me arrastraba. Después me aferraba a la pata de la mesa, y luego a una silla, y al marco de la puerta. En el último segundo, alegaba que quería hacer pis o que me dolía la garganta. Antes o después todos nos aferramos a clavos ardiendo porque no hay nada más a mano a lo que agarrarse. Aunque las cosas demasiado calientes dan miedo; pueden dejar de ser metáforas de salvación. Hace años, el amigo de un amigo llegó borrachísimo a casa, y diciendo que era Lucifer. «Soy Lucifer, soy el mismísimo diablo», proclamaba. Su padre le metió la cabeza debajo del grifo. Cuando parecía que al fin se tranquilizaba, comenzó a gritar: «¡Estoy en el infierno!», «¡Ardo en el infierno!», «¡Me quemo!». El padre no entendía nada, hasta que empezó a salir humo de la cabeza del chaval. Rozó el agua y comprobó con horror que hervía. ¿En qué piensas cuando te diriges a la cárcel, y desde el coche las últimas estampas de la vida en libertad se te aparecen ya solo como las imágenes de una máquina tragaperras? Tal vez te preguntes qué vas a encontrarte dentro, si las sábanas te darán repelús, si te gustará el café, o si pasarás frío en la celda por las noches, o si tendrán una biblioteca con los ensayos de Montaigne. O quizá solo pienses en qué hermoso era vivir fuera, mientras te vas diciendo cómo pudiste acabar así. Acaparaste un gran poder. Dijeron, durante años, que podías hacer milagros. Nada parecía lejano o inalcanzable, nada se te negaba. Lo tuviste todo. Y, sin embargo, no te pareció tanto. Quisiste más. Te parecía imposible, sin ser tú un experto en probabilidades, que una historia de apropiación pudiese acabar mal para tus intereses. Antes tenían que caer otros. «¿Todo eso era legal?», se preguntaba el protagonista de El lobo de Wall Street. «De ninguna manera. Pero estábamos ganando montones de dinero», se justificaba. ¿Y qué haces cuando ganas tanto dinero? Dejas de pensar si es o no legal. La pasta te tapa la vista. Así que ahora estás en el fango, sin honra, necesitado de dar un giro a tu existencia, cambiar de aires, volver a empezar, pero en otra vida, porque en la actual tuviste mala suerte y te pillaron. *Escritor
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